Klia podía sentir las tropas empeñadas en la búsqueda, cientos de metros encima y detrás de ellos. Lodovik los llevó por debajo del distrito de almacenes hasta que llegaron a una compuerta redonda bloqueada por desechos de una antigua inundación. Klia cogió el brazo de Brann y retrocedió mientras Lodovik despejaba los escombros. Brann le sonrió, apenas visible en la luz penumbrosa de los globos de mantenimiento, se zafó de su mano y fue a ayudar a Lodovik. Con un suspiro, Klia también se sumó a los esfuerzos, y en menos de un minuto habían despejado el paso.
Klia no oía ni detectaba a nadie en el túnel, pero sentía una profunda inquietud. Los escombros, los años de corrosión de la compuerta, la dificultad para abrirla… a partir de ese punto las cosas no serían fáciles.
Se dirigían hacia las honduras del antiguo sistema hidráulico de las primeras ciudades de Trantor. Más allá de la compuerta, se veía aún menos. Los globos estaban distribuidos en intervalos de treinta metros, y parecían aún más tenues. El hecho de que aún permanecieran encendidos testimoniaba la destreza de los primeros ingenieros y arquitectos de Trantor, que comprendían que esa profunda infraestructura debía ser mucho más confiable y persistente que las ciudades que construirían, demolerían y volverían a construir mucho más arriba.
—Iremos tres kilómetros por aquí —dijo Lodovik—, luego empezaremos a ascender de nuevo. Puede haber sendas peatonales, escaleras mecánicas, ascensores… y quizá no. Hace décadas que Kallusin no explora estos pasajes.
Klia no dijo nada, sólo permaneció junto a Brann mientras el robot los guiaba hacia las profundidades, hasta que al fin no detectó más humanos. Nunca había estado tan lejos de las multitudes. Se preguntaba cómo sería tener un planeta entero para ella, sin responsabilidades, sin culpa, sin talento ni necesidad de talento.
Las pisadas de Lodovik los conducían a una turbia oscuridad, y pronto estuvieron hasta el tobillo en agua estancada. A la izquierda oyeron el pistoneo de enormes bombas, que pronto se interrumpió con un rugido distante y voraz. Los latidos del corazón de Trantor. Brann la ayudó a trepar por una pila de erosionadas partes de plástico, como el taponamiento de una antigua arteria.
—Ahora veo bastante bien —dijo Lodovik—, aunque sospecho que vosotros no. Por favor, seguidme de cerca. Aquí abajo estamos mucho más seguros que arriba.
De pronto Klia sintió un estruendo en su cabeza, pero muy lejano, como la vibración de una bomba. Escuchó de nuevo mientras caminaba junto a Brann, y el sonido se repitió. Era más difuso, pero ella estaba preparada y casi pudo saborear su extraña signatura.
Vara Liso. Miles de metros más arriba y frente a ellos. Tal vez en el palacio.
—Esa mujer —le dijo a Brann.
—Sí —dijo Brann—. ¿Qué está haciendo?
—Es como si explotara —dijo Klia.
—Por favor seguidme de cerca —insistió Lodovik. Adelante había un pozo de ascensor, según Kallusin, y pronto tendría la oportunidad de probar sus códigos de acceso a los cimientos del tribunal imperial.