Linge Chen se preparaba para la cena informal en los aposentos privados del emperador cuando Kreen le llevó el mensaje sellado de Planch. En las verdes honduras oceánicas de su sala de meditación, dejó la navaja y el jabón que usaba para rasurarse, inhaló profundamente mientras Kreen se marchaba y apoyó el pulgar en el pequeño paquete gris.
El primer sello, aplicado por el receptor y decodificador, se abrió ante este contacto, confirmando su identidad por microanálisis de la química dérmica, así como el patrón de la huella dactilar. Abrió el segundo sello, dentro del mensaje que venía en el disco, con unas palabras dichas con su voz, conocidas sólo por él mismo. El mensaje se expandió como una flor.
Mors Planch estaba en una nave, con un trasfondo borroso, y dijo en voz baja: «Comisionado Chen, estoy en el Lanza de Gloria. La nave que he contratado es la única que ha hallado la nave perdida hasta ahora, y pienso con cierta preocupación personal en su profunda decepción ante la noticia que le daré. El consejero ha muerto, junto con el resto de la tripulación.»
Linge Chen movía los labios mientras reproducía el resto del mensaje. Planch mostraba los detalles truculentos: las hileras de cadáveres en una cámara, el descubrimiento del encorvado y tieso cuerpo de Lodovik Trema en el puente. Planch confirmó la identidad de Trema poniendo el identificador del comisionado sobre el brazalete de Trema.
Linge Chen apagó el mensaje antes que pudiera revelarle los innecesarios detalles de lo que Planch haría a continuación. El cuerpo no sería recuperado, el descubrimiento de la nave sería olvidado. Linge Chen no deseaba ser acusado de favoritismo o extravagancia, y menos en un momento en que esperaba derrumbar a Farad Sinter por la misma acusación.
Por un momento se sintió como un niño. Había estado convencido de que Lodovik Trema se movía en un plano superior al del resto de la humanidad. Nunca lo admitiría, pero confiaba en Trema además de admirarlo. Su casi infalible instinto personal le había dicho que Trema nunca lo traicionaría, nunca haría nada que no sirviera a los intereses de Linge Chen. Incluso había invitado a Trema a reunirse con su familia en ocasiones especiales, el único consejero (o comisionado, llegado el caso) que había invitado jamás.
Lodovik Trema había sido una presencia grata y constante en esas ocasiones, jugando solemnemente y con cierta inocencia con los hijos de Linge Chen, felicitando a las madres por su habilidad culinaria, que a lo sumo era aceptable. Y los consejos de Lodovik…
Lodovik Trema nunca le había dado malos consejos. Se habían elevado juntos a esa cumbre de la responsabilidad tras veinticinco años de servicios, al principio carentes de gloria y a menudo dolorosos. Habían capeado el temporal del final del reinado de Agis y los primeros años de la junta, y Lodovik había sido imprescindible para diseñar la Comisión de Seguridad Pública, un organismo moderador que al fin reemplazó la junta militar.
Pasaron diez minutos. Kreen golpeó suavemente la puerta.
—Sí —dijo Chen—. Ya termino.
Cogió la navaja y terminó de rasurarse la barba, dejando una tez suave y pálida. Luego, como medida de su emoción, abrió dos pequeños tajos junto a la oreja izquierda. La sangre le humedeció el pelo. La secó con una toalla blanca y arrojó la toalla a un incinerador, ofrendando su sangre a oscuros poderes.
En su juventud en la Municipalidad de Educación Imperial de Runim, había aprendido estos rituales como parte del camino hacia la adultez, siguiendo las Reglas de Tua Chen. Tua Chen había sido el producto de mayor éxito en el plan secreto de los ruellianos ortodoxos para desarrollar un linaje selecto de administradores y burócratas imperiales, cuatro mil años antes, conocidos como las Luces Brillantes. En su madurez, Tua Chen había preparado dos libros de reglas, basados en principios ruellianos: uno para educar a los administradores aristocráticos (y en ocasiones a un emperador), el otro para entrenar a los cientos de miles de millones de burócratas del Imperio, los Grises.
Linge Chen tenía fama de ser descendiente directo de Tua Chen.
En su forma moderna, la Escuela de la Luz Brillante estaba plagada de supersticiones y era casi inservible, pero en sus tiempos de auge había formado administradores que eran enviados a los confines del Imperio. A cambio, desde todo el Imperio, millones de candidatos Grises viajaban cada año a Trantor para recibir la formación de Tua Chen. Los mejores ocupaban puestos en la infinita burocracia del planeta, compitiendo con los más atrincherados y resentidos Grises de Trantor; el resto, tras completar su peregrinación, regresaba a su hogar u ocupaba puestos en mundos fronterizos.
Linge Chen era el estudiante que había tenido mayor éxito al terminar los estudios, y no debía su triunfo al respeto exagerado por esos persuasivos ritos secretos. De no ser por Lodovik Trema…
Era lo menos que podía hacer.
—Sire… —dijo Kreen. Con cierta preocupación, observó las pequeñas heridas de su amo, pero tuvo el buen tino de callarse.
—He terminado. Tráeme la túnica para la presencia imperial, y también la faja negra.
—¿Qué pongo en la faja, sire?
—El nombre de Lodovik.
Kreen contrajo la cara con angustia.
—¿Ninguna esperanza, sire?
Linge Chen sacudió la cabeza bruscamente y pasó junto a su sirviente para entrar en el guardarropa. Kreen se quedó en el lavabo unos segundos, con genuina pesadumbre. Lodovik siempre lo había tratado como un igual. El lavrentiano valoraba esa actitud, ese comentario tácito. Con un gesto, se despejó y siguió a su amo.