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Según Hari, los atacantes podían ser piratas. Sus fórmulas predecían los informes que últimamente había habido acerca del incremento de actividades corsarias de saqueo en planetas vulnerables de la periferia, a medida que la ley y el orden se deterioraban en los lejanos límites del imperio.

¿Pero aquí? ¡Se supone que no puede suceder tan cerca del corazón cosmopolita de la galaxia hasta dentro de otro siglo!

O tal vez los piratas procedían de alguna unidad militar desertora, convertidos en mercenarios mientras la nobleza empezaba a cambiar sus feudos de la arena de la corte y a emprender matanzas. Tal vez se trataba de un ataque por parte de algún clan rival que planeaba vengarse de Biron Maserd. Ese tipo de cosas sucedería cada vez más y más, hasta que una sangrienta tormenta de pequeñas guerras feudales salpicara el Interregno.

Pero el capitán del Orgullo de Rhodia parecía tan sorprendido como los demás. Su yate, desarmado, no estaba preparado para ningún tipo de ataque, mucho menos para repeler a una nave tan poderosa.

Mientras la compuerta completaba su ciclo, Hari agarró la manga de Kers Kantun. Esta situación requería una paciente espera. Llevo vivo mucho tiempo, pensó. No hay ningún tipo de persona que, a estas alturas, no sepa manejar.

Pero cuando sus captores subieron a bordo, no se parecían a nada que Hari hubiera podido esperar.

Maserd miró sorprendido. Horis Antic abrió la boca y la tensión corrió por el brazo de Kers Kantun.

Pero Jeni Cuicet dio una palmada y murmuró con evidente admiración:

—¡Magnífico!

El primer ser llevaba una túnica segmentada que titilaba lustrosa como el aceite, fluyendo sobre su torso exageradamente neumático, como si fuera algo eróticamente vivo.

—Soy Sybyl —dijo—. Nos hemos visto antes, doctor Seldon, aunque estoy convencida de que no me recuerda.

Hari entornó los ojos ante la desagradable mezcolanza de colores. Un motivo luminiscente se extendía incluso hasta los cabellos de la mujer, que se agitaban y revolvían suavemente por su cuenta, como si llevara un animalito dormido en la cabeza. Su rostro tenía un aspecto terso; Hari supuso que se habían utilizado avanzados microajustes quirúrgicos para suavizar las arrugas de la edad, a costa de darle a la piel, fina como el papel, un aspecto translúcido.

—Sin duda la recordaría, señora, si hubiera contemplado alguna vez una entrada como la que acaban de realizar. Pero como su aspecto no tiene ningún parangón en mi experiencia, tendrá que recordarme donde y cuándo nos conocimos.

Ella cerró los ojos y, brevemente, Hari vio destellar los párpados como si por un brevísimo instante se hubieran convertido en holopantallas en miniatura.

—Todo a su debido tiempo, académico. Pero primero déjenme presentarles a mi colaborador, Gornon Vlimt.

Alzó una mano lánguida hacia la compuerta, por la que entró una figura exageradamente masculina, esbelta en comparación con la corpulencia de Maserd, pero nudosa y evidentemente aumentada, de formas que abultaban bajo su ropa ajustada. Su atuendo no giraba ni se movía como el de ella, pero el diseño era complejo hasta un punto que le recordó a Hari las obras de arte de líquenes fractales de los jardines imperiales. Los rincones matemáticos de su mente se sintieron inmediatamente atraídos, como si se tratara de una singularidad.

—Soy Biron Maserd —dijo el capitán—. Puesto que conocen ustedes el nombre de mi nave, asumo que también saben que está desarmada. Nos hallamos en una pacífica misión de exploración científica. Exijo saber por qué han asesinado a esos policías y nos han apresado de esta forma.

La mujer llamada Sybyl repasó a Maserd de pies a cabeza.

—¡Vaya un pomposo aristorretrógrado! ¿Esa es la gratitud que recibimos tras haberlos rescatado de su arresto? ¿Cómo se atreve a llamar asesinato a la acción de las fuerzas de combate de una república libre por destruir a sus enemigos jurados?

Como el silencio le respondió, hizo una mueca.

—¿Pretenden decir que realmente no tienen ni idea de a qué va todo esto? ¿No se han enterado de la guerra?

Maserd miró a Hari, quien se encogió de hombros y miró a su vez a Horis. Evidentemente, ninguno de ellos tenía la menor idea de lo que estaba hablando.

—¡La guerra que el maldito Imperio Galáctico de la Humanidad libra contra el planeta Ktlina! —gritó el hombre del mono fractal. Gornon Vlimt se agitó aún más cuando nadie pareció comprender—. Por la barba del gran Baley. Sybyl, es peor de lo que pensábamos. ¡Ha habido un bloqueo de noticias absoluto!

—Me lo imaginaba. Pero estos tres, con sus contactos, tendrían que haberse enterado ya. Seldon tiene hilos en toda la galaxia que le suministran datos para sus modelos sociomatemáticos. El Gris y el aristo deberían tener sus propias fuentes. No puedo comprender cómo…

—¡Oh! —exclamó Jeni Cuicet—. Yo sí he oído hablar de Ktlina. ¡Es el último mundo caótico!

Hari parpadeó, con un atisbo de comprensión.

—Creo… tal vez hubiera algo al respecto en uno de los informes de Gaal Dornick.

—Oh, sí. —Horis Antic chascó dos dedos—. Llegó una noticia, de los ejecutivos a nivel estelar y los superiores. Ha habido una especie de embargo sanitario… en el Sector Demeter.

Maserd asintió y emitió un pequeño gruñido, pero nada más. La galaxia era grande. ¿Quién podía esperar que se siguieran todos los acontecimientos a escala planetaria?

Gornon Vlimt profirió una sarta de maldiciones, frustrado.

—¿Ves, Sybyl? Incluso a niveles tan altos. Lo han oído, pero no les importa. ¡Se acabó la idea de que sólo teníamos que hacer correr la voz para que prevaleciera la justicia!

La mujer suspiró.

—Era una esperanza vana. Está claro que debemos intentarlo por otros medios, si querernos ganar esta guerra. La galaxia será transformada. Tal vez se tarde un poco más, eso es todo.

Jeni dio un paso adelante, claramente entusiasmada por la pareja.

—Algunos de mis amigos oyeron rumores de Ktlina entre los viajeros del ascensor Orión. ¿De verdad escaparon de un bloqueo a su planeta? ¿Cómo es?

Gornon Vlimt sonrió.

—¿Quieres saber cómo nos abrirnos paso a golpes de láser a través de un cordón de patrullas imperiales? ¿Cómo fuimos más veloces que todas ellas menos las más rápidas, hasta que las perdimos en una nube de ionización? ¿Cómo viajamos en zigzag por el espacio para entrar en contacto con nuestros espías y luego…?

Jeni sacudió la cabeza.

—No. ¡Cómo es Ktlina! Hábleme del… renacimiento.

Hari dio un respingo. Allí estaba. La palabra. La racionalización. El nombre que las víctimas de una devastadora plaga social daban a menudo a su horrible enfermedad, una amada adicción que bullía de repente en un mundo llenándolo de excitación y viveza, justo antes de provocar la muerte, o peor.

Gornon Vlimt soltó una risita, claramente complacido por la pregunta.

—¡Dónde podría yo encontrar tiempo para describir las maravillas! Ni siquiera empezarías a imaginar muchacha. ¡Piensa en todas las antiguas reglas obsoletas, las tradiciones represivas, los rituales asfixiantes todo eliminado! De repente, la gente tiene libertad para hablar abiertamente sobre cualquier cosa, para extender su mente hacia nuevas direcciones. Para ser libre.

—Se acabó esperar media vida a que interminables comités aprueben tus experimentos —añadió Sybyl Se acabaron las listas de materias prohibidas o tecnologías descartadas.

—El arte original florece por todas partes —continuó su compañero—. Todo lo que se daba por hecho se derrumba. La verdad se vuelve maravillosamente maleable. ¡La gente se guía por sus intereses, cambia de profesión, e incluso de clase social, según le parece adecuado!

—¿De verdad? —susurró Horis Antic, y dio un paso atrás cuando Hari lo miró bruscamente.

Biron Maserd intervino antes de que los dos intrusos pudieran continuar alabando interminablemente su nueva sociedad.

—¿Qué es lo que han dicho sobre una guerra? ¿No estarán combatiendo al Servicio Imperial de Descontaminación?

—¿Lo hacemos? —Sybyl y Vlimt se miraron la una al otro y se echaron a reír—. Las naves del SID ya no se acercan a menos de dos millones de kilómetros de nuestro planeta. Ya hemos abatido catorce, igual que a esos imperiales que trataban de detenerlos a ustedes hace un rato.

—¡Catorce! —exclamó Horis—. ¿Abatidas? ¿Quiere decir… todos muertos? ¿Sólo porque intentaban hacer cumplir la ley?

Sybyl se acercó a Hari.

—La«Ley Seldon» querrá usted decir. Un horrible acto de opresión legalizada, aprobada cuando nuestro amable profesor aquí presente era Primer Ministro del Imperio, y que requiere que todos los llamados mundos del caos sean puestos bajo estricta cuarentena. Apartados del comercio. ¡Y sobre todo, imposibilitados de compartir sus logros con el resto de la humanidad!

Hari asintió.

—Ayudé a impulsar una reclusión más fuerte y unas leyes descontaminantes, es cierto. Pero esta tradición tiene más de diez mil años de antigüedad. Ningún sistema de gobierno puede permitir una rebelión abierta, y algunas clases de locura son contagiosas. Cualquier niño de escuela lo sabe.

—¡Querrá decir cualquier niño a quien el sistema lava el cerebro y hace repetir como un loro las mismas lecciones de memoria que se enseñan en todas las escuelas imperiales! —Ella le sonrió a Hari—. Vamos, profesor. No es por atajar la rebelión. Es por mantener el estado de las cosas. Lo hemos visto suceder demasiado a menudo. Algo nuevo y maravilloso comienza en algún planeta, como Madder Loss o Santanni. O en Sark. ¡O incluso en el Sector Junin, en la propia Trantor! Cada vez que empieza un renacimiento, acaba siendo aplastado por las fuerzas reaccionarias del miedo y la sumisión, que entonces esconden la verdad bajo maliciosa propaganda.

Hari sintió un escalofrío cuando Sybyl se refirió a Sark… y especialmente al Sector Junin. Algo en esa mujer le resultaba familiar.

—Bueno, esta vez hemos hecho algunos preparativos —continuó ella—. Hay una red secreta de personas de toda la galaxia que escaparon a represiones anteriores. Se hicieron planes, de modo que cuando Ktlina empezó a mostrar los primeros signos de un espíritu valiente y nuevo, todos corrimos con los mejores inventos y técnicas que la gente había salvado de renacimientos anteriores. Instamos a los de Ktlina a no llamar la atención durante el mayor tiempo posible, mientras acumulábamos mercancías y preparábamos en secreto las defensas.

»Naturalmente, no se puede mantener un renacimiento oculto durante mucho tiempo. La gente usa la libertad para hablar. ¡Para eso sirve! Sólo que esta vez estábamos preparados antes de que llegaran las naves para imponer la cuarentena. ¡Derribamos a las que se acercaron lo suficiente para lanzar sus venenos infernales!

El capitán Maserd sacudió la cabeza, evidentemente confuso por lo súbito de esta revelación que alteraba su universo conservador.

—¿Venenos? Pero si el SID tiene por misión ayudar a los planetas que sufren de…

—¡Oh, sí! ¿Ayudar, dice? —Esta vez fue Gornon Vlimt quien respondió acaloradamente—. ¿Entonces por qué terminan todos los renacimientos de la misma manera? ¡En orgías de locura y destrucción! ¡Porque todo es una gran conspiración, por eso! Agentes provocadores aterrizan en secreto y empiezan a promover odio, convierten a simples grupos de interés en sectas fanáticas y las enfrentan unas contra otras. Luego llegan las naves para lanzar drogas a los suministros de agua y bombas incendiarias. Atacan las ciudades, lanzando rayos psicotrópicos que incitan al odio y producen algaradas callejeras.

—¡No! —gritó Horis Antic, defendiendo a sus colegas Grises—. Conozco a gente en el SID. Muchos de ellos son supervivientes de estallidos caóticos pasados, compañeros sufrientes que se han presentado voluntarios para ayudar a otros a recuperarse de la misma fiebre. Nunca harían esas cosas que usted describe. ¡No tiene ninguna prueba para esas locas acusaciones!

—Todavía no. Pero las tendremos. ¿Cómo si no se explica que tantas grandes esperanzas y tantas cosas brillantes se conviertan de repente en cenizas?

Hari se desplomó un poco en su silla móvil mientras los demás continuaban gritándose unos a otros.

¿Cómo explicarlo?, reflexionó. ¿Cómo una maldición de la naturaleza humana básica? En las ecuaciones, aparece como una oscilación constante. Un atractor que siempre acecha, esperando empujar a la humanidad hacia el caos cada vez que se producen las condiciones adecuadas. Casi destruyó a nuestros antepasados, en la época en que se inventaron los robots y los vuelos espaciales. Según Daneel, es la principal razón por la que tuvo que inventarse el Imperio Galáctico… y por la que el imperio está a punto de caer por fin.

Hari sabía todo esto. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Sólo quedaba una duda.

Todavía no comprendía en realidad la maldición. No en su núcleo. No podía asimilar por qué existía aquel atractor, enroscado y letal, dentro del alma de su raza.

De repente, como de ninguna parte, le llegó un fragmento de la conversación. No era una solución al gran rompecabezas, pero sí a otro menor.

—El Sector Junin… —murmuró—. Una mujer llamada Sybyl…

Se enderezó en su silla y la señaló.

—¡Usted… ayudó a activar los simulacros! Las antiguas réplicas de Juana y Voltaire.

Ella asintió.

—Fuimos yo y unos cuantos más, contratados para ayudarle con su «experimento». En parte por seguir sus órdenes, y en parte por nuestra arrogante estupidez, liberamos a esos dos provocativos simulacros justo en el momento equivocado… o en el adecuado para «sus» propósitos, lanzándolos al volátil caldo del pobre Sector Junin, justo cuando dos facciones importantes intentaban dilucidar por medio de la violencia sus diferencias filosóficas. Al hacerlo así, ayudamos involuntariamente a aplastar un minirrenacimiento que estaba teniendo lugar en el mismo corazón del planeta capital.

Maserd y Antic parecían confusos. Hari lo explicó todo con tres breves palabras.

—La Revuelta Tiktok.

Ellos asintieron de inmediato. Aunque había sucedido hacía cuarenta años, nadie podía olvidar cómo un nuevo tipo de robot (mucho más primitivo que la secreta especie positrónica de Daneel) se volvió súbitamente salvaje en Trantor. Causaron grandes daños hasta que todos fueron desmantelados y prohibidos. Oficialmente, el episodio causó el caos en el Sector Junin, justo antes de que Hari se convirtiera en Primer Ministro.

—En efecto —dijo Vlimt—. Al ayudar a incitar esa revuelta, ayudó usted a desacreditar todo el concepto de ayudantes y sirvientes mecánicos. Naturalmente, todo fue un plan de la clase gobernante para mantener a los proletarios sometidos eternamente y en su lugar…

Por fortuna, la fanática diatriba de Vlimt fue interrumpida por un sonido procedente de atrás: alguien se aclaraba la garganta junto a la compuerta.

Todos se volvieron. Un hombre cetrino, de pelo oscuro, se encontraba allí. Vestía el traje gris normal de vuelo, con una pistola de aspecto amenazador enfundada al costado. Hari reconoció rápidamente al tercer miembro del grupo pirata.

—Mors Planch —dijo, recordando su encuentro de un año atrás, en la época en que iba a ser juzgado por la Comisión de Seguridad Pública—. Bien. Sabía que tenía que haber alguien competente a bordo de esa nave.

Sybyl y Vlimt se enojaron. Pero el recién llegado asintió, saludando a Hari.

—Hola, Seldon. —Entonces se volvió hacia sus compañeros, tan estrambóticamente vestidos.

—¿No os pedí a los dos que no os pusierais a discutir con los rehenes? Es absurdo y agotador.

—Nosotros os contratamos a ti y a tu tripulación, piloto Planch… —empezó a decir Vlimt. Pero Jeni se adelantó en ese momento, interrumpiéndolo con evidente nerviosismo.

—¿Eso es lo que somos? ¿Rehenes?

—Tú, no, chiquilla —respondió Sybyl, cuya sonrisa maternal parecía incongruente en su rostro chillón y recompuesto—. ¡Tú tienes todo el aspecto de ser una buena recluta para la revolución!

Indicó a los demás, sobre todo a Hari.

—Pero en cuanto a los otros, planeamos usarlos para ganar una guerra de liberación. Primero, un planeta Luego, toda la humanidad.