Había que hacer muchos trámites, solicitar documentos a oficinas de la Comisión de Seguridad Pública y notificarlo a docenas de oficinas judiciales; Hari tardaría más en salir del tribunal de lo que había tardado en entrar. Gaal Dornick estaba en otra zona, y Boon había partido tres horas antes para encargarse de diversas complicaciones.
Hari estaba solo en la cavernosa Sala de Dispensas, mirando la antigua bóveda y las claraboyas, con sus vitrales multicolores. Le habían dicho que esperase allí hasta que el carcelero regresara con el alcaide y expidiera los documentos definitivos.
Hari no sabía cómo se sentía. Un poco incrédulo, por cierto; había pasado por el vientre de los tribunales imperiales sin ser digerido. El momento hacia el cual había dirigido toda su vida, a sabiendas o no, había pasado.
Ahora debía hacer las primeras grabaciones. Avisaría a Wanda y Stettin de cuál sería su misión final —sospechaba que los sorprendería— y que los psicólogos y mentálicos de la Segunda Fundación se quedarían en Trantor y él haría los preparativos para transferir su poder a Gaal y los otros que viajaran a Término.
El largo crepúsculo del Imperio se volvería más oscuro. Él no viviría mucho tiempo más para verlo, ni quería. Al ver el fulgor de los domos a través de los altos vitrales evocó un auténtico fulgor del cielo a través de un auténtico vitral, en Helicon.
Quietud. La conclusión está cerca, pero no siento satisfacción. ¿Dónde está mi recompensa personal? ¿Qué importa si he salvado a la humanidad de miles de años de caos? ¿Qué he logrado para mí mismo? Pensamientos indignos de un profeta o de un héroe. Tengo una nieta, que no es de mi propia carne; la continuidad está rota biológicamente, cuando no filosóficamente. Tengo algunos amigos, pero los viejos se han ido, han muerto o son inaccesibles.
Recordó que semanas atrás estaba en la torre de mantenimiento de la superficie, recordó el ánimo sombrío que lo dominaba. No puedo irme de Trantor. Chen no lo permitirá. Todavía soy peligroso y es mejor mantenerme embotellado. ¿Pero adónde me gustaría ir, dónde me gustaría estar en mis últimos días?
Helicon. Bajo el sol, afuera, lejos de estas ciudades techadas, lejos de la piel de metal de Trantor. Ver un cielo nocturno que no fuera simulado y no tener miedo de la extensión, de los miles de estrellas, un pequeño atisbo del Imperio para el cual había trabajado y que había procurado entender.
Estar al descampado, bajo la lluvia, la intemperie y el frío, sin tener miedo; estar con viejos amigos y familiares…
Los pensamientos obsesivos habían llenado muchas de sus noches. Suspiró y se incorporó, escuchando las botas que se aproximaban por el pasillo norte.
Tres guardias y el alcaide entraron y se le acercaron.
—Hubo disturbios en el edificio de la nueva comisión, cerca del palacio y a poca distancia de aquí —dijo el alcaide—. Nos han dicho que cerremos todo hasta que el disturbio se haya explicado.
—¿Qué clase de disturbio? —preguntó Hari.
—No sé —dijo el alcaide—. Nada de qué preocuparse. Aquí estamos bien. Nos han dado instrucciones de protegerle a toda costa…
Hari oyó un ruido en la entrada este del pasillo. Se volvió, vio una mujer, jadeó. Bajo la luz, a esa distancia… su aplomo, su porte… el sueño…