50

Sacaron a Mors Planch de su celda, que estaba cerca de la oficina privada de Farad Sinter. El guardia que fue a buscarlo era de pura raza ciudadana, fuerte y taciturno.

—¿Cómo está Farad Sinter? —preguntó Planch.

Ninguna respuesta.

—¿Y tú? ¿Te sientes bien? —Planch enarcó las cejas inquisitivamente.

Un cabeceo.

—Yo me siento un poco intranquilo. Verás, el tal Sinter es un sujeto terrible…

Una mueca de advertencia.

—Sí, pero yo, a diferencia de ti, quiero provocar su ira. Me matará tarde o temprano, o lo que ha hecho provocará mi muerte… no tengo la menor duda. Apesta a muerte y corrupción. Representa lo peor que el Imperio puede engendrar hoy en día…

El guardia sacudió la cabeza reprobatoriamente y abrió la puerta del nuevo comisionado mayor de la Comisión de Seguridad General. Mors Planch cerró los ojos, inhaló profundamente y entró.

—Bienvenido —dijo Sinter. Usaba una toga nueva, aún más suntuosa (y mucho más chillona) que la de Linge Chen. Su sastre, un lavrentiano menudo de rostro preocupado, tal vez nuevo en el palacio, retrocedió y entrelazó las manos mientras su nuevo amo disfrutaba de la tarea inconclusa y demoraba su terminación—. Mors Planch, te deleitará saber que hemos capturado un robot. Vara Liso lo encontró, y no se escapó.

La menuda, crispada y turbadora mujer casi había logrado esconderse detrás de Sinter, pero se inclinó para agradecer esta alabanza. Sin embargo, no parecía feliz.

Por el cielo, qué fea es, pensó Planch, y al mismo tiempo sintió piedad de ella. Ella lo miró directamente y entrecerró un ojo. La piedad de Mors se congeló en sus venas.

—Puede haber robots por todas partes, como yo sospechaba y teorizaba, y como tú descubriste, Mors. —Sinter se sometió nuevamente al sastre, bajando los brazos y quedándose quieto—. Háblale a nuestro testigo de tu hallazgo, Vara.

—Era un viejo robot —dijo Liso sin aliento—. Un humaniforme en pésimo estado, merodeando por los sitios oscuros de los municipios, una criatura patética…

—Pero un robot —dijo Sinter—, el primero que hemos encontrado en funcionamiento en miles de años. ¡Imagínate! Sobreviviendo como un roedor todos estos siglos.

—Su mente está débil —murmuró Liso—. Sus reservas de energía están muy bajas. No durará mucho.

—Lo llevaremos esta noche ante el emperador, y mañana exigiré que adelanten mi entrevista con Hari Seldon. Mis fuentes me informan que Chen está dispuesto a ceder y llegar a un trato con Seldon… ¡El muy cobarde! ¡El traidor! Esta prueba, junto con tu grabación, convencerá aun a los más escépticos. Linge Chen esperaba destruirme. Pronto tendré más poder que todos los arrogantes barones de la Comisión de Seguridad Pública, y justo a tiempo para salvarnos de ser siervos de estas máquinas.

Planch guardó silencio, las manos entrelazadas y la cabeza gacha.

Sinter lo miró de hito en hito.

—¿No te alegra esta noticia? Deberías estar encantado. Significa que tendrás un indulto oficial por tus transgresiones. Has resultado ser invaluable.

—Pero… pero no hemos encontrado a Lodovik Trema —susurró Liso con un hilo de voz.

—¡Todo a su tiempo! —graznó Sinter—. Los encontraremos a todos. Ahora… ¡traed esa máquina!

—No deberías agotar su energía —dijo Liso, como si se apiadara de ella.

—Ha durado miles de años —dijo Sinter de buen humor—. Durará unas semanas más, y es todo lo que necesito.

Planch se puso rígido y se apartó cuando la ancha puerta se abrió de nuevo. Entró otro guardia, seguido por cuatro más, rodeando a una figura mal entrazada de la altura de Planch, esbelta pero no delgada, con el cabello desaliñado y la cara manchada de tierra. Sus ojos eran chatos e inexpresivos. Los guardias portaban armas paralizantes de alta energía, capaces de provocar un cortocircuito en el robot y freír sus mecanismos internos.

—Como ves, una mujer —dijo Sinter—. Qué interesante, robots femeninos. Y sexualmente apta, tengo entendido. La examinó uno de nuestros médicos. Me pregunto si en el pasado los humanos fabricaban robots para tener hijos. ¿Cómo serían esos hijos, como nosotros o como ellos? ¿Biológicos o mecánicos? Pero no en este caso. Nada aparte de lo cosmético y lo neumático… no tiene funciones plenas.

El robot femenino calló mientras los guardias se apartaban, empuñando sus armas.

—Si tan sólo el reciente atentado contra la vida del emperador hubiera sido obra de un robot… —dijo Sinter, y añadió servilmente—: ¡El cielo lo prohíba!

Mors entornó los ojos. La habilidad política de ese nombre se debilitaba a medida que creía acercarse a la gloria.

Vara Liso se acercó al robot con expresión preocupada.

—Es tan humana —murmuró—. Aun ahora me cuesta distinguirla de ti, por ejemplo, o de ti, Farad. —Señaló a Planch y a Sinter—. Tiene pensamientos humanos, e incluso preocupaciones humanas. Sentí algo similar en el robot que no pudimos capturar…

—El que escapó. —Sinter sonrió.

—Sí. Parecía casi humano… quizá más humano que este.

—Bien, no olvidemos que ninguno de ellos es humano —dijo Sinter—. Lo que sientes es el devaneo creativo de ingenieros que han muerto hace milenios.

—El que no pudimos capturar… —Liso miró a Mors Planch y una vez más él contuvo un temblor—. Era más corpulento, y no muy apuesto, con un carácter distintivo en la cara. Habría creído que era humano… salvo por el sabor de sus pensamientos. Tenía el mismo tamaño y forma que ese robot bajo y corpulento de tu grabación.

—¿Ves? Casi lo teníamos. Faltó sólo esto —dijo Sinter, juntando el pulgar y el índice—. Y lo capturaremos. Lodovik Trema y todos los demás… Incluso ese ejemplar alto cuyo nombre no conocemos… —Se acercó al robot femenino. Se mecía ligeramente sobre sus tobillos mecánicos, aunque ningún sonido mecánico salía de su cuerpo.

—¿Conoces el nombre del que estoy buscando? —preguntó Sinter. El robot se volvió para enfrentarlo. Un graznido áspero brotó de sus labios entreabiertos. Hablaba un oscuro dialecto de galáctico estándar que nadie había oído en Trantor durante miles de años, salvo los estudiosos.

—Soyyyy la últimaaaaa —dijo el robot—. Abandon-n-nada. No funcionnnnnal.

—Me pregunto si habrás conocido a Hari Seldon —dijo Sinter—. O Dors Venabili, el Tigre de Seldon.

—No connnnozco esos nombres.

—Sólo una corazonada… A menos que haya millones de robots aquí, algo que ni siquiera yo me creo… debéis establecer contacto de cuando en cuando. Debéis conoceros.

—No ssssé essstas cosssas.

—Lamentable —comentó Sinter—. ¿Qué opinas, Planch? Sin duda has oído hablar de la compañera sobrehumana de Seldon, el Tigre. ¿Crees que es ella? Planch examinó al robot con mayor atención.

—Si era un robot, si todavía está en Trantor, si todavía funciona, ¿por qué se dejaría capturar?

—¡Porque es una tinaja oxidada e inservible! —gritó Sinter, agitando las manos y fulminando a Planch con la mirada—. Chatarra. Escoria desechable. Pero para nosotros vale más que cualquier tesoro de Trantor.

Caminó alrededor del robot, que no parecía interesado en seguir sus movimientos.

—Me pregunto si podremos tener acceso a su memoria —murmuró Sinter—. Y qué aprenderemos en ese caso.