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Sacaron a Mors Planch de su celda del bloque de seguridad de los Especiales de Rikerian, mucho más abajo de las celdas casi civilizadas donde habían encerrado a Seldon. Le devolvieron sus pertenencias personales y lo liberaron sin restricciones.

Temía su liberación más que la cárcel, hasta que se enteró de que Farad Sinter había muerto. Se preguntó si había formado parte de una intrincada conspiración organizada por Linge Chen, y quizá por los robots.

Disfrutó de esa confusa libertad por un día. Luego, en su apartamento recién alquilado del sector Gessim, a cientos de kilómetros del palacio, recibió una visita inesperada.

La estructura facial del robot había cambiado levemente desde que Mors había hecho la infortunada grabación de su conversación con Lodovik Trema. Aun así, Mors lo reconoció al instante.

Daneel aguardaba en el vestíbulo mientras Mors lo observaba por la pantalla de seguridad. Sospechaba que sería inútil tratar de escapar, o simplemente no atender. Además, al cabo de tanto tiempo, su peor rasgo estaba aflorando de nuevo.

Sentía curiosidad. Si la muerte era inevitable, esperaba tener tiempo de responder algunas preguntas. Abrió la puerta.

—Te esperaba —dijo Mors—. Aunque en realidad no sé quién ni qué eres. Supongo que no has venido a matarme.

Daneel sonrió rígidamente y entró. Mors lo observó entrar en el apartamento y estudió esa alta y bien construida máquina de apariencia masculina. La gracia silenciosa y contenida, la sensación de inmensa pero gentil fuerza, debía haber mantenido en buen estado a ese Eterno durante los milenios. ¿Qué genio lo había diseñado y construido, y con qué propósito? ¡Sin duda no como mero sirviente! Pero eso habían sido en un tiempo los míticos robots… meros sirvientes.

—No estoy aquí para vengarme —dijo Daneel.

—Eso me tranquiliza —ironizó Mors, sentándose en el comedor, la única habitación aparte del baño y dormitorio combinado.

—Dentro de pocos días, el emperador emitirá la orden de que abandones Trantor.

Mors frunció los labios.

—Qué pena —dijo—. Klayus no me tiene simpatía. —Pero Daneel no percibió la ironía, o no le dio importancia.

—Necesito un excelente piloto —dijo—. Uno que no tenga esperanzas de llegar a ninguna parte del Imperio y sobrevivir.

—¿Qué clase de trabajo? —preguntó Mors, torciendo la cara. Sentía que la trampa se cerraba una vez más—. ¿Un atentado?

—No. Transporte. Hay algunas personas y dos robots que deben irse de Trantor. La mayoría de ellos nunca regresará.

—¿Adónde los llevaré?

—Te lo diré en el momento oportuno. ¿Aceptas la misión?

Mors rio amargamente.

—¿Cómo puedes esperar lealtad? —preguntó—. ¿Por qué no los abandonaría en cualquier parte, o los mataría sin más?

—Eso no será posible —murmuró Daneel—. Lo comprenderás después de conocerles. No será un trabajo difícil, y no habrá contratiempos. Tal vez te resulte aburrido.

—Lo dudo. Si me aburro, pensaré en ti y las desgracias que me causaste.

—¿Desgracias? —preguntó Daneel, intrigado.

—Me has usado sin el menor escrúpulo. Debías conocer mi simpatía por Madder Loss, mi odio por lo que representan Linge Chen y el Imperio. Querías que te grabara hablando con Lodovik Trema. Te aseguraste de que Farad Sinter se enterara de mi relación con Lodovik. Todo fue una apuesta, ¿verdad?

—Sí, desde luego. Tus sentimientos te volvían útil.

Mors suspiró.

—¿Y después de que haya hecho esa entrega?

—Reanudarás tu vida en cualquier mundo que esté fuera del control imperial. Habrá cada vez más de esos en los años venideros.

—¿Sin interferencia tuya?

—Ninguna —dijo Daneel.

—¿Libre para hacer lo que quiera, y contar a la gente lo que sucedió aquí?

—Si lo deseas. Habrá una paga adecuada. Como siempre.

—¡No! —chilló Mors—. Sin paga. Sin dinero. Sólo arregla las cosas para que pueda llevarme mis bienes de Trantor y lejos de un par de otros mundos. No necesito más.

—Eso ya está arreglado.

Esto enfureció aún más a Mors.

—¡Me sentiré muy satisfecho cuando dejes de adelantarte a mis decisiones!

—Sí —dijo Daneel, y asintió comprensivamente—. ¿Aceptas?

—¡Malditos soles brillantes, sí! Cuando llegue el momento, dime dónde debo estar, pero por favor, sin despedidas conmovedoras. ¡No quiero verte nunca más!

Daneel asintió.

—No habrá necesidad de vernos de nuevo. Todo estará listo dentro de dos días.

Mors quiso dar un portazo cuando Daneel se fue, pero esa clase de puertas no servía para esos gestos dramáticos.