Lodovik permanecía inmóvil salvo por los ojos, mirando mientras Daneel realizaba otro chequeo de diagnóstico, el último antes del viaje a Eos.
—No hay daños manifiestos, nada que pueda detectar —dijo Daneel mientras las viejas máquinas terminaban—. Pero eres un modelo posterior a estas herramientas. Sospecho que no están a tu nivel.
—¿Te has diagnosticado a ti mismo? —preguntó Lodovik.
—Con frecuencia —dijo Daneel—. Cada pocos años. Pero no con estas máquinas. Todavía hay algunas herramientas de alta calidad ocultas en Trantor. Aun así, hace un siglo que no visito Eos, y mi provisión energética necesita un reemplazo. Por eso viajaré contigo. Y hay otra razón. Debo trasladar un robot… si sus reparaciones y actualizaciones han andado bien.
—¿Una forma femenina?
—Sí.
Lodovik esperaba más detalles, pero Daneel no dijo nada. Sabía de un solo robot femenino aún activo, entre los millones que en una época habían sido populares entre los humanos. Era Dors Venabili, y había pasado décadas recluida en Eos.
—Ahora no confías en mí, ¿verdad? —dijo Lodovik.
—No —dijo Daneel—. La nave debe estar lista. Cuanto antes lleguemos a Eos, antes regresaremos. Detesto estar lejos de Trantor. Se acerca el momento más crítico del tiempo cúspide.
Muy pocas naves imperiales viajaban ahora a Madder Loss, pero Daneel había contratado una nave mercante meses antes, y no fue difícil incluir a Lodovik como pasajero. La nave los llevaría a los fríos confines del sistema de Madder Loss, hasta un helado asteroide sin nombre, apenas un número de catálogo, ISSC-1491.
Aguardaron en la plataforma de aterrizaje de un remoto puerto espacial al aire libre. Brillaba el sol, y los insectos revoloteaban polinizando los viejos campos de flores que rodeaban las instalaciones de cemento y plastiacero.
Lodovik aún valoraba el liderazgo y la presencia de Daneel, ¿pero cuánto tiempo podía durar? Lodovik había puesto su iniciativa en reserva en los últimos días que había pasado en Madder Loss, temiendo rebelarse contra Daneel. Su tipo de robot humaniforme, sin embargo, usaba la iniciativa en muchos sentidos importantes, no sólo para determinar cursos de acción en gran escala. No podía someter los pensamientos que surgían de su mentalidad central. Daneel desea controlar a los humanos. Es preciso permitir que los humanos cumplan con su propio destino. ¡Nosotros no entendemos su espíritu animal! ¡No somos como ellos!
Daneel mismo había dicho que la mente y el destino humanos no eran fáciles de comprender para los robots, si siquiera eran comprensibles. Es una locura controlar y dirigir su historia. La arrogante locura de máquinas descontroladas.
Algo extraño cruzó sus procesos mentales, un vestigio de la voz que había oído anteriormente.
Daneel le habló al capitán, un hombre menudo y musculoso con un rostro ritualmente lleno de cicatrices, de tez clara y pastosa. Daneel se volvió e indicó a Lodovik que se acercara. Lodovik avanzó. El capitán lo miró con hostilidad.
Mientras abordaban la nave, Lodovik miró hacia atrás. Insectos por doquier, en todos los planetas apropiados para los humanos, todos semejantes, con variaciones locales menores, la mayoría explicables por manipulación genética a través de los milenios. Todos adecuados para mantener ecosistemas que conducían a la civilización humana. En Madder Loss no había una sola criatura salvaje. Las criaturas salvajes sólo se podían encontrar en esos cincuenta mil mundos apartados como cotos de caza y reservas zoológicas: los jardines planetarios que tanto gustaban a Klayus, planetas que los ciudadanos solo podían visitar con autorización imperial. Una vez había supervisado las asignaciones presupuestarias de esas reservas. Linge Chen había querido clausurarlos, considerándolos un gasto inútil, pero Klayus había hecho una solicitud personal para salvarlos, y habían llegado a un complejo quid pro quo cuyos detalles Lodovik ignoraba.
Lodovik se preguntaba cómo había llegado a existir todo eso, jardines planetarios y mundos humanos domesticados o pavimentados. Había muchos datos históricos que desconocía. Muchas preguntas burbujeaban bajo las restricciones que se había impuesto.
Las puertas de la nave se cerraron, y Lodovik ocultó una turbulencia algorítmica que en términos humanos habría llamado pánico intelectual, no ante los espacios cerrados de la nave, sino ante las flores de curiosidad que se abrían en su propia mente. En su pequeña cabina, Daniel puso los dos bártulos en el portaequipajes y bajó una plataforma para sentarse. Lodovik permaneció de pie. Daniel se cruzó de brazos.
—Nadie nos molestará —dijo—. Aquí podemos bajar a nuestro nivel ínfimo. Llegaremos al punto de encuentro en seis horas, y a Eos en tres días.
—¿Cuánto tiempo falta para que pierdas el control de la situación en Trantor? —preguntó Lodovik.
—Quince días —respondió Daneel—. Salvo circunstancias imprevistas. Y siempre hay circunstancias imprevistas, cuando se trata de humanos.