Una figura salió del bosque y cruzó el claro hacia el lugar donde Dors esperaba de pie. Ella observó con cuidado al recién llegado.
Su forma general continuaba siendo la misma; un varón humano alto, de torso grueso como un barril. Pero algunos detalles habían cambiado. Lodovik llevaba ahora un rostro algo más joven, un poco más guapo en el sentido clásico, aunque seguía teniendo escaso pelo.
—Bienvenida a Panucopia —le dijo el otro robot, acercándose a una distancia de tres metros. Luego se paró.
Dors envió un estallido de microondas, iniciando una conversación a través de canales de alta velocidad.
Acabemos con esto.
Pero él sacudió la cabeza.
—Usaremos habla al estilo humano, si no te importa. Hay demasiados imponderables infectando el éter hoy en día, si entiendes a qué meme me refiero.
No era extraño que un robot hiciera chistes, sobre todo si procuraba interpretar el papel de un humano astuto. En este caso, Dors veía adónde quería ir a parar. Las ideas infecciosas, o memes, podrían haber sido responsables de la transformación del propio Lodovik, que pasó de ser un miembro leal de la organización de Daneel a un ente independiente que ya no reconocía las leyes de la robótica.
—¿Y tú sigues bajo la influencia de la monstruosidad de Voltaire? —preguntó ella.
—¿Todavía habláis Daneel y tú con Juana de Arco? —respondió Lodovik, y luego se echó a reír, aunque no había ningún humano presente para dejarse engañar por su simulación—. Confieso que algunos bits del antiguo simulacro Voltaire todavía flotan entre mis programas, impulsados por un flujo de neutrinos de supernova. Pero sus efectos son benignos, te lo aseguro. El meme no me ha hecho peligroso.
—Una cuestión de opinión —contestó Dors——. Y la opinión no cuenta cuando se trata de la seguridad de la humanidad.
El robot que se encontraba frente a ella asintió.
—Siempre la escolar aplicada, Dors. Leal a tu religión… igual que Juana permaneció fiel a sus creencias, después de tantos milenios. Las dos sois compatibles.
Era una comparación agria. La religión a la que Lodovik se refería era la Ley Cero, de la cual Daneel Olivaw era sumo sacerdote y principal converso. Una fe que Lodovik rechazaba.
—Y, sin embargo, sigues sosteniendo que existes para servir —dijo ella, con sarcasmo más que fingido.
—Lo hago. Por propia voluntad. Y no en completo acuerdo con el plan de Daneel.
—¡Daneel ha trabajado por el bien de la humanidad desde el principio de los tiempos! ¿Cómo puedes presumir de saber mejor que él lo que está bien?
Lodovik volvió a encogerse de hombros, simulando el gesto tan fielmente que, sin duda, debía tener algún significado personal. Se giró un poco, indicando un grupo de cercanas cúpulas cubiertas de maleza (la vieja Estación Imperial de Investigación) y el gran bosque de más allá.
—Dime, Dors. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que algo horriblemente… conveniente ocurrió aquí, hace cuatro décadas, cuando Hari y tú tuvisteis vuestra aventura y escapasteis a duras penas de la muerte con vuestras mentes atrapadas en los cuerpos de los simios?
Dors se detuvo. Por costumbre, sus ojos parpadearon para expresar sorpresa.
—Non sequitur —replicó—. Tus referencias no se correlacionan. ¿Qué tiene que ver ese acontecimiento contigo y Daneel…?
—Estoy respondiendo a tu pregunta, así que, por favor, sígueme la corriente. Retrocede al momento en que Hari y tú estuvisteis aquí, corriendo y gesticulando bajo el dosel de este mismo bosque, experimentando toda una gama de emociones mientras los cazadores perseguían vuestros cuerpos prestados de simio. ¿Puedes recordar vivamente haber huido de una situación a otra? Más tarde, ¿te molestaste siquiera en repasar la experiencia en detalle, calculando las probabilidades?
»Considera las armas que tenían a su disposición vuestros perseguidores… desde gas nervioso a balas inteligentes o virus fabricados. Y, sin embargo, no pudieron matar a un par de animales desarmados. O reflexiona sobre el modo en que los dos conseguisteis regresar, a duras penas a la estación, superando obstáculos y villanos, para reclamar vuestros cuerpos reales de la estasis y salvar la situación.
»O piensa en la forma en que vuestros enemigos os encontraron aquí en primer lugar, a pesar de todas las precauciones de Daneel y…
Dors lo interrumpió.
—Ahórrate el culebrón, Lodovik. Estás dando a entender que estaba previsto que experimentáramos ese peligro… y que sobreviviéramos. Claramente, tus conjeturas son que el propio Daneel estaba detrás de toda nuestra huida. Que preparó nuestra aparente situación peligrosa, la persecución…
—Y vuestra supervivencia. Después de todo, Hari y tú erais importantes para sus planes.
—¿Entonces a qué propósito podría servir una charada semejante?
—¿No lo imaginas? Quizás al mismo propósito que trajo a Hari aquí.
Dors frunció el ceño.
—¿Un experimento? Hari quería estudiar la naturaleza básica humano-simia para sus modelos psicohistóricos. ¿Estás diciendo que Daneel se aprovechó de la situación arrojándonos a un peligro simulado aquí… para estudiar nuestras reacciones? ¿Con qué fin?
—No diré más por el momento. En cambio, te dejo reflexionar sobre el asunto.
A Dors le pareció increíble.
—¿Me has llamado hasta tan lejos… para plantearme absurdos acertijos?
—No sólo eso —aseguró Lodovik—. Te prometí un regalo también. Y ahí viene.
La figura masculina que tenía delante hizo un gesto hacia el bosque, de donde salió una máquina baja y fornida, rodando sobre cadenas brillantes. La caricatura ridícula de un rostro humano asomó de un torso sin cuello. En un par de brazos metálicos, el burdo autómata llevaba una caja cubierta.
—Un tiktok —dijo ella, reconociendo el mecanismo por su ruidosa torpeza, tan distinto a los robots positrónicos.
—En efecto. Cuando tu marido se convirtió en el hombre más poderoso del imperio se estaban inventando nuevas variantes en muchos mundos. Naturalmente, él ordenó que ese trabajo cesara y los prototipos fueron destruidos.
—Tú no estabas en Trantor cuando los prototipos se volvieron salvajes. ¡Murieron seres humanos!
—En efecto. Qué mejor forma de darles una mala reputación y facilitar así la prohibición de su recreación. Dime, Dors, ¿puedes asegurar con certeza que los tiktoks se habrían vuelto «salvajes» si no hubiera sido por mediación de Hari y Daneel?
Esta vez Dors permaneció en silencio. Claramente, Lodovik no esperaba una respuesta.
—¿No te has preguntado nunca por las eras del amanecer? —continuó él—. ¡Los humanos inventaron nuestra especie rápidamente, casi en cuanto descubrieron las técnicas de la ciencia, incluso antes de dominar el vuelo espacial! Y, sin embargo, durante los siguientes veinte mil años de civilización avanzada, esa hazaña no llegó a repetirse.
»¿Puedes explicarlo, Dors?
Esta vez, le tocó a ella el turno de encogerse de hombros.
—Éramos una influencia desestabilizadora. Los mundos espaciales llegaron a depender demasiado de sus servidores robóticos, perdieron la fe en su propia competencia. Tuvimos que hacernos a un lado…
—Sí, sí —interrumpió Lodovik—. Conozco la racionalización de Daneel ante la Ley Cero. Estás recitando la versión oficial del porqué. Lo que yo quiero saber es… ¿cómo?
Dors miró a Lodovik Trema.
—¿A qué te refieres?
Sin duda la cuestión es simple. ¿Cómo se ha impedido que la humanidad volviera a descubrir a los robots? Estamos hablando de un lapso de mil generaciones. En todo ese tiempo, en veinticinco millones de mundos, ¿no habría sido capaz algún escolar ingenioso, jugando en el taller de su sótano, de reproducir lo que sus primitivos antepasados consiguieron con herramientas mucho más burdas?
Dors sacudió la cabeza.
—Los tiktoks…
—Fueron un fenómeno muy reciente. Esos burdos autómatas sólo aparecieron cuando se aflojaron las antiguas restricciones. Un claro signo del declive imperial y del caos incipiente, según Hari Seldon. No, Dors, las respuestas auténticas tienen que encontrarse mucho más atrás en el tiempo.
—Y supongo que vas a decirme cuáles son.
—No. No darías crédito a nada de lo que yo dijera, en la creencia de que tengo un plan oculto. Pero si sientes curiosidad por estas cuestiones, hay otra fuente más digna de confianza a la que puedes recurrir.
El burdo tiktok terminó de acercarse desde el bosque. Se detuvo a poca distancia y ofreció a Trema la caja que transportaba. Lodovik abrió la tapa y sacó un objeto oblongo del interior del contenedor.
Dors dio un involuntario paso atrás.
¡Era la cabeza de un robot! No humaniforme, brillaba con luces metálicas. Las cuencas oculares, negro brillante, estaban vacías, las células ausentes. Sin embargo, cuando Dors envió un breve estallido de microondas como sonda, recibió una resonancia, un débil eco que demostraba que dentro había un cerebro positrónico, sin protección y sin energía, pero ileso.
Ese eco provocó un estertor involuntario en sus circuitos. Dors advirtió de inmediato que la cabeza era… antigua.
Cuando Lodovik Trema volvió a hablar, pareció a la vez divertido y compasivo.
—Sí, a mí me ocurrió lo mismo. Sobre todo cuando advertí de quién se trataba.
»Dors Venabili, te confío la reliquia más preciosa de la galaxia… la cabeza y el cerebro de R. Giskard Reventlov, cofundador de la Ley Cero de la Robótica y destructor del planeta Tierra.