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Según su acuerdo con la Comisión de Seguridad Pública Hari no podía salir de Trantor. También sabía que Wanda y los Cincuenta nunca le permitirían marcharse a las estrellas. Aunque ya no era necesario para el éxito del Plan, nadie aceptaría la responsabilidad de poner en peligro la vida del padre de la psicohistoria.

Afortunadamente, Hari conocía un subterfugio para escapar. Se puede ir muy lejos sin salir oficialmente de Trantor, pensó, mientras hacía los preparativos necesarios.

Había muy poco que empaquetar para el viaje: sólo unas cuantas cosas imprescindibles que Kers Kantun guardó en una maleta y unos cuantos de los archivos de investigación más apreciados de Hari, incluida una copia del Plan Primer Radiante de la Fundación. Nada de todo eso llamaba demasiado la atención, colgado del respaldo de la silla móvil.

El sirviente-guardián de Hari había puesto objeciones al viaje, preocupado por la tensión del esfuerzo. Pero en realidad no resultó difícil hacer que Kers obedeciera. Hari se daba cuenta de por qué las objeciones del valmoril eran tan débiles.

Sabe que el aburrimiento es la peor amenaza para mi salud ahora mismo. Si no encuentro algo útil que hacer, me consumiré. Esta pequeña escapada probablemente no será gran cosa. El viaje espacial es una rutina insignificante. Y mientras tanto, estaré demasiado ocupado para permitirme morir.

Así que los dos salieron del apartamento a la mañana siguiente, como si fuera un día normal de excursión. Pero en vez de dirigirse a los jardines imperiales, Kers condujo a Hari a una tránsito-acera destinada al ascensor de Orión.

Mientras el compartimiento aceleraba y el tubo de metal que los rodeaba parecía pasar en un destello, Hari no dejaba de preguntarse si los detendrían en algún punto del camino. Era una posibilidad que debía tener en cuenta.

¿Habían retirado de verdad a la Policía Especial, como había asegurado Gaal? ¿O lo estaban vigilando incluso ahora, con pequeñas cámaras espía y otros artilugios?

Un año antes, justo después del juicio, la vigilancia era intensa. Hurgaban en cada rincón de la vida de Hari escrutaban sus más mínimos movimientos. Pero muchas cosas habían cambiado desde entonces. Linge Chen estaba convencido de la cooperación de Hari y los Cincuenta. No había habido más filtraciones de noticias preocupantes sobre un «inminente colapso del Imperio». Más importante aún, el traslado a Terminus se hacía según lo planeado. Los cien mil expertos que Hari había reclutado con promesas de empleo en un enorme proyecto de la Enciclopedia Galáctica estaban siendo ya preparados y se enviaban por grupos a aquel mundo lejano, hacia un destino glorioso que no podían sospechar.

En ese caso, ¿por qué seguía Chen pagando a oficiales profesionales para que vigilaran a un profesor chiflado y moribundo, cuando sus habilidades podían ser mejor empleadas en el tratamiento de otras crisis? .

Pronto un silbido anunció la llegada del vehículo al Gran Vestíbulo. Hari y Kers salieron a una monumental cámara que cubría veinte kilómetros y se alzaba en vertical hacia unas alturas que se perdían en la bruma.

Anclada en el mismo centro del terreno se erguía una enorme columna negra de más de cien metros de ancho. Daba la impresión de que esta poderosa columna sostenía el distante techo, pero el ojo era fácil de engañar. No era una columna, sino un grueso cable tendido hacia el exterior a través de un agujero en aquel techo remoto y que continuaba más allá de la atmósfera de Trantor, para enlazar la sólida superficie a una enorme estación espacial que orbitaba a cincuenta kilómetros de distancia.

A lo largo de su extensión, el ascensor de Orión parecía infectado de incontables bultos que subían y bajaban como parásitos bajo la piel de un fino tallo. Eran cabinas de los ascensores, enmascaradas parcialmente por una membrana flexible que protegía a los pasajeros contra la peligrosa radiación e impedía que tuvieran que contemplar vertiginosas panorámicas.

Al pie de esta monumental estructura podía verse la gente desembarcar de las cápsulas recién llegadas, cumplir las breves formalidades de inmigración y luego dirigirse al laberinto de rampas y aceras móviles. Otras corrientes de individuos fluían en la dirección opuesta listos para partir. Había varias filas para cada casta social. Kers se situó en una de las colas más cortas, claramente marcada como reservada para los VIPs meritócratas.

En teoría, yo podría utilizar el portal especial de la alta nobleza, pensó Hari, mirando hacia un pasillo flanqueado por tejidos de seda, donde unos obsequiosos ayudantes atendían las necesidades de la clase media superplanetaria. Todo antiguo Primer Ministro del Imperio tiene ese derecho. Incluso uno caído en desgracia, como yo. Pero sin duda eso llamaría demasiado la atención.

Se detuvieron ante una pequeña caseta marcada como CONTROL DE EMIGRACIÓN y presentaron sus tarjetas de identidad. Kers se había ofrecido a adquirir papeles falsos a través de sus contactos en el mercado negro, pero ese acto habría transformado aquella pequeña aventura en un delito y no en una travesura. Hari no tenía ninguna intención de arriesgarse a perjudicar el Proyecto Seldon simplemente por satisfacer su curiosidad. Si esto funcionaba, bien. De lo contrario, se volvería a casa y dejaría que las cosas terminaran tranquilamente.

La pantalla pareció mirar a Hari con su pregunta.

Era un momento crucial. Todo dependía de una cuestión de definición legal.

—Demarchia —dijo él en voz alta—. Quiero observar la legislatura imperial en sesión durante una semana o dos. En última instancia, tengo previsto pasar de allí a mi residencia en la Universidad de Streeling.

No estaba mintiendo. Pero podían ocultarse muchas cosas en aquella expresión: «en última instancia».

La unidad pareció reflexionar un momento, mientras Hari meditaba en silencio.

Demarchia es uno de los veinte mundos cercanos que forman oficialmente parte de Trantor. Hay fuertes razones políticas y tradicionales para este acuerdo, reforzado por generaciones de emperadores y ministros… Pero tal vez la policía no vea las cosas del mismo modo.

Si Hari estaba equivocado, el ordenador se negaría suministrar un billete. La noticia de este «intento de huida» destellaría en la Comisión de Seguridad Pública. Y Hari no tendría más remedio que regresar a casa y esperar que los agentes de Linge Chen acudieran a interrogarlo. Peor aún, Stettin Palver y los otros psicohistoriadores se llevarían las manos a la cabeza, le echarían una buena reprimenda y aumentarían su reverente vigilancia, Hari nunca disfrutaría de otro instante sin supervisión.

Vamos, instó, deseando tener parte de los poderes que permitían a Daneel Olivaw mediar en los pensamientos de humanos y máquinas.

Bruscamente, la pantalla se iluminó de nuevo.

Hari asintió.

—Larga vida —respondió rutinariamente, tragándose un nudo de tensión acumulada. La máquina emitió un par de billetes, asignándolos a un ascensor específico, apropiado a su clase social y su destino. Hari logró ver uno de los billetes mientras Kers los recogía. «VIAJE INTRATRANTOR», decía.

Asintió, satisfecho. No estoy rompiendo la letra de mi acuerdo con la Comisión. Al menos no todavía.

Cerca había un grupo de figuras uniformadas, con botones pulidos y guantes blancos: jóvenes mozos de equipaje asignados para asistir a los pasajeros VIP que no fueran nobles. Varios de ellos alzaron la mirada, pero continuaron charlando y jugando a las damas cuando Kers y Hari se abstuvieron de hacer ningún movimiento para llamarlos. Kers no necesitaba ninguna ayuda con su exiguo equipaje.

Sin embargo, unos instantes más tarde, una figura pequeña surgió de entre la multitud de uniformes púrpura, avanzando a pasos rápidos para interceptarlos. La muchacha (delgaducha y de no más de quince años de edad) saludó llevándose la mano a la visera de su gorra. Su acento del Sector Corrin era desenvuelto y amistoso hasta el descaro.

—¡Saludos, mis señores! ¡Llevaré sus maletas y me encargaré de su seguridad si les place!

Su chapa de identificación rezaba: JENI.

Kers hizo un gesto para despedirla pero, con un rápido movimiento, ella le quitó los billetes de la mano. Sonriendo, la moza de equipajes asintió con un vigoroso giro de cabello platino suelto.

—¡Por aquí, señores!

Cuando Kers se negó a entregarle el equipaje, la muchacha se limitó a sonreír.

—No tiene nada que temer. Me encargaré de su seguridad hasta la Estación Orión. Síganme.

Kers murmuró mientras la muchacha continuaba adelante con sus billetes, pero Hari sonrió y palmeó la ruda mano de su sirviente. En un mundo de trabajo aburrido y rutina aplastante, era agradable ver a alguien que se divertía un poco, incluso a costa de quienes eran sus superiores.

Encontraron al tercer miembro del grupo en el punto convenido, junto a un ascensor con la palabra DEMARCHIA destellando en su placa. Horis Antic pareció infinitamente aliviado al verlos. El burócrata Gris apenas miró a la moza de equipaje, pero inclinó la cabeza ante Hari con más reverencia de lo que el protocolo requería y luego señaló la puerta abierta de la cabina del ascensor.

—Por aquí, profesor. Nos he reservado buenos asientos.

Hari inspiró profundamente mientras subían a bordo; la puerta se cerró con su susurro tras ellos.

Allá vamos. Notaba cómo su corazón empezaba ya a animarse.

Una última aventura.

Por desgracia, no había ventanillas. Los pasajeros podían ver el exterior a través de los monitores de sus asientos pero pocos se molestaban en hacerlo. El vehículo de Hari estaba medio vacío, ya que los ascensores espaciales se usaban mucho menos que antes.

En parte soy responsable de eso, recordó. La mayor parte del tráfico hacia y desde Trantor llegaba por naves de salto hiperespaciales, que flotaban hasta el suelo con sus campos de gravedad autogenerados. Un creciente enjambre de ellas iba y venía con alimentos y otras necesidades para el centro administrativo del imperio. Veinte mundos agrícolas habían sido asignados al suministro, cuando sólo eran ocho antes de que Hari se convirtiera en Primer Ministro.

Trantor solía crear su propio suministro básico de comida en enormes cúpulas de energía solar; operadas por enjambres de ocupados autómatas a quienes no importaban el hedor ni el trabajo agotador. Cuando ese sistema se derrumbó durante la aciaga Revuelta Tiktok, uno de sus primeros deberes fue compensar la diferencia y multiplicar el flujo de comida y otros artículos importados.

Pero el nuevo sistema es caro e ineficaz. Y esa línea vital se convertirá en una trampa mortífera en los siglos venideros. Lo sabía gracias a las ecuaciones de la psicohistoria. Emperadores y oligarcas prestarán aún más atención a su conservación, en detrimento de importantes negocios en otras partes.

Para aumentar su lealtad, los mundos agrícolas se habían acercado aún más a Trantor: compartían el mismo gobierno «planetario», un hecho que ahora contribuía a justificar la artimaña de Hari.

Aunque no conectó el visor exterior, era fácil visualizar la brillante cubierta de metal anodizado del planeta reflejando el abarrotado campo estelar del centro de la galaxia: millones de brillantes soles que destellaban como feroces gemas, convirtiendo la noche casi en día. Aunque muchos en el imperio consideraban Trantor una gigantesca ciudad, gran parte de la superficie de acero inoxidable era sólo una capa, de varios pisos de grosor, tendida después de que montañas y valles hubieran sido nivelados. Las madrigueras resultantes se usaban principalmente para almacenar antiguos archivos. Las torres de oficinas, factorías y habitáculos no ocupaban más del diez por ciento del planeta… espacio de sobra para que cuarenta mil millones de personas vivieran y trabajaran eficazmente.

Con todo, la imagen popular era bastante adecuada. Este centro del imperio era como el núcleo galáctico mismo: un lugar abarrotado. Incluso conociendo las razones psicohistóricas de su existencia, Hari no podía dejar de sentirse asombrado.

—Ahora mismo estamos pasando el punto central —explicó la joven moza de equipaje, continuando con su papel de guía turística—. Los que hayan olvidado tomar las píldoras pueden experimentar algún trastorno mientras nos dirigimos a gravedad cero —continuó—, en la mayoría de los casos se trata sólo de imaginaciones. Si tratan de pensar en algo agradable el efecto suele desaparecer.

Horis Antic no se alegró demasiado. Aunque sin duda viajaba con frecuencia por motivos de trabajo, tal vez nunca había utilizado este peculiar tipo de transporte. El burócrata se metió rápidamente varias píldoras en la boca y las engulló.

—Naturalmente, hoy en día la mayoría de la gente llega a Trantor por medio de naves estelares —continuó la muchacha—. Así que mi consejo es que sigan diciéndose a sí mismos que esto es un cable que tiene más de cinco mil años de antigüedad, creado en los días de gloria de los grandes ingenieros. ¡En cierto modo, están tan bien anclados como si todavía estuvieran en contacto con el suelo!

Hari había visto a otros mozos de equipaje haciendo este tipo de trabajo, extrovertidos que iban más allá del deber para tratar de sacar partido a un trabajo monótono. Pero pocos habían tenido un público tan difícil como el agrio Kers Kantun y el nervioso Horis Antic, que seguía mordiéndose las uñas, sin disimular deseo de que la muchacha se marchara. Pero ella continuó charlando felizmente.

—¡A veces los visitantes preguntan qué sucedería si este cable por el que viajamos se rompiera! Bueno, déjenme asegurarles que eso no es posible. Al menos eso es lo que prometieron los antiguos que crearon este artilugio. Aunque estoy segura de que ya saben como andan las cosas hoy en día. Así que pueden imaginar conmigo lo que sucedería si alguna vez…

Pasó a describir, con evidente deleite, como todos los ascensores espaciales de Trantor (Orión, Lesmic, Gengi, Pliny y Zul) podrían romperse en alguna hipotética calamidad futura. La mitad superior de cada uno de los grandes cables, las estaciones de tránsito incluidas, se perdería girando en el espacio, mientras que la mitad inferior, que pesaba miles de millones de toneladas, se hundiría en el suelo a increíble velocidad generando suficiente fuerza explosiva para taladrar la capa de metal hasta los tubos de energía geotermal de Trantor y levantando una cadena de nuevos volcanes por toda la superficie del globo.

Exactamente según el esquema del juicio final calculado por nuestro Primer Radiante, se maravilló Hari. Naturalmente, algunas de las historias del Grupo Seldon se habían filtrado ya a la cultura popular. Con todo, era la primera vez que oía esta fase concreta de la Caída de Trantor descrita de forma tan viva, o con tanta fruición. De hecho, los ascensores espaciales eran aparatos muy fuertes, construidos en la cima del vigor del imperio, con fuerzas de seguridad multiplicadas cientos de veces. Según los cálculos de Hari, probablemente sobrevivirían hasta que la capital fuera saqueada por primera vez, al cabo de casi trescientos años.

Ese día, sin embargo, no sería aconsejable vivir en las cercanías del ecuador del planeta. Los descendientes de Stettin y Wanda estarían preparados, naturalmente. Los cuarteles generales de la Segunda Fundación se habrían trasladado ya mucho antes de ese momento… todo según el plan.

La mente de Hari surcó el futuro igual que un historiador podía imaginar el pasado. Una de sus grabaciones para la Cápsula del Tiempo de Terminus trataba de esa era por venir, cuando la destrucción se cebara en este mundo magnífico. En ese punto, la Fundación estaría entrando en su gran era de expansión, confiada. Tras haber sobrevivido a varios peligrosos encuentros con el tambaleante imperio, los vigorosos fundacionistas mirarían entonces asombrados el súbito y definitivo antiguo reino.

Su mensaje había sido escrito cuidadosamente para afectar a los líderes de Terminus, añadiendo un poco de peso político a las facciones que favorecían una política de lentas conquistas. Demasiada confianza, sería tan malo como todo lo contrario. La secreta Segunda Fundación, creada por descendientes mentálicos de los Cincuenta empezaría a desempeñar un papel más activo en ese punto, moldeando la vigorosa cultura centrada en Terminus. Para forjar el núcleo de un nuevo imperio. Mucho más grande que el primero.

El plan atraía a Hari por su dulce complejidad. Pero una vez más, una voz interior llena de dudas lo asaltó.

Puedes estar seguro de los primeros cien años. El impulso de los acontecimientos es demasiado grande para divergir del camino que prevemos. Y el siglo siguiente o el otro se desarrollarán según los cálculos, a menos que aparezcan perturbaciones inesperadas. El trabajo de la Segunda Fundación será corregirlos.

Pero ¿después de eso?

Algo en los cálculos me hace sentirme inquieto. Atisbos de atractores y soluciones ocultas sin resolver que acechan debajo de todos los modelos predecibles que hemos elaborado.

Ojalá supiera mejor ¿qué son esos estados sin resolver?

Ese era uno de los motivos que habían impulsado a Hari a tomar la decisión de unirse a esta expedición.

Había otros.

Horis Antic se sentó junto a Hari.

—He tomado medidas, profesor. Nos reuniremos con el capitán de nuestra nave chárter el día después de aterrizar en Demarchia.

La joven moza de equipajes había terminado ya su catastrófico relato y había guardado silencio por fin. Llevaba auriculares, y al parecer escuchaba música mientras contemplaba cómo se acercaban a la Estación Orión en un monitor cercano. Hari consideró que era seguro hablar con Antic.

—¿Es de fiar ese capitán? No sería aconsejable confiar en un mercenario. Sobre todo porque no podemos permitimos pagar mucho.

—Estoy de acuerdo —dijo Antic, asintiendo vigorosamente—. Pero este tipo viene bien recomendado. Y no tendremos que pagar nada.

Hari iba a preguntar cómo era posible pero Antic sacudió la cabeza. Algunas explicaciones tendrían que esperar.

—¡Nos acercamos a la estación de tránsito! —anunció la moza, en voz muy alta a causa de los auriculares—. Que todo el mundo ajuste sus cinturones. ¡Puede resultar movido!

Hari dejó que su sirviente lo atendiera, trabara la silla móvil y le ajustara las correas de sujeción. Luego ordenó a Kers que se apresurara a cuidar de sí mismo. Habían pasado muchos años desde que bajó por un portal estelar, pero no era ningún novato.

Hari ordenó una holovista que mostrara la Estación Orión que tenían delante, una gigantesca cabeza de Medusa formada por tubos y torres que se alzaba en mitad de una línea recta y titilante: el cable del ascensor espacial. Sólo se veían unas cuantas naves estelares en los atracaderos, ya que la mayoría de las modernas hipernaves podían aterrizar y despegar usando campos antigravitatorios. Pero Hari preveía una época en la que el declinar de la competencia llevaría a una serie de terribles accidentes abajo. Entonces las naves con destino a Trantor se verían obligadas a descargar allí arriba y aquellos grandes cables tendrían una importancia vital una vez más… hasta que acabaran por desplomarse cincuenta años más tarde.

Por el momento, el tráfico por medio de naves constituía la gran masa del comercio y los viajes de la galaxia. Pero unas cuantas rutas seguían atendidas por otro sistema de transporte completamente distinto, un sistema más rápido y más conveniente: los portales estelares.

En la juventud de Hari, cientos de enlaces de agujeros de gusano penetraban el tejido del espacio-tiempo desde un lejano confín de la galaxia hasta el otro. Sólo quedaban aproximadamente una docena de ellos, la mayoría conectados a un solo punto cercano a la órbita de Trantor. Según sus ecuaciones, también serían abandonados al cabo de unas cuantas décadas.

—¡Prepárense! —exclamó la joven.

La Estación Orión pareció abalanzarse hacia la pantalla del visor. En el último instante, un enorme brazo manipulador salió de ninguna parte para sujetar su vehículo de transporte con un súbito estertor. Entre sensaciones de torbellino, el compacto vehículo se desgajó del cable y se deslizó al interior de un largo y fino cañón que apuntaba al distante espacio.

La vista exterior fue engullida por la negrura.

Horis Antic dejó escapar un gemido. Hay algunas cosas a las que nunca se acostumbra uno, pensó Hari, tratando de mantener sus pensamientos en abstracto, esperando a que el cañón de pulsión disparara.

Las naves hiperespaciales eran grandes, pesadas y relativamente lentas. Pero la tecnología básica era tan segura y fácil de mantener que se sabía que algunas culturas desaparecidas habían mantenido sus flotas en activo incluso mucho después de perder la capacidad de generar energía protónica de fusión. En contraste, los portales espaciales se basaban en una profunda comprensión de la física y una tremenda capacidad de ingeniería. Cuando el imperio ya no produjera suficientes trabajadores eficaces, la red entraría en un claro declive.

Algunos le echaban la culpa a la decadencia o al fracaso de los sistemas educativos. Otros decían que era causado por los mundos del caos, cuya seductora atracción cultural a menudo absorbía a gente creativa de toda la galaxia… hasta que cada «renacimiento» llegaba a una implosión.

Las ecuaciones de Hari anunciaban complejas razones para una caída iniciada siglos atrás. Un colapso contra el que Daneel Olivaw llevaba combatiendo desde mucho antes del nacimiento de Hari.

No me gustaría nada viajar en uno de estos aparatos dentro de treinta años, cuando el declive de la curva de competencia cruce por fin el umbral de…

Su pensamiento quedó interrumpido cuando el cañón disparó, enviando su cápsula hacia un microportal hiperespacial hasta un punto a cincuenta minutos-luz de Trantor, donde esperaba el auténtico agujero de gusano. La entrada no fue particularmente suave, y las sensaciones de aplastamiento hicieron que el estómago de Hari girara. Suspiró entre dientes.

¡Dors!

Siguieron una serie de movimientos oscilatorios mientras se abalanzaban hacia las fauces de una gigantesca cavidad en el espacio-tiempo. Los monitores de los asientos se llenaron de locos colores mientras los ordenadores de holovídeo no conseguían sacar sentido al maëlstrom exterior. Este modo de transporte tenía sus desventajas, desde luego, y, sin embargo, Hari recordó un hecho básico sobre aquellos lanzamientos: la única cosa que aún los hacía enormemente atractivos comparados con viajar por medio de naves. Casi en cuanto el viaje empezaba…

… se terminaba.

Bruscamente, las pantallas se transformaron una vez más, mostrando un familiar campo estelar en el centro galáctico. Hari sintió varias sacudidas mientras el vehículo era recogido por microportales un par de veces. Entonces, como por arte de magia, un planeta apareció a la vista.

Un planeta de continentes y mares y cadenas montañosas, donde las ciudades destellaban como parte del paisaje, en vez de dominarlo por completo. Un maravilloso mundo que Hari solía visitar continuamente cuando era Primer Ministro, acompañado por su graciosa y bella esposa, en los días en que Daneel y él pensaban que el uso astuto de la psicohistoria podría salvar el imperio, en vez de planear para después de su destrucción.

—Bienvenidos a la segunda capital imperial, señores —dijo la joven moza de equipajes—. Bienvenidos a Demarchia.