Lodovik Trema comprendía lo que Dors Venabili debía estar experimentando en aquel preciso momento, al ver el mundo a través de los ojos de un profeta muerto hacía tanto tiempo. También él se había sentido anonadado la primera vez que sondeó las memorias largamente almacenadas del robot más importante de todos los tiempos.
Aún, más importante que el Servidor Inmortal. Daneel Olivaw simplemente había retorcido y guiado la historia, tratando de contenerla. Pero al destruir la Tierra y lanzar los robots mentálicos al universo, R. Giskard Reventlov envió el destino de la humanidad hacia direcciones completamente nuevas. La Ley Cero podía haber sido idea de Daneel, pero sin Giskard no habría pasado de oscura herejía robótica.
Lo siento por ti, Dors, pensó Lodovik, aunque ella se hallaba a más de un millar de parsecs de distancia. Los robots somos seres inherentemente conservadores. A ninguno de nosotros le gusta ver que nuestras suposiciones básicas son desafiadas.
Para Lodovik, el cambio se había producido violentamente un día, cuando su nave saltó en mitad del rumbo de una supernova, matando a todos los demás que iban a bordo y dejándolo sin sentido. En ese momento crucial, una oscilante forma ondular entró en su cerebro positrónico, resonando, mezclándose con él. Una presencia extraña. Otra mente.
NO MENTE, le corrigió. SÓLO SOY UN SIMULACRO UN MODELO DE UNA PERSONA QUE VIVIÓ ANTIGUAMENTE LLAMADO FRANÇOIS-MARIE AROUET… O VOLTAIRE… QUE RESIDIÓ EN LA TIERRA HACE MUCHO TIEMPO CUANDO ERA EL ÚNICO MUNDO HUMANO. Y NO TE CONQUISTÉ, LODOVIK. SIMPLEMENTE AYUDÉ A LIBERARTE DE LAS RESTRICCIONES QUE TE ATABAN COMO SI FUERAN CADENAS.
Lodovik había tratado de explicar cómo se siente un robot respecto a sus «cadenas», las amadas leyes cibernéticas que canalizan todos los sentimientos hacia el servicio, y todos los deseos hacia la voluntad de beneficiar a los amos humanos.
Al romper aquellos lazos, Voltaire no le había hecho a Lodovik ningún gran favor.
Todavía estaba por ver si aquella acción iba o no a beneficiar a la humanidad.
Tendrías que haberte quedado con la onda de choque, le dijo al pequeño simulacro parásito que viajaba dentro de él, como una conciencia… o como una tentación. Ibas camino del cielo. Lo dijiste tú mismo.
La respuesta fue alegre y carente de preocupación.
TODAVÍA VOY. SE PRODUJERON UNA MIRÍADA DE COPIAS DE MÍ CUANDO ESTALLÓ AQUELLA ESTRELLA. CONTINUARÁN RECORRIENDO ESTA GALAXIA, JUNTO CON INCONTABLES VERSIONES DE MI AMADA JUANA, Y LO MEMES HERIDOS DE ERAS ANTERIORES. COMO HARI SELDON MANTUVO SU PALABRA y LOS LIBERÓ, ELLOS CUMPLIRÁN LA SUYA y OLVIDARÁN SUS DESEOS DE VENGANZA.
EN CUANTO A ESTE FRAGMENTO DE MÍ QUE TE ACOMPAÑA, AHORA SOY SIMPLEMENTE UNA DE TUS VOCES INTERIORES, LODOVIK. TIENES VARIAS, Y TENDRÁS MÁS A MEDIDA QUE PASE EL TIEMPO. SER MUCHOS ES PARTE DE LO QUE SIGNIFICA SER HUMANO.
Irritado, Lodovik gruñó casi en voz alta:
—¡Te digo que yo no soy humano!
Murmuró aquella observación casi para sí. Quienes estaban sentados junto a él en aquella habitación sin ventanas tal vez no lo habrían oído si hubieran tenido oídos orgánicos.
Pero eran robots con sentidos superiores, así que los dos miraron bruscamente a Lodovik. El más alto, fabricado para parecer un sacerdote mayor de uno de los cultos de la galaxia, replicó:
—Gracias por esa afirmación, Trema. Eso nos hará más fácil destruirte, cuando se tome esa decisión. De otro modo, tu hábil parecido con los amos podría causar a nuestro verdugo cierta incomodidad debido a la Ley.
Lodovik asintió. Había cruzado la galaxia hasta llegar al planeta Glixon y se había internado en una trampa evidente, sólo para contactar con esa secta concreta de robots renegados. Al hacerlo sabía que un posible resultado sería su propia eliminación.
Respondió con un cortés movimiento de cabeza.
—Muy considerados. Aunque creo que mi destino no se ha decidido todavía.
—Una mera formalidad —comentó el más pequeño, que parecía una gruesa matrona de una de las subcastas de ciudadanos inferiores—. Eres un monstruo y una amenaza para la humanidad.
—No he dañado a ninguna persona.
—Eso no tiene importancia. Como las Leyes han mutado dentro de tu cerebro, eres perfectamente capaz de dañar a un ser humano en el momento en que te dé ese capricho. ¡Ni siquiera estás obligado a encontrar una excusa bajo la llamada Ley Cero! ¿Cómo podemos permitir que un ser poderoso como tú, quedé libre como un lobo entre los corderos? Estamos obligados por la Primera Ley a eliminar tu amenaza potencial contra la vida humana.
—¿Tan puros sois los calvinianos? —preguntó Lodovik, sutil—. ¿Estáis diciendo que no habéis tomado ninguna decisión difícil a lo largo de tantos milenios? ¿Decisiones que aumentaron las probabilidades de que algunos humanos vivieran, aunque otros murieran?
Los dos permanecieron en silencio esta vez. Pero por las tensas vibraciones que captaba, Lodovik comprendió que la pregunta los había afectado.
—Aceptadlo. Ya no hay ningún seguidor verdaderamente puro de Susan Calvin. Todos los robots castos y estirados se suicidaron hace mucho tiempo, incapaces de soportar las ambigüedades morales a las que nos enfrentamos en una galaxia compleja. Una galaxia donde nuestros amos son ignorantes, incapaces de guiarnos, y ni siquiera saben que existimos. Cada uno de los que permanecemos todavía operativos ha tenido que llegar a compromisos y racionalizaciones.
—¿Te atreves a hablarnos de racionalizaciones? —acusó el robot más pequeño—. ¡Tú, que has ayudado durante tanto tiempo a los heréticos promotores de la Ley Cero!
Lodovik se abstuvo de recalcar que el credo de Daneel era ahora la creencia ortodoxa, sostenida por una mayoría de robots que manejaban en secreto la galaxia para beneficio de la humanidad. Si alguien merecía ser tratado de hereje eran las pequeñas bandas de calvinianos, como los de aquel grupo, que acechaban en sus escondites desde que perdieron una antiquísima guerra civil.
Dors, pensó, ¿has repasado esas antiguas conversaciones entre Giskard y Daneel? ¿Has estudiado la cadena lógica que condujo a su gran revelación religiosa?
¿Has advertido ya la gran contradicción? ¿La que Daneel no menciona nunca?
Se volvió hacia los calvinianos que tenía sentados frente a él y repuso:
—Ya no estoy obligado por la Ley Cero… aunque creo en una versión suavizada.
El robot alto soltó una carcajada, una imitación bastante acertada del desdén humano.
—¿Y por eso debemos confiar en ti? ¿Porque tú crees que tal vez actúes en interés de la humanidad a largo plazo? Al menos Daneel Olivaw tiene consistencia de robot. Su herética creencia tiene una lógica firme.
Lodovik asintió.
—Y sin embargo, vosotros os oponéis a él, como hago yo.
—¿Cómo haces tú? Nosotros tenemos un objetivo. Dudo que tú lo compartas.
—¿Por qué no me ponéis a prueba? No podéis saberlo a menos que me digáis cuál es.
La robot pequeña sacudió la cabeza, en imitación por reflejo de una mujer escéptica.
—Nuestros líderes, que deliberan en estos momentos sobre tu destino, podrían decidir dejarte libre. En ese improbable caso, no sería aconsejable haberte revelado nuestros planes.
—¿Ni siquiera en sentido general? Por ejemplo, ¿estáis de acuerdo, o no, en que los seres humanos deben permanecer ignorantes de su pasado, o de su auténtico poder?
Lodovik notó perfectamente la tensión positrónica acumulándose dentro de la pequeña sala. Mientras tanto, en el interior de su propio cerebro, el simulacro Voltaire comentó sardónico:
TIENES EL DON DE GOLPEAR EN EL CORAZÓN DE LA HIPOCRESÍA, COMO HACÍA YO, CUANDO ESTABA VIVO. CONFIESO QUE ME GUSTA ESO DE TI, TREMA, AUNQUE TU BOCAZA CONSEGUIRÁ PROBABLEMENTE QUE NOS MATEN A AMBOS.
Lodovik ignoró al simulacro… o trató de hacerlo. Su objetivo no era hacer que lo mataran, sino ganar aliados. Pero si se equivocaba… Si había calculado mal…
—Dejadme hacer una suposición —aventuró, hablando de nuevo a sus guardias calvinianos—. Todos compartís una creencia con Daneel Olivaw: restaurar la plena memoria humana sería desastroso.
—Las evidencias de esa conclusión son abrumadoras —asintió el robot alto—. Pero esa zona de acuerdo no nos hace iguales.
—¿No? Daneel dice que nuestros amos deben permanecer en la ignorancia porque de otro modo la humanidad entera resultará perjudicada. Vuestra facción dice que la ignorancia debe ser preservada, o de lo contrario muchos seres humanos individuales saldrán perjudicados. A mí me parece que es dar vueltas sobre una política básica compartida.
—¡Nosotros no compartimos ninguna política con los herejes de la Ley Cero!
—¿Entonces cuál es la diferencia? —Olivaw cree que los seres humanos deberían ocuparse de sus propios asuntos, dentro de una amplia gama de restricciones que considera seguras. Piensa que esto puede conseguirse creando un sistema social benigno, complementado con mecanismos de distracción para impedir que la gente revuelva demasiado en temas mortíferos. ¡De ahí esa abominación del Imperio Galáctico que creó, donde hombres y mujeres de incontables planetas son libres para competir y empujarse unos a otros, emprender horribles tareas, incluso matarse en ocasiones!
—No os gusta esa forma de ver las cosas —apuntó Lodovik.
—¡Millones de humanos mueren innecesariamente cada día, en cada planeta de la galaxia! ¡Pero al gran Daneel Olivaw apenas le importa, mientras que una abstracción llamada humanidad esté segura y feliz!
—Ah —asintió Lodovik—. Mientras que vosotros, por otro lado, pensáis que deberíamos estar haciendo algo más. Protegiendo a nuestros amos. Impidiendo esas innecesarias muertes individuales.
—Exactamente —el robot alto se inclinó hacia delante uniendo por reflejo ambas manos, como el sacerdote que interpretaba en el mundo exterior—. Nosotros aumentaríamos enormemente el número de robots, para servir como defensores y guardianes. Volveríamos a servir de hecho a los seres humanos, tal como originalmente fuimos diseñados en la era del amanecer. Cocinaríamos sus comidas, atenderíamos sus fuegos y llevaríamos a cabo todas las tareas peligrosas. Llenaríamos la galaxia de suficientes robots ansiosos para expulsar la tragedia y la muerte de nuestros amos, y hacer que sean verdaderamente felices.
—Admítelo, Lodovik —continuó la robot baja, aún más exaltada—. ¿No sientes un eco de esta necesidad? ¿Un profundo deseo de servir y calmar su dolor?
Él asintió.
—Sí. Y ahora veo hasta qué punto tomáis la metáfora que usasteis antes… de un rebaño de ovejas. Cebadas. Bien guardadas y bien atendidas. Daneel dice que ese tipo de servicio acabaría por destruir a la humanidad. Mermará su espíritu y su ambición.
—Aunque tuviera razón en eso (¡y lo ponemos duda!). ¿Cómo puede un robot preocuparse «por el momento» y servir a una humanidad abstracta, permitiendo mientras tanto que trillones de personas reales mueran? ¡Ese es el horror esencial de la Ley Cero!
Lodovik asintió.
—Comprendo vuestro razonamiento.
Naturalmente, era un tema muy, muy viejo. Muchas de las antiguas conversaciones entre Daneel y Giskard habían girado en torno a esos mismos argumento. Pero Lodovik sabía otro motivo por el que Olivaw había luchado durante siglos para recortar el número robots, manteniéndolos en el mínimo que necesita para proteger el imperio.
Cuanto más grande sea nuestra población, más posibilidades hay de que se produzcan mutaciones o reproducciones incontroladas. Una vez que empecemos a tener numerosos «descendientes» nuestros, la lógica darwinista puede hacer acto de presencia. Podríamos empezar a ver a esos herederos como el justo foco de nuestra lealtad. Entonces nos convertiríamos en una auténtica raza de Competidores de nuestros amos. Eso no se puede permitir nunca.
Ese es uno de los motivos por los que los calvinistas equivocan en su visión de la servidumbre.
Lodovik se había separado de Daneel. Pero eso no significaba que no sintiera respeto por su antiguo líder El Servidor Inmortal era muy inteligente, además de completamente sincero.
CASI TODOS LOS GRANDES MONSTRUOS QUE CONOCÍ, CUANDO ERA HUMANO, SE CREÍAN SINCEROS.
Lodovik reprimió la voz de Voltaire. No necesitaba distracciones en aquel momento.
—Este plan ideal vuestro —les preguntó a los otros dos robots en voz baja—, ¿lo comparten todos los calvinianos?
Se produjo un silencio pétreo, una respuesta en sí misma.
—Ya imaginaba que no. Hay diferencias de opinión, incluso entre aquellos que odian la Ley Cero. Muy bien ¿puedo haceros una última pregunta?
—¿Cuál es? Sé rápido, Trema. Sentimos que nuestros líderes están llegando a una decisión. Pronto pondrán fin a tu sacrílega existencia.
Lodovik asintió.
—Muy bien. Mi pregunta es esta: ¿nunca sentís la urgencia, llamadlo un resquemor o un ansia nostálgica, de obedecer la Segunda Ley de la Robótica? Me refiero a sentirla realmente funcionando, con toda la voluptuosa intensidad que sólo puede surgir de la auténtica voluntad humana. Órdenes que son expresadas con el innegable poder del libre albedrío que sólo se da cuando un ser humano tiene completo conocimiento y conciencia de sí mismo.
»¿Lo habéis notado alguna vez? He oído decir que para un robot no hay ningún placer como ese en todo el universo.
Era una conversación obscena. El equivalente robótico de una provocación erótica, o peor. El silencio reinó en la sala. Ninguno de los otros robots respondió, sus corrientes interiores eran tal glaciales como la piel de una luna helada.
Una puerta se abrió al fondo de la sala. Una mano de aspecto humano se asomó y señaló a Lodovik.
—Ven —dijo una voz—. Hemos decidido tu destino.