La primera entrevista con Gaal Dornick había sido satisfactoria. Hari pensaba que había impresionado al joven, y Dornick había tomado bien las noticias sobre la situación actual. El hombre tenía agallas, y esa aura de juventud y gallardía de los mundos exteriores que Hari recordaba haber tenido.
Como matemático, Dornick era talentoso, pero ya había matemáticos talentosos en el Proyecto. La principal función de Dornick consistiría en ser un observador lúcido que capearía ese temporal y allanaría el camino para que Hari ayudara a la gente del Proyecto a capear temporales futuros. Y quizá como amigo. Me gusta este hombre.
Hari no soportaba la idea de dejar sus dos Fundaciones —un secreto, esperaba, creía, sabía, que estaba aprobado por el Imperio mismo— libradas a su suerte después de su muerte. Si algo había aprendido de Demerzel/Daneel, había sido la necesidad de dejar una huella, una parte estimulante e inspiradora de sí mismo para que oficiara de acicate después de su muerte. Daneel lo hacía apareciendo en persona cada tantas décadas, una técnica que Hari sólo podría imitar, por así decirlo, con una extensión.
Dornick sería la clave para transformar a Hari Seldon en leyenda, y para permitirle aparecer con regularidad, aun después de la muerte, para conducir las cosas.
Hari regresó a su apartamento de Streeling y una vez más utilizó los servicios de un rastreador de seguridad que Stettin le había conseguido para uno de sus viajes fuera de Trantor. El rastreador, situado en la sala principal, tejió una telaraña de líneas rojas en las paredes y el techo y anunció con la dulce voz de una niña:
—Esta habitación está libre de artefactos de vigilancia imperiales conocidos.
Hacía tiempo que no diseñaban nuevos artefactos de vigilancia. Linge Chen, por sus propios motivos, aún le concedía a Hari un espacio privado personal. En otras partes, incluida su oficina de la Biblioteca Imperial, lo observaban y escuchaban atentamente.
Hari sentía el crecimiento de las fuerzas. ¡Pobre Dornick! Apenas tendría tiempo para habituarse a Trantor.
Hari sonrió hoscamente, apretó un botón de la pared. Surgió un pequeño centro de entretenimientos. Le ordenó que obtuviera acceso a las bibliotecas musicales de la universidad —uno de sus privilegios en Streeling— y tocara una selección de música cortesana de la época de Jemmu IX.
—Sobre todo Gand y Hayer, por favor —dijo. Estos dos compositores, un varón y una mujer, habían competido por encargos de la corte durante cincuenta años. Después de la muerte de ambos, se descubrió que secretamente habían sido amantes. Los eruditos musicales habían decidido, mediante un análisis exhaustivo, que nadie podía diferenciar cuál de sus obras combinadas era obra de Gand o de Hayer, o incluso si uno de ellos las había escrito todas. Eran piezas elegantes y tranquilizadoras, impregnadas con el cortés reconocimiento del orden eterno del Imperio, música de una época en que el Imperio funcionaba bien, en que era vigoroso y juvenil aun después de miles de años.
La Edad de Oro de Daneel, pensó Hari mientras se instalaba en su sillón más viejo y favorito. La clase de época en la que Linge Chen todavía cree, neciamente. El comisionado mayor siempre me ha parecido un tonto pomposo… de familia aristocrática, firmado en antiguas disciplinas burocráticas, frío y distante… ¿Y si me equivoco? ¿Y si mis teorías son inadecuadas para predecir estos resultados inmediatos? Pero no puede ser. Los resultados de largo plazo dependen de lo que suceda en estas semanas.
Se obligó a relajarse, realizó sus ejercicios de respiración, tal como Dors le había enseñado. La música era suave, estructurada, melódica. Mientras escuchaba, marcando el ritmo con la mano apoyada en el brazo del sillón, Hari reflexionaba sobre el papel que desempeñarían las familias Chen y Divart mientras Trantor continuaba su decadencia. La Comisión de Seguridad Pública manejaría el Imperio por un tiempo, hasta que surgiera un líder fuerte, probablemente un emperador y no un militar. Hari sospechaba —aunque nunca habría consignado esta predicción— que el emperador adoptaría el nombre de Cleon, se convertiría en Cleon II, para apelar al sentido de tradición e historia del Imperio, y sobre todo de Trantor.
Una sociedad angustiada y estancada era propensa a sucumbir a la fantasía de una Edad de Oro, una época en que todo era grande y glorioso, cuando la gente era más noble, las causas más magníficas y honorables. La caballerosidad es el último refugio de un cadáver que se pudre.
Nikolo Pas lo había dicho. Hari cerró los ojos. Recordó al tirano derrotado, sentado en su celda desnuda, una figura lamentable que otrora había ocupado el centro de un enorme cáncer social, pero que también había comprendido el destino del Imperio con una visión casi tan clara como la de Hari.
—Procuré entenderme con las familias nobles y ricas, los aristócratas que se aferran al dinero y el comercio como gigantescas sanguijuelas —había explicado Pas—. Como gobernador provincial, alimenté su sentido de superioridad e importancia. Alenté reformas agrarias, ordené que todos los municipios utilizaran las tierras para la producción y exigieran a sus ciudadanos jóvenes, e incluso a sus nobles, que las trabajaran, aunque no fueran rentables, por razones espirituales. Alenté el desarrollo de sociedades religiosas secretas, sobre todo las que valoraban la riqueza y la posición social. Y alenté el recuerdo de una época pasada en que la vida era mucho más sencilla y todos estaban más cerca de la perfección moral. ¡Qué fácil fue! ¡Cómo asimilaron los ricos y poderosos esos mitos corruptos! Yo mismo me los creí por un tiempo… Hasta que la marea política cambió, y necesité algo más poderoso. Fue entonces cuando inicié la revolución contra los Eternos.
Hari se sobresaltó al oír un ruido en su habitación. Ordenó que la música cesara y escuchó. Estaba seguro de haber oído pasos.
¡Han venido! Se levantó con alarma. Linge Chen se había cansado de los escarceos y estaba jugando sus cartas. Si Farad Sinter podía enviar asesinos, el comisionado mayor también podía hacerlo. Asesinos, o simplemente agentes para arrestarlo.
Había sólo tres habitaciones. Sin duda habría visto entrar a alguien. Hari revisó el dormitorio y la cocina, descalzo y en bata, muy consciente de su vulnerabilidad, aun dentro de su propio hogar.
No encontró a nadie.
Regresó con alivio al salón, y sintió una oleada de tranquilidad aun antes de ver a los visitantes. Sin alarma y sin mayor sorpresa, vio a tres personas de pie en el salón, dispuestas en semicírculo alrededor de su sillón favorito.
A pesar de algunos cambios cosméticos, supo de inmediato que el más alto, de cabello pardo rojizo, era su viejo amigo Daneel. No reconoció a los otros dos, una mujer y un varón fornido.
—Hola, Hari —dijo Daneel. Su voz también había cambiado.
—Pensé… recordaba una visita tuya —tartamudeó Hari, entre confundido y complacido. Sentía la esperanza irracional de que Daneel hubiera ido a llevárselo, a decirle que el Plan estaba cumplido y no tendría que afrontar el juicio, no tendría que vivir a la sombra del disgusto de Linge Chen…
—Tal vez lo anticipaste —dijo Daneel—. Es algo que haces muy bien. Pero hace años que no nos reunimos.
—No soy un gran profeta —masculló Hari—. Es bueno verte de nuevo. ¿Quiénes son estas personas? ¿Amigos? —Impuso a la siguiente palabra un énfasis sugestivo—: ¿Colegas?
La mujer lo miró de una manera turbadora. Algo familiar…
—Amigos. Todos estamos aquí para brindar asistencia en un momento crucial.
—Sentaos, por favor. ¿Tenéis hambre o sed? Daneel supo que no era preciso responder. El varón fornido negó con la cabeza, pero la mujer tampoco habló. Se limitaba a mirarlo con muda intensidad.
Hari sintió que se le estrujaba el corazón con dolorosa emoción. Abrió la boca, se sentó en una silla más cerca de la pared para no caerse. No apartaba los ojos de esa mujer. El tamaño adecuado. La misma figura agradable, aunque más joven de lo que él recordaba… pero ella siempre había sido excepcionalmente flexible y juvenil. Si ella era un robot… acero secreto…
—¿Dors? —No pudo decir nada más. Tenía la boca demasiado seca para hablar.
—No —dijo la mujer, pero no desvió los ojos.
—No estamos aquí para renovar viejos afectos —dijo Daneel—. No recordarás esta visita, Hari.
—No, claro que no —dijo Hari, repentinamente desdichado y de nuevo muy solo, a pesar de la presencia de Daneel—. A veces me pregunto si tengo alguna libertad, si puedo hacer mis propias elecciones.
—Nunca he influido sobre ti, salvo para preparar el camino y potenciar los efectos, y para ayudarte a guardar los secretos necesarios.
Hari extendió las manos.
—¡Libérame, Daneel! —gimió—. ¡Aparta este peso de mis hombros! Soy un viejo… ¡Me siento tan viejo, y tengo tanto miedo!
Daneel escuchó con expresión preocupada y comprensiva.
—Sabes que no es cierto, Hari. Aún hay gran fuerza y entusiasmo dentro de ti. Eres en verdad Hari Seldon.
Hari retrocedió y se tapó la boca con una mano, se enjugó los ojos.
—Lo lamento —murmuró.
—No hay nada que lamentar. Sé que la tensión es enorme. Me causa un profundo conflicto afligirte con este peso, amigo mío.
—¿Por qué estás aquí? ¿Quiénes son ellos?
—Tengo mucho trabajo que hacer, y ellos me ayudarán. Ya están operando fuerzas con las que debo enfrentarme, y no te conciernen. Todos sobrellevamos nuestra carga, Hari.
—Sí, Daneel, lo entiendo. Es decir, lo veo en los gráficos, las pantallas… corrientes subterráneas, aviesas y tortuosas, todas centradas en este momento. ¿Pero por qué has venido a mí?
—Para tranquilizarte. No estás luchando solo. He investigado los principales centros donde el Proyecto Seldon está en marcha. Tienes un ejército muy eficiente trabajando para ti, Hari. Un ejército de matemáticos y eruditos. Has actuado con brillantez. Están preparados y alerta. Te felicito. Eres un gran dirigente, Hari.
—Gracias. ¿Y ellos? —No podía apartar los ojos de la mujer—. ¿Son… como tú? —Aun en presencia de Daneel, le costaba usar la palabra «robot».
—Son como yo.
Hari iba a hacer otra pregunta, pero cerró la boca y desvió los ojos, procurando contener sus emociones. No puedo hacer la pregunta que más me importa, porque enloquecería. ¡Dors! ¿Qué fue de Dors? ¿Realmente se ha ido… está muerta? ¡Lo he sospecharlo tanto tiempo…!
—Hari, Linge Chen pronto entrará en acción. Tal vez te arresten mañana. El juicio comenzará pronto, y desde luego se realizará en secreto.
—De acuerdo —dijo Hari.
—Tengo cierto conocimiento de ello —añadió Daneel en un murmullo.
—Está bien —dijo Hari. Procuró deshacer el nudo que tenía en la garganta. El varón corpulento, no muy apuesto, también empezaba a parecerle familiar. ¿A quién le recordaba? Alguien del palacio, una figura pública…
—Linge Chen tiene sus motivos. En el palacio hay facciones que procuran derrocar a la Comisión de Seguridad Pública para arrebatar el poder a las familias aristocráticas, sobre todo los Chen y los Divart.
—Fracasarán —dijo Hari.
—Sí. Pero no está claro cuánto daño causarán antes del fracaso. Si no me ando con cuidado, la complejidad podría írsenos de las manos, y podemos perder nuestra oportunidad para este milenio.
Hari sintió un escalofrío. Aunque estaba acostumbrado a encarar períodos temporales de miles de años, la forma de hablar de Daneel le dio una repentina visión de futuros posibles donde Hari Seldon no había triunfado, donde Daneel empezaría de nuevo con otro brillante joven matemático, otro largo plan para aliviar el sufrimiento humano.
¿Quién podía comprender el funcionamiento de esa mente? Ya tenía veinte mil años…
Hari se puso de pie y se acercó a los tres.
—¿Qué más puedo hacer? —preguntó, y añadió frunciendo el ceño—: Antes que me hagáis olvidar este encuentro.
—Por ahora no puedo decirte más —dijo Daneel—. Pero todavía estoy aquí, Hari. Siempre estaré aquí para apoyarte.
La mujer avanzó un paso, se detuvo. Hari vio un temblor en uno de sus brazos.
Su rostro estaba tan rígido que parecía tallado en plástico. Ella sonrió y retrocedió.
—Es nuestro privilegio servir —dijo, y su voz no era la de Dors Venabili. Hari se preguntó cómo podía haber pensado que era Dors.
Dors estaba muerta. Ya no tenía dudas. Muerta, para no regresar nunca.
Hari miró la habitación vacía. La música había sonado durante dos horas y él apenas había notado el paso del tiempo. Se sentía distendido y sereno, pero todavía tenso, como un animal acostumbrado a los cazadores, un sobreviviente que no podía darse el lujo de prescindir de sus habilidades. De nuevo pensó en Dors. Se alisó la frente con los dedos.
Lodovik observó a Dors con preocupación mientras salían de la Universidad de Streeling. Atravesaron en taxi el túnel que iba de Streeling a Pasaj, la Pista del Emperador, rodeados por una corriente de autobuses y taxis, atrapados en una cuadrícula de líneas rojas y violetas como células de sangre en una arteria. Era un taxi automático, escogido al azar, que Daneel había registrado en busca de aparatos de vigilancia.
Dors miraba hacia delante, sin decir nada, igual que Daneel.
Daneel habló cuando se aproximaban a Pasaj.
—Te comportaste admirablemente.
—Gracias —dijo Dors—. ¿Pero es prudente dejarlo tanto tiempo sin custodia?
—Tiene magnífico instinto —dijo Daneel.
—Es viejo y frágil —dijo Dors.
—Es más fuerte que este Imperio —replicó Daneel—. Y su mejor momento aún no ha llegado.
Lodovik meditaba sobre la misión que Daneel le había descrito por enlace de microondas. Su peregrinación incluiría una gira por la catedral de los Grises, en Pasaj. Allí se congregaba lo más granado de la clase burocrática del Imperio para recibir sus honores máximos, entre ellos la Orden de la Pluma del Emperador; aunque el nuevo papel de Lodovik no tenía un historial tan meritorio, no era inusitado que quienes contribuían con la catedral fueran convocados para tareas serviles, como segunda forma de reconocimiento.
Sin duda Daneel esperaba que la catedral cumpliera un papel importante en los próximos años, aunque no le había comunicado a Lodovik cuál sería.
Lodovik sospechaba que Daneel lo pondría a prueba hasta que él demostrara su lealtad. Eso era prudente. Lodovik disimulaba sus dudas. Conocía la extraordinaria sensibilidad de Daneel. También había trabajado con él el tiempo suficiente para conocer maneras de engañarlo, de mostrarse dócil y leal.
Había observado cómo Daneel probaba a Dors, y no dudaba de que podía encontrar un modo igualmente eficaz de probarlo a él. Antes que eso ocurriera, tendría que sufrir otra transformación y encontrar aliados, que sin duda estaban en Trantor, trabajando clandestinamente para oponerse a Daneel. Entre los Grises habría muchas probabilidades de investigar a quienes se oponían a los Chen y los Divart.
Si Lodovik hubiera sido humano, habría pensado en los riesgos. Como la preocupación por su propia supervivencia era mínima, una situación desesperada no resultaba demasiado turbadora. Mucho peor era la idea de ser desleal, de contradecir a R. Daneel Olivaw.