—La presión se ha aliviado por el momento —dijo Wanda—. Pero tengo el feo presentimiento de que nuestros problemas no han terminado.
Hari miró a su nieta con afecto y respeto. Giró en la silla del pequeño escritorio de su oficina de la Biblioteca Imperial.
—Hace meses que no veo a Stettin. ¿Cómo estáis ambos… en lo personal?
—Hace tres días que no le veo. A veces pasamos semanas sin más que una llamada… No es fácil, abuelo.
—A veces me pregunto si he hecho lo correcto al encomendarte esto.
—Déjame interpretar eso de buen modo —interrumpió Wanda—. Crees que esto está creando tensiones en mi vida y quizás en mi matrimonio. Pero no crees que no soy la persona indicada.
—A eso me refería —dijo Hari con una sonrisa—. ¿Hay demasiada tensión?
Wanda reflexionó un instante.
—No facilita las cosas, pero supongo que no estamos en peor situación que un par de meritócratas que recorren la galaxia dando conferencias y actuando como consultores. En fin, no nos pagan tan bien, pero aparte de eso…
—¿Eres feliz? —le preguntó Hari, arrugando la frente con preocupación.
—En realidad no —dijo Wanda secamente—. ¿Debería serlo?
—En realidad, hice una pregunta compleja de modo muy simple.
—Abuelo, no te encierres en tu reticencia. Sé que me amas y te preocupas por mí. Yo también me preocupo por ti, y sé que no eres feliz desde hace años… desde que murió Dors. Desde… Raych. —Se irguió y miró el techo—. Ahora no podemos permitirnos la felicidad personal, no esa felicidad fulgurante y total de que hablan los librofilmes.
—¿Te sientes feliz de haber conocido a Stettin?
Wanda sonrió.
—Sí. Algunos dicen que no es muy romántico, un libro cerrado… pero no le conocen tan bien como yo. Vivir con Stettin es maravilloso. Habitualmente. Recuerdo que Dors siempre estaba en sintonía contigo, siempre preocupada por tu salud y seguridad. Stettin se comporta igual conmigo.
—Pero te pone en peligro, o lo permite. Permite que lleves a cabo esos planes secretos que quizá no terminen en nada, y además te hacen correr grandes riesgos.
—Dors…
—Dors se enfadaba conmigo cuando corría riesgos. Si yo fuera Stettin, también estaría enfadado conmigo. Vosotros dos sois importantes para mí por razones que nada tienen que ver con la psicohistoria y el destino. Espero haber sido claro.
—Muy claro. Estás hablando como un viejo que planea morirse pronto y quiere aclarar los malentendidos. No hay malentendidos, abuelo, y no te morirás pronto.
—Sería difícil engañarte, Wanda. Pero a veces me pregunto cuán fácil sería engañarme a mí. Cuán fácil sería convertirme en herramienta de fines políticos más amplios.
—¿Quién es más listo que tú, abuelo? ¿Quién te engañó en el pasado?
—No se trata sólo de engañarme, sino de dirigirme. Usarme.
—¿Quién? ¿El emperador? Claro que no. ¿Linge Chen? —Wanda rio musicalmente, y Hari se ruborizó, sabiendo que poseía un conocimiento olvidado.
—Tú serías más difícil de engañar que yo, espero, si ambos nos encontráramos con alguien con talento para persuadir.
Wanda miró a su abuelo con los labios entreabiertos, como para responder, luego miró hacia otro lado.
—¿Crees que Stettin te persuadió…?
—No. No hablo de eso.
—¿Entonces de qué?
Pero Hari no podía continuar, por mucho que lo intentara.
—Un grupo de persuasores… mentálicos, que armaran una sociedad organizada, lejos de todos estos conflictos, decadencia, lejos de todo… Podrían decidirlo todo. Liberarnos de nuestras obligaciones y… de nuestros amigos.
—¿Qué? —le preguntó Wanda, desconcertada—. Entiendo la primera parte… ¿De qué amigos necesitamos protegernos?
Hari desechó esa pregunta con un ademán suave.
—¿Has encontrado a esa joven especial que buscabas?
—No. Ha desaparecido. Nadie la ha detectado durante días.
—¿Crees que esa mujer, Vara Liso, la encontró antes que vosotros…?
—No tenemos idea, de veras.
—Me interesaría conocer a alguien aún más persuasivo que tú. Podría ser interesante.
—¿Por qué? Algunos de nosotros ya somos bastante excéntricos. Cuanto más talentosos, al parecer, más excéntricos.
Hari cambió repentinamente de tema.
—¿Alguna vez oíste hablar de Nikolo Pas de Sterrad?
—Desde luego. Soy historiadora.
—Yo le conocí personalmente, antes que nacieras.
—No lo sabía. ¿Cómo era él, abuelo?
—Sereno —dijo—. Un hombre bajo y rechoncho que no parecía muy afectado por ser responsable de la muerte de miles de millones. Hablé también con otros cuatro tiranos, y últimamente he pensado mucho en ellos… pero sobre todo en Nikolo Pas. ¿Cómo sería la raza humana sin tiranos… sin guerras, vastas destrucciones ni incendios forestales?
Wanda sintió un escalofrío.
—Sin duda estaría mucho mejor.
—Eso me pregunto. Nuestras locuras… En un sistema dinámico todas las cosas se vuelven útiles con el tiempo. O son eliminadas. Así funciona la evolución, tanto en los sistemas sociales como en los ecológicos.
—¿Los tiranos son útiles? Una tesis interesante, y no es inaudita. Varios analistas históricos, desde la época de la dinastía Gertassin, han especulado sobre la dinámica de la decadencia y el renacimiento.
—Sí, lo sé. Nikolo Pas usó esos trabajos como justificación de sus actos.
Wanda enarcó las cejas.
—Lo había olvidado. Obviamente necesito volver a mi auténtico trabajo para mantenerme a tu altura, abuelo.
Hari sonrió.
—¿Tu auténtico trabajo?
—Sabes a qué me refiero.
—Lo sé, Wanda. Créeme. Hubo años en que yo apenas podía consagrar una hora por día a la psicohistoria. Pero he encontrado algunos modelos nuevos a través de la Radiante Prima de Yugo, y también la mía. Los resultados son interesantes. El Imperio es un bosque que no ha tenido un gran incendio en mucho tiempo. Tenemos miles de zonas enfermas, crecimiento de matorrales, decadencia general… una situación muy insalubre. Si alguno de esos tiranos estuviera vivo, darles ejércitos y armadas y dejarlos sueltos no sería lo peor que podríamos hacer…
—¡Abuelo! —Wanda fingió escandalizarse. Sonrió y le tocó la arrugada mano—. Sé que a veces te gusta teorizar.
—Hablo en serio —dijo Hari con sequedad, y luego sonrió—. Demerzel nunca lo habría permitido, desde luego. El primer ministro siempre se preocupaba por la estabilidad. Creía que el bosque debía ser un jardín, con muchos jardineros y sin ningún incendio. Pero tengo mis dudas…
—Un jardinero asesinó a un emperador, abuelo.
—Bien, a veces no respetamos las restricciones, ¿verdad? —dijo Hari.
—A veces no te entiendo —dijo Wanda, sacudiendo la cabeza—. Pero me gusta hablar contigo, aun cuando no tengo la menor idea de lo que quieres decir.
—Sorpresa, tragedia y renacimiento. ¿Eh?
—¿Eh, qué?
—Basta de charla. Salgamos a comer y alejémonos de esta biblioteca… si tienes tiempo.
—Una hora, abuelo. Luego debo juntarme con Stettin y prepararme para la reunión de orientación de esta noche. Esperábamos que asistieras.
—Creo que no debería ir. Mis actos tienen la virtud de volverse públicos de inmediato, Wanda. —Y en este tiempo crucial, me siento muy preocupado por cierto engaño… bien intencionado, pero aun así un engaño.
Wanda lo miró con aire de paciente diversión.
—Me encantaría almorzar contigo, abuelo —dijo.
—¡Y basta de perorar sobre grandes temas! Háblame de pequeñas cosas humanas. Cuéntame qué maravilloso es Stettin, de tu deleite en los trabajos históricos que has podido realizar. ¡Aparta mi mente de la psicohistoria!
—Lo intentaré —dijo Wanda con escepticismo—. Pero hasta ahora nadie lo ha logrado.