Ninguna luz estelar atravesaba la sucia neblina.
Decenas de miles de enormes nubes de polvo molecular moteaban los brazos en espiral de la galaxia.
Esos lugares a menudo eran turbulentos caldos de cultivo para los soles recién nacidos, pero este permanecía estático y estéril desde hacía al menos un millón de años, un charco yermo con el color de un pozo sin fondo.
Y sin embargo, las sondas del Orgullo de Rhodia habían captado algo acechando en sus profundidades Un enjambre de contactos apareció primero en los gravímetros y luego en el radar de profundidad. Más tarde los reflectores arrancaron destellos, tan cercanos que algunos fotones regresaron en segundos.
Hari estaba inconsciente durante el descubrimiento. Ahora se esforzó por ponerse al día, y contemplar las sombras circundantes con ojos cuya vista le parecía especialmente aguda después de la penumbra de años recientes. Mientras la nave rotaba despacio vio que ante ellos se extendían filas de puntos separados, iluminados por un pequeño rayo láser que brotaba del Orgullo Rhodia.
Pronto se dio cuenta. Hay centenares de objetos… posiblemente millares.
Los chispeantes reflejos titilaron en filas ordenadas. Unos cuantos estaban lo suficientemente cerca para que se vieran en detalle sin necesidad de ampliación; extrañas formas oblongas con proyecciones que parecían metálicas, y sin embargo en su vida había visto ninguna nave estelar parecida.
Al contemplar una pantalla cercana, Hari captó uno de los blancos, que se revelaba como un puñado de superficies brillantes y negrísimas sombras. Al principio sintió un escalofrío; se preguntó si la nave no sería alienígena, un pensamiento que se asociaba con la extraña historia que Horis Antic había contado sobre su antepasado. La preocupación de Hari fue terrible cuando leyó en pantalla las cifras de su escala. La máquina descrita era enorme. Más grande aún que los mayores cruceros imperiales.
Entonces aparecieron algunos detalles tranquilizadores. Vio las unidades impulsoras de hipervelocidad de la nave, repartidas sobre una fusiforme estructura de apoyo y reconoció el diseño por las ilustraciones que había visto en Un libro de conocimientos para niños, donde aparecían las burdas astronaves de aquella era remota.
Con sorpresa, cayó en la cuenta.
Esta cosa es enorme… ¡pero primitiva! Las naves modernas no necesitan tantas secciones motivadoras, por ejemplo. Nuestros impulsores de salto son más compactos, después de milenios de mejoras tras pruebas y errores.
Estaba contemplando algo arcaico, entonces. Quizás muchos siglos más antiguo que el Imperio Galáctico del Hombre.
—Sí, son antigüedades —comentó Biron Maserd, cuando Hari compartió esta observación—. ¿Pero ha advertido alguna particularidad más en ellas?
—Bueno, su forma resulta extraña. Tienen enormes artilugios proyectores de alguna clase, dispuestos en largos puentes transversales, como si pretendieran desplegar inmensas cantidades de energía. Pero ¿para qué podrían haber sido?
—Hmm. —Maserd se frotó la barbilla—. Nuestro amigo el Gris tiene una teoría al respecto. Pero es tan extraña que nadie más a bordo está dispuesto a admitir que lo cree. De hecho, la opinión general es que el pobre Horis ha recorrido su último pasillo y ha chocado contra un lecho de roca, si entiende lo que quiero decir.
La frase hecha trantoriana se utilizaba cuando alguien se había vuelto más que un poco loco. Aunque la noticia no era enteramente inesperada, entristeció a Hari que apreciaba al pequeño burócrata.
—Pero dígame —continuó Maserd—. ¿Qué otra cosa le parece curiosa de esta antigua nave?
—¿Se refiere a su antigüedad o a su extraña forma? Bueno, ahora que lo menciona, no localizo ningún…
Hizo una pausa.
—¿Ningún habitáculo? —Maserd terminó la frase por él—. Desde que encontramos estas cosas, he estado intentando averiguar dónde se alojaban las tripulaciones. Sin éxito. ¡Por mi vida, no comprendo cómo navegaban sin pilotos!
Hari tomó aire. Contuvo la respiración, para no demostrar que había comprendido. Reprimiendo el pensamiento, cambió de tema.
—¿Son armas? ¿Naves de guerra? ¿Esperan los ktlinianos desempolvar un antiguo arsenal y usarlo para derrotar al imperio? Esos proyectores de energía…
—Puede que hayan sido formidables, en su momento —dijo Maserd—. Horis piensa que se utilizaron contra la superficie de los planetas. Pero quédese tranquilo, doctor Seldon. Estas máquinas no se volverán contra la Flota Imperial. La mayoría de ellas están rotas, sin ninguna posibilidad de reparación. Activar aunque fuera unas cuantas sería una labor de años. De todas formas, los sistemas de impulsión son tan rudimentarios que nuestras unidades navales serían capaces de hacer piruetas a su alrededor y de hacer pedazos sus frágiles estructuras.
Hari sacudió la cabeza.
—Entonces no comprendo. Sybyl opina que le hemos dado a su bando una ventaja imbatible. Una ventaja que hará inevitable su victoria sobre el imperio.
Maserd asintió.
—Puede que tenga razón en eso, profesor. Pero no tiene nada que ver con estos gigantescos pecios. El motivo de su optimismo aparecerá dentro de poco en nuestro campo de visión.
Hari siguió observando mientras el Orgullo de Rhodia rotaba. Había una clara disposición en las ordenadas filas de enormes y antiguas máquinas. Mientras la formación se perdía de vista, Hari se preguntó qué era lo que acababa de ver.
¡Naves robot! No necesitan habitáculo porque no tienen tripulación humana. Los cerebros positrónicos se encargaban de la navegación en el pasado remoto. Quizá sólo unos cuantos siglos después de que se descubriera el vuelo estelar.
Se alegró cuando la flotilla se perdió de vista. La sucia penumbra de la nebulosa volvió a aparecer, un campo de polvorienta negrura estigia.
Entonces apareció un nuevo destello. Un enjambre más compacto de objetos que chispeó locamente bajo la iluminación láser del Orgullo de Rhodia. Mientras que el grupo parecía un escuadrón fantasma, este dio a Hari la impresión de estar formado por puntas de diamante, amontonadas en un denso globo de parpadeante resplandor.
—Esa es el arma de la que Sybyl y sus amigos hablan, profesor —dijo Maserd—. Ya han subido varias muestras abordo.
—¿Muestras?
Hari contempló el puente. Vio a Horis Antic trabajando con sus instrumentos, murmurando para sí mientras seguía sondeando la armada exterior. Mors Planch y uno de sus hombres montaban guardia, las pistolas preparadas por si alguno de los rehenes intentaba algo. Pero a Sybyl y a Gornon Vlimt no se los veía por ninguna parte.
—En la sala de conferencias —dijo el capitán Maserd— han montado algunos de los aparatos y los han hecho funcionar. Sospecho que no va a gustarle lo que está a punto de ver, profesor.
Hari asintió. Fuera lo que fuese lo que habían encontrado, difícilmente lo sorprendería más que la flota de naves robot.
—Guíeme, capitán. —Hizo un gesto de cortesía hacia el noble. Con Kers Kantun siguiéndolos, recorrieron el pasillo principal y llegaron hasta una puerta abierta.
Hari se detuvo, miró al interior y gimió.
—Oh, no —dijo—. Cualquier cosa menos eso.
Eran archivos. Extremadamente antiguos. Se dio cuenta con sólo mirar los objetos brillantes que cubrían la mesa de conferencias.
Los antiguos tenían excelentes sistemas de almacenamiento de datos, de naturaleza cristalina, capaces de guardar enormes cantidades de información en receptáculos duraderos. Sin embargo, hasta que Hari recibió de Daneel su copia en miniatura de Un libro de conocimientos para niños nunca había visto una unidad prehistórica que no estuviera dañada o completamente destruida.
Ahora había cuatro entre Sybyl y Gornon, sus brillantes superficies cilíndricas perfectamente intactas, cada una lo bastante grande para albergar diez mil veces Un libro de conocimientos para niños.
—¡Maserd, acérquese aquí y mire qué hemos conseguido durante su ausencia! —comentó Gornon Vlimt sin levantar la mirada de una holopantalla, al tiempo que recuperaba un archivo. Este titiló con un parpadeante despliegue de maravillas.
El noble miró a Seldon, evidentemente preocupado por parecer demasiado amistoso con el enemigo. Pero Hari no puso objeciones. Maserd se acercó rápidamente a Gornon y miró por encima de su hombro, nervioso e impresionado.
—Han mejorado enormemente la interfaz. Las imágenes son nítidas y los gráficos legibles.
—No fue difícil —respondió Vlimt—. Los diseñadores hicieron este archivo tan simple que incluso un tonto podría descifrarlo, con tiempo suficiente.
Bastante reacio pero impulsado por la curiosidad, Hari se acercó para ver mejor. Muchas de las imágenes que observó no tenían ningún significado para él: objetos misteriosos contra fondos desconocidos. Unos cuantos destacaban, repentinamente familiares gracias a sus recientes estudios del archivo histórico. Las pirámides de Egipto, reconoció de inmediato. Otros eran retratos sin relieve de lugares y personas de la antigüedad. Hari sabía que los prehistóricos daban gran importancia a tales imágenes, creadas cubriendo una superficie de tela con manchas de pigmentos naturales. Gornon Vlimt también parecía considerar aquellas imágenes de gran valor, aunque Hari las encontraba surrealistas y extrañas.
Ante un conjunto de pantallas cercano, Sybyl observaba un panorama diferente; muestras de ciencia y tecnología.
—Naturalmente, gran parte del material es muy burdo —concedió—. Después de todo, hemos tenido veinte milenios para perfeccionarlo mediante la técnica de ensayo y error. Pero las teorías básicas han cambiado sorprendentemente poco. ¡Y parte del material olvidado es brillante! Hay aparatos y técnicas aquí dentro de las que yo nunca he oído hablar. ¡Una docena de planetas Ktlina estarían ocupados durante una generación sólo para asimilar todo esto!
—Es… —Hari gesticuló, sabiendo que sus palabras serían inútiles, pero sintiéndose obligado a intentarlo—. Sybyl esto es más peligroso de lo que imagina.
Ella respondió a su súplica con una mueca.
—Olvida con quién está hablando, Seldon. ¿No se acuerda el archivo medio derretido en el que trabajamos juntos? ¿El que nos dieron sus misteriosos contactos hace cuarenta años? Quedaba muy poco de él intacto, a excepción de un par de antiguos seres simulados… entidades de Juana de Arco y Voltaire que liberamos siguiendo sus instrucciones.
Él asintió.
—¿Y recuerda el caos que contribuyeron a provocar? ¿Tanto en Trantor como en Sark?
—Eh, no me eche a mí la culpa de eso, académico. Usted era quien quería datos sobre las pautas de respuesta humana de los simulacros, para que le ayudaran a desarrollar sus modelos psicohistóricos. Marq Hillard y yo nunca pretendimos que escaparan de la esfera de datos.
»En cualquier caso, estos archivos son algo completamente distinto son recopilaciones cuidadosamente indexadas de conocimiento, el legado que esa gente dejó como regalo para sus descendientes. ¿No es exactamente lo que usted está intentando conseguir con la Fundación, la Enciclopedia Galáctica que su grupo está emplazando en Terminus? ¿Una reunión de sabios para salvaguardar el conocimiento humano de otra edad Oscura?
Hari quedó atrapado en una trampa lógica. ¿Cómo podía explicar que la parte de la «enciclopedia» de su Fundación era sólo un señuelo? ¿O que su plan implicaba combatir la edad oscura con mucho más que simples libros?
Naturalmente, había en ello mucha ironía. Los «simples libros» que tenía delante destruirían hasta la última brizna de relevancia que quedara del Plan Seldon. Representaban un peligro mortal para todo aquello por lo que había trabajado.
—¿Cuántas cosas de estas hay? —trató de preguntarle a Maserd, y luego advirtió que el noble estaba transfigurado por las imágenes.
—¡Espere! Retroceda un poco. ¡Sí, ahí! Por el fantasma del gran Franklin, es América. ¡Reconozco ese monumento por una moneda de nuestra colección familiar!
Gornon se echó a reír.
—Fálico y molesto —comentó—. Dígame, ¿cómo sabe tanto sobre…?
—Me pregunto si este archivo tendrá un ejemplar de El federalista —murmuró el capitán, tendiendo la mano hacia el control—. O quizá de…
Maserd se detuvo rápidamente, los hombros encorvados, como si se hubiera dado cuenta de que había cometido un error. Se volvió para mirar a Seldon.
—¿Ha dicho usted algo, profesor?
Hari se sentía irritado, pues nadie le comunicaba las cosas importantes que necesitaba saber.
—¡He preguntado cuántos archivos hay y qué planea hacer esta gente con ellos!
Esta vez Sybyl respondió, relamiéndose sin disimulo por su victoria.
—Hay… millones, académico. Todos agrupados y bellamente ordenados en una estación recolectora desde hace más de ciento cincuenta siglos, flotando allí, solitarios, sin haber sido leídos.
»¡Hasta ahora! Hemos enviado la noticia a todos los agentes de Ktlina que han estado trabajando en secreto por toda la galaxia, para que dejen lo que están haciendo y vengan aquí. ¡Pronto llegarán más de treinta naves para llenar sus bodegas con hermosos archivos! ¡Y se marcharán y los compartirán con toda humanidad!
Hari manifestó su oposición.
—Son ilegales. Los oficiales de policía están entrenados para reconocer esos horrores nada más verlos. Lo mismo sucede con los Grises y los miembros de la clase aristócrata. Detendrán a sus agentes.
—Tal vez lo hagan, aquí y allá. Tal vez los tiranos y sus lacayos nos detengan a la mayoría. Pero será como una infección, profesor. Todo lo que necesitamos son unos cuantos lugares receptivos… algunos disidentes simpatizantes para construir naves y facilitar el copiado industrial de estos archivos. Dentro de un año habrá miles de copias en cada planeta del imperio. ¡Luego, millones!
La imagen de virulenta infección que Sybyl presentaba era más adecuada de lo que podía imaginar. Hari imaginó al caos abriendo grandes agujeros en su Plan, tan cuidadosamente establecido. Todas las predicciones que habían sido la labor de su vida se difuminarían como imágenes escritas con humo. El mismo humo que ahogó las calles de Santanni cuando aquel «renacimiento» terminó con disturbios y derramamiento de sangre: llevándose a la tumba al pobre Raych y a una miríada de esperanzas.
—¿Se les ha ocurrido…? —Tuvo que detenerse y tragar saliva antes de continuar—. ¿Se les ha ocurrido que esa osada empresa se ha intentado ya y ha fracasado?
Esta vez, Gornon y Sybyl lo miraron.
—¿A qué se refiere? —preguntó Vlimt.
—Me refiero a que estos archivos fueron sin duda diseñados para el espacio profundo, para durar mucho tiempo y ser leídos fácilmente después de un largo viaje, usando solamente tecnología muy básica.
»¿Qué les indica eso respecto a su finalidad?
Sybyl empezó a sacudir la cabeza, luego abrió mucho los ojos y su rostro empalideció.
—Regalos —dijo en voz baja—. Mensajes en una botella. Enviados a gente que había perdido su pasado.
Lord Maserd frunció el ceño.
—¿Quiere decir que algunas personas todavía tenían conocimiento… y que intentaron compartirlo…?
—Con todos los demás. Con distantes asentamientos que habían perdido la memoria —asintió Hari—. ¿Pero por qué harían eso? Las células de almacenamiento de datos eran baratas y duraderas, incluso en las eras del amanecer. Cualquier nave colonial, enviada a colonizar un nuevo mundo, habría transportado petabites de información y herramientas para mantener la cultura. Entonces ¿por qué necesitaría nadie en la galaxia que le recordaran todo esto? —Señaló las imágenes de la perdida Tierra.
Una voz habló desde la puerta del fondo de la sala.
—Está hablando de la Cuestión Amnesia —dijo Mors Planch, que debía llevar un rato esperando—. El tema de por qué no recordamos nuestros orígenes. Y la respuesta es obvia. Algo, o alguien, hizo que nuestros antepasados olvidaran.
Planch señaló las reliquias con un gesto.
—Pero algunos de los antiguos se resistieron. Contraatacaron. Trataron de restituir el conocimiento borrado. Trataron de compartir lo que sabían.
Maserd parpadeó.
—Los caminos espaciales debían estar controlados por los enemigos, que bloqueaban sus naves. Así que intentaron enviar los datos de esta forma, en pequeñas cápsulas.
Sybyl bajó la cabeza, su buen humor fue sustituido por la amargura.
—Estábamos tan contentos con la perspectiva de usarlos como armas… No pensé en lo que implicaban los archivos. Eso significa…
Gornon Vlimt terminó la frase con desánimo.
—Significa que no es una guerra nueva, después todo.
Hari asintió, como si animara a un estudiante brillante.
—En efecto. Lo mismo puede haber ocurrido una y otra vez, incontables veces a lo largo de milenios. Algún grupo descubre un archivo antiguo, se entusiasma, produce copias en masa y las envía a toda la galaxia. Sin embargo, la enorme amnesia de la humanidad continúa.
»¿A qué conclusión podemos llegar entonces?
Sybyl miró duramente a Hari.
—A la de que nunca funcionó. Maldito sea, Seldon. Comprendo lo que quiere decir.
»Significa que nuestro bando perdió siempre.