Los cuerpos formaban filas flotantes en la sala de tripulantes, el espacio más amplio de la nave, y además el espacio más cercano a la escotilla de emergencia del medio de la nave.
Mors Planch se alejó de la entrada, preguntándose si se había topado con una escena de tortura y piratería. Todos los cuerpos estaban unidos por cuerdas que los mantenían en su sitio. Cuidados y ordenados aun en la muerte.
El aire de la cámara sin peso olía a la corrupción de varios días. Pero tenía que hacer un recuento, para ver si valía la pena buscar en el resto de la nave.
Tritch se mantenía alejada de la escotilla. Sus ojos inflamados relucían encima del pañuelo blanco que sostenía sobre la boca y la nariz.
—¿Quién los puso ahí? —preguntó con voz sofocada.
—No lo sé —rezongó Mors. Se puso una máscara respiratoria y entró para hacer el recuento. Salió varios minutos después, el rostro pálido—. Nadie está con vida, pero no todos están ahí. —Pasó junto a Tritch y bajó hacia el puente por el corredor. Tritch lo siguió de mala gana, deteniéndose un instante para darle una orden a Trin.
—Todos murieron con pocos minutos de diferencia, me parece —le dijo Planch a Tritch mientras ella lo alcanzaba—. Envenenamiento radiactivo por contacto con el frente de choque.
—La nave tiene un grueso escudo —dijo Tritch.
—No contra los neutrinos.
—Los neutrinos no pueden dañarnos. Son como fantasmas.
Planch echó un vistazo a la penumbrosa sala de oficiales, encendió la linterna, alumbró los muebles y las paredes, no vio a nadie.
—Las capas externas de la supernova volaron por efecto de una gran cantidad de neutrinos —masculló—. En tales condiciones, en tal cantidad, pueden surtir efectos extraños y mortíferos sobre la materia, sobre todo los cuerpos humanos. ¿Huele la nave?
—Huelo los muertos —dijo Tritch.
—No. Huela la nave aquí. ¿Qué huele?
Tritch se quitó el pañuelo de la nariz y olió.
—Algo quemado. No es carne.
—Exacto —dijo Planch—. No es un olor común, y sólo lo he sentido una vez… en una nave atrapada en un torrente de neutrinos, a poca distancia de una supernova. De un planeta destrozado y tragado por un agujero de gusano. Uno de esos desastres en las estaciones de tránsito, hace treinta años. La nave fue atrapada en el chorro emergente de masa convertida. Investigué, formando parte de una dotación de rescate. A bordo todos estaban muertos. La nave olía a chamusco, como esta… a metal quemado.
—Qué tarea agradable —dijo Tritch, poniéndose el pañuelo en la nariz.
La escotilla del puente estaba abierta. Planch extendió el brazo para detener a Tritch. Ella no discutió. El puente sólo estaba iluminado por la luz estelar de las ventanas de visión directa. Planch encendió la linterna y alumbró los paneles, la silla del capitán, las pantallas. Las pantallas estaban en blanco. La nave estaba muerta.
—Pronto nos faltará el aire —le dijo a Tritch—. Mantenga a su tripulación detrás.
—Ya lo hice. No quiero quedarme aquí más tiempo del necesario. No podemos rescatar nada si no podemos revivir la nave.
—No —dijo Planch. El puente parecía vacío, y hacía tanto frío que su aliento era una nube. Siguió adelante, apartando ese olor frío y rancio con una mano hasta que cogió un soporte y rotó. Desde allí apuntó el haz al rincón opuesto. Vio una forma encorvada en una bola fetal.
Se aproximó hasta flotar a un metro. Lo que le habían dicho era cierto. Ese estaba con vida. La cabeza se movió, y Planch reconoció al consejero Lodovik Trema. Pero no era el comisionado Chen quien le había dicho que Trema estaría con vida.
Cuando avistaron la mole que flotaba a la deriva en el espacio profundo, se había comunicado primero con Chen, luego con otro que le había pagado una suma aún más suculenta: el hombre alto que tenía tantas caras y tantos nombres, y que lo había contratado tantas veces.
Ese hombre nunca se equivocaba, y no se había equivocado esta vez. Aunque los demás estén muertos, es posible que ese siga con vida. Y no debes llevárselo a Chen. Debes informar que ha muerto.
Lodovik Trema parpadeó despacio. Planch le acercó los dedos a los labios y susurró:
—Aún estás muerto. No te muevas ni hables. Luego dijo una frase en código que incluía números y palabras, y que el hombre de muchas caras le había dicho que usara.
Tritch los miraba desde el otro lado del puente.
—¿Qué encontró? —preguntó.
—El hombre que buscaba —contestó Planch—. Vivió un poco más. Debe haber sujetado a los demás y después vino aquí a morir.
Mientras sacaba a Lodovik, Tritch trató de retroceder, pero no encontró nada de dónde aferrarse. El cuerpo encorvado e inerte flotaba delante de Planch, bajo la nariz de Tritch, y ella casi se sofocó por reflejo.
—No se preocupe —dijo Planch—. Este no apesta demasiado. Hace más frío en el puente.
Tritch no podía creer que hubieran recorrido tanto trecho sólo para recobrar un cuerpo. A bordo del Flor del Mal, con Lodovik guardado en una caja de la bodega, le pasó a Planch una botella de agua de vida trilliana, y él se sirvió una copa y la alzó en un brindis sin alegría.
—El comisionado quería cerciorarse. Y ahora que sabemos que está muerto, y todos los demás con él, debo llevarlo de vuelta a su mundo natal y ver que lo sepulten decentemente, con todos los honores imperiales.
—¿Y dejar a todos los demás? Parece un poco extravagante.
Planch se encogió de hombros.
—No cuestiono mis órdenes.
—¿De qué mundo es?
—Madder Loss —respondió Planch. Tritch sacudió la cabeza incrédulamente.
—¿Un hombre tan encumbrado, de un planeta de miserables parásitos?
Planch miró la copa, alzó un dedo antes de tomar el contenido y señaló a Tritch con la copa y el dedo.
—Le recuerdo nuestro contrato —dijo—. La muerte de este hombre podría tener repercusiones políticas. —Ni siquiera conozco su nombre.
—La gente podría deducirlo de lo poco que usted sabe, si lo difunde en los lugares equivocados. Y si lo hace, me enteraré.
—Respeto mis contratos, y mantengo la boca cerrada.
—¿Y su tripulación?
—Usted debía saber que éramos de fiar cuando nos contrató —murmuró Tritch, irritada.
—Sí. Bien, ahora es aún más importante.
Tritch se levantó y alzó la botella. La cerró con firmeza.
—Usted me ha insultado, Mors Planch.
—Exceso de cautela. No quería ofender.
—Un insulto, aun así. Y me pide que vaya a un mundo que ningún ciudadano que se respete visita voluntariamente.
—En Madder Loss también son ciudadanos.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—¿Cuánto tiempo nos quedaremos?
—No mucho. Usted me dejará allí y partirá cuando desee.
Tritch lo miraba con creciente incredulidad.
—No haré más preguntas —dijo, y se guardó la botella bajo el brazo. Al parecer Planch ya no le resultaba tan atractivo, y a partir de ahora su relación sería estrictamente profesional.
Planch lo lamentaba, pero no demasiado.
Cuando entregara a Lodovik Trema en Madder Loss, sería un hombre muy rico, y ya no tendría que trabajar nunca más para nadie. Se imaginaba comprando su propia nave de lujo, una que mantendría en óptimo estado, lo cual no era frecuente en las naves imperiales.
En cuanto al extraño y disciplinado hombre de la bodega, un hombre que podía permanecer encerrado en un ataúd durante días sin quejas ni necesidades…
Cuanto menos pensara en eso, mejor.
Lodovik yacía en la oscuridad, totalmente lúcido pero quieto, tras haber oído la frase en código que lo alertaba sobre la participación de Daneel en su rescate. Debía cooperar plenamente con Mors Planch; luego lo devolverían a Trantor.
Lodovik no sabía qué le sucedería allí. Habiendo realizado tres autodiagnósticos en esa caja con forma de ataúd, estaba seguro de que habían alterado sutilmente su cerebro positrónico. Los resultados de sus revisiones, sin embargo, eran contradictorios.
Para no deteriorarse por desuso, había activado su emocional humana y también la había revisado. Parecía intacta; podía operar como humano en una sociedad humana, y eso le brindaba cierto alivio. No obstante, el contacto con Mors Planch en el puente del Lanza de Gloria había sido demasiado breve para que él probara estas funciones. Era mejor mantenerse aislado hasta que pudiera realizar una prueba más exhaustiva.
Ante todo, no debía revelar que era un robot. Para todos los robots de los cuadros de Daneel, esto era de suprema importancia. Era esencial que los humanos no supieran en qué medida los robots se habían infiltrado en sus sociedades. Lodovik dejó su capa humana en actividad subordinada e inició un chequeo completo de memoria. Para eso tenía que apagar su control de movimiento externo durante veinte segundos. Sin embargo, aún podía ver y oír.
Fue en ese momento cuando algo chocó contra la caja. Lodovik oyó ruidos, un chirrido de metal contra metal. Pasaron varios segundos… cinco, siete, diez…
La tapa se abrió con un gruñido metálico. Con la cabeza ladeada, hacia la pared de la caja, Lodovik sólo entrevió una cara borrosa y una imagen fugaz de otra cara. Dieciocho segundos… el chequeo de memoria estaba casi completo.
—Parece estar muerto —dijo una voz de mujer.
El chequeo de memoria terminó, pero Lodovik decidió quedarse quieto.
—Tiene los ojos abiertos.
Una voz masculina, pero no la de Mors Planch.
—Voltéalo y busca si lleva una identificación —dijo la mujer.
—¡No, por el cielo! Hazlo tú. Es tu recompensa.
La mujer titubeó.
—Tiene la tez rosada.
—La radiación quema.
—No, él luce saludable.
—Está muerto —dijo el hombre—. Ha estado en esta caja un día y medio. Sin aire.
—No tiene aspecto de cadáver. —La mujer metió la mano adentro y pellizcó el tejido de la mano expuesta—. Fresco, pero no frío.
Lodovik emblanqueció lentamente la piel, y bajó su temperatura externa para que coincidiera con la ambiental. Se sintió ineficaz e incompetente por no haberlo hecho antes.
—A mí me parece bastante pálido —señaló el hombre. Otra mano le tocó la piel—. Está frío como el hielo. Estás imaginando cosas.
—Muerto o como sea, vale una fortuna —dijo la mujer.
—Conozco a Mors Planch por su fama, Trin —dijo el hombre—. No te entregará su trofeo.
Cuando lo llevaban a la nave de rescate, Lodovik había oído que aplicaban el nombre «Trin» a una mujer que, por lo que entendía, era la lugarteniente de la capitana, Tritch. Esta situación podía ser muy grave.
—Toma una foto —dijo Trin—. Enviaré un mensaje durante el horario de reposo y sabremos si es el que buscan.
Una cámara se elevó sobre la caja y registró su imagen en silencio. Lodovik trató de modelar todas las causas posibles de esta conducta, todos los desarrollos y sus potenciales desenlaces.
—Además, Tritch le ha dado su palabra a Planch —continuó el hombre—. Se sabe que ella es honorable.
—Si triunfamos, ganaremos diez veces lo que Planch le pagará a Tritch —masculló Trin—. Podríamos comprar nuestra propia nave y ser mercaderes libres en la Periferia. Nunca más tendremos que aguantar impuestos ni inspecciones imperiales. Tal vez hasta podamos ir a trabajar en un sistema libre.
—Territorios bastante rudos, tengo entendido —dijo el hombre.
—La libertad siempre es peligrosa —dijo Trin—. De acuerdo. Estamos aquí. Hemos roto los sellos de la caja. Hemos intervenido. Haz una incisión en su coronilla y obtengamos lo que vinimos a buscar.
El hombre extrajo del bolsillo algo que sonaba como un escalpelo. Lodovik activó los ojos y los miró en la luz tenue de la bodega. El hombre juró entre dientes y bajó el escalpelo. Lodovik no podía permitir que lo cortaran. Sangraría por una herida superficial, pero aun el ojo menos experto vería que no era humano si el escalpelo hacía un corte profundo. Lodovik calculó rápidamente los pros y los contras de toda decisión que tomara, y llegó a la óptima, basada en lo que sabía.
Alzó el brazo. Cogió la muñeca del hombre que empuñaba el escalpelo.
—Hola —dijo Lodovik, y se sentó en la caja.
El hombre pareció sufrir un ataque. Tironeó, gritó, trató de zafarse. Gritó de nuevo. Revolvió los ojos, dejándolos en blanco, y los labios se le llenaron de espuma. Tembló varios segundos, aferrado por Lodovik, mientras Lodovik evaluaba la situación desde su nueva perspectiva. Trin retrocedió hacia la escotilla. Parecía aterrada, pero no tanto como el hombre que él tenía atrapado. Lodovik evaluó el estado del hombre, le quitó el escalpelo de entre los dedos y lo liberó. El hombre le aferró el hombro y jadeó. Su cara se tiñó de una coloración verde, médicamente dudosa.
—Trin —gruñó el hombre, volviéndose hacia ella, y se desplomó. Lodovik salió de la caja y se agachó para revisarlo. La mujer parecía paralizada.
—Tu amigo está sufriendo un infarto —le dijo Lodovik—. ¿Hay médico o dispositivos médicos a bordo de esta nave?
La primera piloto chilló como un pájaro y huyó.