—Mejor tarde que nunca —le dijo Gaal Dornick al técnico mientras el profesor Seldon se acomodaba en su silla de la cabina de grabación.
—Parece cansado —dijo el técnico, y revisó sus medidores para cerciorarse de que tenía la calibración adecuada para la voz de un anciano.
Hari consultó sus papeles, mirando el primer punto de gran divergencia de las ecuaciones. Tarareó suavemente, alzó la cabeza, esperando la señal de comenzar. Estaba muy iluminado, y el estudio estaba a oscuras, aunque veía algunas luces pestañeando en la cabina.
Tres lentes esféricas descendieron hasta su pecho. Se acomodó la manta sobre las piernas. Cuatro días atrás había dicho a sus colegas, entre ellos a Gaal Dornick, que había tenido un pequeño ataque y había perdido los recuerdos de un día entero. Habían manifestado su preocupación, insistiendo en que no debía esforzarse. Así que usaba esa manta. Apenas podía toser sin que lo rodearan caras preocupadas.
Era una mentira menor. Y le había mencionado a Gaal que con el ataque había sentido una paz y una calma que no había sentido nunca, y la determinación de finalizar su trabajo antes que llegara la muerte.
Sospechaba que Daneel se enteraría. De algún modo su viejo amigo y mentor lo oiría, y lo aprobaría.
Hari había sentido el sutil funcionamiento de la persuasión de Daneel, al terminar la reunión con Dors, Klia Asgar y Brann; por un momento había sentido que los recuerdos se desvanecían mientras el grupo se dirigía a la puerta, y Dors lo había mirado con amarga y apasionada tristeza. Y él había sentido algo más, brillante, intenso e impulsivo, que bloqueaba el esfuerzo de Daneel sin que el robot lo supiera.
Debía proceder de la rebelde Klia, más fuerte que Daneel, resistiendo naturalmente las manipulaciones de un robot, aunque fueran bien intencionadas. Y Hari lo agradecía. Recordar claramente esa reunión, y saber lo que sucedería en un par de años… recordar la promesa de Daneel, hecha en privado en el dormitorio de Hari, mientras los demás esperaban fuera, viejos amigos en una última charla… la promesa de que Dors estaría con él cuando su trabajo estuviera concluido, cuando su vida se aproximara al final.
Ella no podía estar con él ahora. Hari estaba muy expuesto a la mirada pública. El regreso de la Mujer Tigre, o de alguien parecido a ella, no era viable.
Pero allí había algo más. Hari sabía que la época de los robots había concluido, debía concluir: y sabía que era muy probable que Daneel nunca abandonara del todo su tarea. La misma preocupación y devoción eterna que Daneel sentía por Hari, al extremo de regalarle el retorno de su gran amor, con el tiempo lo impulsaría a entrometerse de nuevo…
Así que Daneel debía ignorar ciertas cosas, algo muy difícil de lograr.
Sin embargo, juntos, Wanda, Stettin, Klia y Brann se encargarían de ello. Juntos tenían la fuerza y la sutileza necesarias.
—¿Puede hablar, profesor Seldon? —preguntó el técnico desde su puesto. Gaal Dornick estaba junto a él, apenas visible para Hari.
—Soy Hari Seldon, viejo y lleno de años.
El técnico movió el interruptor y miró a Gaal con preocupación.
—Espero que sea un poco más alegre cuando empecemos en serio.
—Irás a Término, ¿verdad? —le preguntó Gaal al hombre.
—Desde luego —le contestó—. Mi familia ha hecho el equipaje y está preparada. ¿Crees que estaría aquí si…?
—¿Nunca viste personalmente a Hari Seldon?
—Nunca tuve el privilegio —resopló el hombre—. He oído historias, naturalmente.
—Él sabe muy bien lo que está haciendo, y qué papel debe representar. Nunca lo subestimes —le dijo Gaal, y aunque esa advertencia o descripción era inadecuada, se detuvo allí y señaló la consola.
—De acuerdo —dijo el técnico, y se concentró en su equipo—. Ahora correré la cortina y activaré los deformadores. Nadie sabrá lo que dice salvo él.
Hari tamborileó sobre el brazo del sillón. Las luces de las esferas pasaron a amarillo y rojo. Él se irguió en la silla y escrutó la oscuridad, imaginando caras, personas, hombres y mujeres ansiosos de conocer su destino. Bien, en general él podría ayudar, al menos en algunas ocasiones. La maldición era que no sabía específicamente cuándo esos pequeños discursos comenzarían a ser inútiles.
Ese día grabaría un solo mensaje, el resto durante un año y medio, a medida que la necesidad de cada advertencia se volviera más clara en las ecuaciones modificadas.
Con aire confiado y profesional, Hari empezó a hablar. Grabó un sencillo mensaje para los integrantes de la Segunda Fundación, los psicólogos y matemáticos, los mentálicos que los adiestrarían y alterarían sus líneas germinales: nada muy profundo, sólo una especie de charla.
—A mis auténticos nietos —dijo—, mi más profunda gratitud y mis mejores deseos. Nunca necesitaréis saber acerca de una inminente Crisis Seldon a partir de mí. Nunca necesitaréis nada tan dramático, pues vosotros sabéis…
El día anterior había hablado con Wanda, revelándole la parte final del acertijo de la Segunda Fundación. Al principio ella se había sentido muy decepcionada; quería largarse de Trantor, empezar de nuevo en otro mundo, por árido que fuera. Pero había escuchado hasta el final.
Y él le había dicho que Daneel no debía enterarse del paradero de la Segunda Fundación, de los mentálicos que podían oponerse a los planes de los robots giskardianos, si alguna vez volvían a coger las riendas secretas del poder.
En pocos minutos concluyó.
Corrió las mantas y las puso en el borde de la silla, se levantó para irse. Las tres lentes se elevaron en la oscuridad.
Esperando a que Gaal se reuniera con él, Hari se preguntó si la muerte sería un robot. ¡Qué problemático sería para un robot llevar la confortación y la extinción a un amo humano! Imaginó un robot grande, liso y negro, infinitamente cauto y delicado, sirviéndole y conduciéndolo hacia el final.
Esa idea le hizo sonreír. Ojalá el universo fuera tan atento.