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Daneel dejó atrás el puesto de guardia del vestíbulo de seguridad. Su percepción relativamente débil de los estados mentales humanos era ahora un afortunado escudo; el eco de otra explosión, como el estertor de un enorme volcán, lo derribó, haciéndolo patinar sobre los pies y las rodillas.

Entró rodando en la Sala de Dispensas, por la entrada del este. Tuvo una fugaz imagen donde Juana y las copias de Juana que había en las máquinas cercanas se desflecaban como una bandera podrida en un ventarrón, tratando de permanecer unidas, pero luego esa imagen perdió importancia, pues sus propios patrones, su propia mente, amenazaban con hacer lo mismo.