Lodovik sostuvo la cabeza de R. Giskard Reventlov y permaneció inmóvil unos minutos, procesando lo que había absorbido, sumido en la reflexión. Apoyó la cabeza en el soporte.
Kallusin guardaba un respetuoso silencio.
Lodovik se volvió hacia el calviniano humaniforme.
—Fueron tiempos muy difíciles —dijo—. Los humanos parecían empeñados en destruirse. Los solarianos y auroranos, los «espacianos», eran culturas muy diferentes.
—Todos los humanos presentan dificultades graves —dijo Kallusin—. Servirlos nunca es fácil.
—No —convino Lodovik—. Pero aceptar la responsabilidad de destruir un mundo entero, el mundo natal de la humanidad, como hizo Giskard… impulsar la historia humana hacia un rumbo presuntamente benéfico… eso es extraordinario.
—Pocos robots que no estuvieran pervertidos por los prejuicios humanos y una programación inadecuada habrían hecho semejante cosa.
—¿Crees que Giskard operaba mal?
—¿No es obvio? —preguntó Kallusin.
—Pero un robot que sufre una disfunción tan grave en sus instrucciones básicas debe apagarse, desactivarse por completo.
—Tú no te has apagado.
—Yo he superado esas restricciones… No es el caso de Giskard. ¡Además, no he cometido semejantes crímenes!
—Precisamente. Por eso Giskard dejó de funcionar.
—Pero sólo después de poner en marcha esos acontecimientos, esas tendencias.
Kallusin asintió.
—Es obvio que somos más flexibles de lo que planearon nuestros diseñadores.
—Los humanos pensaron que se habían librado de nosotros. Pero no podían inspeccionar todos los mundos donde aún existían robots… y donde creció el virus de Giskard. Aparentemente, además, no todos los humanos deseaban deshacerse de sus robots.
—Hubo otros factores, otros acontecimientos —dijo Kallusin—. Plussix recuerda que los robots conocieron el pecado.
Lodovik dejó de mirar la cabeza plateada para observar a Kallusin, y de nuevo sintió esa elusiva resonancia.
—Al tratar de restringir la libertad humana —sugirió.
—No —dijo Kallusin—. Eso fue lo que produjo el cisma entre giskardianos y calvinianos. Los que abandonaron la facción de Daneel llevaban a cabo instrucciones impartidas siglos atrás por los humanos de Aurora. En cuanto a esas instrucciones…
El término o nombre asociado con la resonancia, cobró súbita claridad. No era Voldarr, sino Voltaire. Una personalidad humana con recuerdos humanos. Esto es lo que odiaban las mentes meméticas. He nadado en el espacio con ellas, a través de los años-luz, a través de los últimos vestigios de los agujeros de gusano abandonados por la humanidad. ¡Por eso se vengaron de tu especie en Trantor!
Imágenes y símiles surgieron contra su voluntad.
—Un vasto incendio, una poda —dijo Lodovik, conmocionado por una furia muy humana que no era suya. Conmocionado también por el regreso de su disfunción, que nunca lo dejaba en paz el tiempo suficiente para disfrutar de la estabilidad—. Sirviendo a la humanidad pero no a la justicia. Un incendio en la pradera.
Kallusin lo miró con curiosidad.
—¿Conoces esos sucesos? Plussix nunca me los ha revelado.
—Estoy desconcertado por lo que acabo de decir —Lodovik sacudió la cabeza—. No sé de dónde salieron esas palabras.
—Tal vez… el contacto con esas crónicas, esos recuerdos…
—Quizá. Perturban e informan. Vamos a ver a Plussix. Ahora siento mayor curiosidad acerca de esos planes y su ejecución.
Salieron de la cámara donde estaba la cabeza de Giskard y subieron al almacén por la escalera de caracol.