Kallusin terminó de sacar la cabeza de Plussix. Extrajo los cables que habían brindado energía provisional al robot mientras los recuerdos más recientes eran almacenados en esponja de iridio, alzó la cabeza del soporte de plástico, apartándola del cuello humeante, y la guardó en la caja de metal.
Oía la conmoción entre los protegidos de Plussix mientras las tropas se desplazaban por el almacén. Por la ventana que daba al interior del almacén, Kallusin veía a los soldados de Prothon guiando a los jóvenes mentálicos —treinta en total— hacia transportes que estaban en la calle. A pesar de sus facultades persuasivas, no parecían capaces de escapar.
Ya no podía hacer nada por ellos. Levantó la caja, la llevó al extremo de la cámara y se detuvo al oír botas detrás de la puerta.
Para sorpresa de Kallusin, era Prothon en persona quien abrió la puerta de un puntapié. Kallusin se quedó donde estaba mientras el general entraba en la cámara. Prothon miró el deteriorado equipo y el robot medio desmantelado que estaba a pocos metros.
El general estaba desarmado, y sus tropas permanecieron detrás de la puerta. Por un momento, no dijeron nada y nadie se movió.
—¿Eres humano? —preguntó al fin Prothon. Kallusin no respondió.
—Robot, entonces. Mis hombres tienen jaqueca… me alegra que no seas uno de esos jóvenes. —Prothon señaló la caja que contenía la cabeza de Plussix—. ¿Qué es eso… una bomba?
—No —dijo Kallusin.
—Ni armas, ni medios de defensa… casi seguramente un robot. —Prothon lo miró con curiosidad—. En buen estado, y muy convincente. ¿Muy viejo, siglos?
Kallusin ni siquiera pestañeó. No podía hacer nada más sin dañar a Prothon o a sus soldados, y no podía dañar a humanos.
—Te ordeno que te identifiques —dijo Prothon. Luego, asombrosamente, añadió—: Se puede excluir la identidad del dueño, pero no el tipo personal, origen y número de serie.
—R. Kallusin Dass, S-13407-D-10237.
—Robot Kallusin Dass, Solaria, último modelo —murmuró Prothon—. Un gusto conocerte. Tengo órdenes de arrestar a dos robots. Uno es R. Daneel o Danee, apellido e identificación desconocidos. El otro es R. Lodovik Trema, identificación también desconocida. ¿Eres alguno de ambos?
Kallusin negó con la cabeza.
—¿Qué hay en la caja, R. Kallusin? Respuesta obligatoria, con exclusión de información que pueda ser lesiva para tu amo o propietario.
Prothon conocía los viejos métodos de interrogación. Kallusin podría haber eludido una pregunta que su programación considerase ambigua o dañina para sus dueños, la raza humana. Plussix había reasignado la propiedad de sus robots a esta categoría más amplia un siglo antes, previendo ventajas en este truco.
Una especie de Ley Cero restringida. Nunca necesaria, hasta ahora.
Kallusin no encontró ningún motivo para no informar a Prothon de lo que había en la caja. De todos modos, su misión había terminado.
—Una cabeza de robot —dijo—. Inactiva.
—¿Eres el único robot que queda? Hay motivos para creer que otros ya han abandonado el edificio, antes que llegáramos.
—Soy el único que queda.
—Si te arresto, ¿permanecerás funcional?
—No —dijo Kallusin—. Eso perjudicaría la causa, y en consecuencia a la raza humana.
—Si mis hombres entran… ¿no permanecerás funcional?
—No —dijo Kallusin.
—Una situación difícil. Tengo muy poco tiempo, pero siento curiosidad. ¿Qué intentabais hacer aquí?
Prothon había omitido usar la forma de interpelación. Kallusin sopesó la situación.
No tenía esperanzas de escapar, y no tenía sentido hablar más con el general Prothon. Pero antes de apagarse para siempre, también él sentía curiosidad… por los conocimientos de Prothon.
—Responderé tu pregunta si tú respondes la mía —dijo Kallusin.
—Lo intentaré. —Prothon parecía divertido por ese notable diálogo.
—¿Cómo sabes acerca de los robots?
—Personalmente, sospechas, sólo sospechas, en todos mis años de servicio al Imperio. Encontré un robot descompuesto en un planeta distante una vez… destruido durante una invasión. No he vuelto a ver ninguno desde entonces.
—¿Cómo conoces las formas de interpelación?
—Linge Chen me dio instrucciones, me dijo que hablara con los robots que encontrara. También me dijo que no había peligro en interpelar a los robots que encontraríamos aquí.
—Gracias —dijo Kallusin. Sospechas, sólo sospechas, Daneel—. Mi respuesta es que estoy aquí para servir a mi dueño. —Metió la mano en la caja y apretó un interruptor oculto. La caja empezó a calentarse. La puso en el suelo. A1 cabo de unos segundos, la cabeza de Plussix quedaría incinerada, inservible. Luego Kallusin se quedó quieto. Aún no podía desactivarse. La amenaza tenía que ser inmediata.
Prothon miró la caja, que ahora emitía un fulgor rojo y crujía contra los mosaicos del suelo. Hizo una mueca y ordenó a sus tropas que entraran.
Eso fue suficiente. La amenaza de captura e interrogación se volvió muy real. Kallusin sería un peligro para su dueño.
Se desplomó en el suelo antes que los soldados pudieran tocarlo.
Prothon observó esto con profundo respeto. Había visto a muchos soldados humanos hacer precisamente lo mismo. Era una tradición, y era mucho más de lo que había esperado de un robot. Por cierto, él sólo había conocido a ese robot, y sólo unos minutos, y no estaba en posición de juzgar.
Salió de la cámara y ordenó que un grupo de ingenieros del comisionado la revisara.