24

Klia Asgar salió a la superficie durante el período de reposo, a diez kilómetros de donde había descendido hacia los dos ríos. El techo de ese vecindario de Dahl relucía con un gris azulado crepuscular, y las calles estaban llenas de operarios nocturnos, un tercio del volumen de los que estaban despiertos. Nadie la molestó.

En vez de limitarse a teclear el número de la tarjeta que le había dado el hombre de verde, Klia persuadió a un experto de poca monta del sur de Dahl a descifrar el código. La tarjeta le dio una dirección y actuó como guía, parpadeando y murmurando instrucciones mientras ella viajaba en vereda y taxi a Pentare, un pequeño municipio a la sombra de Streeling. Compró un lector de librofilmes clase imperial, lo conectó a un comunicador general y le insertó material de archivos públicos, usando créditos que había ganado meses atrás en dos pequeños trabajos. Leyó sobre Hari Seldon y su nieta Wanda. Parecía que Seldon no era un persuasor, pero el hombre de verde había dicho que su nieta lo era. ¿De dónde obtenía ella sus poderes? Klia buscó al padre de Wanda Seldon Palver: Raych. Un dahlita. Esto le causó preocupación y asombro, incluso orgullo. Siempre había sabido que los dahlitas eran especiales.

El parentesco de esa mujer con un dahlita no bastó para disipar sus sospechas acerca de esas personas vinculadas con el palacio.

Aun así, Hari Seldon predecía el final del Imperio, la destrucción de Trantor. Se había ganado fama de agorero. Eso podía ponerlo en entredicho con el palacio; circulaban rumores de que lo juzgarían por traición. Pero Klia sentía un rechazo instintivo por esa cháchara visionaria. Muchos visionarios intentaban organizar sus propios cuadros de acólitos obedientes, pequeños imperios personales en medio del Imperio Galáctico, inimaginablemente más vasto y totalmente impersonal.

Había oído hablar de un episodio espectacular ocurrido el año anterior en Temblar, en el ecuador. Cincuenta mil seguidores de un mycogeniano cismático se habían suicidado, alegando que recibían mensajes que hablaban de la inminente destrucción de Trantor. Supuestamente los mensajes eran enviados por inteligencias parasitarias no humanas que se alimentaban de las plataformas imperiales de defensa e información que estaban en órbita de Trantor. Klia no sabía nada sobre las plataformas de defensa, pero tenía suficientes luces como para ver que Seldon se parecía a esos fanáticos, y para alguien como ella esto no resultaba alentador.

Como el hombre de verde había sugerido…

Siguiendo las instrucciones de la tarjeta, Klia cogió una acera deslizable desde la plataforma de tránsito hasta una senda peatonal dudosamente llamada Feria de Brommus. Así llegó a un distrito donde almacenaban las mercancías antes de distribuirlas en las tiendas minoristas, las ágoras y los mercados de Streeling y el Sector Imperial. Se acercó a un vasto almacén que llegaba hasta el techo, donde se juntaba con su pared de soporte; un vecindario poco apetecible, pero limpio y ordenado. A esa hora temprana había aún menos personas que en el sur de Dahl. Aun así, se mantuvo alerta.

La tarjeta la condujo a una pequeña puerta lateral. Miró la puerta varios segundos, mordiéndose el labio inferior. Lo que estaba por hacer representaba un gran paso, quizá peligroso. Aun así, todo lo que le había dicho el hombre de verde sonaba cierto.

Y le había dado información sobre ella misma, su naturaleza, que la molestaba, la afectaba profundamente. Estaba por golpear esa puerta pequeña y anónima cuando se abrió hacia dentro con un chillido abrupto. Un hombre corpulento y moreno se encorvó para salir y casi tropezó con ella. Klia saltó hacia atrás.

—Lo siento —dijo el hombre, y salió al crepúsculo bajo el fulgor de un pequeño farol que colgaba de la pared del almacén. Era corpulento, de hombros anchos y pelo lustroso y negro, con un majestuoso bigote. ¡Un dahlita!—. La entrada principal está a la vuelta de la esquina —dijo el hombre con voz profunda y aterciopelada—. Además, está cerrado.

Klia nunca había visto un tío tan guapo y tan increíblemente… Procuró encontrar la palabra. «Amable». Klia tragó saliva y se obligó a hablar.

—Me dijeron que viniera aquí. Un hombre me dio esto. Viste de verde. No me dijo su nombre.

Le dio la tarjeta.

El gigantesco sujeto —dos cabezas más alto que cualquier dahlita que ella hubiera conocido— cogió la tarjeta con sus grandes pero hábiles dedos. Se la acercó a la cara y entornó los ojos.

—Debe ser Kallusin —gruñó. Bajó la tarjeta. Klia sintió que algo la rozaba como una brisa—. Ahora está en casa, creo, o en alguna parte donde no podemos encontrarlo. ¿Puedo ayudarte?

—Él dijo… que me encontraría un lugar seguro. Creo que eso quiso decir.

—Sí. Bien. —El enorme dahlita dio media vuelta y abrió la puerta de nuevo—. Puedes esperar dentro hasta que él llegue.

Klia titubeó.

—Tranquila —le dijo el gigante, con una voz que obligaba a creerle—. No te lastimaré. Eres una hermana. Me llamo Brann. Entra.

Brann cerró la puerta e irguió el cuerpo. A pesar de su tamaño, Klia no le tenía miedo; se movía con una gracia que parecía calculada para no alarmar ni ofender, aunque era totalmente natural. Sonrió.

—¿Dahl? —preguntó.

—Sí.

—La mayoría somos de Dahl. Algunos vienen de Misaro, unos pocos de Lavrenti.

Ella enarcó las cejas.

—Sea lo que fuere, nos hace buenos sirvientes —dijo Brann con una sonrisa—. ¿Cuánto hace que lo sabes?

—Desde que era niña. ¿Cuánto hace que estás aquí?

—Sólo unos meses. Kallusin me reclutó durante el equinoccio. Me fui de Dahl hace cinco años. Era demasiado grandote para trabajar en los pozos térmicos.

Klia echó un vistazo al gran recinto donde habían entrado y vio estantes abarrotados de cajas, viejas y aparatosas grúas automáticas, sistemas de cintas transportadoras, todo en silencio y envuelto en la oscuridad.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Kallusin trabaja para un hombre llamado Plussix. Plussix importa cosas de otros mundos y las vende aquí. —Brann caminó pasillo abajo, miró por encima del hombro—. Kallusin tardará una hora en regresar. Duerme hasta tarde. ¿Quieres ver los tesoros?

—Seguro —dijo Klia, encogiéndose de hombros. Siguió despacio al hombre corpulento, cruzando los brazos para combatir el frío del almacén.

—Aquí hay material de mil mundos —dijo Brann, con voz apenas audible en esos vastos espacios. El almacén era más grande de lo que ella había pensado. Enormes portales con macizas puertas rodantes conducían a cámaras aún más cavernosas—. En los lugares de donde viene es basura… y créeme, ni siquiera impresionaría al emperador. Pero los Grises de Trantor la necesitan. Cada rincón del apartamento necesita una fronda seca de maleza picante de Giacond, o una caja de trance preimperial de Dessemer. Plussix la compra por una bicoca, la salva de la conversión y el reciclaje. Compra espacio libre en los transportes alimentarios de nuestros aliados o de mercaderes libres con dispensa imperial. La trae aquí. Gana el veinte por ciento por cargamento, mucho más que en la Bolsa de Trantor. En treinta años se ha hecho muy rico.

—Nunca oí hablar de Plussix.

—El no vende nada personalmente. A los burócratas les gusta tener una historia, y él no tiene ninguna. Nunca le he visto en persona, y creo que Kallusin tampoco.

—¿Así que lo delega todo en los que cuentan buenas historias?

Brann emitió un sonido blando y resonante. Klia, complacida, notó que se estaba riendo.

—Sí —dijo, mirándola apreciativamente. Parecía querer apartar los ojos de ella. Casi subconscientemente, ella trató de persuadirlo de que se volviera. Quería entender mejor sus sentimientos.

—No sigas —dijo él, tensando los hombros.

—¿Que no siga con qué?

—Aquí todos intentan eso y a mí no me gusta. No me obligues a hacer nada. Sólo pregunta con palabras.

—Lo lamento —dijo Klia con franqueza. Él hablaba con tono ofendido, como si un amigo acabara de traicionarlo.

—Bien, supongo que es natural. Lo siento, pero no funciona conmigo. Dije que eras una hermana. ¿No sabes qué significa?

—Supongo que significa que eres como yo.

—No soy exactamente como tú. Tú persuades. Yo hago que la gente se sienta cómoda y feliz. No puedo obligarles a hacer nada, pero les gusta estar conmigo. Me gusta estar con ellos. Es mutuo. Así que no necesitas persuadirme. Tan sólo pídelo.

—Lo haré —dijo Klia.

—Pero no me pidas que te mire directamente. No por un tiempo. Tengo un grave problema con las mujeres. Por eso me fui de Dahl, no sólo porque no podía trabajar en los pozos.

—No entiendo.

—Soy tímido por una razón.

—Me gustaría conocerla.

—Claro que te gustaría —dijo Brann afablemente—. Eres mujer. Siento que gustas de mí. Y a mí me gustan las mujeres… mucho. Creo que son bellas. Encantadoras. Así que me enamoro muy pronto. Pero lo que hago… el efecto que provoco… se gasta al cabo de un tiempo, y las mujeres me ven tal como soy: un tío corpulento sin perspectivas. Así que se largan, y aquí estoy. Solo.

—Eso debe ser muy doloroso —dijo Klia, aunque no entendía por qué. Ella había estado sola tanto tiempo que la soledad no la preocupaba. Además no sabía muy bien qué era estar enamorada. Sus sueños se relacionaban con una sexualidad continua y satisfactoria, no necesariamente con un contacto emocional profundo—. A mi me gusta estar sola. No me importa lo que los demás piensan de mí.

—Tienes suerte —dijo Brann.

—¿Entonces quién cuenta las historias de estas cosas, para venderlas?

Klia quería cambiar de tema. La timidez y la vulnerabilidad de Brann eran demasiado atractivas.

—Los tenderos de todo Trantor —dijo Brann—. El personal escribe informes sobre los tesoros, nosotros adjuntamos los informes a los formularios oficiales de la aduana, los distribuimos en las ágoras, y los Grises corren a comprarlos. ¿Alguna vez has visto una tienda con antigüedades de otros mundos?

—Nunca —dijo Klia.

—Bien, si te quedas el tiempo suficiente, tal vez uno de los tíos te lleve a una. Yo sólo salgo a la hora del reposo, cuando no hay mucha gente.

Kallusin, el hombre de verde, se sentó detrás de un escritorio ridículamente grande y entrelazó las manos. El escritorio estaba cubierto de bonitas baratijas de muchos mundos, todas ellas inútiles a ojos de Klia, pero atractivas, o quizá sólo llamativas.

Brann estaba detrás de ella. Klia miraba a Kallusin, aunque sentía la necesidad de mirar a Brann. Había algo que el corpulento dahlita no le decía acerca de sus poderes. Era justo. Él tampoco sabía todo sobre Klia.

—Nuestros persuasores son gente temible —dijo Kallusin, y sonrió—. Muy talentosa y muy temible. Tienen que vigilar y mantener una disciplina estricta, de lo contrario esto se sabría. ¿Crees que a la gente de Trantor le gustará saber que existe su especie? Gente afortunada, gente persuasiva. Gente que se las apaña… ¿pero sabes una cosa extraña? Ninguno de ellos ha llegado al palacio. Mantienen un nivel constante de desempeño humano, y se mantienen al margen de la política. ¿Eso tiene sentido para ti, Klia Asgar?

—No —dijo Klia, y sacudió la cabeza—. Deberíamos estar al mando, si todo lo que has dicho es cierto.

—Bien, parece que os imponéis límites. Os contentáis con vivir vuestra vida y dejar los asuntos más importantes en manos de la gente normal. No entiendo por qué. Pero el comerciante Plussix disfruta de vuestra compañía. ¿Comprendes que nunca conocerás personalmente a Plussix, ni siquiera después de unirte a nosotros y prestar un juramento?

—No hay problema —dijo Klia.

—¿Eso te despierta curiosidad?

—No —resopló Klia—. ¿Qué debo hacer?

—Primero, promete que aprenderás a controlar tu talento en presencia de otros persuasores. Tú especialmente, Klia Asgar. Eres una de las persuasoras más fuertes que he conocido. Si te aplicaras, podrías lograr que todos te obedeciéramos, aunque sabríamos lo que ha sucedido y tendríamos que matarte.

Klia sintió cierta consternación. Nunca había tratado de controlarse; había crecido con esa facultad, usándola tan naturalmente como la lengua, quizá más, pues no era muy locuaz.

—De acuerdo —dijo.

—A cambio, te protegeremos, te ocultaremos, te daremos un trabajo útil. Y serás entrevistada por el mercader Plussix.

—Bien —murmuró Klia.

—No le temas —dijo Brann con su voz resonante.

—No le temeré.

—Es deforme —dijo Kallusin—. Eso he deducido. Plussix no nos dice nada, pero… —Señaló la oficina, el almacén, sus viviendas—. Él nos brinda todo esto. Tengo la teoría, la cual le he expuesto al mismo Plussix, de que es un mentálico peculiar, no demasiado bueno para persuadir ni para lubricar las ruedas sociales, pero a quien le gusta estar con gente de tu talento. Pero él nunca confirma ni niega nada.

—Oh —dijo Klia. Quería terminar con el ceremonial e ir a su aposento. Quería estar sola para descansar. Hacia días que no dormía bien. Descanso y comida. Desde su llegada al almacén, Brann la había llevado dos veces a la cafetería, y ella había comido platos suculentos, pero aún tenía hambre.

Resistió el afán de mirar a Brann. Mantuvo la mirada fija en Kallusin.

—Me alegra que te hayas unido a nosotros —dijo él, apretando sus labios de bebé. No sonrió ni frunció el ceño, pero sus ojos, aunque no se movían, parecían revisarla en busca de todos los detalles importantes—. Gracias —dijo, y se volvió hacia la ventana que miraba hacia la mayor cámara del almacén. Brann le tocó el hombro, y ella se sobresaltó. Siguió al hombre corpulento afuera.

—¿Cuándo presto mi juramento? —preguntó.

—Acabas de hacerlo, al aceptar nuestra hospitalidad sin preguntarle a Kallusin si podías marcharte.

—No parece justo. Debería conocer las reglas.

—No hay reglas, salvo quedarte aquí, no usar tu talento con nosotros ni con otros, a menos que se te ordene… y no hablar con nadie sobre nosotros.

—¿Por qué no incluir eso en el juramento?

—¿Para qué molestarse? —dijo Brann.

—¿Y qué hay de ti? Insistes en tratar de que yo te mire. ¿No deberías parar con eso?

Brann sacudió la cabeza solemnemente.

—Yo no estoy haciendo nada.

—¡No me digas eso! No soy idiota.

—Cree lo que quieras. Si quieres mirarme, es porque quieres mirarme. Y añadió en voz baja: —Contigo no me molesta.

La guio por un angosto corredor gris bordeado por puertas cerradas e iluminado por simples globos. Klia sintió furia ante tanta presunción.

—¡Tal vez debería molestarte! —rezongó—. ¡Tal vez deberías preocuparte! ¡No soy muy buena persona! Brann se encogió de hombros y le entregó la tarjeta de identificación que también servía como llave de su habitación.

—Disfruta tu descanso —dijo—. Quizá no nos veamos por un tiempo. Iré con Kallusin para escoltar un embarque de mercancía a Mycogen. Tal vez tardemos días en cerrar el trato.

—Bien —dijo Klia, e insertó la tarjeta. Abrió la puerta de su habitación y entró deprisa, luego cerró con furia.

Por unos segundos apenas vio la habitación, tan enfadada estaba consigo misma. Se sentía débil y ultrajada. ¡Prestar un juramento sin siquiera oír el juramento! Plussix parecía ser un monstruo.

Luego se concentró en el mobiliario y el ambiente. Era austero, verdes y grises suaves con tonos soleados y amarillos, sin lujos pero sin sordidez. Había un sencillo colchón de espuma, no demasiado viejo, un armario, un baúl, un escritorio diminuto con su silla, otra silla, no mucho más grande pero más mullida. Había una lámpara en el techo y una lámpara en el escritorio. En el escritorio había un lector de librofilmes.

La habitación tenía tres pasos de ancho y tres y medio de largo. Era la habitación más bonita que había tenido desde que se había ido de casa, más bonita que el pequeño dormitorio donde dormía cuando era niña. Se sentó en el borde de la cama.

Sentir atracción por los hombres, por cualquier hombre, era una debilidad que ahora no podía permitirse. Estaba segura de que su fantasía acerca de un dahlita corpulento no congeniaba con Brann… aunque él era corpulento, era dahlita y tenía un bonito bigote.

La próxima vez, juró, ni siquiera lo miraré.