—Nunca hubiera creído que semejante reunión fuera posible —dijo Linge Chen—. Si la hubiera creído posible, nunca habría creído que sirviera de algo. Pero aquí estamos.
R. Daneel Olivaw y el comisionado caminaban a la sombra de una vasta sala inconclusa en el este del palacio, llena de andamios y máquinas de construcción. Era un día de descanso para los obreros; la sala estaba desierta. Aunque Chen hablaba en voz baja, para los sensibles oídos de Daneel sus ecos llegaban de todas partes, en consonancia con las palabras de la influencia humana más difundida y poderosa de la galaxia.
Se habían reunido allí porque Chen sabía que en esa sala aún no habían instalado dispositivos de espionaje. El comisionado no quería que esa reunión se revelara.
Daneel esperó a que el comisionado continuara. Daneel era el cautivo; Chen dirigía el espectáculo.
—Habrías sacrificado tu vida (tu existencia, digamos) por Hari Seldon. ¿Por qué? —preguntó Chen.
—El profesor Seldon es la clave para reducir los miles de años de caos y desdicha que seguirán al colapso del Imperio.
Chen enarcó las cejas y la comisura de la boca. Por lo demás, el rostro del comisionado era tan impasible como el de un robot, aunque él era totalmente humano, el extraordinario producto de años de educación y endogamia, junto con sutiles manipulaciones genéticas y los antiguos privilegios de la fortuna y el poder.
—No programé este extraordinario encuentro para usar la jerga de los titiriteros. He sentido tu intervención y tu influencia durante décadas, y nunca estuve seguro… Ahora que estoy seguro, y estoy contigo, siento curiosidad. ¿Por qué estoy vivo, Danee, Daneel, sea cual fuere tu verdadero nombre…? Permíteme llamarte Demerzel, por ahora. ¿Por qué estoy todavía en el poder?
Chen dejó de caminar, así que Daneel también se detuvo. No tenía sentido andarse con rodeos. El comisionado había ordenado una revisión física exhaustiva de todos los capturados en la Sala de Dispensas y el almacén. Por primera vez el secreto de Daneel se había revelado.
—Porque has optado por acomodarte al Proyecto y no obstaculizarlo, como gobernante de facto del Imperio —dijo Daneel.
Chen miró el suelo polvoriento, magníficos mosaicos de color lapislázuli y oro, todavía manchados con pegamento y yeso, técnicas antiguas como la humanidad y ahora usadas sólo por los más ricos, o en el palacio.
—Con frecuencia lo he sospechado. He observado las idas y venidas de estos poderes, tras las bambalinas. Han rondado mis sueños, y parecen haber rondado los sueños y la biología de toda la humanidad.
—Derivando en los mentálicos —dijo Daneel. Esto le interesaba a Daneel; Chen era un observador agudo, y confirmaba las sospechas de él mismo acerca de los mentálicos…
—Sí —dijo Chen—. Están aquí para ayudarnos a deshacernos de vosotros. ¿Comprendes? Los robots nos causan fastidio.
Daneel no disintió.
—Vara Liso, en la posición política correcta, algo de lo cual carecía, pudo haber contribuido a eliminaros a todos. Si hubiera estado, por ejemplo, a sueldo de Cleon… luchando por su reinado. ¿Cleon sabía de vuestra existencia?
Daneel asintió.
—Cleon sospechaba, pero entendía, como tú, que los robots no eran sus enemigos sino todo lo contrario.
—Pero permitiste que yo lo derrocara y lo mandara al exilio. Eso no es lealtad.
—No profeso lealtad alguna hacia el individuo —dijo Daneel.
—Si yo no compartiera tu actitud, quizá sentiría escalofríos —dijo Chen.
—No represento una amenaza para ti. Aunque no hubiera respaldado tus esfuerzos para crear una Trantor donde Hari Seldon florecería y recibiría estímulo para lograr sus mayores producciones, habrías vencido. Pero tu carrera, sin Hari Seldon, será mucho más breve.
—Eso me dijo él, durante el juicio. Para mi consternación, llegué a creerle, aunque le dije lo contrario. —Chen miró de soslayo a Daneel—. Sin duda sabes que tengo suficiente sangre en mí como para conservar ciertas vanidades.
Daneel asintió.
—Tú me interpretas como una presencia política, una fuerza histórica, ¿verdad? Bien, sé algo sobre ti y los tuyos, Demerzel. Respeto lo que habéis logrado, aunque me consterna el tiempo que habéis tardado.
Demerzel ladeó la cabeza, reconociendo la precisión de esa crítica.
—Había muchos obstáculos.
—Robots contra robots, ¿verdad?
—Sí, un cisma muy doloroso.
—No tengo nada que decir de esas cosas, pues ignoro los detalles —dijo Chen.
—Pero sientes curiosidad.
—Sí, desde luego.
—No te daré los datos.
—No esperaba que lo hicieras.
Por un momento se observaron en silencio.
—¿Cuántos siglos? —preguntó Chen en voz baja.
—Más de doscientos siglos —respondió Daneel.
Chen abrió los ojos.
—¡Cuánta historia has visto!
—No tengo capacidad para guardarla toda en almacenaje primario —dijo Daneel—. Está guardada en sitios seguros en toda la galaxia, fragmentos de mi vida de los que sólo retengo sinopsis.
—¡Un Eterno! —exclamó Chen. Por primera vez su voz expresaba cierto asombro.
—Mi momento casi ha pasado. He existido durante mucho tiempo.
—Ahora todos los robots deben apartarse del camino —coincidió Chen—. Las señales son claras. Demasiada interferencia. Estos fuertes mentálicos… reaparecerían. La piel humana se arruga ante vuestra presencia, y procura expulsaros.
—Constituyen un problema que no preví cuando puse a Hari en su camino.
—Hablas de él como un amigo —observó Chen—, con afecto casi humano.
—Es un amigo. Como muchos humanos antes que él.
—Bien, yo no puedo ser uno de tus amigos. Me aterras, Demerzel. Sé que nunca puedo tener el control total mientras existas, pero si te destruyo, moriré dentro de un par de años. Eso implica la psicohistoria de Seldon. Estoy en la rara posición de tener que creer en la verdad de una ciencia que por instinto desprecio. No es una posición cómoda.
—No.
—¿Tienes una solución para este problema de los supermentálicos? Tengo entendido que Hari Seldon ve su existencia como un golpe fatal contra su trabajo.
—Hay una solución —dijo Daneel—. Debo hablar con Hari en presencia de la muchacha, Klia Asgar, y su compañero Brann. Y Lodovik Trema también debe estar allí.
—¡Lodovik! —Chen apretó la mandíbula—. Eso es lo que más me duele… De todas las personas en que me apoyé a través de los años, confieso que sólo Lodovik Trema me inspiró afecto, una debilidad que él nunca traicionó… hasta ahora.
—Él no ha traicionado a nadie.
—Te traicionó a ti, si no me equivoco.
—No traicionó a nadie —repitió Daneel—. Forma parte del camino, e introdujo correcciones que compensaron mi ceguera.
—Así que quieres a la joven mentálica —dijo Chen—. La quieres con vida. Yo planeaba ejecutarla. Los de su especie son peligrosos como víboras.
—Ella es esencial para la reconstrucción del proyecto de Hari Seldon —dijo Daneel.
Otro silencio. Luego, en medio de la gran sala inconclusa, Chen dijo:
—Así será. Entonces ha terminado. Todos debéis partir. Todos menos Seldon. Como se convino en el juicio. Y te pondré a cargo de las cosas de las que no deseo ser responsable… los artefactos. Los restos de los demás robots. Los cuerpos de tus enemigos, Daneel.
—Nunca fueron mis enemigos, sire.
Chen lo miró con expresión curiosa.
—No me debes nada. No te debo nada. Trantor ha terminado contigo, para siempre. Esto es realpolitik, Demerzel, de la clase que has practicado durante tantos miles de años, a costa de tantas vidas humanas. A fin de cuentas, robot, no eres mejor que yo.