El paisaje estelar se iba haciendo gradualmente menos abigarrado cada vez que daban otro salto hiperespacial y se alejaban de Trantor, dejando detrás el denso brillo del centro galáctico mientras seguían la polvorienta curva del brazo en espiral. Saltando de un punto gravitacional al siguiente, la nave se dirigió a Santanni, donde comenzaría la búsqueda.
Hari insistió en ese punto de partida. Esta aventura podía empezar cerca del planeta donde murió Raych, sobre todo si resultaba que había alguna relación entre los mundos del caos y las aberraciones geoespaciales de Horis Antic.
Trágicos recuerdos marcaban los años no sólo de Santanni sino de docenas de otros estallidos caóticos.
A menudo comienza con brillantes esperanzas y estallidos de sorprendente creatividad que atraen a inteligentes inmigrantes de toda la galaxia… como fue atraído Raych, al principio, a pesar de mis recelos.
La excitación y el individualismo florecen de ciudad en ciudad, provocando una salvaje divergencia de flores nunca vistas anteriormente. La «innovación» se convierte bruscamente en un cumplido, no en un insulto. Las nuevas tecnologías estimulan preciosas predicciones de utopía, justo a la vuelta de la esquina.
Pero pronto empiezan los problemas. Algunos logros no suficientemente explorados sufren una implosión. Otros provocan consecuencias imprevistas que sus creadores nunca imaginaron. Las enfermedades se extienden junto con perversiones sin precedentes, mientras cada nuevo estilo de desviación es defendido con indignada rectitud. Las facciones aclaman el derecho de afianzar su independencia con violencia, junto con el deber de suprimir a todos aquellos a quienes desaprueban.
Las venerables cadenas de cortesía y obligación (cuya misión es unir a las cinco castas en mutuo respeto) se resquebrajan como piedra irradiada.
Extrañas formas de arte nuevas, intencionadamente provocativas, brotan espontáneamente en plena calle, gesticulando obscenamente incluso mientras los artistas son llevados a rastras por pelotones de linchamiento. Las ciudades empiezan a llenarse de ceniza y llamas. Los manifestantes saquean el duro trabajo de siglos, gritando consignas a favor de efímeras causas que nadie recordará cuando el humo se despeje.
El comercio se colapsa. La economía se derrumba. Y los ciudadanos redescubren una antigua habilidad para la guerra sangrienta.
La gente que poco antes negaba el pasado de repente lo anhela cuando sus hijos empiezan a morir de hambre.
Era un esquema familiar. El enemigo mortal de la civilización, que Hari había combatido como Primer Ministro… y Daneel Olivaw durante más de una docena de milenios.
El caosismo. La maldición de la humanidad.
En cuanto una cultura crece y se hace demasiado inteligente, demasiado curiosa, demasiado individualista, aparece este misterioso mal. Puedo modelarlo en mis ecuaciones, pero confieso que sigo sin comprender el caos. Me aterroriza, y siempre lo ha hecho.
Hari recordó haber leído sobre el primer terrible estallido en Un libro de conocimientos para niños, el archivo del pasado que le había regalado Daneel. Sucedió en una ocasión en que la humanidad inventó por primera vez los robots y el vuelo espacial… y casi murió por ambas causas. Las convulsiones que se derivaron traumatizaron de tal modo a los habitantes de la Tierra que se retiraron de todo tipo de desafíos, escondiéndose en ciudades de metal parecidas a Trantor. Mientras tanto, aquellos que vivían en mundos-colonia, en el espacio, encontraron su propio estilo de locura y se convirtieron en patéticos seres dependientes de sus sirvientes androides.
Esa era creó a Daneel Olivaw… o una primera versión del poderoso ser que Hari conocía. De hecho, su amigo robot debía haber jugado un papel importante en lo que sucedió a continuación: la oscilación del péndulo vuelta a la confianza humana y la colonización de la galaxia. Pero aquello tuvo también un precio. Casi costó la destrucción de la Tierra.
Al menos hubo pocos estallidos de caos durante los siguientes cinco mil años de vigorosa expansión. La gente estaba demasiado ocupada construyendo y conquistando nuevos mundos para prestar demasiada atención a objetivos decadentes. La maldición no regresó hasta mucho después de la consolidación del Imperio Galáctico.
Según mis ecuaciones, no tendremos que preocuparnos por el caos durante el Interregno.
Pronto, cuando el viejo imperio se derrumbara, habría guerras, rebeliones y las masas sufrirían. Pero esas preocupaciones a corto plazo protegerían a la gente y no caerían en aquella especie de egolocura que brotó en Santanni. O en Sark. O en Lingane, Zenda, Madder, Loss…
Una holoproyección de la galaxia titiló en la cubierta de observación del yate. El burdo mapa de Antic se superpuso a la fina textura del Primer Radiante para mostrar de nuevo las correlaciones. A partir de Santanni, un arco rojizo unía varios mundos caóticos notables y otros que, Hari lo sabía, estaban maduros para el desastre social en las décadas venideras. El arco pasa cerca de Siwenna donde desapareció la nave que transportaba a la esposa y el hijo de Raych.
Nunca podría olvidar su esperanza personal de encontrarlos. Y, sin embargo, un factor empujaba a Hari hacia delante, por encima de todos los demás: las ecuaciones.
Quizás encuentre las pistas que he buscado durante tanto tiempo. Los atractores. Los mecanismos entorpecedores. Partes ocultas de la historia que la psicohistoria puede modelar, pero no explicar.
Jugueteó con el Primer Radiante, siguiendo la historia futura, empezando por una diminuta mancha en el mismo borde de la rueda galáctica.
Allí brillaba una débil estrellita, una mota cuyo único planeta habitable. —Terminus— se convertiría en escenario de un gran drama. Pronto la Fundación crecería y germinaría, expresando un dinamismo que era cualquier cosa menos decadente. Podía imaginar los primeros cientos de años, como un padre imagina a una hija que gana honores académicos o consigue hazañas gloriosas. Sólo que la presciencia de Hari no era una simple ensoñación. Era una seguridad en la que confiaba.
Es decir, durante los primeros siglos.
En cuanto al resto del Plan… mis sucesores, los Cincuenta que componen la Segunda Fundación, se sienten complemente seguros. Nuestras matemáticas predicen que un fantástico Nuevo Imperio de la Humanidad emergerá dentro de menos de mil años, mucho más grande que su predecesor. Un imperio que será guiado para siempre jamás por los inteligentes herederos de Gaal y Wanda y los demás.
Sólo Hari entre aquellos que conocían íntimamente el Plan veía más allá de su elegancia una verdad implacable.
No va a suceder así.
Un centenar de parsecs más allá de Santanni, Horis Antic empezó a sondear con sus instrumentos una zona de espacio aparentemente vacío. Iba dando explicaciones mientras trabajaba.
—Mi amigo astrofísico, el que no pudo conseguir un permiso sabático para acompañarnos en este viaje, me habló de las «corrientes del espacio». Flujos de gas y polvo casi invisibles que giran por la galaxia, a veces impulsados por supernovas o estrellas jóvenes. Estas corrientes forman ondas de choque que iluminan los exteriores de los brazos en espiral. También afectan sutilmente a la evolución de los soles.
»Al principio tuve problemas para relacionar todo esto con mis propios intereses… la cuestión de la sedimentación. Para ver una conexión, necesitamos empezar con un poco de biología básica.
El público de Antic estaba compuesto por Hari, Kers Kantun y Biron Maserd. Los dos tripulantes del Noble estaban muy ocupados pilotando el yate, pero Maserd dejó una puerta abierta para escuchar los motores cada vez que dieran un salto hiperespacial.
El holoproyector de Antic mostró la imagen de un planeta. Su punto de vista se abalanzó hacia mares que titilaban con un rico y denso color verde. Pero los continentes de piedra eran yermos y vacíos.
—Muchos mundos acuáticos son así —explicó Antic—. La vida empieza fácilmente… la química básica orgánico coloidal se produce bajo una amplia gama de condiciones. Lo mismo sucede con la siguiente etapa, que desarrolla la fotosíntesis y una atmósfera parcial de oxígeno. Pero entonces la evolución encuentra un tropiezo. Incontables mundos se quedan atascados en este nivel que ven aquí, sin dar nunca el salto a los organismos pluricelulares y a cosas mayores.
»Algunos biólogos piensan que para que se produzcan nuevos progresos es necesario un alto grado de mutación para dar diversidad al poso genético. Sin variedades con las que trabajar, un mundo con vida puede quedarse atascado al nivel de las bacterias y las amebas.
—Pero dijo usted que se daban fósiles en muchos mundos —objetó Hari.
—¡En efecto, profesor! Resulta que hay muchas formas de conseguir altos grados de mutación. Uno es si el planeta tiene una luna grande que agita los elementos radiactivos de la corteza. O que el sol de ese planeta tiene grandes emisiones ultravioletas. O tal vez que orbite cerca de los restos de una supernova. Hay zonas donde los campos magnéticos canalizan altos flujos de rayos cósmicos, y otras… bueno, ya entienden la idea. Cada vez que se cumple alguna de estas condiciones, tendemos a encontrar fósiles en mundos colonizados por los humanos.
Horis rescató una nueva imagen, donde se describían numerosas muestras de piedra sedimentada; su colección personal, amorosamente recopilada en docenas de mundos. Cada capa se abría para revelar extrañas formas internas. Bordes simétricos o bultos regulares. Una forma ondulada apuntaba a la existencia de una columna vertebral. Otras sugerían patas articuladas, una cola curva o un entrecejo óseo. El capitán Maserd caminó alrededor de la imagen, meneando la mandíbula pensativo. Finalmente se situó al fondo de la sala, cerca de la puerta, para abarcar la escena entera.
—Usted considera que hay una pauta subyacente —insinuó Hari—. ¿Una distribución galáctica que predice dónde habrá fósiles?
Antic no contestó de inmediato.
—Me interesa menos explicar dónde existieron criaturas fósiles que saber por qué el muy posterior efecto sedimentador enterró a tantas…
Unos gritos de furia estallaron súbitamente detrás de Hari. Se dio la vuelta, pero quedó cegado por la oscuridad y sólo pudo sentir dos vagas figuras, enzarzadas en una furiosa lucha. Sonaron gritos agudos y una voz más grave que reconoció como perteneciente a Maserd.
—¡Luces! —ordenó el capitán.
Hari parpadeó. La súbita iluminación reveló a la pareja enzarzada en una lucha desigual cerca de la puerta. Maserd tenía a una persona más pequeña cogida por el brazo, al parecer uno de sus tripulantes, que maldecía y pataleaba en vano.
—Bueno, bueno —murmuro el noble—. ¿Que tenemos aquí?
La capucha de un uniforme plateado cayó hacia atrás revelando que quien la llevaba no pertenecía a la tripulación de Maserd. Hari atisbó un rostro joven, enmarcado en unos cabellos rizados de color platino.
Horis Antic dejó escapar un alarido.
—¡Es la chica del espaciopuerto! La charlatana del Ascensor Orión. Pero… ¿qué está haciendo aquí?
Kers Kantun avanzó con los puños cerrados. Estaba claro que no le gustaban las sorpresas.
—Una espía —murmuró—. O peor.
—Más bien un polizón, pienso —comentó Maserd, alzando a la muchacha y obligándola a ponerse de puntillas. Por fin ella dejó de ofrecer resistencia y asintió—. El capitán la soltó.
—¿Bien, jovencita? ¿Es eso? ¿Intentabas llegar a alguna parte?
Ella se lo quedó mirando y, finalmente, contestó en un murmullo:
—Más bien intentaba escapar de otro lugar.
—Interesante —comentó Hari en voz alta—. Tenías un trabajo envidiable, en el planeta capital del universo humano. Allá en Helicon, hay chicos que sueñan con visitar Trantor algún día. Pocos se atreverían a esperar ganarse el derecho a la residencia o un permiso de trabajo. ¿Y, sin embargo, tú pretendías escapar de allí?
—¡Bien que me gustaba Trantor! —replicó ella, el pelo en desorden cubriéndole los ojos—. Tuve que escapar de alguien en concreto.
—¿De veras? ¿Quién te asustó lo suficiente para que arrojaras tanto por la borda sólo para escapar de él? Dime qué hizo, muchacha. No carezco de influencias. Tal vez pueda ayudarte.
La muchacha respondió a la amable oferta de Hari con una mirada que se clavó en sus ojos.
—¿Quiere conocer a mi enemigo? Pues es precisamente usted, oh, gran profesor Seldon. ¡Escapaba de usted!