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Daneel dejó el taxi en la entrada de los Grises, en el lado este de los Tribunales Imperiales, y se detuvo junto a las pequeñas puertas metálicas dobles. Llevaba el uniforme de un burócrata nativo de Trantor, no un estudioso ni un peregrino; había reservado esa identidad décadas atrás, entre muchas otras, y si los guardias de seguridad hacían preguntas, en los ordenadores de Personal habría archivos que explicarían su existencia y sus deberes, su derecho a estar allí.

Las puertas tenían complejas inscripciones con las reglas generales del servicio público. La primera regla era No dañes a tu emperador ni a sus súbditos.

Aun en el taxi, Daneel había sentido las explosiones mentálicas procedentes del palacio, pero ignoraba qué significaban. Era fácil imaginar el desarrollo de sus planes, ahora que estaban casi completos. Había hecho malabarismos durante años, manteniendo millones de pelotas en el aire al mismo tiempo…

Movió el maletín que llevaba bajo el brazo y tecleó un código específico reservado para el ingreso de un funcionario administrativo Gris.

Fue rechazado. Habían cambiado los códigos; había una emergencia en los Tribunales, quizás en el palacio mismo.

Aquí tienes. Mi otro aspecto está dentro del edificio. Juana, dividida en muchas Juanas, muchas mentes meméticas, trabajaba en ambos lados.

La puerta izquierda se abrió. Daneel entró en el edificio.

Tardó más de lo que esperaba en abrirse paso, aun con la ayuda de Juana.

A1 final, cuando faltaban dos puertas para reunirse con Hari en la bella y alta Sala de Dispensas, Juana distrajo a un guardia humano enviándole un cambio de instrucciones.

Daneel olió electricidad en el siguiente tramo. Habían descargado un látigo neural hacía pocos minutos.