Hari se repantigó en la silla más cómoda del pequeño estudio. Se estaba habituando a su nueva existencia, a la conciencia de su fracaso.
Estaba satisfecho con la visita de su nieta y su esposo, pero no con sus débiles intentos de «encarrilarle», como él lo describía.
Lo más irritante de su nuevo estado de ánimo era la inestabilidad, la interrupción de su paz mental con la continua e inútil revisión de ciertos elementos menores de las ecuaciones del Plan.
Algo hormigueaba en su mente, la comprensión de que no todo estaba perdido, pero rehusaba aflorar y, peor aún, amenazaba con brindarle aquello que menos deseaba: esperanza.
La primera fecha original para la grabación de las declaraciones acerca de las Crisis Seldon había pasado. El estudio donde su voz y su imagen se habrían almacenado para siempre en una bóveda de memoria milenaria aún estaba disponible. Habían reservado horas a intervalos regulares durante el año y medio siguiente.
Pero si seguía faltando a las citas acordadas, pronto pasaría la oportunidad, y al fin dejaría de sentir la menor culpa.
Hari sólo quería vivir sus últimos años como una nulidad, un individuo anónimo y olvidado.
Y no tardaría mucho en ser olvidado. En pocos días Trantor encontraría nuevos intereses. El recuerdo del juicio del año se borraría…
No quiero reunirme con él —le dijo Klia a Daneel. Estaban en la sala de espera del edificio de apartamentos de Seldon—. Y Brann tampoco.
Brann no parecía dispuesto a liarse en un debate. Cruzó sus gruesos brazos con todo el aire de un genio en un cuento infantil.
—Plussix quería que le hiciera cambiar de parecer —dijo Klia. Dors le dirigió una mirada asombrosamente colérica, y Klia desvió los ojos. Ella es un robot. ¡Sé que ella es un robot! ¿Qué le importa lo que hagamos, lo que suceda?—. Yo no lo habría hecho. No podría haberlo hecho, pero eso quería Lodovik… Kallusin… —Suspiró—. Siento tanta vergüenza.
—Hemos hablado de esto —dijo Daneel—. Hemos tomado una decisión.
Klia sentía un cosquilleo en la mente. Se sentía realmente incómoda frente a los robots.
—Sólo quiero ir a un sitio seguro con Brann y que me dejen en paz —murmuró Klia, y esquivó la mirada acusatoria de Dors.
—Es necesario que Hari Seldon y tú os encontréis cara a cara —dijo Daneel pacientemente.
—No entiendo por qué.
—Quizá no, pero es necesario. —Daneel extendió la mano, señalando el ascensor—. Luego todos tendremos cierta medida de libertad.
Klia sacudió la cabeza incrédulamente, pero hizo lo que le decían, y Brann, guardándose sus opiniones, la siguió.
Hari despertó de un sueño liviano y caminó aturdido hacia la puerta, casi esperando ver a Wanda y Stettin para una nueva charla. La pantalla de la puerta le permitió observar a los que aguardaban en el vestíbulo, un hombre alto y apuesto de edad mediana, a quien reconoció casi de inmediato como Daneel, un corpulento dahlita y una joven esbelta y expresiva, y otra mujer… Se alejó de la pantalla y cerró los ojos. No había terminado. Nunca sería dueño de sí mismo, la historia lo tenía agarrado con firmeza.
—No es un sueño —se dijo—, sólo una pesadilla.
Pero sentía interés e irritación a la vez. Se decía que no quería ver a nadie, pero la carne de gallina de los brazos lo traicionaba. Abrió la puerta.
—Adelante —dijo, mirando a Daneel con las cejas enarcadas—. Daría lo mismo que fuerais un sueño. Sé que olvidaré esta reunión en cuanto os vayáis. —Daneel le respondió con un cabeceo, pragmático como de costumbre.
Sería un magnífico mercader en las grandes combinaciones galácticas, pensó Hari. ¿Por qué siento afecto por esta máquina? El cielo lo sabrá, pero es cierto, me alegra verle.
Ahora puedes recordar, dijo Daneel. Y Hari, en efecto, recordó todo lo que había sucedido en la Sala de Dispensas. La muerte de Vara Liso a manos de Lodovik Trema… y esa joven con su corpulento amigo. Y la mujer que podía haber sido —tenía que ser— Dors.
Enfrentó a la muchacha y la saludó con un movimiento de cabeza. Apenas se atrevía a mirar a la otra mujer.
—Ellos querían que te desalentara —dijo Klia con timidez, mirando la sala y sus pequeños muebles, sus pilas de librofilmes, la Radiante Menor (una versión en miniatura y menos potente de la Radiante Prima de Yugo Amaryl) y sus retratos de Dors, Raych y los nietos. A pesar de sí misma, quedó impresionada por el orden, la simplicidad, la austeridad monacal—. No hubo tiempo… y de todos modos no habría podido hacerlo.
—No conozco los detalles, pero agradezco tu contención —dijo Hari—. Aunque parece que no era necesaria. —Se armó de coraje, tragó saliva, se volvió hacia la otra mujer—. Creo que nos hemos visto antes —dijo, y tragó saliva de nuevo. Luego se volvió hacia Daneel—. Debo saber. ¡No quiero olvidar! Tú me asignaste mi amada, mi compañera… Daneel, como amigo, como mentor… ¿es ella Dors Venabili?
—Lo soy —dijo Dors. Se adelantó y cogió la mano de Hari, estrujándola suavemente, como había sido su costumbre años atrás.
¡Ella no ha olvidado! Hari alzó la mano libre, formando un puño, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sacudió el puño, mientras Brann y Klia miraban con embarazo al ver que un anciano exhibía sus emociones tan abiertamente.
Ni siquiera Hari entendía sus emociones: ¿furia, alegría, frustración? Bajó el brazo y lo extendió para estrechar a Dors, mientras ambos aún se cogían torpemente las manos. Acero secreto, aferrándolo tan dulcemente.
—No es un sueño —le murmuró al oído, y Dors lo sostuvo, sintiendo su cuerpo envejecido, tan diferente del Hari maduro. Luego miró a Daneel, y sus ojos se llenaron de resentimiento: su propia furia, pues Hari estaba herido, la presencia de ellos le causaba dolor, y ella estaba programada para impedir el sufrimiento de Hari Seldon por encima de cualquier otro imperativo.
Daneel no evitó su mirada. Su conciencia robótica había soportado conflictos peores, aunque este estaba a la cabeza de cualquier lista.
Pero estaban a un paso… y él buscaría una compensación para Hari.
—He traído a Klia para mostrarte el futuro —dijo Daneel. Klia contuvo el aliento y sacudió la cabeza, sin comprender.
Hari soltó a Dors y recobró la compostura, irguiendo el cuerpo. Ganó tres centímetros de estatura.
—¿Qué puede contarme esta joven? —preguntó. Señaló los muebles—. Me he olvidado de mis modales. Por favor, poneos cómodos. Los robots no tienen que sentarse si no lo desean.
—Me encantaría sentarme aquí de nuevo, y relajarme contigo —dijo Dors, y se sentó en una silla junto a él—. Tengo muchos recuerdos intensos de este lugar. ¡Te he extrañado tanto! —No podía quitarle los ojos de encima.
Hari sonrió.
—Lo peor es que nunca pude agradecértelo. Me diste tanto, y nunca pude decirte adiós. —Le palmeó el hombro. Ningún gesto, ninguna palabra parecía adecuada para esa ocasión—. Pero, por otra parte, si hubieras sido orgánica, ahora no te tendría de vuelta conmigo, ¿verdad? Por fugaz que sea la experiencia.
De pronto, la profunda furia acumulada durante décadas llegó a su cúspide y Hari se volvió hacia Daneel, le clavó el dedo en el pecho.
—¡Termina con esto! ¡Termina conmigo! ¡Haz tu trabajo y hazme olvidar, y déjame en paz! No me atormentes con tu falsa carne y tus huesos de acero y tus pensamientos inmortales. Soy mortal, Daneel. No tengo tu fuerza ni tu visión.
—Ves más lejos que cualquiera de nosotros —dijo Daneel.
—¡Ya no! He dejado de ver. Estaba equivocado. Estoy tan ciego como cualquiera dentro de ese trillón de puntos de las ecuaciones.
Klia retrocedió para ver a ese anciano de ojos profundos y penetrantes. Brann miraba el vacío, avergonzado, sintiéndose fuera de lugar. Klia le tocó la mano y le aferró el brazo para tranquilizarlo. Estaban juntos entre los robots y el famoso meritócrata, y Klia desafiaba a cualquiera a creerlos menos importantes.
—No te equivocaste —dijo Daneel—. Hay un equilibrio. El Plan se fortalece, pero debe seguir ciertas rutas tortuosas. Creo que dentro de unos minutos nos mostrarás cómo.
—Me sobrevaloras, Daneel. Esta joven, su compañero, Vara Liso, representan una fuerza potente que no puedo incluir en las ecuaciones. Este fenómeno biológico…
—¿En qué difieres de Vara Liso? —le preguntó Daneel a Klia.
Brann arrugó la nariz con expresión adusta.
—Yo responderé —dijo—. Son tan diferentes como la noche y el día. No hay un hueso de odio en el cuerpo de Klia…
—Yo no iría tan lejos —dijo Klia, pero se enorgullecía de que él la defendiera así.
—Lo digo en serio. ¡Vara Liso era un monstruo! —Brann irguió el cuello y la barbilla agresivamente, como desafiando a Daneel a contradecirlo.
—¿Eres un monstruo, Klia Asgar? —preguntó Hari, concentrando en ella sus ojos profundos y penetrantes.
Ella no desvió los ojos. Evidentemente Hari Seldon no la consideraba inferior. Había en su mirada algo que trascendía el respeto, una suerte de terror intelectual.
—Soy diferente —dijo.
—Sí, desde luego. Creo que Daneel convendrá conmigo en que por ahora hemos terminado con los robots, y que tú eres prueba de ello.
—Me siento muy incómoda frente a estos robots —confirmó Klia.
—Pero trabajaste con algunos, ¿verdad? ¿Con Lodovik Trema? —Hari se volvió hacia Daneel. Esas suposiciones y teorías bullían en su subconsciente desde hacía varios días, desde el episodio de la Sala de Dispensas. Daneel podía anular la memoria consciente, pero no podía anular todas las funciones profundas de la mente de Hari—. Él era un robot, ¿verdad, Daneel?
—Sí —dijo Daneel.
—¿Uno de los tuyos?
—Sí.
—Pero algo salió mal.
—Sí.
—Él se volvió contra ti. ¿Todavía está contra ti?
—Estoy aprendiendo, Hari. Él me ha enseñado mucho. Ahora es tiempo de que tú me enseñes a mí… una vez más. Muéstrame lo que debe hacerse.
—¿Qué le sucedió a Lodovik en el espacio? —preguntó Hari.
Daneel se lo explicó, le contó lo que había sucedido con los calvinianos, incluido el final de Plussix y la conversación con Linge Chen.
—Basta de secretos —reflexionó Hari—. Los que necesitan saber sabrán, en toda la galaxia. ¿Qué puedo decirte, Daneel? Tu trabajo ha terminado.
—Todavía no, Hari. No hasta que encuentres una respuesta al problema.
Dors intervino.
—Hay una solución, Hari. Sé que la hay… dentro de tus ecuaciones.
—¡Yo no soy una ecuación! —exclamó Klia—. ¡No soy una aberración ni un monstruo! Sólo tengo ciertas facultades, y también él. —Señaló a Daneel.
Hari apoyó la barbilla en la mano. Esa picazón tan profunda, tan difícil de rastrear. Aferró el hombro de Dors, como para extraer fuerzas de ella.
—Abandonamos el metal —dijo—. Hora de hacernos cargo, ¿verdad, Daneel? Y llegará el momento en que las ecuaciones de la psicohistoria se fusionarán con las ecuaciones de todas las mentes, todas las personas. Cada individuo será un ejemplo general del progreso de la gente. Se fusionarán. Niña, no eres un monstruo. Eres el difícil futuro.
Klia miró a Hari intrigada.
—Tendréis hijos, y ellos tendrán hijos… más fuertes que Wanda y Stettin, más fuertes que los mentálicos que ahora trabajan para nosotros. Algo sucederá, algo imprevisible, algo que mis ecuaciones no pueden abarcar… una mutación de mayor éxito, una Vara Liso más fuerte. No puedo incluir eso en mis ecuaciones… es una incógnita, una tiranía puntual, todo el control irradiando de un individuo.
Hari tenía una expresión radiante.
—Tú… —Tendió la mano hacia Klia—. Coge esta mano. Déjame sentirte.
Ella extendió la mano a regañadientes.
—Necesito un pequeño empellón, joven amiga —dijo Hari—. Muéstrame lo que eres.
Casi sin pensar, Klia entró en su mente, vio un brillo enturbiado por oscuras nebulosas, y con un suave hálito de persuasión, otra seña de que recobraba sus fuerzas, disipó las nubes.
Hari jadeó y cerró los ojos. Apoyó la cabeza en un hombro. De pronto sentía algo más que mero cansancio. Sentía un gran alivio, y por primera vez en décadas, un nudo pareció desatarse en su mente y su cuerpo. El resplandor de sus pensamientos no era un modo de eludir sus errores y los fallos de sus ecuaciones, era una comprensión más profunda de su propia irrelevancia, en el largo plazo.
Dentro de mil años sólo sería una partícula en el flujo, liberado de su propia tiranía puntual. Dors se levantó de la silla, cogiéndole el brazo para ayudarle a permanecer en pie.
Su trabajo sería olvidado. El Plan cumpliría su propósito y se dejaría a un lado, una hipótesis más, rectora y modeladora, pero en definitiva una ilusión más entre las ilusiones de los hombres… y los robots.
Lo que había aprendido cuando luchaba con Lamurk por el puesto de primer ministro, que la raza humana constituía su propia y descabellada clase, su propio sistema autoorganizativo, con su propio conocimiento y tendencias…
Eso significaba que también podía dirigir su propia evolución. Las filosofías, teorías y verdades eran apéndices morfológicos. Se desechaban cuando dejaban de ser necesarias… cuando cambiaba la morfología.
Los robots habían cumplido su función. Ahora serían rechazados, eliminados, por el cuerpo social de la humanidad. También se desecharía la psicohistoria, cuando su propósito estuviera cumplido. Y Hari Seldon.
Ningún hombre, ninguna mujer, ninguna máquina, ninguna idea, podía reinar para siempre.
Hari abrió los ojos. Ahora eran grandes como los de un niño. Miró en torno, y por un momento no pudo distinguir las personas de los muebles. Luego concentró la visión.
—Gracias —dijo—. Daneel tenía razón. —Se apoyó en Dors y en el respaldo de la silla. Tardó un tiempo en ordenar sus pensamientos. Miró a Klia Asgar y a Brann.
—Mi propio ego me impedía ver la solución. Vuestros hijos crearán el equilibrio. Vuestros genes y talentos se difundirán. Habrá resolución del conflicto… y el Plan continuará. Pero no mi Plan. El futuro verá cuán equivocado puedo estar. Vuestros descendientes, los bisnietos de vuestros bisnietos, me corregirán.
Klia había visto en Hari algo que estaba más allá del problema al que él se enfrentaba. Tiritando, se adelantó, y junto con Dors apoyó a Hari en la silla.
—Nunca me contaron la verdad sobre ti —murmuró, acariciándole la mejilla. La piel era apergaminada y polvorienta, apenas flexible, con un risco de hueso duro debajo. Hari olía limpio y humano, la disciplina sobre la fuerza, si tales cosas se podían transmitir con el aroma. ¿Y por qué no? ¿Cómo era posible ver que alguien tenía esos rasgos y no olerlos también? Viejo, frágil, pero aún bello y fuerte.
—¡Eres realmente un gran hombre! —susurró Klia.
—No, querida mía —dijo Hari—. En verdad no soy nada. Y es maravilloso no ser nada, te lo aseguro.