Fueron a buscar a Hari Seldon a la Universidad de Streeling. A1 principio no parecían agentes de la Comisión de Seguridad Pública; eran un hombre y una mujer vestidos de estudiantes. Entraron en su oficina con una cita, so pretexto de obtener una entrevista para una publicación estudiantil. La mujer, que obviamente estaba al mando, se arremangó la chaqueta civil para mostrarle el signo oficial de la Comisión: la nave espacial, el sol y la vara judicial. Era menuda y fornida, de rasgos pálidos, hombros anchos y mandíbula vigorosa.
—No es preciso armar un escándalo —dijo. Su colega, un hombre alto y delicado de expresión concentrada y sonrisa condescendiente, manifestó su acuerdo.
—Claro que no —dijo Hari, y comenzó a guardar sus papeles y librofilmes en un maletín que tenía a mano para este tipo de ocasión. Esperaba poder trabajar un poco mientras continuaba el juicio.
—No necesitará eso —dijo la mujer, y le arrebató las cosas, poniéndolas suavemente junto al escritorio. Algunos papeles se cayeron y él se agachó para ordenarlos. Ella le cogió el hombro y él la miró. Ella sacudió la cabeza—. No hay tiempo, profesor. Deje un mensaje en el monitor de la oficina, anunciando que se irá dos semanas. Ni siquiera demorará tanto. Si todo sale bien, nadie se enterará de nada y usted podrá volver a su trabajo. Él se enderezó, miró la oficina apretando los dientes, cabeceó.
—De acuerdo —dijo—. Uno de mis colegas llegará aquí dentro de unas horas, y no sé dónde encontrarlo…
—Lo siento.
La mujer enarcó las cejas comprensivamente, pero ambos lo llevaron a la puerta sin una palabra más.
A1 principio Hari no sabía qué pensar de su arresto. Estaba nervioso, incluso asustado, pero también sentía confianza. Aun así, nada que se relacionara con el futuro próximo podía ser seguro; quizá lo que veía en la Radiante Prima no fuera su propia línea, sino la línea de otro profesor, otro estudiante de psicohistoria, dentro de cincuenta o cien años. Tal vez todo eso condujera a su discreta ejecución, a la pérdida de sus trabajos y la dispersión de los miembros del Proyecto. Quizá Daneel los volviera a convocar después de la muerte de Hari… Irritante, sin duda, pero la vejez había enseñado a Hari que la muerte sólo era otra postergación, y que los individuos sólo importan durante cierto tiempo. El cuerpo social habitualmente podía generar nuevos individuos para reemplazar los que más necesitaba. Era presuntuoso pensar que él era uno de esos sujetos esenciales que serían reemplazados, pero eso indicaban las cifras.
A Hari no le molestaba que lo considerasen presuntuoso. O bien triunfaría él o bien alguien muy parecido.
Abordaron un crucero aéreo sin insignias frente a la entrada principal del edificio de apartamentos. Sin requerir autorización, el crucero se elevó, pasó entre dos torres de soporte y se internó en el tráfico para salir de Streeling, dirigiéndose al Sector Imperial. Él había cogido ese camino muchas veces.
—No se ponga nervioso —dijo la mujer.
—No estoy nervioso —mintió Hari—. ¿A cuántos ha arrestado recientemente?
—No puedo decirle eso —respondió ella con una sonrisa.
—Rara vez arrestamos gente tan célebre —dijo el hombre.
—¿Cómo saben quién soy? —preguntó Hari con genuina curiosidad.
—No somos ignorantes —dijo el hombre, frunciendo la nariz—. Estamos al corriente de la política. Nos ayuda en nuestro trabajo.
La mujer le clavó una mirada de advertencia. Su compañero se encogió de hombros y guardó silencio. Hari miró hacia delante mientras entraban en un túnel de la barrera de seguridad que rodeaba el Sector Imperial. El crucero emergió del túnel, viró bruscamente a la izquierda para salir del tráfico, rodeó una torre cilíndrica azul que se elevaba casi hasta el techo del domo. El crucero redujo la velocidad y atracó con una sacudida en una plataforma intermedia. La plataforma entró con el crucero en un hangar iluminado.
No podía hacer nada más hasta el juicio, que sin duda sería pronto. El resto, pensó Hari, es psicohistoria.