Había preparativos que hacer. Planes que coordinar con agentes lejanos del Nuevo Renacimiento. Otros equipos de guerrilleros habían sido enviados ya, a secuestrar a importantes pares del reino: constituían mejores elementos de presión que un antiguo Primer Ministro, caído en desgracia y olvidado. Según la estimación hecha por el propio Hari, era tan valioso para entablar una negociación como una pieza de medio crédito falsa.
Sybyl y Planch me eligieron por motivos personales, estoy seguro. Quieren venganza por lo de Junin y Sark y Madder-Loss. Nunca los convenceré de que los factores psicohictóricos condenaron esas revoluciones culturales antes de que comenzaran.
Podía prever un beneficio surgido tras la caída del Imperio Galáctico. Aunque muchos de los factores que provocaban estallidos de caos seguían siendo misteriosos, la paz, el comercio y la prosperidad se encontraban entre las condiciones previas esenciales, y todas serían escasas durante el Interregno.
La gente que viviera en la dureza de los milenios venideros se enfrentaría a otro tipo de problemas. Pero al menos se ahorrarían esta peculiar locura.
Pobre Daneel, pensó Hari. Estableciste el imperio para que fuera lo más benigno y agradable posible, distrayendo a los ambiciosos con juegos inofensivos mientras situabas señuelos como Horis para que se encargaran del papeleo y mantuvieran las naves en marcha. Todo salió bien, aunque esa bondad subyacente creó un campo de cultivo ideal para lo que más temías.
Lo que yo menos entiendo.
Mientras Sybyl y sus colegas esperaban para coordinar sus acciones con otros agentes por toda la galaxia, Horis Antic suplicó que les permitieran continuar la investigación.
—¿Qué daño podría hacer? Nos hallamos en el espacio profundo, lejos de ningún planeta o corredores espaciales ¡En vez de estar cruzados de brazos, podríamos estar descubriendo algo que pueda ser de valor para todo el mundo! ¿Y si mis correlaciones y las ecuaciones de Seldon nos permiten predecir dónde es probable que aparezcan a continuación mundos del caos… o renacimientos?
—¿Para qué? ¿Para poder aplastarlos más rápido, Gris? —dijo Gornon Vlimt con desprecio.
—¿Puedo recordarle que son ustedes quienes tienen las armas? —comentó el capitán Maserd en ese momento.
—Hmm. —Mors Planch se frotó la barbilla—. Ya veo lo que quiere decir. Nosotros obtendremos los resultados primero. Así que podríamos usar esta ventaja para encontrar mundos en busca de una pronta libertad y promover el cambio, prepararlo con tanta antelación que el impulso no podrá ser detenido ni puesto en cuarentena.
Hari sintió un escalofrío, preguntándose qué pretendía Maserd. Pero el noble tenía cara de póquer. Espero que sepa lo que está haciendo. Mis fórmulas no son muy buenas para tratar con individuos y grupos a pequeña escala. A este nivel la astucia política de Maserd puede ser más aguda que mis habilidades oxidadas.
Por primera vez en muchos años, experimentó algo parecido al miedo, Su plan para salvar la civilización se enfrentaba a una amenaza monumental: un súbito estallido de caos por toda la galaxia. Hari lo imaginaba como un revuelo de horribles manchas, agujeros en el Primer Radiante que desgarraban el hermoso tapiz de las ecuaciones borrando hasta el último prestigio del trabajo de previsión que había sido la obra de su vida.
Después de discutirlo, los ktlinianos accedieron a la propuesta de Antic. Mors Planch encargó a algunos de sus tripulantes que actuaran como guardias y le dijo a Maserd que fijara una trayectoria para continuar su búsqueda en espiral, a lo largo de una curva marcada en rojo en las holocartas de navegación.
Unas cuantas horas después, Horis Antic, muy nervioso, abordó a Hari con la noticia.
—¡Adivine, profesor! ¡Acabo de añadir Ktlina a mi base de datos de estallidos caóticos, y ese dato refinó el modelo en más de un cinco por ciento! ¡Creo que puedo predecir, con cierto grado de certeza, que alcanzaremos el centro de un nexo de probabilidad realmente grande dentro de un día más!
El hombrecito acababa de conseguir, al trabajar con el ordenador, lo que Hari supuso momentos después de oír por primera vez el nombre del planeta. Con todo, estoy impresionado, pensó Hari.
—Este ajuste nos llevará directos a una gigantesca nube molecular —comentó Maserd, cuando vio el cambio de rumbo propuesto.
—¿Supone eso un problema?
—En realidad, no. De hecho, tiene sentido. Si alguien escondiera un alijo importante, y yo tuviera la necesidad de encontrar uno, ahí es adonde iría a buscarlo.
Así que el Orgullo de Rhodia aceleró junto a la nave rebelde y bajo el vigilante ojo de Mors Planch, mientras los demás a bordo continuaban murmurando, discutiendo o evaluando, según su naturaleza. Hari guardó silencio un rato. Aprendía detalles del «renacimiento» de Ktlina simplemente observando a sus representantes.
Aunque sostenían que todas las distinciones de clase habían sido abolidas en su nueva sociedad, Sybyl seguía hablando y caminando como una científica meritócrata de rango medio. Sus extravagantes vestidos y elaboraciones cosméticas eran claramente compensaciones excesivas, un estilo para el que no estaba hecha. A pesar de sus gritos en favor de la igualdad, Sybyl seguía luciéndose ante el aristócrata Maserd, mientras que apenas hacía caso al simple burócrata Horis Antic.
Las viejas costumbres tardan en morir, pensó Hari. A pesar de tu dogma de rebelión.
Gornon Vlimt parecía más relajado en su papel de representante de un atrevido renacimiento, quizá porque ya era miembro de la quinta y más pequeña casta social, la Orden Excéntrica. Marginados creativos de todo tipo se ocupaban de los ochenta modos artísticos aprobados, incluidos varios que tenían permiso para satirizar a los fanáticos y sacudir a los obsoletos… dentro de los límites del buen gusto, claro está.
Aunque Vlimt estaba claramente complacido por verse libre de aquellos límites tradicionales, vestía su ropa poco convencional con gracia más natural que Sybyl como si hubiera nacido para ello.
Aunque los dos radicales compartían una misión global, Hari notaba que algo se interponía entre ellos. ¿Era un tema filosófico, tal vez? ¿Cómo el dilema que había asolado el Sector Junin, hacía tanto tiempo? Una característica de los estallidos de caos era la tendencia a que los entusiastas se transformaran en fanáticos, tan seguros de su propia certeza que estaban dispuestos a morir… o a matar a otros por sutilezas ideológicas. Era uno de los muchos modos de fracaso que hacían que los mundos caóticos se vinieran abajo.
Hari se preguntó si ese defecto podría ser explotado de algún modo para derrotar a sus secuestradores radicales.
No hizo falta sondear mucho para encontrar la llaga abierta entre Sybyl y Vlimt. Como en Junin, cuarenta años atrás, tenía que ver con el destino.
—Imagine lo que está sucediendo en Ktlina, sólo que multiplicado un millar, un millón de veces —propuso Sybyl—. Ya hemos inventado ordenadores mucho mejores que los que tienen en Trantor, que transmiten y recogen información por todo el planeta con increíble rapidez. Los investigadores obtienen respuesta instantánea a sus infopeticiones; se consigue un torrente de datos útiles. Los expertos de un campo utilizan rápidamente los avances realizados en otro. ¡Nuevos tipos de tiktoks se encargan de los trabajos menores, lo que nos da la libertad de concentrarnos en las tareas creativas, y aprender cada vez más y más!
»Algunas personas han planeado esta constante curva en ascenso —continuó entusiasmada—. Sugieren que se parece a la gráfica que se obtiene al dividir un número finito por 5 al cuadrado, si 5 tiende a cero. Eso se llama “singularidad”. ¡Pronto se vuelve casi recta hacia arriba, lo cual implica que tal vez no haya límites a la velocidad de aceleración del progreso! Si eso es cierto, imagine en lo que podríamos convertirnos, sólo en el lapso de una vida humana. Como seres de singularidad seríamos efectivamente inmortales, omniscientes, omnipotentes. ¡No hay nada que los humanos no podamos conseguir!
Gornon Vlimt hizo una mueca de desdén.
—Esa obsesión por el poder físico y el conocimiento de los hechos no te llevará a ninguna parte, Sybyl. El hecho vital sobre este nuevo tipo de cultura es que es, esencialmente, aleatoria. Observa la palabra que Seldon y los otros siguen usando para atacarnos. «Caos.» ¡Deberíamos abrazarlo! Cuando el arte y las ideas fluyen en una miríada de direcciones, tarde o temprano alguien dará con la fórmula adecuada para conversar con la Deidad, con el eterno, o los eternos, que permean el cosmos. ¡A partir de entonces, seremos uno con ellos! Nuestra deificación será total y absoluta.
Mientras Jeni Cuicet escuchaba todo esto, absorta, Hari reflexionó sobre varias cosas.
Primero, los dos conceptos eran esencialmente similares, tanto en su visión trascendental como en los celosos medios para conseguirla.
Segundo, cuanto más oía de las descripciones concretas de cada uno, más se despreciaban mutuamente Sybyl y Gornon.
Si pudiera encontrar un modo de utilizar ese hecho, pensó Hari.
Mientras su discusión continuaba, Hari se sumió en sus reflexiones sobre las raíces de su desacuerdo. Cada una de las cinco castas se basaba en los tipos esenciales de personalidad humana, mucho más que en la herencia. Los ciudadanos y la nobleza eran bastante básicos. Sus ambiciosos esfuerzos por mejorar se basaban en la competición normal y los intereses propios… que también reflejaban sus altas tasas de natalidad. Ambas clases eran desdeñosamente acusadas de criadoras por las otras tres.
Los meritócratas y los excéntricos también competían (a veces ferozmente) pero su sentido de la autoimportancia se basaba más en lo que hacían o conseguían que en el dinero o en el poder o en la mejora social para sus herederos. Cada uno sentía la necesidad de destacar… aunque no demasiado. Rara vez tenían hijos propios aunque a veces, como Hari, los adoptaban.
Estas similitudes eran significativas. Pero las condiciones caóticas también resaltaban los antagonismos esenciales entre excéntricos y meritócratas, como sucedió en Junin hacía tanto tiempo, cuando la pugna entre fe y razón trastocó parte de Trantor.
Empleando su imaginación, Hari hizo flotar ante él ecuaciones de equilibrio para cada casta, hasta que le resultaron más reales que las personas que discutían a su lado. Naturalmente, el nuevo imperio por venir dentro de un millar de años sería mucho más complejo y sutil y ya no necesitaría esas clasificaciones formales Pero había una elegancia en este viejo sistema, elaborado hacía mucho tiempo por seres inmortales como Daneel —que buscaba una forma de vida amable y pacífica para la humanidad—, basándose en su ruda versión de agradable psicohistoria. Resonando contra los impulsos básicos de la naturaleza humana, las fórmulas giraban unas alrededor de otras, permaneciendo en notable equilibrio, como sostenidas en el aire por un malabarista invisible. Mientras el caos no interfiriera.
Mientras sobreviviera el viejo imperio.
Kers Kantun tocó a Hari en el brazo y se inclinó hacia él, expresando su preocupación.
—¿Profesor? ¿Se encuentra usted bien?
La voz de su servidor sonaba lejana, como un eco a lo largo de un profundo túnel. Hari no le prestó atención. Ante su divertida mirada, las cinco fórmulas sociales empezaron a disolverse en un mar de minúsculas subecuaciones que fluían y danzaban a su alrededor, como algas en mitad de la corriente.
El colapso del viejo imperio, pensó, identificando este cambio. Brevemente, lamentó la pérdida de las simetrías. En su lugar, ritmos más primitivos de supervivencia y violencia se extendieron por la galaxia. Sólo entonces la bruma se dispersó, revelando algo mucho más hermoso que emergía en la distancia.
Mi Fundación.
Su amada Fundación de la Enciclopedia Galáctica. La colonia que estaba siendo establecida, incluso ahora, en el lejano Terminus. Una frágil semilla diseñada para florecer en la adversidad y superar todos los desafíos que el temible impulso del destino interpusiera en su camino.
Las ecuaciones orbitaron alrededor de su retoño, nutriéndolo, haciendo que creciera alto y fuerte, con un tronco duro como el hierro y unas raíces que podían soportar cualquier peso. Ajeno al caos y al deterioro, sería lo que no era el viejo imperio.
Al principio, sobreviviréis haciendo que las grandes potencias se lancen unas contra otras. Luego lo haréis como conjuradores y embaucadores pseudorreligiosos. No os avergoncéis, pues eso será sólo una fase. Un modo de sobrevivir hasta que las redes de negocios se hagan cargo.
Luego tendréis que tratar con los estertores de muerte del Imperio…
Como a través de algodón, Hari oyó voces cercanas murmuraban llenas de preocupación. Captó tenuemente el cargado acento valmoriliano de Kers Kantun.
—… creo que es otro ataque…
Las alarmadas palabras de su criado se perdieron mientras la visión alucinatoria volvía a cambiar de nuevo ante Hari.
El árbol creció aún más y sus límites se volvieron imprecisos. Extrañas flores aparecieron brevemente, sorprendentes por su inesperada forma y textura. El ritmo de crecimiento de la Fundación aún seguía su Plan, pero algo «adicional» estaba empezando a suceder, añadiendo una riqueza que Hari nunca había visto antes, ni siquiera en la pantalla del Primer Radiante. Asombrado, Hari trató de concentrarse en una parte pequeña…
Sin embargo, antes de que pudiera observar más atención, un par de «jardineros» aparecieron bruscamente y avanzaron para examinar el árbol. Uno tenía el rostro de Stettin Palver. El otro se parecía a la nieta de Hari, Wanda Seldon.
Los líderes de los Cincuenta.
Los líderes de la Segunda Fundación.
Usando grandes escobas, barrieron las hermosas fórmulas flotantes, dispersando las protectoras ecuaciones nutrientes.
Hari trató de gritarles, pero descubrió que estaba petrificado. Paralizado.
Al parecer, sus seguidores y herederos ya no necesitaban las matemáticas. Tenían algo mejor, más poderoso. Stettin y Wanda se llevaron las manos a la cabeza. Concentrándose, hicieron que unas tijeras de pura fuerza mental emergieran de sus ceños… y las pusieron a trabajar de inmediato, cortando flores, capullos y ramitas del árbol, simplificando sus contornos naturales.
No temas, abuelo, lo tranquilizó Wanda. Es necesaria una guía. Le hacemos esto a la Fundación por su propio bien. Para que siga creciendo según el Plan.
Hari no pudo protestar, ni moverse siquiera, aunque oyó gritos lejanos mientras unas manos arrancaban su frágil cuerpo de la silla y lo llevaban por un pasillo. Un punzante olor de hospital le golpeó la nariz. Oyó el chasquido de las herramientas.
No le importaba. Sólo la visión transfiguradora importaba. Wanda y Stettin parecían felices, complacidos con su trabajo en el árbol, después de haber recortado las flores molestas y alterado la Fundación para que encajase con su diseño.
¡Sólo que ahora, desde muy lejos, más allá de la matemáticas desterradas, empezó a aparecer un destello! Un punto de luz radiante que pronto fue más fuerte que ningún sol. Se acercó más, hipnotizando, a Stettin y Wanda y con su dulce poder, llamándolos para que avanzaran transfigurados y sin protestar, derechos hacia su absorbente calor.
Al incorporarlos, brilló todavía más.
El árbol titiló y prendió, añadiendo brevemente su llama a la incandescencia general. Ya no importaba. Su propósito había sido cumplido.
TRAIGO UN REGALO, dijo una nueva voz… una voz que Hari conocía.
Entornando los ojos, percibió una figura de aspecto humano que llevaba un ascua al rojo blanco en la mano abierta. El rostro estaba bañado en un resplandor actínico que penetraba una piel de carne falsa para revelar el brillante metal de debajo, que sonreía a pesar de la carga de fatiga insoportable.
Una figura heroica, cansada pero triunfantemente orgullosa de lo que ahora traía.
ALGO PRECIOSO PARA MIS AMOS.
Mientras se debatía por formar palabras, Hari trató de formular una pregunta. Pero no pudo. En cambio, sintió el picotazo de una aguja en el cuello.
Su conciencia se apagó, como una máquina que ha sido desconectada.