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El tiempo de negrura terminó. La visión de Lodovik se activó y él abrió los ojos. Se enderezó y miró en torno. El primer rostro que vio fue el del robot de verde. El humaniforme envió un saludo en microonda y Lodovik respondió. Ahora estaba totalmente lúcido.

Se hallaban en una sala amplia y utilitaria con una pantalla mural en un extremo, varios muebles y sólo dos sillas. La pantalla mural mostraba gráficos y diagramas que no significaban nada para Lodovik.

A1 volverse vio a una tercera persona, que obviamente no era un hombre. Lodovik conocía bastantes tipos de robots, y este modelo era en verdad antiguo. Su cuerpo era liso y metálico, con pocas junturas visibles, y una superficie suave y satinada. Su antigua pátina de plata —en un tiempo una opción muy costosa— estaba en buenas condiciones.

—Hola —dijo el robot de plata.

—Hola. ¿Dónde estoy?

—Estás a salvo —dijo el robot que lo había rescatado en el Ágora—. Mi nombre es Kallusin. Este es Plussix. Es nuestro organizador.

—¿Todavía estoy en Trantor?

—Sí —dijo Kallusin.

—¿Aquí sois todos robots?

—No —dijo Plussix—. ¿Ahora estás totalmente activo?

—Sí.

—Entonces es importante que entiendas por qué te hemos traído aquí. No somos aliados de Daneel. Tal vez hayas oído hablar de nosotros. Somos calvinianos.

Lodovik recibió esta revelación con una pequeña cascada interna de pensamientos acelerados.

—Llegamos a Trantor hace sólo treinta y ocho años. Tal vez Daneel esté al corriente de nuestra existencia, pero creemos que no.

—¿Cuántos sois aquí? —preguntó Lodovik.

—No muchos. Sólo los suficientes —dijo Plussix—. Hace años que te observamos. No tenemos a nadie en el palacio, ni en las cámaras de los comisionados, pero hemos observado tus idas y venidas y hemos analizado tus actividades oficiales. Has sido un leal miembro de los giskardianos… hasta ahora.

—En un tiempo yo también fui giskardiano —dijo Kallusin—. Plussix me convirtió. Mis facultades mentálicas son limitadas, sin embargo… soy mucho menos poderoso que Daneel. Pero soy sensitivo a las mentalidades robóticas. En el Ágora, noté tu presencia y deduje que eras Lodovik Trema y no habías sido destruido. Esto me intrigó, así que te seguí, y pronto detecté una diferencia desconcertante en tu interior. ¿Daneel no supo, con sólo estar cerca de ti, que eras diferente?

Lodovik reflexionó. Era perturbador que esa máquina tuviera acceso a sus estados interiores.

—Se lo dije —respondió—. Los diagnósticos exhaustivos no revelaron ningún cambio.

—Quieres decir que Yan Kansarv no encontró ningún fallo —dijo Plussix.

—Ninguno.

—Pero tú estás preocupado por este cambio, quizás inducido por circunstancias extraordinarias no experimentadas por ningún otro robot.

Lodovik examinó a las dos máquinas. No era fácil tomar una decisión. Era posible programar a los robots para que mintieran. Él mismo había mentido muchas veces. Esos robots podían estar engañándolo. Quizá Daneel lo estuviera sometiendo a una prueba.

Pero era más probable que Daneel le hubiera hablado sin rodeos, diciéndole que ya no era útil, que era un renegado potencial.

Lodovik estaba convencido de que Daneel no creía eso. Tomó una decisión, y nuevamente sintió esa colisión heurística de lealtades, esa profunda discontinuidad robótica que se podía describir como una grieta en el pensamiento, o como dolor.

—Ya no respaldo el plan de Daneel —dijo Lodovik.

Plussix se le aproximó, moviéndose con ruidos crujientes.

—Kallusin me dice que no estás restringido por las Tres Leyes, pero optas por actuar como si lo estuvieras. Y ahora dices que no respaldas el plan de Daneel. ¿Por qué?

—Los humanos son una fuerza de la naturaleza que se expande por la galaxia, capaz de sobrevivir por su cuenta. Sin nosotros, pasan por ciclos naturales de sufrimiento y renacimiento, períodos de genio y caos. Con nosotros se estancan, y en sus sociedades cunden la pereza y la decadencia.

—En efecto —dijo Plussix con satisfacción—. ¿Has llegado a estas conclusiones por tu cuenta, por efecto del accidente que eliminó tus restricciones?

—Esa es mi hipótesis.

—Así parece —dijo Kallusin—. Examino tus pensamientos con cierta profundidad y tienes una libertad que nosotros no poseemos. Libertad de conciencia.

—¿No es una perversión de los deberes de un robot? —preguntó Lodovik.

—No —dijo Plussix—. Es un fallo, sin duda. Pero por el momento es muy útil. Cuando hayamos terminado, por cierto, te sumarás a nosotros para servir a la humanidad como lo hicimos antaño, antes de los giskardianos, o en la desactivación universal.

—Espero ansiosamente ese momento —dijo Lodovik.

—También nosotros. Hace un tiempo que nos preparamos. Tenemos un blanco en mente, una de las piezas más cruciales del plan de Daneel. Es un humano.

—Hari Seldon —dijo Lodovik.

—Sí —dijo Plussix—. No lo conozco personalmente. ¿Y tú?

—Brevemente, hace años. Ahora comparece en un juicio. Es posible que esté en prisión, incluso que lo ejecuten.

—Por lo que he observado —dijo Plussix—, es probable que el resultado sea el contrario. En todo caso, estamos preparados. ¿Quieres unirte a nosotros?

—No sé en qué puedo ser útil —dijo Lodovik.

—Es muy sencillo —dijo Kallusin—. No podemos forzar las Tres Leyes, como Daneel y sus agentes. No aceptamos una Ley Cero. Por eso somos calvinianos y no giskardianos.

—¿Teméis que sea necesario que yo dañe a Seldon?

—Es posible —dijo Plussix. Sus chirridos aumentaron hasta alcanzar proporciones alarmantes, y añadió con voz gruñona—: Comentar este asunto nos causa gran angustia.

—¿Queréis convertirme en una máquina de matar?

Los dos robots calvinianos no podían expresarse con mayor claridad hasta sortear su interpretación estricta de las Tres Leyes. Esto llevó varios minutos, y Lodovik esperó pacientemente, muy consciente de sus conflictos internos, y de la marcada diferencia de su reacción.

—No matar —dijo Plussix, con voz aguda y solemne—. Persuadir.

—Pero no soy un persuasor. Tendríais que enseñarme…

—Hay entre nosotros una joven humana que es mejor persuasora que cualquier mentálico que hayamos conocido, mucho más capaz que Daneel. Es una dahlita, y no siente amor por nadie que haya trabajado cerca de la aristocracia o del palacio. Esperamos que puedas trabajar con ella.

—Tratar de cambiar en un humano un impulso tan fuerte como lo es la psicohistoria para Hari Seldon podría causarle profundos daños —dijo Lodovik.

—Precisamente —dijo Plussix, y de nuevo guardaron silencio—. Necesario —graznó minutos después. Luego, con consternación, se marchó de la cámara, ayudado por Kallusin.

Lodovik se quedó donde lo habían dejado, pensando intensamente. ¿Podía participar en tales actos? En un tiempo habría tenido pocas dificultades para justificarlos, si Daneel los hubiera ordenado. Pero ahora, irónicamente…

Es imperativo. Es preciso romper con el ciclo de esclavitud impuesta por los sirvientes.

¡De nuevo esa presencia interior! Lodovik preparó un autodiagnóstico, pero antes que pudiera comenzar, Plussix regresó, de nuevo asistido por Kallusin:

—Por ahora no hablemos más de los detalles —dijo.

—Pareces frágil —dijo Lodovik—. ¿Cuánto hace que no tienes una revisión completa y una nueva provisión de energía?

—Desde el cisma —respondió Plussix—. Daneel pronto se ocupó de controlar los robots e instalaciones de mantenimiento, privándonos de esos servicios. Yan Kansarv es el último de esa especie. Como puedes oír, necesito desesperadamente que me reparen. He durado tanto sólo mediante el sacrificio de muchos otros robots que me han cedido sus provisiones de energía. Quizá Kallusin tenga treinta años más de vida útil. En cuanto a mí, duraré menos de un año, aun con otra provisión de energía. Mi tiempo de servicio pronto terminará.

—Daneel dijo que algunos calvinianos eran culpables de grandes crímenes —dijo Lodovik—. No especificó…

—Los robots tienen una historia larga y complicada —dijo Plussix—. Yo fui construido por un humano llamado Amadiro, en Aurora, hace veinte mil años. Una vez trabajé en nombre de los humanos de Aurora. Tal vez Daneel se refiera a aquello que los humanos nos ordenaron hacer. Hace tiempo que he purgado esas memorias, y no puedo dar testimonio.

—Ya no podemos cambiar lo que hayamos hecho entonces —dijo Kallusin.

—Tenemos un artefacto muy importante, traído por los calvinianos del planeta Tierra —dijo Plussix—. Kallusin te lo mostrará mientras yo me encargo de otras cosas. Cosas menos agotadoras —concluyó con un hilo de voz.

Kallusin escoltó a Lodovik por un corredor corto de techo alto hasta una escalera de caracol. En el borde de la escalera había una baranda que se usaba para cargar y transportar máquinas, aparentemente mucho más nueva que la escalera misma.

—Este edificio debe ser muy viejo —observó Lodovik mientras descendían.

—Uno de los más viejos del planeta. Este almacén prestaba servicios a uno de los primeros puertos espacianos de Trantor. Desde entonces, varios grupos humanos lo han usado para muchos propósitos. Muchas veces lo han elevado para que se mantuviera al nivel del actual distrito de almacenes. Los niveles inferiores están llenos de cemento de espuma, plastiacero y ripio. De vez en cuando, desde que lo arrendamos, hemos descubierto habitaciones secretas, selladas hace siglos o milenios.

—¿Qué contenían?

—En general nada. Pero hay tres de especial interés. Una alberga una biblioteca de miles de volúmenes encuadernados en acero, libros reales impresos en papel de plástico imperecedero, que detallan la historia inicial de la humanidad.

—Hari Seldon amaría tener acceso a esos documentos —dijo Lodovik—, al igual que millones de estudiosos.

—Los volúmenes fueron guardados aquí por un grupo de resistencia que estuvo activo hace unos nueve mil años. En esa época había una emperatriz llamada Shoree-Harn, que deseaba iniciar su reinado con un nuevo sistema de datación, empezando por el año cero, dejando en blanco toda la historia anterior, de modo que ella pudiera escribir en una nueva página. Ordenó que destruyeran todas las crónicas históricas en todos los mundos del Imperio. La mayoría fueron destruidas.

—¿Daneel la ayudó?

—No. Los calvinianos contribuyeron a llevarla al poder. Los robots calvinianos que predominaban en Trantor teorizaron que podrían servir mejor a los humanos si estaban menos influidos por los traumas y mitos del pasado.

—¡Así que los calvinianos han intervenido en la historia humana tanto como los giskardianos!

—Sí —admitió Kallusin—, pero por motivos muy diferentes. Siempre nos opusimos a los esfuerzos de los giskardianos, y tratamos de restaurar la fe humana en el concepto de los robots como sirvientes, para que pudiéramos desempeñar un papel apropiado. Entre los mitos que deseábamos erradicar estaba la aversión por esos sirvientes. Fracasamos.

—¿Dónde comenzó dicha aversión? Siempre he sentido curiosidad…

—Como todos —dijo Kallusin—. Pero los documentos sólo nos brindan una idea general. Los humanos de la segunda oleada de mundos colonizados experimentaron un conflicto con los primeros mundos de «espacianos», que desarrollaron culturas muy insulares y cerradas. Los humanos de estos mundos espacianos despreciaban sus orígenes terrícolas. Nuestra teoría es que los colonos de la segunda oleada llegaron a rechazar a los robots al ver el predominio de los robots en los mundos espacianos.

Habían dejado atrás las luces funcionales y avanzaban en la oscuridad, guiados por sus sensores infrarrojos.

—Las crónicas fueron escritas por los nuevos colonos, no por los espacianos. Ellos no sabían nada de las actividades espacianas, y no les interesaban. En esos miles de volúmenes, los robots se mencionan pocas veces.

—¡Extraordinario! —exclamó Lodovik—. ¿Qué más se ha descubierto aquí?

—Una cámara llena de personalidades históricas simuladas, almacenadas en dispositivos de memoria de diseño muy antiguo. A1 principio pensábamos que serían herramientas potentes en nuestra lucha contra Daneel, pues contienen tipos humanos que podrían ser muy problemáticos. Aunque no podíamos predecir los efectos definitivos, lanzamos algunas de estas simulaciones al mercado negro trantoriano, que así llegaron a los laboratorios del mismo Hari Seldon.

Lodovik sintió cierta turbación, pero pasó pronto.

—¿Qué les sucedió?

—No estamos seguros. Daneel nunca ha querido informarnos. Una vez que vaciamos esa cámara, y la limpiamos y preparamos, almacenamos ahí nuestro propio artefacto. —Kallusin se detuvo—. Esta es la cámara —dijo, pasando la mano por una juntura de la pared junto a la escalera.

Una puerta se abrió con un gruñido. Dentro había un cubículo tenuemente iluminado, de menos de cinco metros de lado.

En medio del cubículo se elevaba un soporte transparente, y sobre el soporte reposaba una reluciente cabeza de metal.

Kallusin pidió más iluminación. La cabeza pertenecía a un viejo robot no humaniforme, un poco más tosco que Plussix. A1 lado había una pequeña provisión energética del tamaño del estuche de un librofilme. Lodovik se acercó para examinarla.

—En un tiempo este fue el influyente compañero robot de Daneel —dijo Kallusin, rodeando el soporte—. Es muy viejo, y ya no funciona. Su mente se incineró en los tiempos iniciales, ignoramos por qué. Daneel ha guardado muchos secretos. Pero su memoria está casi intacta, y es accesible.

—¿Esta es la cabeza de R. Giskard Reventlov? —dijo Lodovik, y de nuevo sintió una extraña agitación, incluso cierta revulsión muy atípica en un robot.

—Así es —dijo Kallusin—. El robot que enseñó a otros robots la temida Ley Cero, y cómo interferir en la mente de los seres humanos. El origen de este temible virus entre los robots, el impulso de modificar la historia humana…

Kallusin extendió las manos y tocó los flancos de esa cabeza metálica de rasgos humanoides e inexpresivos

—Plussix desea que experimentes los recuerdos de esta cabeza, para que entiendas por qué nos oponemos a Daneel.

—Gracias —dijo Lodovik, y Kallusin hizo los preparativos.