Chen se había ganado la inquina de Hari por el modo en que había depuesto (¿exiliado, asesinado?) al emperador Agis XIV. Muchas veces Hari lamentaba no haber hecho nada al respecto…
Y durante el juicio, Linge Chen había permanecido en su sillón de juez con una expresión de aristocrático aburrimiento, sin hacer nada, diciendo poco, dejando que su abogado —un hombre sin mayores luces— se encargara de las preguntas. A pesar de la visita en su primera celda, Hari volvía a sentir lo mismo por Chen: absoluto desprecio. El día anterior el abogado había llevado el testimonio de Hari a la espinosa cuestión del Proyecto de Psicohistoria y las predicciones de Hari. Hari les había dicho lo que necesitaban saber, y nada más, pero aun así creía haber salido triunfante.
El cuarto día, cuando el abogado lo urgió a especificar los indicios reales de la decadencia y colapso del imperio, Hari usó la Comisión de Seguridad Pública como ejemplo.
—Las mejores tradiciones del gobierno imperial están abrumadas por la crujiente maquinaria de la politiquería y el formulismo, y la ley se lleva a los extremos. Las leyes son retorcidas, y están agobiadas por precedentes basados en causas anteriores y una absoluta falta de relevancia. El lastre del pasado nos oprime tanto como si todos los cadáveres de nuestros antepasados estuvieran reunidos en nuestro vestíbulo, negándose a ser sepultados. Pero no reconocemos su rostro ni sabemos su nombre, pues desconocemos ese pasado que nos aplasta. Ignoramos tanto nuestra historia que no podemos recobrar el camino hacia nuestros orígenes. No sabemos quiénes somos, ni por qué estamos aquí…
—¿Nos califica de ignorantes, profesor?
Hari se enfrentó al abogado con una sonrisa fatigada, y se volvió hacia los jueces.
—Ninguno de ustedes puede decirme qué sucedió hace quinientos años, y mucho menos hace mil. Una lista de emperadores, sin duda… pero qué hicieron, cómo vivieron, eso no tiene importancia. No obstante, cuando se inicia una causa, vuestros asistentes hurgan en las pilas de historia legal y política tradicionales para exhumar antecedentes como huesos viejos donde podéis insuflar una vida mágica pero grotesca.
Linge Chen entornó apenas los ojos, nada más.
¿Qué se propone?, se preguntó Hari. Por una parte, parece empeñado en permitir que yo me condene a mí mismo con traicionera arrogancia, o eso debe pensar el público. Por la otra, me deja expresar opiniones que deben afectarlos a todos, convencerlos de que tengo razón…
El abogado se acercó a Gaal Dornick, que estaba sentado en el banquillo, atrapado entre el tedio y el temor por su vida… una situación paralizante, como bien sabía Hari.
—Este proceso pronto tocará a su fin. Pero en este anticuado aparato político nuestro —el abogado miró a Hari con hostilidad— ha sucedido algo que consterna a la Comisión. Se ha formado una nueva rama administrativa, la Comisión de Seguridad General, cuya tarea prioritaria consiste en investigar fuerzas malévolas que parecen haberse infiltrado en el Imperio hace miles de años. Se ha presentado un informe ante esta Comisión, acompañado por un mandato del emperador Klayus en persona, que exige acción inmediata. Nuestra comisión y nuestro honorable comisionado mayor siempre se preocupan por los problemas que preocupan al emperador. Dígame, Gaal Dornick… ¿qué sabe usted sobre los robots? No los tiktoks, sino las máquinas pensantes con mentalidad plena.
Hari ladeó la cabeza, vio la confusión de Gaal. Por el cielo, pensó. Esto significa que seremos interrogados por Farad Sinter.
—¿Usted sabía que sucedería esto? —le susurró a Boon.
—No —respondió Boon—. Sinter ha presentado otro auto reclamando el derecho de interrogarlo durante el juicio, con el propósito de reunir pruebas. Creo que Chen no puede negarse, a menos que desee negar la autoridad de Seguridad General. No le conviene hacerlo… todavía.
Hari se reclinó. Gaal ya estaba en medio de su respuesta, precisa e inequívoca, como era su costumbre.
—Constituyen un antiguo mito, y tal vez hayan existido en el pasado remoto. Conozco cuentos infantiles…
—No nos interesan los cuentos infantiles —dijo el abogado—. Con el propósito de investigar este asunto antes que goce de difusión pública, necesitamos saber si usted ha tenido conocimiento personal de la existencia de robots.
Gaal sonrió, un poco avergonzado por ese tema ridículo.
—No —dijo.
—¿Está absolutamente seguro?
—Sí. Nunca he tenido conocimiento personal.
—¿Los robots participan en el Proyecto del profesor Seldon?
—Personalmente no conozco ninguno —dijo Gaal.
—Gracias —dijo el abogado—. Ahora, quisiera llamar una vez más, y por última vez, al profesor Hari Seldon.
Hari ocupó nuevamente el estrado mientras Gaal regresaba al banquillo. Intercambiaron una mirada breve. Gaal estaba totalmente desconcertado por esas preguntas, como era de esperar. ¿Qué demonios tenían que ver los robots con Hari o el Proyecto?
—Profesor, este proceso ha resultado fatigoso e impredictivo… perdón, improductivo. —El abogado se disculpó de su desliz con una mueca. Hari estaba convencido de que era pura actuación.
—De acuerdo —murmuró.
—Ahora se ha introducido un nuevo elemento, y debemos hacer estas últimas preguntas para cumplir nuestro deber con leal eficiencia y atención al detalle.
—Desde luego.
—¿Hay robots empleados actualmente en su Proyecto?
—No.
—¿Hay robots que hayan participado en ese Proyecto?
—No.
—¿Alguna vez ha conocido algún robot?
—No —dijo Hari, y esperó que el condicionamiento de Daneel engañara a cualquier equipo de detección de mentiras que Chen estuviera usando en secreto.
—En su opinión, ¿este interés en los robots es síntoma de un Imperio decadente?
—No —respondió Hari—. A través de la historia, los humanos siempre se han interesado en los vestigios de su pasado mítico.
—¿Y qué quiere decir con «pasado mítico»?
—Tratamos de establecer contacto con nuestro pasado, tal como intentamos prolongarnos indefinidamente en el futuro. Somos una raza abarcadora. Imaginamos un pasado que concuerda con nuestro presente, o lo explica. A1 enturbiarse nuestro conocimiento del pasado, llenamos esa laguna con preocupaciones psicológicas modernas.
—¿Qué preocupación representan los robots?
—La pérdida de control, supongo.
—¿Alguna vez ha sentido esa «pérdida de control», profesor?
—Sí, pero nunca he culpado a los robots.
Los barones sonrieron, pero inmediatamente se pusieron serios cuando Chen alzó el índice. Chen escuchaba con suma atención.
—¿Este Imperio está amenazado por una conspiración de robots?
—No figura en mis cálculos —dijo Hari, con toda sinceridad.
—¿Está preparado para responder mañana preguntas aún más detalladas de los abogados de Seguridad General, relacionadas con este tema?
—Si es necesario, sí —respondió Hari.
El abogado dio por terminado su interrogatorio. Hari regresó al banquillo y le preguntó a Boon:
—¿A qué vino eso?
—La Comisión se cubre las espaldas —dijo Boon, sin que lo oyera Gaal Dornick—. He recibido un mensaje de mi oficina. —Extrajo una nota—. Sinter quiere su pellejo, profesor. Está pidiendo que prepare otro procesamiento a cargo de la Comisión de Seguridad General. Requiere que no haya doble enjuiciamiento, alegando que se han descubierto pruebas extraordinarias. Es todo lo que he podido averiguar.
—¿Quiere decir que este juicio no será el final?
—Me temo que no. Trataré de lograr que el proceso de Seguridad General sea sólo una extensión… invocar su derecho meritocrático a una audiencia adjunta por interrogatorio afín… pero no sé cómo funcionará el nuevo sistema.
—Qué lástima. Sé que Linge Chen quisiera terminar conmigo. Y yo con él. —Miró a Boon con expresión vagamente burlona.
Boon asintió solemnemente.
—Ya lo creo —dijo.