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Estaban sorteando los bordes de un enorme vacío negro en el espacio cuando una atronadora alarma les indicó que los estaban persiguiendo.

El día había comenzado igual que los anteriores, mientras continuaban su investigación y sondeaban algunos abismos inexplorados que se extendían entre las centelleantes estrellas. Aunque toda la galaxia había sido cartografiada y colonizada desde hacía ciento sesenta siglos, casi todo el tráfico de naves de salto todavía lo hacía directamente de un sistema solar a otro, evitando el enorme vacío intermedio. Incontables generaciones de viajeros del espacio habían transmitido supersticiosos relatos sobre la temible desolación del vacío y murmurado sobre el negro destino que esperaba a aquellos se aventuraban a cruzarlo.

Hari observó que los dos tripulantes de Biron Maserd se ponían cada vez más nerviosos, como si la ausencia de un cálido sol cercano pudiera desatar alguna amenaza sin nombre. Maserd no parecía preocupado, naturalmente y Hari dudaba que nada pudiera quebrar la reserva del patricio. Pero lo más sorprendente fue Horis Antic. El burócrata, normalmente en tensión, no demostró aprensión ni asombro. Cuanto más profundamente se internaban, más seguro estaba de que se hallaban en el buen camino.

—Algunas de las corrientes del espacio que fluyen través de estas zonas tienen una textura excepcional —explicó Antic—. Son mucho más que un flujo de exceso de carbono aquí, o algunas moléculas de hidroxilo allá. Por ejemplo, cuando la corriente pasa cerca de un sol ultravioleta, o un campo magnético plegado, se producen un montón de reacciones químicas. Dan como resultado complejas cadenas orgánicas que se extienden indefinidamente, durante miles y miles de kilómetros. Algunas zonas llegan a abarcar parsecs, agitándose lentamente como banderas al viento.

—Los pilotos los llaman lugares concatenados —comentó Maserd—. Las naves que se topan con ellos notan que sus instrumentos se estropean, y pueden llegar hacerse pedazos. El Servicio Imperial de Navegación recomienda desviarse para bordear estas zonas. —El grandullón hablaba como si le apeteciera entrar en aquel reino prohibido.

Hari contempló dubitativo el monitor panespectral.

—Sigue siendo una zona muy poco densa. La densidad de masa es poco más que puro vacío, con unas cuantas impurezas dispersas.

—A macroescala, sí —concedió Antic—. ¡Pero si pudiera hacerles comprender lo importantes que son las llamadas impurezas! Pongamos mi propio terreno, por ejemplo. Un profano podría no ver ninguna diferencia entre el suelo viviente y la simple roca aplastada. ¡Pero contrasten las texturas! Es como comparar un bosque con un paisaje lunar estéril.

Hari se permitió una sonrisa. En compañía educada la conversación de Antic sobre el suelo podría ser considerada… bueno, de mal gusto. Pero a nadie a bordo parecía importarle. Maserd incluso le había pedido consejo a Antic sobre el uso de abono y fosfatos en su propia granja orgánica, allá en un planeta llamado Rhodia. Jeni y Kers tampoco tuvieron reacción alguna.

He advertido esto toda mi vida. Son casi siempre los meritócratas y los excéntricos (las dos castas de «genios») quienes reaccionan contra ciertos temas. No es sólo sobre la tierra y las rocas que los sabios académicos evitan discutir. Hay muchas otras materias… ¡Incluida la historia!

En contraste, la mayoría de los nobles y ciudadanos apenas lo advierten.

De hecho, el propio Hari pertenecía a la alta nobleza de la Orden Meritocrática, aunque nunca había sentido ninguna repugnancia personal por ningún tema intelectual. Su reacción refleja hacia la fijación de Antic por la tierra era sólo una leve costumbre, por haberse desenvuelto durante tanto tiempo entre la alta sociedad. ¡En realidad, la historia era el eje central de su vida! Por desgracia, eso había hecho que la primera mitad de su carrera fuera difícil, y que batallara constantemente con el disgusto que sentían la mayoría de otros eruditos a la hora de examinar el pasado. Solía ser algo que acababa con su tiempo y sus energías, hasta que se volvió demasiado famoso y poderoso para que los cerriles jefes de departamento torpedearan sus investigaciones.

Además, parece que la aversión es mucho más débil de lo que solía ser.

En sus estudios de los archivos imperiales, Hari había descubierto milenios enteros en los que la investigación histórica fue prácticamente inexistente. La gente contaba montones de historias sobre el pasado, pero casi nunca lo investigaba, como si un gran punto ciego hubiera existido en la vida intelectual humana. Sólo en la última media docena de generaciones se habían establecido verdaderos departamentos de historia en la mayoría las universidades, e incluso hoy en día contaban poco.

Esto provocó sentimientos encontrados. Si no hubiera sido por la misteriosa aversión, la psicohistoria podría haberse desarrollado mucho antes, en uno o más de los veinticinco millones de mundos colonizados Hari sentía un alegre orgullo por haber sido él uno de los que habían hecho esos descubrimientos, aunque sabía que era egoísta por su parte. Después de todo, aquel logro podría haber salvado al imperio si se hubiera producido mucho antes.

Ahora es demasiado tarde para ello. Hay demasiado impulso. Otros planes deben ponerse en marcha. Otros planes…

Se estremeció. Lo último que Hari quería era quedar atrapado en la espiral de una mente anciana. Entretenerse con sucesos que podrían haber sido y no fueron.

Miró a los demás, y descubrió que su conversación había vuelto a una antigua cuestión: la diversidad de la vida galáctica.

—Supongo que mi interés procede del hecho de que nací en uno de los mundos anómalos —confesó el capitán Maserd—. En nuestras posesiones de Widemos había ganado y caballos, naturalmente, como en la mayoría de planetas. Pero también había rebaños de colgadores y jiffts, que surcaban las llanuras del norte igual que hacían cuando llegaron los primeros colonos.

—Vi algunos jiffts en un zoológico de Willemina —comentó Jeni Cuicet, deteniéndose en sus quehaceres a bordo: el uso de una vibrofregona en el suelo—. ¡Eran muy raros seis patas y ojos saltones, en una cabeza que parecía del revés!

—Son nativos de los antiguos Reinos Nebulares, y no habían sido vistos hasta que el Imperio de Trantor se extendió por nuestra zona —dijo Maserd, como si se tratará de un acontecimiento sucedido el día anterior—. Así que ya pueden ver por qué estoy interesado en esta investigación. Crecí rodeado por formas de vida no estándar, y luego me apasioné estudiando las reinas-túnel de Kantro, las plantas de seda-kyrt de Florina y los cantores ceceantes de Zlling. Incluso he llegado hasta Anacreonte, donde los dragones nyak surcan los cielos como gigantescas fortalezas aladas. ¡Y sin embargo esas excepciones son tan raras! Siempre me ha parecido extraño que la galaxia carezca de más diversidad.

»¿Por qué tienen que ser los humanos la única especie inteligente? Esta pregunta solía plantearse en la antigua literatura… aunque mucho menos desde que empezó la era imperial.

—Bueno, ahora que lo menciona… —empezó a decir Antic. Se detuvo, mirando Hari y a Kers antes de continuar—. Sólo he contado esta historia unas cuantas veces en mi vida. Pero en esta nave, ya que todos estamos juntos en el análisis de este mismo tema, no puedo abstenerme de hablarles de mi antepasado.

»Se llamaba Antyok, y era un burócrata como yo allá en los primeros días del imperio.

—¡Pero eso debió ser hace miles y miles de años! —objetó Jeni.

—¿Y…? Muchas familias tienen genealogías que se extienden incluso más atrás. ¿No es cierto, Lord Maserd? Sé con seguridad que ese Antyok existió porque su nombre aparece en la pared de la cripta de nuestro clan, junto con una breve descripción microglífica de su carrera.

»Pues bien, según la historia que me contaron cuando era niño, Antyok fue uno de los pocos humanos que llegó a conocer a… los otros.

Entre el silencio que siguió, Hari parpadeó varias veces.

—Quiere usted decir…

—No humanos plenamente inteligentes —asintió Horis—. Criaturas que se mantenían erectas y hablaban y pensaban sobre su lugar en el universo, pero que casi no se parecían a nosotros. Procedían de un planeta desértico, desesperadamente caluroso y seco. De hecho estaban muriendo literalmente cuando los primeros institutos imperiales los encontraron y los rescataron, para llevarlos a un mundo «mejor», aunque seguía siendo intolerable para los seres humanos. Se dice que el propio emperador llegó a interesarse apasionadamente por su bienestar. Y sin embargo, en el lapso de una generación humana, desaparecieron.

—¡Desaparecieron! —Maserd parpadeó con evidente desazón. La mera posibilidad de que tales seres existieran parecía llenarlo de energía. Mientras tanto, Hari vio que Kers Kantun sonreía con sardónica incredulidad, sin llegar a aceptar la idea, ni siquiera por un segundo.

—La historia está llena de ambigüedad… como cabría esperar de algo tan antiguo —continuó Antic—. Algunas versiones dicen que los no humanos murieron de desesperación, al mirar las estrellas y saber que todas ellas serían para siempre de los humanos, no suyas. Otra versión sugiere que mi antepasado los ayudó a robar varias naves estelares, que usaron para escapar de la galaxia, con rumbo a las Nubes de Magallanes. Al parecer… y sé que esto es duro, esa acción hizo que el emperador, nada menos, condecorase personalmente a Antyok.

»Naturalmente, rebusqué entre los archivos imperiales en cuanto se presentó la oportunidad y encontré suficientes pruebas que confirmaban que algo sucedió… pero posteriormente se habían tomado medidas para borrar los detalles. Tuve que usar todos los trucos burocráticos, buscar duplicados fantasmas de copias de archivos perdidos que se habían traspapelado en lugares atípicos. Una de ellas proporcionaba un detallado sumario genético que no se parece a ninguna forma de vida existente en la actualidad. Son pistas tentadoras, aunque siguen quedando un montón de huecos.

—¿Entonces cree usted de verdad en esa historia?

—No puedo ser objetivo. Y sin embargo, los glifos de nuestra cripta familiar indican que mi antepasado recibió una Haz Rosa por «sus servicios a los invitados dentro y más allá del imperio». Una cita inusitada que nunca he visto mencionada en ninguna otra parte.

Hari observó al sombrío burócrata, que se mostraba momentáneamente animoso, algo que no era típico de los Grises, Naturalmente, la historia parecía no ser más que un montón de tonterías. Pero ¿y si contenía un núcleo de verdad? Después de todo, Maserd procedía de una región que tenía extraños animales. ¿Por qué no otros tipos de criaturas pensantes, también?

Al contrario que sus compañeros de viaje, Hari ya sabía con seguridad que existía otra especie inteligente. Una especie que había compartido las estrellas con los humanos en secreto desde los siglos del amanecer. Los robots positrónicos.

La galaxia tiene doce mil millones de años, pensó. Supongo que todo es posible.

Recordó a las malignas entidades meméticas que habían causado tanto caos en Trantor, aproximadamente antes de que fuera elegido Primer Ministro. Viviendo como grupos de software dentro de la red de datos de Trantor, aquellos programas autoorganizativos habían cobrado violenta actividad poco después de que Hari liberara a los seres simulados de Juana y Voltaire de su prisión de cristal. Pero contrariamente a aquellos dos simulacros humanos, los memes sostenían ser antiguos. Más viejos que el planeta-ciudad. Más viejos que el Imperio. Mucho más viejos que la propia humanidad.

Estaban furiosos. Decían que los humanos eran destructivos. Que habíamos matado un universo de posibilidades. Por encima de todo, odiaban a Daneel.

Al derrotar a aquellas mentalidades de software, y al conseguir exiliarlas al espacio profundo, Hari había hecho un gran servicio al imperio. También suspiró aliviado, al haber eliminado un elemento inestable más que podría haber lastrado sus amadas fórmulas psicohistóricas.

Y sin embargo, aquí se encontraba de nuevo la misma idea de algo distinto. Toda una línea de destino que no tenía nada que ver con los engendros de la Tierra.

Sintió un escalofrío involuntario. ¿Qué clase de cosmos sería este si existiera tal diversidad? ¿Qué sucedería con la predicibilidad que había sido el objetivo de toda su vida, la clara visión y la cristalina ventana al futuro que ansiaba, pero que seguía siendo tan elusiva no importaba cuántas victorias arrancara al caos?

—Me pregunto… —empezó a decir, sin saber con seguridad qué pretendía.

En ese instante, sus pensamientos quedaron interrumpidos por una alarma que tronó desde el panel de la proa del yate. Unas luces rojas destellaron y Maserd corrió a averiguar qué sucedía.

—Una nave nos está escaneando —anunció—. Utilizan sistemas de blanco de estilo militar. ¡Creo que van armados!

Kers Kantun se situó detrás de Hari, dispuesto a empujar la silla móvil hacia una cápsula de escape. Horis Antic se incorporó, parpadeando.

—¿Pero quién puede saber que estamos aquí?

De repente, por los altavoces montados sobre la pared brotó la voz de una mujer. Las palabras eran rudas y rotundas.

Aquí la Policía Imperial Especial, actuando según las órdenes de la Comisión de Seguridad Pública. Tenemos motivos para creer que un delincuente que viola su libertad condicional viaja a bordo de su nave. ¡Deténganse de inmediato y prepárense para ser abordados!