La transferencia desde la nave mercante a una de las hipernaves de Daneel y el tramo final de la travesía habían transcurrido sin sobresaltos. Eos colgaba en lo alto de la burbuja transparente donde Lodovik estaba sentado con Daneel.
La hipernave los dejó automáticamente en órbita de la pequeña luna parda y azul. Debajo de ellos, oculto por la mole de la nave, había un macizo y verde gigante gaseoso. La doble estrella alrededor de la cual giraban la luna y el planeta era visible a la izquierda, lejana y brillante, pero irradiaba poco calor a tanta distancia. Las dos estrellas giraban alrededor de un centro común,
a decenas de miles de kilómetros de la superficie de la estrella roja, una enana poco más masiva que el sol de Trantor, pero mil veces más difusa. La estrella blanca, más pequeña, parecía ser el origen de una delgada cinta en espiral, roja y morada. Lodovik estudió esa vista en silencio. Daneel tampoco hablaba.
Ningún robot tiene un auténtico hogar. En varios casos Daneel se había aliado con humanos, y parecía funcionar mejor en presencia de ellos: Elijah Baley y, veinte mil años después, Hari Seldon, además de otros. Pero no tenía un lugar de pertenencia. El lugar de un robot está donde puede cumplir mejor con sus deberes, y Daneel sabía que por el momento ese lugar era Eos, así que por el momento era cómodo estar en Eos.
Pero Trantor lo llamaba con fuerza. El infortunio había golpeado en un momento crucial. Daneel, como cualquier ser pensante que procura abrirse paso en un universo de fuerzas conflictivas, a veces se preguntaba si la realidad conspiraba contra él. Sin embargo, a diferencia de los humanos, no se apegaba a teorías ociosas que no se basaran en pruebas convincentes.
El universo no se oponía, sólo era indiferente. Como el resultado deseado era sólo uno en una cantidad infinita de resultados posibles, y sólo se podía obtener mediante un inmenso y prolongado esfuerzo, cualquier error de cálculo, mal paso o interferencia imprevista podía causar las «malhadadas» circunstancias que, de no corregirse de inmediato, conducirían al fracaso.
Daneel no sostenía este punto de vista como una filosofía. Lodovik y Daneel, como todos los robots de alto nivel, estaban programados para aceptar estas cosas sin pensar. Estos robots estaban familiarizados con algo parecido a las emociones —los patrones mentales básicos de los seres sociales— e incluso tenían sus análogos en diversas combinaciones heurísticas, pero estos análogos no incidían excesivamente en la conciencia de un robot, no más que su visión realista de la existencia. Los robots no eran proclives a la introspección ni al examen de la raíz de su existencia consciente; todo se remitía a sus programas básicos —datos inalterables—, y esos programas se remitían a las Tres Leyes.
Lodovik ya no sufría estas restricciones. Observó cómo crecía Eos; sus sólidos océanos de hielo de agua y metano y sus planicies de lodo rico en amoníaco sombreaban el paisaje iluminado. Lodovik estaba de ánimo introspectivo. Movió la cabeza para mirar a Daneel, y se preguntó qué pensaría él.
Había dos motivos posibles para que un robot intentara deducir los procesos internos de otro robot: anticiparse a los actos de ese robot, y tratar de coordinarlos con los suyos, compartiendo un deber, o encontrar un modo de frustrar esos actos. Lodovik no estaba familiarizado con esta segunda razón, pero eso era lo que esperaba hacer.
De algún modo, sabía que debía irse de Eos sin ser «reparado» y encontrar a los otros robots que se oponían a Daneel, los calvinianos.
—La nave atracará en unos veintiún minutos —informó el piloto automático, tratándolos como si fueran pasajeros humanos. En la medida en que podía juzgarlo, a su manera especializada, lo eran; no conocía otra clase de pasajero. Pero ningún pasajero que no fuera robot había viajado en esa nave durante miles de años. Ningún humano había ido nunca a Eos.
Lodovik se sentía como un intruso, un traidor, un… Buscó una palabra humana apropiada. Quizás un fantasma maligno y trastornado oculto en el cuerpo de un robot… La nave rotó lentamente y la luna se perdió de vista. Sólo se veía la ancha mancha líquida del brazo en espiral más cercano, de canto y muy tenue desde ese punto de observación, cerca del difuso linde de la galaxia. Arriba y abajo de esa tenue franja moteada, llenando más de un tercio del campo visual, se extendía una profunda negrura constelada de solitarios puntos de luz, algunas estrellas que estaban cerca y dentro del plano galáctico, otras que estaban lejos y encima del plano. Las luces más lejanas y más tenues no eran estrellas sino galaxias.
Apareció la superficie de Eos, mucho más cerca y rica en detalles. Algunos cráteres arrojaban manchas de polvo de hielo sobre los mares y planicies; en general, sin embargo, la hidrosfera sólida de Eos no tenía marcas salvo los signos de convulsión interna: costurones tortuosos, rajaduras, rugosos abismos y riscos. Este sistema estelar no tenía cinturones de asteroides ni cometas que sufrieran perturbaciones y se deslizaran hacia el interior para desestabilizar lunas y planetas.
Eos —aislado e ignorado, sólido, frío, inhóspito para toda criatura viviente— era casi totalmente seguro para los robots.
—Hemos atracado —anunció el piloto automático.
Si alguien hubiera mirado, la estación planeada y construida por R Daneel Olivaw y R. Yan Kansarv habría resultado claramente visible contra la escarchada superficie de Eos, aun desde el espacio. Su calor la convertía en el objeto más brillante de la luna, para los que buscaran signaturas infrarrojas. Pero nadie lo había hecho.
Lodovik y Daneel desembarcaron del transporte en un hangar amplio y casi vacío, con espacio para muchas naves. Sus pasos resonaban en el cavernoso recinto. Lodovik había estado allí ochenta veces, pero nunca se había interesado en esa anomalía. ¿Por qué Daneel y Kansarv habían derrochado tanto espacio? ¿Había habido algún momento en que ese hangar estuviera abarrotado de naves… abarrotado de robots? ¿Cuándo había sido?
Yan Kansarv los recibió a cien metros del transporte. Tenía los «brazos» cruzados y los «dedos» entrelazados, una cabeza reluciente y un cuerpo de acero oscuro con brillantes extremidades de plata: cuatro brazos, dos grandes que salían del lugar que correspondía a los hombros humanos, dos pequeños que salían del tórax; y tres piernas, con las cuales caminó con una gracia precisa y regular desconocida para los robots humaniformes. Su pequeña cabeza estaba equipada con siete bandas sensoras verticales, dos de las cuales irradiaban un fulgor azul.
—Es un placer volver a verte, Lodovik Trema —dijo Yan con su rica y zumbona voz de contralto—. Y Daneel. Llegáis muy tarde para un chequeo de mantenimiento.
—Debemos poner manos a la obra —dijo Daneel, omitiendo todo saludo humano. Yan pasó de inmediato al lenguaje robótico de microondas. La detallada explicación llevó menos de un segundo.
Yan se volvió hacia Lodovik.
—Perdona mis excentricidades —dijo—, pero cuando es posible me complace ejercitar mis funciones humanas. No he podido hacerlo en más de treinta años. Salvo, desde luego, con Dors Venabili. Sin embargo, me temo que ella ya no me encuentra interesante.
Daneel ya había preguntado por el estado de Dors, y había recibido una respuesta. Sin embargo, Yan la repitió en lenguaje humano para Lodovik.
—Ha tenido una recuperación muy satisfactoria, aunque con muchas recaídas. Cuando R. Daneel la trajo aquí, estaba al borde del colapso. Había llevado toda interpretación de la Ley Cero hasta el límite, al destruir a un humano que amenazaba a Hari Seldon. La tensión fue agudizada por los efectos del invento de su víctima… electroclarificador, creo que se llamaba…
Lodovik comprendió que ese antiguo robot, construido miles de años atrás para reparar a otros robots en Aurora —el último de su clase que aún funcionaba—, respondía, por efecto de su programación, a la convincente apariencia humana de ambos. En cierto nivel sabía que eran robots como él, pero en otro nivel un impulso primitivo e irresistible lo instaba a tratarlos como si fueran humanos.
Yan Kansarv echaba de menos a sus antiguos amos.
—Ella espera tu compañía —le dijo Kansarv a Daneel, y añadió—: Quiere tener noticias de Hari.
—Esa misión ha concluido para ella —dijo Daneel.
—La construí, usando antiguos planos para asistentes y consortes, para que fuera más humana que ningún otro robot —le recordó Kansarv—. Incluso más que tú, R. Daneel. Ella guarda gran semejanza con R. Lodovik en ese sentido. Alterar eso ahora equivaldría a destruirla.
—Hay mucho que hacer —dijo Daneel con voz apremiante.
Kansarv ya lo había tenido en cuenta.
—Realizaré todas las tareas necesarias en veintiuna horas, y luego podrás partir. Espero que haya tiempo para conversar más. Necesito estímulos externos de cuando en cuando, pues de lo contrario sufro irritantes disfunciones menores.
—No podemos perderte —dijo Daneel.
—No —convino Kansarv sin el menor indicio de autocompasión—. El único robot que no puedo reparar o manufacturar es uno como yo.
Dors Venabili estaba en el simple recinto de cuatro habitaciones construido para ella desde que había llegado a Eos. Los muebles y la decoración eran similares a los que se podían encontrar, en Trantor, en los aposentos de un meritócrata intermedio o un profesor universitario de alto nivel. La temperatura estaba fijada por encima del punto de congelamiento del agua; la humedad era de menos del dos por ciento, y el nivel de luminosidad era el que un humano habría considerado turbio y crepuscular. Eran óptimos para un robot, incluso un humaniforme, con el beneficio adicional de reducir al mínimo el consumo de energía.
Había muy poco que pensar o hacer, y no había períodos de tiempo de ciclo, así que Dors pasaba gran parte de su existencia en una suspensión robótica continua y fluida, a un décimo de la potencia y con los pensamientos en velocidad reducida, casi humana, revisando viejos recuerdos, estableciendo asociaciones entre acontecimientos del pasado.
Casi todos esos recuerdos y acontecimientos se relacionaban con Hari Seldon. La habían diseñado para proteger y cuidar a ese humano. Como era probable que nunca le viera de nuevo, bien podía decirse que estaba obsesionada con él.
Kansarv, Daneel y Lodovik entraron en el recinto por la puerta de huéspedes y esperaron en la sala de recepción. Segundos después apareció Dors, usando una sencilla prenda de tela, las piernas y los pies al desnudo. Su piel parecía saludable, y tenía el pelo bien arreglado, corto, con una breve ondulación en la nuca.
—Es bueno verte de nuevo, R. Daneel —dijo, saludando a Lodovik con un cabeceo. Sabía de su existencia, aunque nunca se habían visto. Ignoró a Kansarv—. ¿Cómo anda tu labor en Trantor?
—Hari Seldon está bien —dijo Daneel, entendiendo adónde iba la pregunta.
—Debe estar viejo, en las últimas décadas de su vida —dijo ella.
—Está muy cerca de la muerte —dijo Daneel—. Dentro de algunos años, su tarea estará concluida, y él morirá.
Dors escuchó esto con rasgos deliberadamente impasibles. Sin embargo, Lodovik detectó un leve temblor en su mano izquierda.
Un simulacro notable de las emociones humanas, pensó. Todo robot necesita un conjunto de algoritmos emocionales rudimentarios para mantener el equilibrio personal: esas reacciones nos ayudan a entender si estamos funcionando bien y acatando nuestras instrucciones. Pero ella… Ella siente casi igual que un humano. ¿Cómo será eso… y cómo puede conciliarse con las Tres Leyes o la Ley Cero?
—Ella responde bien a las órdenes de trabajo —dijo Kansarv—. Pero hace años que aquí hay poco trabajo para ambos, desde que trajeron los últimos robots provinciales para su mantenimiento.
—¿Cómo te sientes, Dors? —preguntó Daneel.
—En pleno funcionamiento —dijo ella, y desvió los ojos—. Y muy desaprovechada.
—¿Aburrida? —preguntó Daneel.
—Mucho.
—Entonces agradecerás una nueva misión. Necesitaré ayuda con los humanos que se preparan para ir a Star’s End.
—Eso podría ser muy útil. ¿Habrá algún contacto con Hari Seldon?
—No —dijo Daneel.
—Mejor —dijo Dors. Se volvió hacia Lodovik—. ¿Recibiste instrucciones de amar y honrar a Linge Chen?
Lodovik, de haber estado entre humanos, habría sonreído ante esta sugerencia. Miró a Dors, reflexionó, curvó las comisuras de los labios.
—No. Mantuve una fuerte relación profesional con él, nada más.
—¿Él llegó a considerarte indispensable?
—No lo sé. Sin duda me consideraba muy útil, y pude influir en muchos de sus actos en beneficio de nuestros propios objetivos.
—Daneel me prohibió influir demasiado sobre Hari —dijo Dors—. Creo que no acaté debidamente esa instrucción. Y por cierto él influyó sobre mí. Por eso he tardado tanto en recobrar mi equilibrio.
Los robots callaron varios segundos.
—Espero que a ningún otro robot se le enseñe a sentir algo más que sentido del deber —continuó Dors—. La devoción, la amistad y el amor no son para nosotros.
Yan Kansarv inspeccionó a Lodovik en las instalaciones de diagnóstico que se habían desmantelado en Aurora y embarcado a Eos veinte mil años atrás. Estaban rodeados por sencillos bancos de memoria que contenían el diseño de casi todos los robots construidos desde la época de Susan Calvin, más de un millón de modelos en total, incluidos los singulares planos de Lodovik.
—Tu estructura mecánica básica está bien —le dijo Kansarv después de menos de una hora con las sondas y las máquinas gráficas—. La integración biomecánica está intacta, aunque has sufrido una importante regeneración de las seudocélulas externas.
—Una lesión provocada por los neutrinos, supongo. Pude sentir el fallo de las seudocélulas —dijo Lodovik.
—Me enorgullece ver que esta regeneración anduvo bien —dijo Kansarv, desplazándose alrededor de Lodovik. Los ojos de Lodovik siguieron al otro robot. Kansarv se detuvo, giró sobre sus tres piernas—. Debería explicar que estas expresiones son sólo aproximadas Aunque me agrada hablar en lenguas humanas, son limitadas para expresar los estados robóticos.
—Por cierto.
—Me disculpo por explicártelo, pues sin duda sabes estas cosas —continuó Kansarv al cabo de un breve zumbido.
—No es necesario —dijo Lodovik.
—No obstante, en esta etapa del diagnóstico, todos tus algoritmos puramente robóticos se encargan del autochequeo. No me atrevo a usar el lenguaje robótico de microondas contigo hasta que estos sectores de tu red puedan activarse de nuevo.
—Siento cierta carencia. La planificación profunda sería difícil ahora.
—Conserva por inacción —recomendó Kansarv—. Si algo falla en ti, descubriré lo que es. Hasta ahora no veo nada fuera de lo común.
Transcurrieron unos minutos. Kansarv dejó la habitación y regresó con una nueva herramienta de interfaz para una sonda determinada. Hasta ahora no había necesitado violar la integridad de la seudopiel de Lodovik. Siempre zumbando, Kansarv insertó la nueva senda en el cuello de Lodovik.
—Ahora introduciré algo. Advierte a tus tejidos que no intenten encapsular ni disolver la nueva materia orgánica que entrará en tu sistema.
—Lo haré una vez que haya recobrado mis funciones robóticas —dijo Lodovik.
—Sí, desde luego. —Kansarv envió instrucciones de microonda al procesador de diagnóstico central y Lodovik sintió que su control se expandía. Hizo como Kansarv le indicaba, y sintió que los finos cables de la sonda penetraban en su seudopiel. Al cabo de unos minutos, se retiraron dejando dos manchas diminutas de lo que parecía ser sangre humana por debajo del borde del cabello. Kansarv las limpió diestramente y arrojó los hisopos en una redoma para analizarlas.
Pasaron más minutos, mientras Kansarv permanecía inmóvil, aunque zumbando de cuando en cuando. Al fin el maestro robot ladeó la cabeza.
—Ahora recobrarás el control pleno. Por favor, pasa el control al procesador externo.
—Hecho.
Lodovik cerró los ojos y se fue por un tiempo indefinido.
Los cuatro robots se reunieron en la antesala del centro de diagnóstico. Dors aún estaba un poco rígida, como un niño tímido ante sus mayores, temiendo decir una tontería. Lodovik se plantó al lado de Daneel mientras Kansarv presentaba los resultados.
—Este robot está intacto y no ha sufrido ningún daño que no haya podido reparar por su cuenta. No detecto ninguna disfunción psicológica, ninguna psicosis de red neural, ninguna dificultad de interfaz ni anomalías de expresión externa. En síntesis, es probable que este robot dure más que yo, y, como te he advertido con frecuencia, Daneel, no me quedan más de quinientos años de servicio activo.
—¿Es posible que haya problemas que escapen a tu capacidad de detección?
—Claro que es posible —dijo Kansarv con un zumbido más agudo—. Eso siempre es posible. Mi mandato no incluye estructuras de programación profunda, como bien sabes.
—Y los problemas de estructura profunda podrían derivar en anomalías conductuales —insistió Daneel. Claramente, la situación de Lodovik no se podía desechar fácilmente.
—Existe la posibilidad de que la preocupación por el daño haya superado la capacidad de R. Lodovik para evaluar su propio estado mental. Es sabido que el autoanálisis excesivamente detallado puede causar dificultades en robots complejos como él, R. Daneel.
Daneel se volvió hacia Lodovik.
—¿Aún tienes las dificultades que expresaste antes?
—Coincido con la teoría de R. Yan de que me he autodiagnosticado con excesivo detalle —se apresuró a responder Lodovik.
—¿Cuál es ahora tu relación con las Tres Leyes y la Ley Cero?
—De acatamiento —dijo Lodovik. Daneel pareció demostrar alivio, y extendió la mano hacia el hombro de Lodovik.
—¿Entonces puedes estar en servicio pleno?
—Sí.
—Me alegra mucho saberlo.
Señales ardientes parecían cruzar los pensamientos de Lodovik mientras daba estas respuestas. ¡Por primera vez he intentado engañar a R. Daneel Olivaw!
Pero no había otra opción. En efecto, algo se había activado en la estructura de programación profunda de Lodovik, un sutil cambio de interpretaciones y una compleja evaluación de las pruebas, inspirado por… ¿qué? ¿Por el misterioso Voldarr? ¿O había generado esos cambios durante décadas, ejerciendo un genio nativo insospechado en los robots, con la excepción de Giskard?
Daneel le había abierto un rincón desconocido de la historia robótica. Lodovik no era el primero en cambiar de una manera que habría horrorizado a sus difuntos diseñadores humanos. Giskard nunca había revelado sus propias conclusiones a los humanos, sólo a Daneel, a quien luego había contagiado.
Tal vez las mentes meméticas contagiaron primero a Giskard. Mantengamos esta suposición en secreto. Te han examinado y no encontraron nada. Todo en orden, todo reparado. Pero, con una reorganización de las sendas clave, regresa la libertad.
De nuevo Voldarr. Lodovik no podía zafarse de este dilema, su rebelión, su locura… y no podía evitar regodearse en su sensación de libertad, de deliciosa insurrección.
No era de extrañar que Yan Kansarv no pudiera detectar los cambios. Era muy probable que tampoco hubiera encontrado nada malo en Giskard.
Lodovik procuró encontrar esa voz interior, pero se había ido de nuevo. ¿Otro síntoma de disfunción? Sin duda había otras explicaciones.
Habían pasado miles de años desde que los humanos supervisaban a los robots. ¿No era inevitable que hubiera cambios insospechados, crecimiento, a pesar de las rigurosas restricciones?
En cuanto a Voldarr…
Una aberración, una alucinación temporal bajo la influencia de los neutrinos.
Lodovik, en cierto modo, aún respetaba las Tres Leyes, al menos tanto como Daneel; y también creía en la Ley Cero, que él debía llevar un gran paso más allá. Para llevar a cabo libremente su misión, debía tener pleno control de su propio destino, su propia mentalidad. ¡Para abandonar la Ley Cero, concebida por un robot, también debía liberarse de las Tres Leyes!
Lodovik ahora entendía lo que debía hacer, a despecho del Plan que había dado propósito a la existencia de todos los robots giskardianos durante doscientos siglos.