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Fue consciente de los olores antes que de los pensamientos.

Durante muchos años, sólo los olores desagradables tuvieron suficiente fuerza para penetrar los sentidos, embotados por la edad, de Hari Seldon. Pero ahora, como volviendo a casa después de un largo exilio, regresaba una mezcla de aromas cargados y familiares al mismo tiempo que inundaban sus cavidades olfativas con sensual placer.

Jazmín. Jengibre. Curry.

Las glándulas salivares se pusieron en funcionamiento, y su estómago reaccionó con un ansia que le resultaba decididamente extraña. Desde la muerte de Dors, su apetito había sido prácticamente inexistente. Su súbita resurrección era el principal factor que impulsaba a Seldon a despertar.

Abrió los ojos con cautela, y sólo consiguió entrever las paredes autoesterilizables de la enfermería de una nave. Deliberadamente, los volvió a cerrar.

Debe haber sido un sueño. Esos maravillosos olores…

Recuerdo haber oído a alguien decir… que había tenido otro ataque.

Hari anhelaba regresar al olvido de la inconsciencia no tener que descubrir que otra porción de su cerebro había muerto. No quería enfrentarse a las secuelas, otro duro contratiempo en la larga pendiente hacia la extinción personal.

Y sin embargo, aquellos deliciosos olores aún flotaban a través de su pituitaria.

¿Es esto un síntoma? ¿Cómo el «miembro fantasma» que sienten a veces los amputados, después de perder una parte de sí mismos para siempre?

Hari no sentía ningún dolor. De hecho, su cuerpo latía de deseos de moverse. Pero la sensación de bienestar podía ser una ilusión. Cuando tratara de ponerse en movimiento, la cruda verdad podría golpearlo. ¿Parálisis total, quizás? Los médicos de Trantor le habían advertido que podía suceder en cualquier momento, poco antes del final.

Bueno, allá vamos.

Hari le ordenó a su mano izquierda que se moviera hacia él rostro. Esta respondió rápidamente, alzándose mientras él abría los ojos por segunda vez.

Era una enfermería más grande que la pequeña del Orgullo de Rhodia. Debían de haberlo trasladado a la nave pirata, entonces. La nave de Ktlina.

Bueno, al menos su memoria funcionaba. Hari se frotó la cara con los dedos… y la retiró, sorprendido.

¿Qué, en nombre del espacio?

Volvió a palparse la mejilla. Sintió la carne notablemente más firme, un poco menos flácida y fofa de lo que recordaba.

Esta vez su cuerpo actuó por su cuenta, siguiendo un deseo propio de movimiento. Una mano aferró la sábana blanca y la retiró. La otra se deslizó por debajo del cuerpo, se plantó contra la cama y empujó. Hari se sentó, tan deprisa que se tambaleó y casi cayó por otro lado, pero se detuvo tensando con fuerza los músculos de la espalda. Un gemido escapó de sus labios ¡No de dolor, sino de sorpresa!

—Bueno, hola, profesor —dijo una voz a su derecha—. Supongo que es bueno volver a verlo entre nosotros.

Hari volvió la cabeza. Alguien ocupaba otra cama en la enfermería. Parpadeando, vio que era la polizón. La muchachita de Trantor que no quería ser exiliada a Terminus. Llevaba una bata de hospital, y ante ella, en una bandeja, había un cuenco de oscura sopa amarilla.

Eso es lo que he estado oliendo, pensó Hari. A pesar de todas las otras preguntas y preocupaciones, lo primero que le pasó por la mente fue pedir un poco.

Ella observó a Hari, esperando a que hablara.

—¿Te… encuentras bien, Jeni? —preguntó él.

Lentamente, la muchacha respondió con una sonrisa a regañadientes.

—Los otros hicieron apuestas sobre cuáles serían las primeras palabras que diría al despertar. Tendré que decirles que se equivocaban respecto a usted… y tal vez yo también, —se encogió de hombros—. De todas formas, no se preocupe por mí. Tengo un poquito de fiebre. Hacía ya una semana o dos que la tenía, antes de colarme en la nave de Maserd.

—¿Fiebre?

—¡Fiebre cerebral, por supuesto! —Jeni le dirigió una mirada a la defensiva—. ¿Qué pensaba? ¿Que no iba a ser lo bastante lista para pillarla? ¿Con unos padres como los míos? Tengo quince años, así que me toca el turno.

Hari asintió. Desde las eras del amanecer, era un hecho comprobado que casi todos los que tenían inteligencia superior a la media experimentaban esta enfermedad infantil. Alzó una mano, conciliador.

—No pretendía insultarte, Jeni. ¿Quién iba a dudar de que tendrías fiebre cerebral, sobre todo teniendo en cuenta cómo nos engañaste a todos en Demarchia? Bienvenida a la edad adulta.

Lo que Hari no mencionó, y no se lo había dicho a nadie, excepto a Dors, era el hecho de que él mismo no había contraído jamás la enfermedad de joven. Ni un solo síntoma, a pesar de su renombrado genio.

La expresión ceñuda de Jeni buscó algún signo de condescendencia o sarcasmo en la voz de Hari. Al no encontrar ninguno, sonrió.

—Bueno, espero que sea un caso leve. ¡Quiero salir de aquí! Están pasando demasiadas cosas.

Hari asintió.

—Yo… Supongo que le he dado un susto a todo el mundo. Pero al parecer no me ha pasado nada.

Esta vez la muchacha sonrió.

—¿De verdad, doc? ¿Por qué no se mira en un espejo?

Por la forma en que lo dijo, Hari advirtió que sería mejor que lo hiciera de inmediato.

Se deslizó torpemente hacia delante hasta apoyar los pies en el suelo. Sentía ambas piernas bien… casi lo suficiente para saltar hasta el espejo, situado a unos cuantos metros de distancia.

Agárrate a la barandilla de la cama e incorpórate despacio, así volverás a caerte sobre el colchón si tus sentidos te están engañando.

Pero consiguió erguirse sin problemas, con sólo unos cuantos crujidos y retortijones. Deslizó un pie adelante, se apoyó y movió el otro pie.

De momento, Hari se sentía bien, aunque no esperaba oír a Jeni tras él, riendo de diversión y expectación. Cuando dio el siguiente paso, alzó un poco el pie del suelo, y un poco más el siguiente. Cuando llegó junto al espejo, Hari caminaba con más confianza de la que había sentido en…

Contempló su reflejo y parpadeó rápidamente mientras las risitas de Jeni se convertían en carcajadas.

Una voz más grave sonó de pronto, desde la puerta.

—¡Profesor!

El grito procedía de Kers Kantun. El leal sirviente de Hari corrió para cogerlo del brazo, pero Hari lo rechazó, contemplando todavía la imagen del espejo.

Cinco años… al menos. Me han quitado al menos cinco años de edad. Tal vez diez. No parezco tener más de setenta y cinco o así.

Un sonido grave escapó de su garganta, y Hari se sintió tan confundido que no supo sinceramente si alegrarse u ofenderse por la osadía de lo que le habían hecho.

—Es sólo una de las maravillas que han surgido ahora en ese maravilloso lugar que tan desdeñosamente llama usted mundo caótico, Seldon.

Sybyl canturreaba feliz mientras terminaba de comprobar el estado de Hari y dejaba que se vistiera.

—Ktlina tiene técnicas médicas que serán la envidia del imperio cuando se corra la voz. Es uno de los motivos por los que tenemos confianza en que esta vez no podrán bloquear este milagro. Piense en un cuatrillón de ancianos, esparcidos por toda la galaxia, deseando tener acceso a una máquina como esta.

Acarició un mecanismo alargado, en forma de ataúd, cubierto de indicadores e instrumentos. Hari supuso que debieron meterlo dentro mientras técnicas avanzadas reducían e incluso invertían algunos de los males que afligían su gastado cuerpo.

—Naturalmente, esta es solamente una primera versión —continuó Sybyl—. Todavía no podemos rejuvenecer, sólo restaurar un poco de equilibrio y fuerza para que lo mantenga hasta el siguiente tratamiento. ¡Sin embargo, en teoría no hay límites! ¡En principio, incluso deberíamos poder crear duplicados corporales y suministrarles copias de nuestros recuerdos! Hasta entonces, considere que ha experimentado una muestra de los beneficios prácticos del renacimiento.

Hari habló cuidadosamente.

—Mi cuerpo y mi espíritu se lo agradecen.

Ella lo miró. Alzó una ceja pintada de colores.

—¿Pero su intelecto no? ¿No aprueba tales innovaciones? ¿Aunque puedan salvar tantas vidas?

—Habla a la ligera de equilibrio, como si supiera de que se trata, Sybyl. Pero el cuerpo humano no es un organismo tan complejo como una sociedad humana. Si se comete un error al tratar a una sola persona, es una tragedia nada más. Un individuo puede ser sustituido por otro. Pero sólo tenemos una civilización.

—De modo que piensa que estamos experimentando irresponsablemente, sin comprender qué les harán a la larga estos métodos a nuestros pacientes.

Él asintió.

—Llevo toda la vida estudiando la sociedad humana. Sólo últimamente se han aclarado suficientemente los parámetros para ofrecer una imagen razonablemente lúcida. Pero ahora ustedes introducen exóticos factores nuevos que parecen buenos a corto plazo, aunque a la larga demuestren ser letales. ¡Qué arrogancia! Por ejemplo, ¿han considerado las implicaciones de la inmortalidad humana sobre las economías frágiles? ¿O sobre los ecosistemas planetarios? ¿O sobre la habilidad de los jóvenes para tener su propia oportunidad…?

Sybyl se echó a reír.

—¡Eh, académico! No tiene que discutir conmigo. Yo digo que la creatividad humana, cuando está verdaderamente disparada, encontrará soluciones para cada problema. Los que acaba usted de mencionar, más un trillón de otros problemas en los que nadie ha pesado todavía. Pero de todas formas, no tiene sentido seguir discutiendo.

»La discusión es estéril. Ya está decidido. Nuestra guerra ya ha terminado.

Hari suspiró.

—Lo esperaba. Lamento que sus esperanzas tuvieran que terminar de esta forma. Naturalmente, era una fantasía esperar que sólo un planeta prevaleciera contra los veinticinco millones del Consenso Humano. Pero déjeme asegurarle que a la larga…

Se detuvo. Sybyl estaba sonriendo.

—Puede haber parecido una fantasía, pero eso es exactamente lo que va a suceder. Vamos a ganar nuestra guerra, Seldon. Dentro de unos pocos meses, un año como mucho, todo el imperio va a compartir el renacimiento, le guste o no. ¡Y tendremos que darle a usted las gracias por hacerlo posible!

—¿Cómo es eso? Pero… —La voz de Hari se apagó. Se le aflojaron las rodillas.

Sybyl lo agarró por el codo.

—¿Le gustaría ver nuestra nueva arma? Venga, académico. Vea dónde le ha traído su investigación a través del enorme desierto del espacio. Luego déjeme mostrarle la herramienta que nos ha proporcionado. La herramienta que proporcionará la victoria total a nuestro caos.