Daneel estaba ante el parapeto de un apartamento que había sido un escondrijo secreto de Demerzel, y junto a él estaba el tiktok que venía con el apartamento. El lugar estaba cerrado y desocupado desde hacía décadas, su arrendamiento pagado por un siglo. Esa mañana, cuando Daneel regresó allí para utilizar sus enlaces secretos con el tribunal y el palacio, descubrió que habían activado el tiktok. Supo de inmediato quién era la responsable.
—Te has convertido en una gran molestia —le dijo Daneel al ex simulacro. Aunque esa mente memética ahora parecía estar de su parte, era demasiado inconstante y humana para merecer su total confianza.
El tiktok zumbó.
—Es difícil manifestarse en este mundo —dijo Juana—. ¿Estás aquí para aguardar noticias de Hari Seldon?
—Sí —dijo Daneel.
—¿Por qué no vas al palacio, disfrazado, y entras en el juzgado?
—Averiguaré más desde aquí —dijo Daneel.
—¿Te molesta que te vea como un ángel del Señor?
—Me han llamado muchas cosas. Ninguna de ellas me perturba.
—Consideraría un privilegio cabalgar contigo a la batalla. Estos… disturbios… Me hablan de muchas corrientes políticas. Me perturban.
Desde las calles llegaba la algarabía de la gente que marchaba, portando consignas, pidiendo la renuncia de todos los responsables de las recientes redadas policiales.
—¿Culparán a Hari Seldon o su gente, su familia?
—No —dijo Daneel.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Daneel miró al tiktok, y por un momento la imagen de una joven de rasgos intensos y cabello corto, vestida con una antigua armadura de hierro con inscripciones, fluctuó alrededor de la máquina.
—He trabajado durante miles de años, creando alianzas, abriendo cuentas, pensando con mucha antelación las cosas que podrían ser ventajosas en cierto momento. A estas alturas dispongo de tantas opciones que puedo escoger dónde ejercer presión y cuándo iniciar ciertos procedimientos automáticos. Pero eso no es todo.
—Te comportas como un general —dijo Juana—. Un general del ejército de Dios.
—En un tiempo —dijo Daneel— los humanos eran mi Dios.
—¡Por designio del Señor! —Juana parecía alarmada y confundida. Había crecido mucho desde su reconstrucción, desde sus diálogos y su idilio virtual con Voltaire, de quien se había distanciado, pero la vieja fe no moría fácilmente.
—No —dijo Daneel—. Por programación, por naturaleza congénita de mi construcción.
—Los hombres deben recibir a Dios escuchando el corazón de su alma —dijo Juana—. Los dictados y reglas de Dios están en el átomo más diminuto de la naturaleza, y en los programas de las escrituras.
—Tú no eres humana —dijo Daneel—, pero tienes una autoridad humana. No obstante, te advierto que no me distraigas. Es un momento muy delicado.
—La llameante ferocidad de un ángel, la dedicación de un general en campaña. Voltaire perderá. Casi siento pena por él.
—Qué extraño que me hayas escogido a mí, cuando antes te oponías a mis planes —dijo Daneel—. Tú representas la fe, algo que yo nunca conoceré. Voltaire representa el poder del frío intelecto. Yo soy eso, o nada.
—Tú no eres frío. También tienes tu fe.
—Deposito mi fe en la humanidad. Reconozco leyes hechas por la humanidad.
El tiktok calló un momento. Luego, con una blanda voz mecánica que no comunicaba su apasionamiento. Juana dijo:
—Las fuerzas que actúan por tu intermedio son claras para mí. Poco significa que lo sepas o lo ignores. Yo sabía muy poco en mis tiempos, pero sentía esas fuerzas. Actuaban por mi intermedio. Yo confiaba en ellas.
Daneel ignoró al tiktok y esperó a que el tribunal presentara su informe. Un aspecto de ese plan se había ido al traste, pero había previsto esa posibilidad.
Dors Venabili no estaba en el puesto asignado. Daneel había aprendido tiempo atrás el arte de permitir que ciertas partes de un plan, aunque fueran cruciales, se desarrollaran fuera de su control, mientras él supiera cuál sería su rumbo. Había visto ese potencial en Dors desde el momento en que terminaron de refaccionarla en Eos.
Y también había visto un potencial similar en Lodovik.
El riesgo era grande, pero las ganancias potenciales eran mucho mayores. Se había habituado a esas apuestas, pero la espera aún le producía una sensación desagradable que él habría aislado y eliminado, si hubiera podido.
La pasajera del tiktok había caído en un reverente silencio. Daneel tocó el pequeño sensor de metal de la cabeza de la máquina.
—¿Cómo existes en Trantor, ahora? —preguntó.
—Invado los sistemas informáticos y de conexión, los intersticios del Retículo, como antes —dijo la entidad.
—¿Hasta qué punto?
—Igual que antes, quizá más.
Daneel evaluó el riesgo de confiar en Juana, y también el potencial de Voltaire.
—¿Voltaire también está presente en el sistema?
—Creo que sí. Estamos tratando de eludirnos, pero sus rastros son una irritación constante.
—¿Tienes acceso a códigos de seguridad, canales encriptados?
—Con cierto esfuerzo, están a mi disposición.
—¿Y también de Voltaire?
—Él no es tonto, aunque tenga otros defectos —replicó Juana.
Daneel reflexionó unos segundos, usando su cerebro a su mayor velocidad y capacidad.
—Puedes colocar una extensión de tus patrones dentro de mí —dijo luego—. Sugiero… —Y le transmitió, usando lenguaje de máquina, cierto domicilio que figuraba en sus centros de razonamiento superior.
Un instante después Juana estaba dentro de él. En pocos minutos cobró más cuerpo y riqueza en los detalles.
—Es un privilegio ser tu aliada —dijo.
—No quiero que mis oponentes tengan una ventaja —dijo Daneel, y se alejó del parapeto, disponiéndose a salir del apartamento.