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Se llamaba Jeni Cuicet. Hari sólo tardó unos instantes en comprender su odio.

—Mis padres trabajan para su gran Fundación de la Enciclopedia Galáctica.

Ya no quedaba ningún rastro del acento encantador que había utilizado cuando desempeñaba el papel de guía turística.

—Teníamos una buena vida, allá en Mundo Willemina. Mi madre era directora de la Academia de Física y mi padre un médico famoso. Pero también teníamos tiempo para pasarlo bien juntos. Íbamos de acampada, a esquiar y navegar.

—Ah, ¿y no te gustó cuando esa forma de vida bucólica llegó a su fin?

—En realidad no. No soy ninguna mocosa malcriada. Sabía que tendríamos que dejar de hacer todas esas cosas cuando llegamos a Trantor. Mis padres no podían rechazar una convocatoria para unirse a su Fundación. Era la oportunidad de su vida. De todas formas, pensé que en Trantor tendría otras maneras de divertirme.

»Y no me equivoqué en eso. Las cosas fueron bien, durante un año o dos. —Frunció profundamente el ceño—. Entonces todo volvió a cambiar.

Hari dejó escapar un suspiro.

—Oh, ya veo. El exilio.

—Eso es, Prof. En un momento formábamos parte de algo realmente importante, en el centro del universo conocido. Entonces usted tuvo que insultar a Linge Chen y a todo el maldito Imperio Humano, extendiendo rumores ominosos, haciendo que todo el mundo se dejara llevar por el pánico ante las profecías sobre el fin del mundo. ¡De repente todos fuimos sospechosos, porque trabajamos para un loco traidor!

»Pero eso no es ni la mitad. ¿A quién castigan por todo esto? ¿A usted y sus amigos psicopatahistóricos? ¡No! ¡En cambio, la Policía Especial de Chen dice que los Enciclopedistas y sus familiares —cien mil personas decentes— vamos a ser empujados a la fuerza en naves de ganado, enviados a la periferia y sentenciados a quedarnos de por vida en alguna polvorienta canica espacial, tan lejos de la civilización que probablemente nunca ha oído hablar de la gravedad!

Horis Antic dejó escapar una risita nerviosa. Kers se situó junto a Hari, como si la delgada adolescente fuera capaz de asesinarlo gracias a la pura fuerza de su furia. Pero el capitán Maserd parecía sinceramente conmovido por el testimonio de Jeni.

—¡Gran espacio, no te reprocho que quisieras escaparte de una cosa así! Hay una galaxia de aventura que encontrar fuera de Trantor. Supongo que, en esas circunstancias, yo también habría escapado.

Luego entornó los ojos.

—Por desgracia, eso sigue planteándome una pregunta inquietante: ¿por qué elegiste escapar con nosotros? Como moza de equipajes de la línea de salto estelar sin duda tenías otras oportunidades. Sin embargo, decidiste escapar en la nave donde viaja tu archienemigo. ¿Comprendes que encontremos esa idea un poco desconcertante?

Kers rebuscó algo a la altura de su pecho, pero se detuvo a una señal de Hari.

Jeni se encogió de hombros.

—No sé por qué lo hice. Tenía otros planes, pero entonces apareció Hari Seldon, pasando ante mi puesto de trabajo tan grande como la vida, y tuve una corazonada. ¡Me pareció que estaba escapando de la ciudad! Tal vez supuse que era menos probable que me echara encima a la policía si se estaba comportando de manera ilegal.

Eso arrancó una risita a Maserd, quien claramente apreciaba su lógica e iniciativa.

—Así que me quedé en Demarchia y conseguí enrolarme con los trabajadores que esperaban delante de su hotel —continuó Jeni—. Conseguí unirme al grupo que cargaba su equipaje en la nave, donde encontré una taquilla en la que esconderme durante el despegue.

Miró desafiante a Hari.

—¡Tal vez lo que realmente esperaba era una oportunidad de mirarle a la cara y decirle lo que le ha hecho a un montón de buenas personas!

Por respuesta, él sacudió la cabeza.

—Mi querida niña, soy consciente de lo que he hecho… más de lo que jamás podría decirte.

Según una antigua tradición, a los polizones que no tenían ningún otro delito del que responder se les asignaba trabajo a bordo. En su favor hay que decir que Jeni se lo tomó con mucho aplomo.

—Trabajaré duro, no se preocupen por eso. Sólo asegúrense de no dejarme en algún punto del camino, antes de regresar —exigió—. ¡Será mejor que no planeen llevarme de vuelta a casa y meterme en una nave de regreso a Terminus!

—No estás en situación de exigir promesas —respondió severamente el capitán Maserd—. Sólo puedo asegurarte, que la cuestión sigue abierta, y que de momento estoy a tu favor. Sigue contando con mi buena voluntad, manteniendo una conducta ejemplar en mi nave y hablaré en tu favor cuando se discuta.

Lo dijo con tal autoridad, acostumbrado como estaba a los derechos y deberes del mando, que incluso la muchacha lo aceptó como su última palabra.

—Si, mi señor —dijo sumisa, e hizo una inclinación de cabeza exagerada, como si el capitán fuera un noble del cuadrante o superior.

Si hubiera sido cierto, Hari probablemente habría reconocido el rostro de Maserd, y aquel yate habría sido mucho más impresionante. Pero sólo un poco por debajo de la jerarquía nobiliaria, a nivel de zona o de sector los grandes lores se contaban por más de mil millones. Allí había un hombre acostumbrado a ejercer gran influencia sobre docenas o incluso centenares de planetas y, sin embargo, Hari nunca había oído hablar de él. La galaxia era grande.

Me pregunto por qué Maserd nos acompaña en este viaje. ¿Le atrae la ciencia como afición? Algunos nobles son así, muestran intereses pasajeros y financian el trabajo de los demás, mientras no sea demasiado radical.

De algún modo, Hari sospechaba que la afable conducta de Maserd escondía algo.

Naturalmente, todo el sistema de clases empezará a derrumbarse dentro de unas cuantas décadas. Ya se está descomponiendo por los bordes. Los meritócratas de hoy son nombrados más por su habilidad para hacer amigos bien situados que por sus logros. Los miembros de la Orden Excéntrica no muy excéntricos… copian sus estilos de manera servil. Y cuando uno demuestra tener auténtica creatividad, a menudo esta está teñida de síntomas de locura caótica.

Mientras tanto, las masas de ciudadanos se apretujan hombro con hombro, aferrándose desesperadamente a sus comodidades a medida que cada generación ve un lento deterioro de los servicios públicos, la educación, el comercio.

En cuanto a la nobleza, yo esperaba que las enseñanzas del ruellismo contuvieran sus ambiciones… hasta que mis ecuaciones demostraron lo inútil que eso era.

De las cinco castas sociales, sólo los Grises, el enorme ejército de dedicados burócratas, no mostraban ningún signo de cambio. Siempre habían sido solícitos, cortos de ideas y reemplazables. Todavía lo eran. La mayoría permanecerían clavados a sus mesas, debatiendo formas aburridas y poco imaginativas para mantener el imperio, hasta que el saqueo de Trantor derribara aquellas antiguas paredes de metal a su alrededor, al cabo de trescientos años.

Seguía pareciendo una lástima. A pesar del horror de su inminente caída y del plan que había trazado para su sustitución con el paso del tiempo, Hari sentía aún una inmensa admiración hacia el viejo imperio.

Daneel elaboró un diseño elegante, dada su limitada versión de la psicohistoria.

Hacía más de dieciséis mil años, con pocos sitios adonde ir, pero con su larga experiencia con la humanidad, Olivaw había empezado a actuar bajo muchos disfraces, usando su pequeño ejército de agentes para empujar aquí y tirar de allá, forjando alianzas entre bárbaros reinos estelares, siempre tratando de conseguir sus objetivos sin hacer daño a nadie. Su finalidad era crear una sociedad humana decente donde la mayoría estuviera a salvo y fuera feliz.

Y tuvo éxito… durante algún tiempo.

Hacía mucho que Hari se preguntaba qué arquetipos habían inspirado a Daneel para diseñar el reino trantoriano. Su amigo robot habría examinado el pasado humano en busca de ideas y modelos, preferiblemente algún sistema de gobierno con un largo registro de balance y equilibrio.

Al repasar Un libro de conocimientos para niños, el arcaico archivo de datos que Olivaw le había dado, Hari encontró un famoso sistema imperial llamado Roma que guardaba cierto parecido superficial con el Imperio Galáctico. Pero pronto advirtió que nunca podría haber sido el modelo raíz de Daneel. La sociedad romana era demasiado caprichosa y estaba sujeta a maniáticos cambios de humor por parte de su estrecha clase gobernante. En otras palabras, era un lío impredecible. De cualquier forma, una mayoría de los habitantes no era feliz ni estaba satisfecha, a juzgar por los archivos. Daneel no habría usado ese estado como pauta para nada.

Luego, al seguir leyendo, Hari se encontró con otro antiguo imperio que había durado mucho más que el de Roma, ofreciendo paz y estabilidad superiores a un número mayor de gente. Naturalmente, era primitivo, con muchos defectos. Pero la configuración básica podría haber atraído a un robot inmortal que buscaba inspiración para una sociedad nueva. Una sociedad que podría proteger a sus autodestructivos amos de sí mismos.

—Muéstrame China —ordenó Hari—. Antes de la época científico-industrial.

El archivo respondió con líneas de texto arcaico, acompañado por burdas imágenes. Pero el ordenador externo de Hari tradujo inmediatamente, vertiendo automáticamente los datos a términos psicohistóricos.

Problema número uno, pensó, como si diera una conferencia sobre psicohistoria básica a un miembro nuevo de los Cincuenta. Una fracción de los humanos buscará siempre poder sobre los demás. Esto está enraizado en nuestro neblinoso pasado animal. Heredamos la tendencia porque esas criaturas que tenían éxito a menudo tenían más descendientes. Muchas tribus y naciones acababan destruidas por este impulso inculcado. Pero unas cuantas culturas aprendieron a canalizar la inevitable ambición y a disiparla, como una vara de metal que desvía los rayos al suelo.

En la antigua China, se podía confiar en que un poderoso emperador controlara los excesos de los nobles Las familias de alta cuna también se sentían atraídas por rituales de moda e intrigas palaciegas, con complejas estratagemas de alianzas y traiciones que podían hacerles ganar o perder estatus en cada ocasión… claramente una primitiva versión del «Gran Juego» que obsesionaba a la mayoría de la clase noble en la época de Hari. Las altas y bajas de las familias aristócratas componían titulares estrambóticos que divertían a las masas de la galaxia, pero de hecho las maniobras de los poderosos lores estelares tenían poco que ver con el gobierno real del imperio. Las riquezas de las que alardeaban podían ser malgastadas fácilmente. Mientras tanto, el trabajo práctico quedaba en manos de los meritócratas y los burócratas.

En términos psicohistóricos, eso se llamaba atractor. En otras palabras, la sociedad tenía un abismo natural hacia el que eran atraídos los ansiosos de poder, provocando sus ilusiones sin causar mucho daño real. Había funcionado bien durante mucho tiempo en el Imperio Galáctico, tal como sucedió en la China pretecnológica.

Y como complemento a todo esto, los antiguos incluso tenían una versión elemental del ruellianismo. El sistema ético de Confucio que prevaleció en China hacía tanto tiempo también predicaba las obligaciones que los poderosos debían a aquellos que gobernaban. Esta analogía provocó un amargo pensamiento en Hari. Pidió, a su propio archivo de referencia, una imagen de Ruellis. Una imagen granulosa de los primeros días del Imperio Galáctico. Al contemplar la alta frente de la poderosa líder sus anchos pómulos y su porte orgulloso, Hari reflexionó.

¿Pudiste haber sido tú, Daneel? Naturalmente, has empleado una fantástica gama de disfraces. Y, sin embargo, ¿veo una leve similitud entre el rostro de esta mujer y el que llevabas la primera vez que nos vimos? ¿Cuándo eras Demerzel, Primer Ministro del Imperio?

»¿Fue otro más de los papeles que has ido desempeñando, en tu incesante campaña por impulsar a la testaruda humanidad hacia una sociedad amable y decente?

»Si es así ¿te sentiste desazonado cuando tu más brillante éxito sólo engendró la primera gran oleada de estallidos de caos interestelares?

Naturalmente, no tendría sentido tratar de identificar todos los personajes interpretados por el Servidor Inmortal a lo largo de veinte mil años de historia, mientras Daneel y sus ayudantes robots continuaban incansablemente tratando de aliviar el dolor de sus ignorantes y obstinados amos.

Hari continuó examinando los paralelismos con la antigua China.

Problema número dos: ¿cómo impedir que una clase gobernante se vuelva estática? La tendencia natural de cualquier grupo, una vez que está en la cima, es usar su poder para protegerse. Para asegurarse de que los recién llegados no los amenacen nunca.

China sufrió este acuciante problema, como cualquier otra cultura humana. Pero un sistema de pruebas al servicio civil conseguía a veces que los inteligentes o los capacitados se alzaran siguiendo un camino independiente de los empellones de los nobles. Y Hari localizó otro paralelismo, más sutil.

Los chinos crearon una clase especial de autoridades que sólo podían ser leales al imperio y no a sus propios descendientes. Porque no podían tener hijos.

Se trataba de los eunucos de la corte. En términos psicohistóricos, tenía sentido. Y una analogía con el moderno Imperio Galáctico resultaba obvia.

Los seguidores de Daneel. Los robots positrónicos programados para pensar sólo en el bien de la humanidad. Su principal característica era que no se reproducían, así que la lógica aplastante de la evolución nunca provocará egoísmo en ellos. Han sido nuestro equivalente a los leales eunucos, trabajando en secreto durante siglos.

Ese paralelismo le gustaba a Hari, aunque sospechaba que la antigua China debía haber sido más compleja de como aparecía retratada en Un libro de conocimientos para niños.

Sólo que el imperio que Daneel creó para nosotros, y mantuvo firme mediante duros esfuerzos, está cayendo por inercia. Algo nuevo debe crearse para que ocupe su lugar.

Hari pensó una vez que sabía como sería ese reemplazo. El Plan Seldon preveía un imperio más vibrante creciendo a partir de las cenizas del antiguo. Se sintió abrumadoramente tentado de contarle a la polizón, la joven Jeni Cuicet, todo sobre la Fundación y la gloria que coronarían sus descendientes, si tan sólo quisiera depositar su confianza en el destino y marcharse a Terminus con sus padres.

Naturalmente, Hari nunca podría traicionar el Plan secreto de esa forma. ¿Pero y si ofrecía insinuaciones, lo suficientemente provocadoras para hacer que Jeni cambiará de opinión? En el pasado, Hari había sido un político astuto. Si pudiera persuadirla de que algún modo todo acabaría por resultar…

Hari advirtió que su mente divagaba, sin disciplina, por senderos sentimentales y lacrimógenos. De repente se sintió viejo. Inútil.

De todas formas, el próximo Imperio no estará basado en mi Fundación. El gran drama que estamos preparando en Terminus será sólo una distracción, para mantener a la humanidad ocupada mientras Daneel prepara la mesa para un nuevo banquete. Un entreacto antes del verdadero espectáculo.

Hari, no sabía todavía qué forma tomaría la siguiente fase… aunque su amigo robot había dejado entrever atisbos la última vez que se vieron. Pero sin duda estaría tan por delante del viejo imperio como una nave espacial de una canoa.

Debería sentirme orgulloso de que Daneel considere que mi trabajo es útil para preparar el camino. Y, sin embargo…

Y sin embargo, las ecuaciones todavía atraían a Hari. Como aquellas pautas semialeatorias de luces y sombras que había visto, allá en Shoufeen Woods, susurraban durante sus horas de vigilia y titilaban a través de sus sueños.

¡Deben ser algo más que una simple distracción!

La psicohistoria tenía otro nivel. Estaba seguro. Otra capa de verdad.

Tal vez algo que ni siquiera R. Daneel Olivaw sabía.