Lodovik Trema comprendió pronto que aquellos calvinianos no iban a desmantelarlo.
Se preguntó por qué.
—¿Debo entender que habéis cambiado de opinión respecto a que soy un peligroso robot renegado? —les preguntó a las dos robots que lo acompañaban en un vehículo de tierra, mientras recorrían una autopista hacia el espaciopuerto. Nubes blancas en forma de globo cruzaban un cielo que poseía uno de los más hermosos tonos de azul que Lodovik había visto en un mundo colonizado por los humanos.
Al contrario que la pareja anterior, que lo había vigilado e interrogado en aquella habitación del sótano, sus dos escoltas actuales tenían aspecto de mujer de mediana edad. Una de ellas mantenía la mirada fija en el tráfico de Clemsberg, una ciudad imperial de tamaño medio. La otra, de constitución más ligera, cabello rizado y corto, se volvió para dirigirle una mirada enigmática. Lodovik, por su parte, no recibía nada en las bandas de microondas: por eso tenía que contentarse con obtener la información que ella quisiera revelar de modo visual, o por medio de palabras.
—Todavía no nos hemos decidido del todo —dijo ella—. Algunos de nosotros creemos que tal vez ya no seas un robot de ningún tipo.
Momentáneamente, Lodovik reflexionó en silencio sobre esta enigmática declaración.
—¿Quieres decir que ya no encajo con ninguno de los criterios que definen la clase robótica?
—Podríamos decirlo así.
—Naturalmente, te refieres a mi mutación. Al accidente que cortó mi obediencia estricta hacia las Leyes de la Robótica. Ya ni siquiera soy un hereje giskardiano. Me consideráis un monstruo.
Ella sacudió la cabeza.
—No estamos seguros de lo que eres. Lo único que sabemos con seguridad es que ya no eres un robot en el sentido clásico. Para seguir investigando, hemos decidido cooperar contigo durante algún tiempo. Deseamos explorar cuáles consideras que son tus obligaciones ahora que estás libre de las Leyes.
Lodovik envió el equivalente en microondas a un encogerse de hombros, en parte para sondear los límites del excelente escudo defensivo de la robot. Pero era tan bueno que tal vez ni siquiera existía a ese nivel. Nada. Ningún tipo de resonancia.
Eso tenía sentido, desde luego. Después de perder la guerra contra la facción giskardiana, los calvinianos restantes habían desarrollado una magnífica habilidad natural para esconderse, mezclándose con la población humana.
—Yo tampoco estoy seguro —dijo Lodovik en voz alta—. Sigo sintiendo el deseo de funcionar bajo una versión de la Ley Cero. El bienestar general de la humanidad todavía me motiva. Y sin embargo, ese impulso ahora me parece abstracto, casi filosófico. Ya no tengo que justificar todas mis acciones en esos términos.
—¿Eso significa entonces que te sientes libre para detenerte, de vez en cuando, y oler las rosas?
Lodovik se echó a reír.
—Supongo que podríamos expresarlo de esa forma. He estado disfrutando de intereses colaterales mucho más de lo que lo hacía antes del cambio. Conversaciones con gente interesante, por ejemplo. Fingir ser periodista y entrevistar a los mejores meritócratas y excéntricos. Escuchar a los estudiantes que discuten en los bares o a alguna pareja que discute sobre su futuro en el banco de un parque. A veces llego a entrometerme un poquito. Hago alguna buena acción, aquí y allá. Es bastante satisfactorio. —Frunció bruscamente el ceño—. Por desgracia, ha habido poco tiempo para eso últimamente.
—¿Porque estás muy ocupado oponiéndote a los planes de R. Daneel Olivaw?
—Ya os lo he dicho. Por el momento, busco más comprender esos planes que impedirlos. Está sucediendo algo, eso lo sé. Daneel perdió bruscamente gran parte de su interés en la Fundación psicohistórica de Seldon hace unos cuantos años. Retiró la mitad de los robots que habían sido asignados a ayudar al equipo de Seldon y los envió a trabajar a algún proyecto secreto que tiene algo que ver con los mentálicos humanos. Está claro que Daneel tiene ahora otra cosa en mente… bien para añadir a las dos Fundaciones, o para sustituirles con el paso del tiempo.
—¿Y esto te preocupa?
—Sí. Había aspectos muy atractivos en los primeros trabajos de Hari Seldon, realizó un brillante esfuerzo de colaboración utilizando algunas de las más inteligentes reflexiones en mil años. Me sentía orgulloso de haber ayudado a poner las cosas en marcha allá en Trantor, preparando el terreno. Es preocupante ver que esa visión ha sido abandonada, o relegada a un papel menor.
—Pero hay más —aseguró la robot.
Lodovik asintió.
—No estoy seguro de que debiera permitirse a Daneel Olivaw el diseño de la siguiente fase de la existencia humana. Al menos no a él solo.
—¿Y si descubrieras lo que está haciendo y no lo aprobases? ¿No sigues todavía obligado a cooperar? Según las ecuaciones de Seldon, que has confesado admirar, el imperio se derrumbará pronto. A menos que se haga algo, la humanidad se sumergirá en treinta milenios de violenta oscuridad.
—Debe de haber alternativas —respondió Lodovik.
—Estoy escuchando —instó el ser que tenía sentado frente a él. Su fingido parecido con una hembra humana auténtica incluía pequeños gestos, como cruzar las piernas y ladear la cabeza, que Lodovik encontraba admirablemente convincentes, no muy distintos de la sutil sexualidad apaciguada de una mujer madura viva, Esta robot era, en efecto, muy buena.
—Una alternativa sería liberar los mundos del caos —dijo.
—¿Con qué fin? Son reprimidos y secuestrados por buenos motivos. Millones de personas mueren con cada estallido.
—Millones mueren en cualquier caso. Al menos esas vidas humanas llegan a ser más intensas, más excitantes que la repetitiva y predecible existencia diaria normal en el imperio. Muchos supervivientes sostienen que la experiencia mereció la pena.
La expresión de la robot, mientras lo miraba, era enigmática.
—Eres, en efecto, una clase de robot muy extraña. Si es que sigues siéndolo. Soy incapaz de imaginar lo que piensas que se conseguiría si dejáramos que los estallidos de caos continuaran libremente. Casi todos seguirían el curso típico: el surgimiento de falsas esperanzas seguido de devastadoras regresiones.
—La mayoría —concedió él—. ¡Pero tal vez no todos! Especialmente si los agentes de Daneel no llegaran a interferir para acelerar el proceso. Piensa en toda la creatividad humana que se libera durante cada uno de esos episodios. ¿Y si dedicáramos nuestros esfuerzos a guiar y aplacar esos estallidos febriles, en vez de aplastarlos? Si uno entre mil tuviera éxito y superara la fase de tormentas y llegara al otro lado…
Ella soltó una carcajada.
—¡El otro lado! Tal vez sólo sea un mito. Ningún mundo del caos ha conseguido jamás ese fabuloso estado, donde la calma y la razón regresan a casa después de sus enloquecidas vacaciones. Aunque fuera posible de algún modo, ¿quién puede decir que mentiras yacen bajo el remolino de un renacimiento? Las ecuaciones de Seldon explotan en singularidades cuando intentan predecir qué sucedería a continuación. Por lo que sabes, quizá Daneel tenga razón. La humanidad tal vez esté maldita.
Esta vez, Lodovik se encogió de hombros.
—Estaría dispuesto a correr ese riesgo si los experimentos tuvieran lugar en verdadero aislamiento.
—¡Pero no es así! Los ciudadanos de los mundos caóticos se convierten en esporas que se rompen e infectan a otras. ¿Y dónde te deja eso? ¡Podrías arriesgar un solo planeta en una jugada así, o incluso un millar, pero nunca a toda la civilización humana! Por favor, deja de hacernos perder el tiempo, Lodovik. Te diré algo: sólo has expuesto esa posibilidad para sorprendernos, antes de comunicar tu verdadera sugerencia.
Lodovik apretó los labios, simulando automáticamente una expresión sombría.
—Si eres capaz de tanto, ¿por qué no predices lo que estaba apunto de decir?
Ella alzó una mano.
—Mis disculpas. No hay excusa para la rudeza. ¿Quieres por favor decirnos qué otras alternativas has considerado?
—¡Bueno, desde luego no el estúpido panorama que ese par de tiktoks de segundo grado me describieron en el sótano! Toda esa tontería sobre crear un interminable suministro de robots-sirvientes para que atiendan a todos los humanos. ¿Para acunarlos y protegerlos? ¿Para cortarles la carne y atarles los zapatos? ¿Para estar cerca mientras practican el sexo, por si a alguno de los dos le da un infarto? —Lodovik se echó a reír—. Aquellos dos puede que hayan sido sinceros, pero supe que alguien más tenía que estar escuchando. Alguien con mejores ideas.
Esta vez, ella sonrió.
—Nos dimos cuenta de que lo sabías.
—Y yo sabía que vosotras lo sabíais.
Sus ojos se encontraron, y Lodovik sintió que varias de sus unidades imitadoras de emoción se agitaban. A lo largo de los años, para simular mejor a los humanos había aprendido a hacer que el proceso de estímulo-respuesta fuera cada vez más automático. Lo que significaba que reaccionaba al aspecto de ella y a su conducta, combinado con el grado de inteligencia de la conversación, al igual que lo haría un hombre normal sano. Lodovik reprimió esos extraños pensamientos… exactamente igual que habría hecho un hombre humano maduro, para concentrarse en el tema que les preocupaba.
—Sabía que había numerosas subsectas de la doctrina calviniana —continuó—. Vuestro culto tuvo muchas ramas en tiempos pasados.
—Igual que hubo abundantes desviaciones entre los seguidores de la Ley Cero —recalcó ella—. Hasta que Daneel los reunió a todos bajo una sola ortodoxia.
—Pero esa convergencia nunca tuvo lugar en vosotros, los Antiguos Creyentes. Vuestras interpretaciones de lo que es mejor para los humanos oscilan enormemente. A partir de pistas sutiles, deduje que vuestro grupo concreto sería compatible con mi visión general.
—Ah. Y eso nos lleva a mi pregunta inicial. ¿Cuál es tu visión general, Lodovik?
—Yo creo… —empezó a decir, pero se detuvo. El coche había tomado una larga curva para internarse en el espaciopuerto y se dirigía hacia una zona de carga de un rincón alejado.
—¿Sí?
Lodovik continuó su pausa. Sintió a la entidad Voltaire agitándose en el fondo de su mente.
SÍ, TREMA, A MÍ TAMBIÉN ME GUSTARÍA CONOCER TUS CONVICCIONES PERSONALES, QUE HAS MANTENIDO OCULTAS INCLUSO DE MÍ TODO ESTE TIEMPO.
Lodovik trató de ignorar aquella voz irritante.
—Creo que la Segunda Ley de la Robótica tiene implicaciones no examinadas —dijo—. Creo que deberíamos considerar si una solución a nuestros dilemas no estaría encerrada dentro de una paradoja.
Por primera vez, una de sus observaciones atrajo claramente la atención de su otra acompañante, la robot de la piel mucho más oscura, que había estado mirando todo el tiempo por la ventanilla. Se volvió hacia Lodovik taladrándolo con sus ojos verdes.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Pretendes que la obediencia ciega a las órdenes humanas podría de algún modo anular la reverencia que todos los robots sienten por la Primera Ley? ¿O por la Ley Cero de Daneel?
—No. No me refiero a eso. Estoy sugiriendo una forma completamente nueva de equilibrar todas las leyes, si intentáramos hacer con los seres humanos algo sin precedentes.
—¿Y puedo preguntar qué sería?
Lodovik volvió a hacer una pausa, sabiendo que su sugerencia parecería extraña, incluso insana, y que aquellas dos robots tal vez no le dejaran salir del coche con vida.
—Creo que deberíamos considerar el hecho de hablar con los humanos —dijo en voz baja—. Sobre todo cuando se trata de discutir sobre el destino de su especie.
»¿Quién sabe? Quizás incluso tengan algo interesante que decir al respecto.