Tritch se reunió con Mors Planch en territorio neutral, lejos de la bodega pero a popa de los camarotes de la tripulación, en un pasillo sin gravedad. Si esperaba ponerlo en desventaja por la falta de peso, se había equivocado; Planch estaba tan a sus anchas sin peso como en gravedad estándar.
—Su cadáver tiene talentos notables —dijo Tritch cuando Planch apareció del otro lado del tabique.
—Su tripulación tiene notables fallos éticos —respondió Planch.
Tritch se encogió de hombros.
—La ambición es una maldición constante hoy en día. Encontré a Gela Andanch fuera de la bodega, en pésimo estado. Ahora está estable en la enfermería.
Planch asintió; Lodovik no había oído el nombre del sujeto, y se había cruzado con Planch mientras trasladaba el cuerpo flojo. Planch había llevado a Andanch y le había dicho a Lodovik que regresara a la bodega. Supuestamente aún estaba allí.
—¿Qué estaban buscando?
—Alguien les pagó —dijo Tritch sin mayor énfasis—. Supongo que era alguien opuesto a los que le pagan a usted. Si entregaban a Lodovik Trema, habrían ganado cincuenta veces lo que les pago en un año estándar. Es mucho dinero, aun tratándose de corrupción imperial.
—¿Qué hará con ellos? —preguntó Planch.
—Supongo que habrían tomado la nave y nos habrían puesto fuera de combate. Tal vez nos hubieran matado. Trin está ahora en mi cabina, bebiendo a más no poder… y no precisamente agua de Trillian. Cuando esté bien ebria, quizá la expulse de la bodega encima de Trantor, y espero que se incinere encima del palacio. —Tritch movió los párpados y tensó los labios—. Era una buena primera piloto. Ahora mi problema es qué haré con usted.
—Yo no la he traicionado.
—Tampoco me ha contado la verdad. No sé quién es Lodovik Trema, pero no es humano. Trin está delirando sobre simulacros… robots. El que la contrató le dijo que estaría buscando hombres mecánicos. ¿Qué sabe usted sobre robots?
—No es un robot —dijo Planch con una sonrisa—. Ya nadie los fabrica.
—En nuestras pesadillas. En librofilmes clase B —dijo Tritch—. Tiktoks con cerebros mutantes empeñados en una ciega venganza. ¿Pero Lodovik Trema… principal asesor del comisionado de Seguridad Pública?
—No tiene sentido —dijo Planch, como si esta conversación fuera indigna de él.
—Busqué el dato, Mors. —Tritch adoptó una expresión triste, como si se aflojara fuera del tirón de la gravedad—. Usted tenía razón. Una buena cantidad de neutrinos puede ser mortífera. Y no hay protección contra el flujo de neutrinos.
—Él se está muriendo —mintió Planch—. En todo caso, su estado debe permanecer en secreto.
Tritch sacudió la cabeza.
—No le creo. Pero cumpliré mi palabra y lo dejaré en Madder Loss. —Reflexionó un instante—. Tal vez deje a Trin y Andanch con usted, para que usted resuelva ese problema. Ahora vaya a conferenciar con su ministro muerto.
Dio media vuelta para marcharse.
—¿Puedo regresar a mi cabina? —preguntó Planch.
—Le enviaré comida y un catre a la bodega. Si dejo que alguien que se entiende con un cadáver viviente vaya a proa, tendré un motín entre manos. Llegaremos a Madder Loss dentro de un día y medio.
Planch tiritó mientras ella se perdía de vista. A él tampoco le gustaba asociarse con Lodovik Trema. Tritch estaba en lo cierto.
Nadie podía haber sobrevivido a bordo del Lanza de Gloria. Nadie que fuera humano.
Lodovik estaba en la bodega junto a la caja, las manos entrelazadas, esperando el regreso de Planch. Con sus actos, Lodovik parecía haber causado graves daños a un ser humano, pero no experimentaba las dificultades que cabía esperar en esa situación: merma de actividad mental, autoexamen crítico y, en circunstancias extremas, desactivación total.
Aun teniendo en cuenta que la misión que realizaba para Daneel se sometía a las estipulaciones de la Ley Cero, tendría que haber habido repercusiones profundamente incómodas. Pero no las había. Lodovik estaba tranquilo y en pleno funcionamiento.
No se sentía demasiado satisfecho —había causado daño y era consciente de ello— pero no experimentaba nada parecido a la paralizante conciencia de haber infringido una de las Tres Leyes calvinianas.
Algo había cambiado en él. Estaba tratando de averiguar qué era cuando Planch regresó.
—Deberemos quedarnos aquí mientras dure el viaje —dijo Planch con voz seca—. Y tenía una bonita cabina. Y la capitana y yo estábamos… —Sacudió la cabeza, frunció la boca—. No importa. Algo huele muy mal en todo esto.
—¿Qué será? —preguntó Lodovik. Se estiró y sonrió. La personalidad humana se impuso sin dificultad sobre sus demás funciones—. La caja era estrecha, pero he pasado tiempo en peores condiciones. Supongo que no salí en el momento indicado.
—Ya lo creo. El hombre sufrió un infarto.
—Lo lamento. Pero me temo que no se proponían nada bueno.
—Alguien más lo busca, vivo o muerto —comentó Planch—. Creí que el jefe de la Comisión de Seguridad Pública era intocable. Invencible.
—Nadie es invencible en esta época aciaga. Me disculpo por causarle dificultades.
Planch miró a Lodovik con dureza.
—Hasta ahora he ignorado todas mis reservas acerca de esta misión, acerca de usted. En la política imperial, todo es posible… ciertos individuos pueden valer sistemas solares enteros. Así funciona la política centralizada.
—No será usted un difusionista, Mors Planch.
—No. No se gana dinero ni se vive demasiado cuando uno traiciona a Linge Chen.
—Al emperador, querrá decir.
Planch no se corrigió.
—Sin embargo, mi curiosidad ha subido a extremos peligrosos. La curiosidad es como el flujo de neutrinos… puede penetrarlo todo, y en cantidad suficiente puede matar. Soy consciente de ello… pero mi curiosidad por usted… —Apretó la mandíbula y miró hacia otra parte.
—Soy un hombre maduro con una buena suerte extraordinaria. Dejémoslo así —dijo Lodovik con una mueca—. Hay cosas que ni usted ni yo debemos saber… y nos conviene refrenar la curiosidad. Sí, yo debería estar muerto. Lo sé mejor que nadie. El motivo por el cual no he muerto, sin embargo, no tiene nada que ver con esas insólitas supersticiones acerca de… robots. Puede quedarse tranquilo en ese sentido, Mors Planch.
—No es la primera vez que oigo hablar de robots —le dijo Planch—. Los rumores sobre humanos artificiales circulan de mundo en mundo en ocasiones, como una brisa polvorienta. Hace treinta y cinco años hubo una matanza en un sistema del Octante Séptimo. Cuatro planetas estaban implicados, mundos muy prósperos, unidos por una orgullosa cultura común, preparándose para ser una fuerza de peso en la economía imperial.
—Lo recuerdo. El gobernante declaró que tenía pruebas fehacientes de que había robots infiltrados en niveles muy altos, y fomentaban la rebelión. Muy triste.
—Miles de millones perecieron —dijo Mors Planch.
—Supongo que le pagarán bien por su heroico rescate.
Planch aflojó el rostro.
—Eso es lo endiablado de esta situación —dijo—. La capitana y sus tripulantes no nos tienen simpatía. El honor de esta gente es voluble, y lo sé bien… Lo mismo sucede con mi gente, como si fueran rasgos ancestrales. Nos llevarán adonde queramos ir, pero siempre existe la posibilidad de que hablen de más en algún puerto espacial… Y no puedo hacer nada para evitarlo. Pero supongo que todo esto es tan descabellado que nadie les creerá. Yo no les creería. Le he dicho a Linge Chen que usted ha muerto. El rescate fracasó.
Lodovik echó la cabeza hacia atrás.
—¿Y vamos a Madder Loss?
Planch asintió. Una sombra de tristeza le cruzó la cara, pero no dijo nada más.