Lodovik oyó las sirenas de advertencia en su cabeza, como todos los robots del almacén.
Había elaborado el plan de evacuación con Kallusin la noche anterior. Kallusin le había dicho que Plussix había previsto un disturbio general, tal vez un descubrimiento…
Y ahora la mayoría de sus vías de escape estaban bloqueadas por Especiales imperiales. Kallusin y los demás robots estaban ocupados en otra parte del almacén, trasladando cabezas y otros preciosos objetos calvinianos: miles de años de historia y tradiciones robóticas, los recuerdos de muchos robots, almacenados en nódulos de memoria o en las cabezas enteras. Había cierta religiosidad en el respeto que Kallusin sentía por esas reliquias. Pero Lodovik no tenía tiempo para reflexionar sobre las peculiaridades de esa sociedad de robots.
Encontró a Klia y Brann en el comedor de la planta baja. La joven parecía resuelta pero atemorizada: ojos grandes, cara ruborizada. Brann parecía inseguro pero no asustado, sólo nervioso.
Lodovik ignoró un mensaje de Voltaire, un prescindible comentario sobre la romántica atracción de los opuestos.
—Nos vamos ya —dijo Lodovik.
—Hemos hecho el equipaje —dijo Brann, y alzó un bolso de tela que contenía todos sus bienes mundanos.
—Puedo sentirla. Nos está buscando —dijo Klia.
—Quizá —dijo Lodovik—. Pero en los niveles inferiores hay pasajes ocultos que no se han usado en miles de años. Algunos llegan al centro de detención del palacio, donde tienen a Seldon…
—¿Conoces el palacio… los códigos de ingreso?
—Si no los han cambiado. Hay cierta lentitud en la modificación de los procedimientos internos. Los códigos de los aposentos del emperador se cambian dos veces por día, pero en otras zonas hay códigos que existen desde hace diez o quince años. Tendremos que correr algunos riesgos…
Yo puedo obtener acceso a los códigos que no conoces, dijo Voltaire.
—¡Tan sólo sácanos de aquí! —exclamó Klia—. No quiero luchar con ella.
—Quizá tengamos que luchar con otros —le dijo Lodovik—. Persuadirlos, o defendernos.
Klia sacudió la cabeza con terquedad.
—Ellos no me importan. Ningún otro persuasor puede habérselas con Brann y yo, si trabajamos juntos. Pero esa mujer…
—Podemos derrotarla —dijo Brann. Klia lo miró airadamente, se calmó, se encogió de hombros.
—Quizá —dijo.
—¿Conoces bien las estructuras mentales robóticas? —preguntó Lodovik mientras caminaban hacia los ascensores.
—¿A qué te refieres? —preguntó Klia. Las antiguas puertas de los ascensores se abrieron con la majestuosa pesadez de las obras del viejo Imperio. Una tenue luz verde de emergencia parpadeó en el interior. Entraron en ese fulgor tétrico.
—¿Puedes persuadir a un robot? —preguntó Lodovik.
—No sé —dijo Klia—. Nunca lo he intentado. Salvo Kallusin, una vez… y no sabía que era un robot. Él logró resistir.
—Tenemos unos minutos —dijo Lodovik—. Practica conmigo.
—¿Por qué?
—Porque para llegar a Hari Seldon, quizá tengamos que enfrentarnos a Daneel. Recuerda lo que dijo Dors Venabili.
—Los robots son diferentes —murmuró Klia.
—Practica —dijo Lodovik.
¿Cederías tu libre albedrío a esta niña?, preguntó Voltaire, comprendiendo que la pregunta era algo retórica. ¡Ahora aprovecharemos el arma más maligna! ¿Qué es peor… la distorsión mental por parte de un robot o de un humano?
—Por favor —dijo Lodovik—. Puede ser muy importante.
—¡De acuerdo! —gritó Klia, sintiéndose presionada. No le gustaba eso, no quería descubrir una nueva debilidad en medio de su temor—. ¿Qué hago? ¿Obligarte a bailar?
Lodovik sonrió.
—Lo que se te ocurra.
—Tú eres un robot. Si te ordenara que bailaras, ¿no tendrías que obedecer?
—Tú no eres mi ama. Y recuerda…
Klia desvió los ojos y se apoyó una mano en la mejilla.
Lodovik pensó que sería agradable probar sus circuitos de control motor. El ascensor sería un lugar perfecto para realizar esa prueba, mientras tuviera cuidado de no tropezar con los humanos que lo compartían con él. Era simple, un mero afán de moverse… simple y placentero. Se puso a bailar, lentamente al principio, sintiendo la afirmación, la aprobación: miles de humanos celebrarían su actuación, aunque no fuera desde el punto de vista artístico, al menos por la habilidad con que probaba sus rutinas mecánicas. Se sentía muy coordinado y digno.
Klia se apartó la mano de la mejilla. Tenía el rostro bañado en lágrimas.
Lodovik se detuvo y se meció un instante mientras su voluntad robótica seleccionaba entre diversos impulsos y alcanzaba un nuevo equilibrio.
—Lo lamento —dijo Klia—. Estuvo mal obligarte a hacer eso. —Se enjugó la cara con embarazo.
—Lo hiciste bien —dijo Lodovik, un poco consternado por la facilidad con que ella lo había controlado—. ¿Brann se coordinó contigo?
—No —dijo Klia.
Brann parecía anonadado por ese éxito.
—Por el cielo, podríamos tomar todo Trantor…
—¡No! —gritó Klia—. Lamento haber hecho esto. —Le extendió las manos a Lodovik, como rogando su perdón—. Tú eres una máquina. Sientes tanto… afán de complacer… en tu interior. Eres más fácil que un niño. Eres un niño.
Lodovik no sabía cómo responder, así que no dijo nada. Voltaire, en cambio, dio a conocer su opinión sin ambigüedades. Yo también pude sentirla. No tengo piernas, pero quería bailar. ¿Qué clase de fuerza es esa? ¡Qué monstruosidad!
Klia no podía superar su disgusto, lo cual sólo aumentaba su confusión.
—Pero no eres un niño. Eres tan solemne, tan serio. Estuvo mal… como hacer que mi padre… —Su voz resbaló—. Hacer que mi padre se mojara los pantalones. —Rompió a llorar.
Lodovik ladeó la cabeza.
—No he sufrido daño. Si estás preocupada por mi dignidad…
—¡No entiendes! —gritó Klia.
La puerta se abrió, y ella giró como para enfrentarse a nuevos enemigos. El oscuro corredor estaba vacío y silencioso. La delgada capa de polvo gris del piso no tenía huellas. Ella saltó desde el ascensor y sacudió una polvareda de siglos.
—¡No quiero ser más así! ¡Sólo quiero ser sencilla! Su voz rebotó en las impasibles y antiguas paredes.