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El ala de alta seguridad del Centro Especial de Detenciones formaba un semicírculo alrededor de la esquina oriental de la zona de detención de los Tribunales Imperiales, con diez mil celdas disponibles, de las cuales sólo unos centenares estaban ocupadas en tiempos normales. Miles de prisioneros con código de seguridad llenaban las celdas después de los disturbios, que los Especiales habían usado como excusa para encerrar a los cabecillas de muchos grupos revoltosos de Trantor.

Lodovik recordaba muchos tiempos turbulentos y cómo los Especiales y la Comisión de Seguridad Pública habían aprovechado situaciones similares para reducir las fricciones políticas en Trantor y las estaciones orbitales. Ahora él mismo ocupaba una de esas celdas, catalogado como «no identificado» y puesto a cargo de Linge Chen.

Su celda tenía dos metros por lado, sin ventanas, con una pequeña pantalla de información en el centro de la pared opuesta a la compuerta de entrada. La pantalla mostraba entretenimientos destinados a calmarlo. Para Lodovik, en esa etapa de su existencia, esas distracciones no significaban nada.

A diferencia de una inteligencia orgánica, no necesitaba estímulo para mantener su funcionamiento normal. La celda lo perturbaba porque le resultaba fácil concebir la angustia que causaría a un ser humano, no porque él mismo sintiera ese efecto.

Había aprovechado esa oportunidad para evaluar varios problemas interesantes. Lo primero de la lista era la naturaleza de la mente memética que lo había ocupado, y los posibles resultados de la ráfaga de emoción mentálica lanzada por Vara Liso. Lodovik estaba convencido de que su propia mentalidad no había sufrido daños, pero desde ese momento no se había comunicado con Voltaire.

Lo siguiente en la lista era la naturaleza de su traición hacia el plan de Daneel: si se justificaba o no, y si él podía superar la obstrucción lógica que suponía el estar libre de las Tres Leyes.

Había matado a Vara Liso. No podía convencerse de que habría sido mejor no hacerlo. A fin de cuentas, el plan de Plussix de usar a Klia Asgar para desalentar a Hari Seldon había fracasado, por lo que él sabía, y Daneel había estado allí para proteger a Seldon.

Parecía que los robots habían sido totalmente inservibles en medio de la tormenta mental de Vara Liso. Pero ella no había dirigido la ráfaga contra él. Esencialmente, había dejado un hueco que había resultado en su muerte.

¿Se había valido de Lodovik para poner fin a su desdicha?

Lodovik sentía curiosidad por saber qué habría pensado Voltaire.

Lo más probable era que hubieran capturado a todos los robots, calvinianos y giskardianos, y hubieran detenido su obra.

En celdas cercanas tenían a otros setenta y cinco no identificados del distrito de almacenes. Lodovik sabía muy poco sobre ellos, pero sospechaba que eran una mezcla de los grupos sobrevivientes de robots calvinianos y los jóvenes mentálicos reunidos por Kallusin y Plussix.

Lodovik asumía que todos estarían muertos en pocos días.

—Lodovik Trema.

La voz venía de la pantalla de información, que también servía como enlace con sus carceleros. Vio los rasgos adustos de una carcelera aburrida.

—Sí.

—Tienes una visita. Ponte presentable.

La pantalla quedó en blanco. Lodovik permaneció sentado en su catre. Sin duda estaba bastante presentable.

La compuerta soltó un chillido de advertencia y se abrió. Lodovik se puso de pie para saludar a su visitante. En el techo zumbaba una cámara, siguiendo sus movimientos.

En su oficina privada, Linge Chen estaba en una postura de ejercicio disciplinario que cambiaba lentamente, observando la pantalla del informador por el rabillo del ojo. Cambió grácilmente a otra posición, para enfrentarse a la pantalla. Ese era un momento de gran interés. Daneel entró en la celda de Lodovik Trema. Lodovik no mostró sorpresa ni embarazo, para decepción de Chen.

Por un momento fugaz, los dos ex aliados intercambiaron saludos en lenguaje de máquina (también capturados y traducidos por los dispositivos de escucha de Chen) y Daneel ofreció un breve informe de la situación. Habían arrestado a treinta y un robots y cuarenta y cuatro humanos en el almacén de los calvinianos de Plussix, incluidos Klia Asgar y Brann. Linge Chen había liberado a Hari Seldon; Farad Sinter había muerto.

Obviamente, Daneel había llegado a un acuerdo con el comisionado mayor.

—Felicitaciones por tu victoria —dijo Lodovik.

—No hubo victoria —respondió Daneel.

—Felicitaciones por haber frustrado a los calvinianos.

—Aún es probable que alcancen sus objetivos.

Lodovik volvió a sentarse en el catre.

—Tu informe no parece explicar cómo.

—Hubo un momento en que creí que sería necesario destruirte —dijo Daneel.

—¿Por qué no lo haces ahora? Si sobrevivo, soy un peligro para tu plan. Y he demostrado que puedo ser destructivo para los humanos.

—Estoy constreñido por los mismos bloqueos que me lo habrían impedido antes.

—¿Cuáles?

—Las Tres Leyes de Susan Calvin.

—Dada tu capacidad para ignorar las Tres Leyes y obedecer la Ley Cero, el destino de un mero robot no debería inquietarte —dijo Lodovik con tono cortés y coloquial. Pero había una diferencia visible entre Daneel y Lodovik, sus expresiones. Daneel mantenía un aire neutro y afable. Lodovik fruncía el entrecejo.

—Pero es un impedimento —dijo Daneel—. Tus argumentaciones me han dado que pensar, al igual que la existencia de humanos como Vara Liso y Klia Asgar. Tu naturaleza, sin embargo, es lo que en definitiva detendría todo intento mío de destruirte, o al menos originaría un conflicto doloroso y quizá dañino.

—Ansío comprender cómo podría ser así.

—En tu caso, no puedo invocar la Ley Cero para superar las Tres Leyes originales. No hay pruebas contundentes de que tu destrucción beneficiaría a la humanidad o reduciría sus sufrimientos. De hecho, podría suceder lo contrario.

—¿Mis opiniones te resultan convincentes?

—Las considero parte de un cuadro más amplio y muy elocuente que ha cobrado forma en mi mente hace semanas. Por otra parte, tu libertad frente a los constreñimientos de las Tres Leyes me obliga a encararte bajo una nueva definición, en aquellas regiones de mi mentalidad donde se toman decisiones sobre la legalidad de mis actos. Posees libre albedrío, una forma humana convincente y la capacidad de romper con tu educación y programación anteriores para alcanzar una comprensión nueva y más elevada. Aunque has trabajado en contra de mis planes, no puedo desactivarte, porque en mis centros de juicio, con los cuales no puedo disentir, has alcanzado el estado de un ser humano. A tu manera, puedes ser tan valioso como Hari Seldon.

Linge Chen interrumpió sus ejercicios y miró atónito el informador. Casi se había acostumbrado a la idea de que los hombres mecánicos, resabios de un pasado remoto, habían producido enormes cambios en la historia humana, pero verlos capaces de una flexibilidad filosófica que no poseían ni siquiera los meritócratas más brillantes de Trantor…

Por un instante sintió envidia y cólera.

Se puso en cuclillas frente al informador, preparado para cualquier cosa, pero no para la súbita tristeza que lo embargó mientras la conversación continuaba en la celda.

—No soy un ser humano, R. Daneel —dijo Lodovik—. No siento como un ser humano, y sólo he imitado sus actos. Nunca me comporté con motivaciones humanas.

—Pero te rebelaste contra mi autoridad porque creías que yo estaba equivocado.

—Sé algo sobre R. Giskard Reventlov. Sé que conspiraste con Giskard para permitir que se destruyera la Tierra, a través de los siglos, imponiendo la migración humana al espacio. Y nunca consultaste a un ser humano para determinar si tu juicio era correcto. Los servidores se convirtieron en amos. ¿Ahora me dices que los robots no tendrían que haberse entrometido en la historia humana?

—No —dijo Daneel—. No dudo que hicimos lo que era correcto y necesario. Sería difícil comunicar una comprensión cabal de la situación humana hace tantos milenios. Aun así, estoy dispuesto a aceptar que nuestro papel está por terminar. La raza humana nos rechaza de nuevo, del modo más enérgico… mediante la evolución, los motivos más profundos de su biología.

—Te refieres a la mentálica Vara Liso —comentó Lodovik.

—Y Klia Asgar. Cuando empezaron a aparecer los mentálicos, hace miles de años, en cantidades muy pequeñas, supe que constituían una tendencia importante. Pero entonces no eran tan aterradoramente fuertes. Los persuasores siempre han tenido selección negativa en el pasado por consecuencias biológicas adversas: sociedades disgregadas, una dinámica política desequilibrada. Siempre han conducido al caos, al dominio tiránico desde arriba en vez del crecimiento desde las bases. El carisma es sólo un caso especial de persuasión mentálica, y ha tenido consecuencias desastrosas en todas las eras humanas. Al parecer, en los últimos siglos, han tenido selección positiva a pesar de estas posibles perturbaciones, por mecanismos que aún no están claros para mí, pero con el obvio objetivo de eliminar para siempre la intervención de los robots. La humanidad parece dispuesta a correr el riesgo de la tiranía suprema, del carisma desatado, con tal de obtener el beneficio de la libertad.

—Pero tú eres un persuasor, aunque mecánico. ¿Crees que tu papel ha sido negativo?

—No importa lo que yo piense. He logrado mis objetivos, o casi. Estaba motivado por el ejemplo de lo que podía hacer una humanidad sin guía. Genocidio, entre los suyos y… en circunstancias que aún ahora son desagradables de comentar, cuando los robots recibieron la orden de cometer los mayores crímenes en la historia de la galaxia. Estos hechos me impulsaron a actuar, a expandir mi mandato como giskardiano, y a venir a Trantor para afinar las herramientas humanas de predicción.

—La psicohistoria. Hari Seldon.

—Sí —dijo Daneel. Hasta ahora la conversación se había llevado a cabo sin ningún movimiento, con Daneel de pie y Lodovik sentado en su catre, los brazos a los costados. Ni siquiera se enfrentaban, pues el contacto visual no era necesario. Ahora Lodovik se puso de pie y encaró a Daneel.

—El ojo de un robot no es un espejo de su alma —dijo Lodovik—. Pero siempre he sabido, al observarte, al presenciar los patrones expresivos de tu rostro y tu cuerpo, que no participaste voluntariamente en actos contrarios a los intereses de la humanidad. Llegué a creer que estabas mal orientado, quizá por el propio R. Giskard Reventlov…

—Mis motivaciones personales no importan —dijo Daneel—. Desde ahora, nuestros objetivos coinciden. Te necesito, y estoy por eliminar el último vestigio de control robótico sobre la humanidad. Hemos hecho lo que podíamos, todo lo que podíamos. Ahora la humanidad debe encontrar su propio camino.

—¿No presientes más desastres, no sientes necesidad de inmiscuirte para impedirlos?

—Habrá desastres. Y es probable que debamos equilibrarlos… pero sólo indirectamente. Nuestras soluciones serán humanas.

—Pero Hari Seldon es una herramienta de los robots… su influencia es sólo una extensión de ti.

—No es así. La psicohistoria fue formulada por los humanos hace decenas de miles de años, al margen de los robots. Hari es sólo su expresión más elevada, gracias a su propia brillantez. Yo he dirigido, sí, pero no he creado. La creación de la psicohistoria es un logro humano.

Lodovik reflexionó unos segundos, y en su rostro flexible y poco robótico fluctuaron emociones complejas y directas. Daneel lo vio y se maravilló, pues en su experiencia ningún robot había exhibido expresiones faciales salvo mediante esfuerzos directos y conscientes, con la excepción de Dors Venabili, y sólo en presencia de Hari. ¡Cuánto pudieron haber hecho con nosotros! ¡Qué raza pudimos haber sido!

Pero reprimió este triste pensamiento.

—¿No eliminarás a Hari Seldon y su influencia?

—Te conozco demasiado como para confiarte mis dudas y pensamientos más profundos, Lodovik… Daneel utilizó sus talentos giskardianos, pero no con Lodovik…

Durante dos minutos, Linge Chen y todos los que espiaban esa entrevista miraron desconcertados sus informadores, sin oír ni ver.

Cuando se recobraron, los robots habían terminado, y Daneel se marchaba. Los guardias sacaron a Lodovik Trema de la celda minutos después.

A la hora, todos los prisioneros del Centro de Detención estaban liberados: revoltosos de Dahl, Streeling y otros sectores, los robots humaniformes, incluida Dors Venabili, y los jóvenes mentálicos del almacén de Plussix. Sólo los robots que parecían robots permanecieron arrestados, a sugerencia de Chen, pues sus escondrijos ya no eran secretos. Más tarde serían entregados a Daneel, para que él hiciera lo que creyera conveniente. Chen no se preocupaba por el destino de esos robots, mientras los sacaran de Trantor y ya no se entrometieran con el Imperio.

Días después, Linge Chen recordaría algunas de las palabras que Daneel le había dicho a Lodovik en la celda, hablando de un secreto vasto y milenario, pero claramente la conversación había seguido otro rumbo en ese punto, pues no podía recordar cuál era el secreto.

Lodovik reflexionó sobre lo que le habían dicho. Daneel lo había dejado en libertad de tomar su propia decisión.

—La psicohistoria es su propia derrota —le dijo Daneel a Lodovik en la celda, antes de su liberación—. La historia humana es un sistema caótico. Cuando es previsible, la predicción modela la historia… un sistema circular inevitable. Y cuando ocurren los hechos más importantes (el surgimiento biológico de una Vara Liso o una Klia Asgar) tales acontecimientos son impredecibles por naturaleza, y suelen obrar contra toda psicohistoria. La psicohistoria es un motivador para los que crearán la Primera Fundación, un sistema de creencias de inmenso poder y sutileza. Y la Primera Fundación prevalecerá con el tiempo; la ciencia de Hari Seldon nos permite ver hasta allí.

»Pero el futuro distante, cuando la humanidad superará los antiguos sistemas de creencias, toda psicología y morfología, sus viejas capas culturales y biológicas, las semillas de la Segunda Fundación…

Daneel no necesitaba terminar. Por la expresión de la cara de Lodovik, una suerte de especulación soñadora y de esperanza casi religiosa, supo que se había hecho entender.

—Trascendencia, más allá de toda predicción racional —dijo Lodovik.

—Como tú comprendiste, los incendios conservan la salud del bosque… pero no las vastas conflagraciones y las podas insensatas que caracterizan el pasado humano. La humanidad es una fuerza biológica de tal poder que durante muchos milenios pudo destruir la galaxia y destruirse a sí misma. Sienten odio y temor, herencias que se originan en un pasado difícil, en aquellos tiempos en que aún no eran humanos y luchaban por la supervivencia entre monstruos escamosos en la superficie de su mundo natal. Obligados a vivir en la noche y la oscuridad, temiendo la luz del día. Una amarga crianza.

»He procurado dominar esa tendencia congénita hacia el desastre total, y he triunfado… a costa de cierta libertad en el desarrollo humano.

»La función de la psicohistoria es constreñir activamente el crecimiento y la variación humana, hasta que la especie alcance su postergada madurez. Klia Asgar y su especie procrearán y entrenarán a otros, y al fin los humanos aprenderán a pensar al unísono, a comunicarse con eficiencia. Juntos pueden ayudar a superar futuras mutaciones, incluso más poderosas que ellos mismos… efectos laterales destructivos de su respuesta inmunológica a los robots.

»Hay riesgos en tal situación, riesgos que tú has reconocido plena y atinadamente. Pero cualquier otra opción es inconcebible.

»Si Hari Seldon no finaliza su obra, los desastres pueden comenzar de nuevo. Y no se puede permitir que eso ocurra.