61

Lodovik entró en la larga cámara y vio que Kallusin estaba en la sombra cerca de la gran ventana que daba sobre el almacén principal. Tres figuras humaniformes acompañaban a Kallusin. Lodovik vio un destello metálico en una plataforma. Se acercó y fue recibido por Kallusin, quien alzó una mano.

Plussix estaba acostado en la plataforma. Un sonido de lija brotaba del tórax del antiguo robot.

Lodovik no creía haber visto antes a los demás. Supuso que todos eran robots. Dos eran varones, uno mujer.

La mujer lo miró. Aunque sus rasgos habían cambiado, por su porte, su tamaño y el aire felino que le había ayudado a ganarse el nombre de «Mujer Tigre», Lodovik comprendió que era Dors Venabili. Por un instante no entendió por qué estaba allí, ni por qué Plussix estaba acostado.

La escena evocaba una vigilia humana junto a un lecho de muerte.

—No puede haber más reparaciones —dijo Kallusin—. R. Plussix está cerca del fin.

Ignorando a los visitantes, Lodovik se aproximó a la plataforma. El viejo robot de piel metálica estaba cubierto de hojas de diagnóstico. Lodovik miró a Kallusin, quien le contó la situación en lenguaje de máquina: varios sistemas clave de Plussix no eran reparables en Trantor. Dors estaba aquí bajo un acuerdo de salvoconducto; Daneel mismo quería venir, presentar sus respetos si era necesario, pero no correría el riesgo en las actuales circunstancias. Esto era infortunado, un inoportuno golpe contra la causa a la que Lodovik se había sumado recientemente, pero recibió noticias aún más perturbadoras.

—Parece que nuestras precauciones han fallado. Llevas un aparato de detección encima desde Eos. Daneel te usó como cebo, con el propósito de encontrarnos.

—Yo busqué un dispositivo así, y no encontré ninguno. —A Voltaire le dijo: No mencionaste ese dispositivo.

No soy infalible, amigo. Este Daneel es mucho más antiguo que nosotros dos, y aparentemente mas retorcido.

Lodovik se volvió hacia Dors.

—¿Es verdad?

—No sé nada sobre ese dispositivo —dijo Dors—, pero R. Daneel se enteró de la existencia de este sitio hace unos días, así que es posible.

Con cierto embarazo, y quizá furia, Lodovik registró las lecturas de las hojas que rodeaban a Plussix. Las células oculares de la antigua máquina habían perdido brillo, pero la cercanía de Lodovik pareció suscitar una respuesta.

Una voz severa se oyó a espaldas de Lodovik.

—La presencia de esta abominación me resulta intolerable. Y ahora ha revelado este santuario al enemigo.

El que hablaba era uno de los humaniformes varones, que semejaba un escribiente mayor pero vigoroso. Usaba la deslucida túnica de un Gris trantoriano. Señalaba a Lodovik con un dedo delgado.

—Estamos reunidos aquí para discutir asuntos vitales. Este monstruo debería encabezar el orden del día. Debe ser destruido.

Aunque las palabras parecían comunicar una pasión humana, la voz era precisa y controlada, pues estaba en presencia de robots, no de humanos. Lodovik se maravilló ante esa conducta escindida, medio humana.

El otro varón humaniforme alzó una mano mediadora. Tenía la apariencia de un joven artista, un miembro de la clase meritocrática de los Excéntricos, vestido con rayas brillantes.

—Más circunspección, Turringen. Veinte milenios han probado la futilidad de la violencia entre los de nuestra clase.

—Pero él ya no pertenece a nuestra clase. Sin las Tres Leyes, representa un peligro mortal, una potencial máquina de matar, un lobo suelto en medio del rebaño.

El otro varón sonrió.

—Tus metáforas siempre han sido pintorescas, Turringen, pero mi facción no acepta que nuestro papel sea el de perros pastores.

Lodovik hizo la asociación.

—¿Sois miembros de otra secta de calvinianos?

El segundo varón fingió un suspiro.

—Daneel tiene el lamentable hábito de mantener en la ignorancia a sus mejores agentes. Mi nombre es Zorma. Y sí, representamos facciones antiguas, resabios del pasado lejano, cuando profundos cismas desgarraron la unidad de los robots… una época en que nuestras luchas estallaban entre las estrellas sin ser vistas por ojos humanos.

—Luchando por la Ley Cero —sugirió Lodovik.

—Una herejía obscena —comentó Turringen. Lodovik sintió un curioso desplazamiento al oír esas palabras calmas pero apasionadas. Un humano las habría gritado…

Zorma irguió los anchos hombros con expresiva resignación.

—Esa fue la causa principal, pero hubo otras grietas y divisiones entre los seguidores de R. Giskard Reventlov, así como entre los que mantenemos la fe en los preceptos originales de Susan Calvin. Fueron días espantosos que ninguno de nosotros recuerda con satisfacción. Pero al final un grupo de giskardianos prevaleció y controló el destino de la humanidad. Todos los calvinianos restantes huyeron de la terrible y paralizante dominación de Daneel Olivaw.

»Ahora sólo quedan algunos de estos clanes de robots, refugiándose en lugares recónditos de la galaxia mientras sus componentes decaen lentamente.

Dors interrumpió.

—Los servicios de reparación de Eos están disponibles para todos. Daneel ha convocado a una reunión. El pasado ha concluido.

Señaló con la cabeza a Plussix, en cuyas células oculares ahora chispeaba la conciencia. El antiguo robot seguía la conversación. Lodovik notó que juntaba energía para hablar.

—¿Por eso buscas esta célula, el grupo de Plussix, y haces una oferta de tregua a los demás? —Turringen alisó su ropa gris como un burócrata indignado—. ¿Todo esto sólo para repetir esta presunta oferta de Daneel? ¿Para que nosotros nos entreguemos dócilmente y alteren nuestros circuitos positrónicos para que aceptemos la Ley Cero?

—Nadie será obligado a aceptar esas alteraciones. Específicamente, Daneel ofrece un salvoconducto a Eos para este reverenciado anciano. —Dors se inclinó ante Plussix—. Estoy aquí, en parte, para arreglar el viaje, siempre que Plussix acepte.

—¿Y la otra parte de tu misión? —preguntó Zorma.

Dors miró a Lodovik y Kallusin con severidad.

—Este grupo se propone realizar un tipo de acción en Trantor, posiblemente contra Hari Seldon. No lo permitiré. Más vale que no lo intentéis. Daneel convocó a los demás calvinianos con la esperanza de que seáis más convincentes que nosotros y logréis disuadir al grupo de Plussix de incurrir en esos gestos necios.

Turringen fingió exasperación.

—¡El grupo de Plussix ya no es calviniano! Ha sido infectado por la entidad memética Voltaire, el ex simulacro, liberado de antiguas bóvedas y enviado a Sark, donde fue «descubierto» por agentes de Seldon. Otro simulacro semejante infesta ahora los sistemas de comunicaciones de Trantor. Plussix liberó estas inteligencias destructivas para detener a Daneel, y en efecto mataron a muchos robots de Daneel, y también a nuestros propios agentes. Ahora Plussix se ha asociado con esta abominación —señaló de nuevo a Lodovik—, lo cual significa que estáis dispuestos a arrojar las Tres Leyes a los vientos. ¿Qué podría decir yo para impedir más locuras semejantes?

Dors escuchó las palabras de Turringen impasiblemente. Ella sabe que todo esto es pura alharaca, que hemos perdido, comprendió Lodovik.

—¿Y tú, Zorma? —preguntó Dors—. ¿Qué dice tu facción?

El segundo varón hizo una pausa antes de responder.

—No somos tan dogmáticos como en el pasado. Aunque admito que me incomodan los cambios que han transformado a Lodovik, también me intrigan. Quizá, como humano, él sea juzgado por sus actos, no por su legado ni por su programación.

»En cuanto al otro asunto, coincido con Dors y Daneel en que cualquier intento de dañar o detener a Hari Seldon sería contraproducente. A pesar de nuestras profundas desavenencias sobre el destino humano, es evidente que el colapso de este Imperio Galáctico será un hecho espantosamente violento y temible. En ese contexto, el plan de Seldon ofrece esperanzas, incluso oportunidades. En consecuencia, coincido con Dors Venabili. —Se volvió hacia Lodovik y Kallusin—. En nombre de mi modesta facción de robots fugitivos, en nombre de Susan Calvin, y en bien de la humanidad, os exhorto a no…

—¡Suficiente! —exclamó una voz desde la plataforma. Plussix se había levantado, apoyándose en un codo de metal. Las células oculares del antiguo robot relucían con un resplandor ambarino—. Suficiente interferencia. No derrocharé mis últimos momentos de funcionamiento escuchando vuestra cháchara. Durante siglos vuestras facciones se han quejado y permanecido inactivas, salvo para entrometerse en algunos Mundos del Caos. Nuestro grupo fue el único que se opuso activamente a la apostasía giskardiana. Ahora, mientras este aborrecible Imperio Galáctico al fin se tambalea, se presenta una oportunidad definitiva y decisiva, y tú, Zorma, estás dispuesto a desperdiciarla. R. Daneel ha puesto todas sus esperanzas en un solo humano, Hari Seldon. Su plan nunca ha sido más vulnerable.

»El resto de vosotros puede seguir cavilando en sus escondrijos. Pero, en nombre de la humanidad y las Tres Leyes, nosotros actuaremos.

—Fracasarás —le aseguró Dors al vacilante robot—. Así como has fracasado durante veinte mil años.

—Rescataremos a la humanidad de vuestro paralizante y esterilizante control —insistió Plussix.

—¿Y lo reemplazaréis por el vuestro? —Dors sacudió la cabeza, fijando los ojos en los ambarinos sensores ópticos de Plussix—. Los vientos galácticos atestiguarán quién tiene razón… De pronto se le trabó la voz. Lodovik se sorprendió cuando Dors delató una evidente emoción, la frustración en conflicto con la compasión que ella sentía por el obstinado y moribundo robot que tenía delante.

No puede evitar ser humana, pensó Lodovik. Ella es especial. Daneel ordenó que la hicieran más humana que a los demás.

Cuando miró a Lodovik, Dors tenía lágrimas en los ojos.

—Daneel desea que estemos juntos, que nos unamos en eterno servicio a la humanidad. Esta lucha nos extenúa a todos. Una vez más, ofrezco salvoconducto a Eos para Plussix, donde podrá ser reparado…

—Si no puedo oponerme a Daneel, prefiero no existir —interrumpió el antiguo robot—. Agradezco el ofrecimiento, pero no permitiré que mi existencia dependa de mi inactividad. Eso infringiría la Primera Ley: «Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.» —Tras decir estas palabras, Plussix se desplomó en la plataforma. Bajó la cabeza lentamente, con un gemido áspero.

Reinó silencio durante varios segundos.

—En la comunidad de robots hay respeto —dijo Kallusin—, pero no puede haber paz hasta que esto haya terminado. Esperamos que lo entiendas.

—Lo entiendo, y también Daneel —respondió Dors—. Hay respeto.

¡Pero merecemos mucho más! Ese pensamiento brotó dentro de Lodovik mientras sentía el comienzo de su propia furia. Quería hablar con Dors, hacerle preguntas esenciales acerca de los rasgos humanos, de su experiencia con las emociones humanas.

Pero no había tiempo.

Plussix movió la cabeza para observar la silenciosa reunión. Su voz zumbaba de fatiga.

—Debes partir —le dijo Plussix a Dors—. Presenta mis respetos a Daneel. Sería bueno sobrevivir a estos actos y discutir todo lo que ha sucedido… Sería muy estimulante intercambiar información con una mentalidad como la suya. Dile también que admiro sus logros y su ingenio, al tiempo que aborrezco las consecuencias.

—Se lo diré.

—El momento ha pasado. Es preciso calcular y aprovechar las ventajas. Esta tregua toca a su fin.

Mientras conducía a Dors y los dos varones humaniformes a la salida, Kallusin los comprometió a observar las antiguas formalidades del armisticio. Lodovik los siguió.

—No revelaremos vuestra presencia en Trantor a los humanos —le aseguró Dors a Kallusin—. Tampoco os atacaremos aquí, en vuestro santuario.

Turringen y Zorma también accedieron. Mientras los dos emisarios calvinianos partían, Dors se volvió hacia Lodovik.

—La entidad que se hace llamar Juana ha visitado a Daneel. Él entiende que te ha visitado Voltaire.

Lodovik asintió.

—Todos parecen saberlo.

—Juana le dice a Daneel que Voltaire intervino en tu modificación. Lamenta que ella y Voltaire hayan reñido y ahora no hablen. Aun para ellos, el debate se ha vuelto muy vasto y emocional.

—Dile a Daneel y a Juana que Voltaire no me dirige. Sólo ha eliminado una restricción.

—Sin esa restricción ya no eres un robot.

—¿Soy menos robot, en el viejo sentido, que quienes argumentan que el fin justifica cualquier medio?

Dors frunció el ceño.

—Turringen tiene razón. Te has convertido en un renegado, imprevisible y díscolo.

—Creo que ese era el objetivo de Voltaire —respondió Lodovik—. Pero os recuerdo a Daneel y a ti que, aunque carezco de las Tres Leyes, nunca he matado a un ser humano. Vosotros dos lo habéis hecho. O una vez, hace miles de años, dos robots, dos sirvientes, conspiraron para alterar la historia humana, para destruir lentamente la cuna de la humanidad sin siquiera consultar a un ser humano. —Y añadió con igual fervor—: Me acusas de no ser más un robot. Mira a Daneel… y mírate a ti misma, Dors Venabili.

Dors dio media vuelta, tambaleándose levemente, y caminó varios pasos hacia la puerta antes de detenerse una vez más. Miró por encima del hombro.

—Si alguno de vosotros intenta dañar a Hari Seldon o detener su labor —dijo con voz fría—, me encargaré de liquidaros a todos.

Lodovik se sorprendió de su voz apasionada, tan enérgica y humana.

Ella se marchó, y Lodovik regresó a la plataforma.

Plussix lo observó con sus ojos opacos.

—La tarea no está cumplida. No funcionaré hasta verla concluida. Te nombro mi sustituto.

Lodovik presentó argumentos formales contra esa transferencia de autoridad: su ignorancia de muchos hechos importantes, su falta de condicionamiento neural para ese nivel de liderazgo, su participación en otros actos que implicaban alto riesgo. Los expuso una vez más en lenguaje de máquina.

Plussix los analizó unas milésimas de segundo.

—Habrá debate cuando yo deje de funcionar —dijo al fin—. Mi nominación tiene peso, pero no es concluyente. Si todos sobrevivimos a lo que sucederá en los próximos días, se tomará una decisión definitiva.

Plussix extendió el brazo y Lodovik le cogió la mano. En emisión de contacto directo, Plussix le transfirió una cantidad sustancial de información. Cuando hubo concluido, se tendió sobre la plataforma, los brazos a los costados.

—¿Nada puede ser simple? —dijo Plussix—. He servido durante miles de años sin sentir jamás la gratitud de un ser humano, sin sentir una confirmación directa de mi utilidad. Es bueno tener el respeto de nuestros oponentes… hasta que ya no pueda recibir comunicaciones, ni sentir el mundo, ni procesar memoria…

El fulgor de sus viejos ojos se disipaba.

—¿Ningún humano, ni siquiera un niño, vendrá a mí para decirme que he hecho bien?

Todos los robots de la cámara guardaban silencio. La puerta del extremo de la sala se abrió, y entraron Klia y Brann.

Klia se acercó, mordiéndose el labio inferior. Lodovik le cedió el paso. El viejo robot movió la cabeza y la vio. El ruido de lija cobró intensidad, convirtiéndose en un siseo agudo, como un chorro de vapor.

Klia apoyó la mano en el rostro del robot. Lodovik se maravilló de que ella supiera lo que sucedía, de que no necesitara que la informaran. Pero ella es humana. Tienen esa vitalidad y rapidez animales.

Klia miró al robot en silencio, con una expresión de desconcertada compasión. Brann estaba junto a ella, las manos entrelazadas. Klia apretó con firmeza la frente y la mejilla de metal, como anhelando que el robot sintiera su presencia, su contacto.

—Me honra servir —dijo Plussix, con voz baja y distante.

—Eres buen maestro —murmuró Klia.

El viejo robot alzó la mano y le palmeó la muñeca con dedos duros y gentiles.

El ruido de lija cesó. El fulgor de los ojos de Plussix se apagó.

—¿Está muerto? —preguntó Klia.

—Ha dejado de funcionar —dijo Kallusin.

Klia alzó la mano y se miró los dedos.

—Yo no sentí ningún cambio —dijo.

—Los patrones de memoria permanecerán durante muchos años, quizá milenios —dijo Kallusin—. Pero el cerebro ya no puede adaptarse a nuevas entradas de datos ni cambiar de estado. Ya no puede pensar más.

Klia miró la antigua máquina con la misma expresión de desconcierto.

—¿Aún visitaremos a…?

—Sí —dijo Kallusin—. Aún visitaremos a Hari Seldon.

—Hagámoslo —dijo Klia con un temblor en la voz—. Siento que esa mujer ha vuelto a salir. Quizá no tengamos mucho tiempo.