64

Los dos últimos días habían sido tan aburridos, y él había estado tanto tiempo lejos de sus instrumentos y su equipo de matemáticos, que Hari Seldon agradecía el breve período de nulidad que representaban sus siestas. Nunca duraban demasiado, y después debía soportar la dolorosa nulidad de las horas de vigilia: muda frustración, helada angustia, espantosas especulaciones desembocando en tensas pesadillas con pantanosa lentitud.

Hari despertó de su descanso con el aliento entrecortado. Una pregunta resonaba en sus oídos.

—¿Realmente Dios te dice cuál es el destino de los hombres?

Esperó a que le repitieran la pregunta. Sabía quién la hacía; la voz era inconfundible.

—¿Juana? —preguntó. Tenía la boca seca. Buscó en la celda algún agente por el cual la entidad pudiera comunicarse con él, un aparato mecánico o electrónico por medio del cual ella pudiera…

Nada. Habían revisado la habitación después de la visita del viejo tiktok.

La voz estaba en su imaginación.

La puerta campanilleó y se abrió rápidamente. Hari se levantó de la silla, se alisó la túnica con sus manos huesudas y arrugadas, miró al hombre que tenía delante. Por un instante no lo reconoció. Luego vio que era Sedjar Boon.

—De nuevo oigo cosas —dijo Hari, torciendo los labios.

Boon lo estudió con preocupación.

—Desean que comparezca en el tribunal. También estará Gaal Dornick. Quizás estén dispuestos a llegar a un trato.

—¿Qué hay de la Comisión de Seguridad General?

—Algo está sucediendo. Están ocupados.

—¿Qué es? —preguntó Hari, ávido de noticias.

—Disturbios. En partes del Sector Imperial, y en todo Dahl. Parece que Sinter dejó que sus Especiales se extralimitaran.

Hari miró en torno.

—¿Cuando terminemos me traerán de vuelta aquí?

—No lo creo. Irá a la Sala de Dispensas para recibir sus papeles de excarcelación. También deberá firmar una renuncia a los derechos meritocráticos. Una formalidad.

—¿Usted siempre supo esto? —preguntó Hari, clavando sus viejos ojos en el abogado.

—No —dijo nerviosamente Boon—. Lo juro.

—Si yo hubiera perdido, ¿usted estaría aquí o estaría en la fila, esperando más trabajos de Linge Chen?

Boon no respondió, sólo señaló la puerta.

—Vamos.

En el pasillo, Hari dijo:

—Linge Chen es uno de los hombres más estudiados en mis archivos. Parece ser la encarnación de la atrofia aristocrática. No obstante, siempre gana y se sale con la suya… hasta ahora.

—No nos apresuremos —dijo Boon—. Una buena norma para los abogados es no cantar victoria si la tinta aún no está seca.

Hari miró a Boon y extendió la mano.

—¿Ha estado usted en contacto con alguien llamada Juana?

Boon pareció sorprendido.

—Pues sí —dijo—. Hay una especie de virus en nuestros documentos de la oficina legal. Los ordenadores siguen mostrando extractos de una causa que no existe. Algo acerca de una mujer quemada en la hoguera. Eso no ha sucedido en Trantor en doce mil años… por lo que yo sé.

Hari se detuvo. Los guardias se impacientaron.

—Ponga un mensaje en su documentación, un mensaje para ese virus —dijo—. Dígale que nunca he hablado con Dios e ignoro qué se propone hacer Él con la humanidad.

Boon sonrió.

—Una broma, ¿verdad?

—Sólo ponga el mensaje en sus archivos. Es una orden de su cliente.

—Dios… ¿se refiere a un ser sobrenatural, un creador supremo?

—Sí. Sólo dígale esto: «Hari Seldon no representa la autoridad divina.» Dígale que se ha equivocado de hombre. Dígale que me deje en paz. He terminado con ella. Cumplí mi promesa tiempo atrás.

Los guardias se miraron compadecidos, obviamente pensando que ese juicio había ido demasiado lejos.

—Delo por hecho —dijo Boon.