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Dors abrazó a Klia y Brann y se volvió hacia Lodovik.

—Ojalá pudiera enviar un duplicado de mí contigo —le dijo— y experimentar lo que experimentarás.

Más allá de la plataforma cercada, la pequeña nave mercante de Mors Planch, limpia y reluciente, descansaba en su soporte.

—Nos serías muy útil —dijo Lodovik.

Klia miró la larga hilera de naves en la terminal del puerto espacial.

—¿Él no vendrá a despedirnos? —preguntó.

—¿Hari? —dijo Dors, sin saber a qué se refería.

—Daneel —dijo Klia.

—No sé dónde está ahora —dijo Dors—. Hace tiempo que tiene la costumbre de ir y venir sin revelar a nadie qué se propone. Su trabajo ha terminado.

—Eso me resulta difícil de creer, —dijo Klia, y su rostro enrojeció. No quería pasar por hipócrita—. Quiero decir…

Brann la tocó suavemente con el brazo.

Mors Planch se adelantó. Lodovik aún lo ponía intranquilo. Bien, recorrerían una gran distancia juntos una vez más. ¿Y por qué iba a preocuparse por Lodovik, cuando su nave llevaría unos cincuenta robots humaniformes, provisionalmente dormidos, y las cabezas cortadas de muchos más? ¡Un tesoro de temibles riquezas! Y también su billete a la libertad.

—Me dijeron que confirmara nuestra ruta contigo, por si había cambios de último momento.

Extrajo un informador de bolsillo y le mostró la ruta a Dors. Cuatro saltos, en más de diez mil años-luz, hasta Kalgan, un mundo de placeres y entretenimiento para la élite de la galaxia, donde (decía el informador) dejarían a Klia y Brann. Luego, treinta y siete saltos, sesenta mil años luz hasta Eos, donde Lodovik desembarcaría con los robots y la cabeza de Giskard.

Dors estudió la carta brevemente.

—Aún es correcta —dijo.

—¿Irás a Término? —le preguntó Lodovik.

—No —dijo Dors—. Ni a Star’s End, dondequiera esté.

—Te quedarás aquí —sugirió Lodovik.

—Así es —le dijo Klia—. He leído acerca de la Mujer Tigre. Cuesta creer que fueras tú. Te quedarás… ¿por Hari?

—Estaré aquí para él al final. Es mi propósito más elevado. No serviría para otra cosa.

—¿Esta vez Daneel le permitirá recordar? —preguntó Klia, y se mordió el labio inferior, nerviosa ante esa presunción.

—Así se le ha prometido —dijo Dors—. Yo pasaré un tiempo con él.

—¿Y hasta entonces? —preguntó Lodovik, sabiendo que para los humanos esa pregunta sería ruda e impertinente.

—Yo deberé decidir —dijo Dors.

—¿No Daneel?

Dors lo miró con intensidad.

—¿Crees que Daneel está acabado?

—No —dijo Dors con serenidad.

—Yo tampoco puedo creer que esté acabado, o que haya terminado contigo.

—Tú tienes tus opiniones, por cierto. Como cualquier humano.

Lodovik captó la implicación, el filo de resentimiento.

—Daneel te considera humana —dijo—. ¿O no?

—Así es. ¿Eso es un honor, o una maldición?

Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta para irse.

Minutos después, desde la cubierta de observación que daba sobre el puerto espacial, oyó el rumor y el rugido de la hipernave que partía, y miró hacia arriba para seguir su trayecto.

Al principio Wanda no estaba feliz de escoltar a la joven y su corpulento amigo desde la terminal. Tampoco estaba cómoda con ese complejo engaño. ¿Acaso el abuelo esperaba que Demerzel los espiara? Nada había resultado como ella esperaba, y ahora era la cuidadora de un monstruo potencial. Pero Stettin lo tomaba estoicamente, y estaba trabando amistad con Brann.

Klia era distinta. Wanda la consideraba demasiado melancólica; pero lo cierto era que la vida de esa joven se había trastocado en la última semana; muchas situaciones se habían invertido, y ella se había comportado con gran perspicacia… y ahora enfrentaba las maravillosas dificultades de los pioneros, la desdichada misión de ocultarse durante siglos y observar cómo el Imperio se desmoronaba, de escapar de la caída de Trantor, amargas décadas en que sus hijos y nietos soportarían no sólo una disciplina y adiestramiento incesantes, sino los siglos más crueles y horribles de la historia…

¿El abuelo había decidido todo eso en el último momento, o lo había sabido desde siempre? Hari Seldon tenía sutilezas y estratagemas en las que más valía no pensar. ¿Manipularía a su propia nieta, la mantendría en la ignorancia, la sorprendería y consternaría? Obviamente

—No sé cómo agradecértelo —le dijo Klia mientras subían al taxi. Ella ajustó su capucha, y luego la de Brann.

—¿Por qué? —preguntó Wanda.

—Por aguantar a una mocosa descontrolada —dijo Klia.

Wanda no pudo contener una carcajada.

—¿Me estás leyendo el pensamiento, querida? —dijo, sin saber qué tono de voz era el adecuado.

—No —dijo Klia—. No haría eso. Estoy aprendiendo.

—Como todos —dijo Stettin, y Wanda miró a su esposo con reservado respeto. Él había escuchado sus quejas en silencio, luego le había explicado razonablemente el intrincado nuevo Plan de Hari.

—Creo que todos aprenderemos a confiar unos en otros —dijo Wanda.

—Me encantaría —dijo Klia. Sus ojos brillaban bajo la capucha, y Wanda comprendió que estaban llenos de lágrimas. Podía sentir la necesidad de esa joven, que era poco más que una niña.

¿Y cómo sería eso… que esa mentálica empezara a verla como una madre?

Cogió la mano de Klia.

—Aunque no será fácil —dijo—. Pero al final venceremos.

—Desde luego —dijo Klia con voz trémula—. Eso es lo que planea Hari… el profesor Seldon. Ansío aprender de ti.

Sus hijos y nietos mezclarían sus genes, y los psicólogos de la Segunda Fundación podrían estudiar y comprender la persuasión, utilizarla con mayor eficiencia.

Mediante la reproducción y la investigación, crearían una raza que resistiría siglos de adversidad, y se elevaría para conquistar en secreto, con discreción.

Un antídoto contra las mutaciones inesperadas, oculta lejos de la Primera Fundación, y lejos de los robots.

¿Y cómo explicaría eso a los psicólogos, los matemáticos que ya habían luchado contra la inclusión de los mentálicos?

Ellos nos ayudarán a conservar la clandestinidad durante los tiempos difíciles que vendrán. Bien, quizás ella estuviera a la altura de la tarea de conciliar esos diversos talentos. Mejor que lo estuviera.

Si su abuelo tenía razón, los dos seres más importantes de la galaxia estaban ahora al cuidado de Wanda.

Wanda desvió los ojos, también lagrimeando, y notó que Brann la miraba desde el asiento de enfrente. Lento y corpulento, con profundidades secretas, el fornido dahlita asintió solemnemente y miró por la ventanilla perlada.

Estoy muy confundido —dijo Mors Planch mientras la aceleración cesaba y se activaba la gravedad artificial de la nave—. ¿Quién engaña a quién? ¿Cómo puedes creer que Daneel no se enterará? ¿Cómo sabes que él no planeaba que los jóvenes se quedaran aquí?

—No es mi problema —dijo Lodovik.

—¿Se lo contarás, en Eos?

—No.

—¿Él no lo sabrá?

—No gracias a mí.

—¿Por qué no?

Lodovik sonrió y calló. En sus sendas positrónicas comenzó a operar la requerida anulación de ciertos conocimientos. Pronto olvidaría a Klia Asgar. Surgirían nuevos recuerdos, recuerdos donde él llegaba al brillante y alegre Kalgan y dejaba a los dos jóvenes humanos a cargo de agentes de la futura Segunda Fundación. Lodovik formaría parte de un rastro falso, para engañar a cualquiera que pudiera ir en busca de ellos. En el último momento, había seguido al pie de la letra esa intuición, ese nuevo instinto provocado por Voltaire. Y si Daneel sabe, no se opondrá a lo que está establecido, pues confía en el instinto de Hari Seldon.

—Bien, somos sólo tú yo, viejo amigo —dijo Mors con voz incisiva—. ¿De qué hablaremos esta vez?