A Hari le dolían las piernas después de estar tanto tiempo de pie. Klayus había dejado de pasear alrededor de las estatuas de las bestias y se había ido, y Hari encontró un diván y se sentó resoplando.
Allí estaba su oportunidad de ver en qué medida las cosas se habían estropeado, y cuánto más le quedaba al Imperio por decaer. No le agradaba esa oportunidad, pero había aprendido tiempo atrás que el mejor modo de seguir adelante era encontrar diversos usos para las experiencias desagradables. Ansiaba regresar a su Radiante Prima y perderse en sus ecuaciones. ¡La gente! Tantas disgregaciones diminutas pero posiblemente desastrosas, como ser devorado por insectos voraces…
Hari miró hacia la escotilla abierta y trató de ver los insectos, pero los proyectores se habían apagado al salir Klayus. Cuando se volvió, un joven y menudo criado lavrentiano estaba junto a él.
—El emperador dice que debo ponerte cómodo antes de tu cita de negocios —dijo el criado, sonriendo. Su rostro liso y redondo parecía una lámpara en la penumbra de la sala—. ¿Tienes hambre? Habrá una cena sofisticada esta noche, pero quizá debas comer algo liviano y delicioso ahora… ¿Quieres que te prepare algo?
—Sí, por favor —dijo Hari. Había comido la comida de palacio con frecuencia suficiente como para no rechazar la oportunidad de probarla de nuevo, y comer en privado era un lujo que no había esperado—. Además me duelen los músculos. ¿Puedes enviarme a un masajista?
—¡Por cierto! —El lavrentiano sonrió—. Mi nombre es Koas. Estoy a tu servicio durante tu estancia. Has estado antes aquí, ¿verdad?
—Sí, la última vez durante el reinado de Agis XIV —dijo Hari.
—¡Yo estaba aquí entonces! —dijo Koas—. Tal vez yo o mis padres te hayamos servido.
—Tal vez —dijo Hari—. Recuerdo que me atendieron muy bien, pero me temo que algunas partes de esta velada no serán agradables. Pero sin duda tú me relajarás y me prepararás para hacer bien el trabajo.
—Será un gusto —dijo Koas, y se inclinó fluidamente—. ¿Qué deseas, o prefieres que traiga un menú? Desde luego, usaremos sólo los ingredientes foráneos y mycogenianos más finos.
—Farad Sinter es un conocedor de los manjares mycogenianos, ¿verdad? —preguntó Hari.
—No, claro que no —dijo Koas, frunciendo los labios—. Le gustan platos mucho más sencillos. —Koas no parecía aprobar esto.
Entonces está en Mycogen para sonsacarles un poco de información, pensó Hari. Sus mitos sobre los robots. Es posible que ese hombre esté obsesionado.
Koas no se especializaba en tratamientos corporales, así que entraron dos criadas con un diván de suspensión. Hari se tendió en el diván y se sometió a sus habilidosos tratamientos con un suspiro de gratitud, y al menos por unos minutos estuvo casi contento de haber ido al palacio y solicitado su audiencia con Klayus.
Las masajistas se pusieron a trabajar en sus piernas, alisando los músculos anudados y liberándolo de un dolor de la rodilla izquierda que lo molestaba desde hacía semanas. Luego trabajaron en sus brazos, empujando y sobando con fuerza sorprendente, causando un delicioso dolor que pronto se diluyó en una líquida lasitud.
Mientras ellas trabajaban, Hari pensó en los privilegios especiales acordados a los dirigentes y sus asociados, sus familias. Desde luego, estaba la aterciopelada trampa del poder, lujos suficientes para atraer a individuos competentes y competitivos a una tarea ingrata (en opinión de Hari; desde luego, Cleon I había sido bastante despectivo con el puesto de emperador, e incluso Agis había intentado desempeñar ese papel, lo cual había provocado su caída bajo la Comisión de Linge Chen).
Para Klayus, había lujos sin mucha responsabilidad; eso significaba oportunidades sin fin para las distorsiones de la personalidad, lo cual Hari había visto con frecuencia en la historia, entre los figurones que gobernaban varios sistemas.
Mientras las masajistas acariciaban, martillaban y sondeaban, volvió a los recuerdos de sus reuniones con los tiranos. Habían ocurrido a más de un kilómetro bajo el Salón de Justicia y las cortes imperiales, en la prisión Rikerian, en el centro de un laberinto de sistemas de seguridad controlados con precisión. Durante sus décadas en Trantor, Hari había llegado a amar los espacios interiores, aun los pequeños, pero la prisión Rikerian estaba diseñada para castigar, para doblegar el espíritu.
Había tenido pesadillas acerca de esos lugares diminutos y sofocantes durante años.
En una celda con altura apenas suficiente para estar de pie, con paredes negras y lustrosas y dos orificios en el suelo, uno para los desechos y otro para la comida y el agua, y sin sillas, había entrevistado a Nikolo Pas de Sterrad, carnicero de cincuenta mil millones de seres humanos. Cleon tenía su extravagante sentido del humor, obligando a que la entrevista se realizara allí y no en una zona neutral. Tal vez había querido que Hari comprendiera el trance actual de ese hombre, para poner las cosas en perspectiva, tal vez compadecerlo, al menos sentir algo, y no reducir todo a ecuaciones y números, como Cleon entendía que era su costumbre.
—Lamento no poder ofrecer mejor hospitalidad —dijo Nikolo mientras se enfrentaban en esa penumbra diminuta. Hari había respondido con una frase amable.
El hombre era seis centímetros más bajo que Hari, con cabello rubio, casi blanco, ojos oscuros, una pequeña nariz arcillosa, labios anchos y barbilla corta. Usaba una camisa gris, pantalones cortos y sandalias.
—Has venido a estudiar al Monstruo —continuó Nikolo—. Los guardias dicen que eres el primer ministro. Sin duda no estás aquí para recibir información política.
—No —dijo Hari.
—¿Para observar el triunfo de Cleon y la restauración de la dignidad y el orden?
—No.
—Nunca me rebelé contra Cleon. No usurpé la autoridad del emperador.
—Entiendo. ¿Cómo explicas lo que hiciste? —preguntó Hari, decidiendo ir al grano—. ¿Cuál era tu razonamiento, tu objetivo?
—Les cuentan a todos que asesiné a miles de millones en cuatro mundos de mi sistema, el sistema que me eligieron para preservar y proteger.
—Eso dice la documentación. ¿Qué sucedió, en tu opinión? Te advierto que tengo los testimonios de miles de testigos y otros documentos a mi disposición.
—¿Por qué debo molestarme en hablar contigo, entonces?
—Porque es posible que lo que digas pueda impedir más matanzas en el futuro. Una explicación, un entendimiento, podría ayudarnos a evitar situaciones similares.
—¿Matando a un monstruo como yo cuando nazca? Hari no respondió.
—No, veo que eres más sutil —murmuró Nikolo—. Impidiendo el ascenso al poder de alguien como yo.
—Quizá —dijo Hari.
—¿Qué gano yo?
—Nada.
—Nada para Nikolo Pas. ¿Ni siquiera el derecho de matarme?
—Cleon nunca lo permitirá —dijo Hari.
—Sólo el derecho de informar al primer ministro de Cleon, que le brinde mayor comprensión, y por tanto más poder…
—Supongo que podrías encararlo así.
—No en este agujero —dijo Nikolo—. Hablaré, pero en algún sitio limpio y cómodo. Ese es mi precio. No pondríais a un gusano en un agujero como este. Y tengo mucho que contarte… no sólo sobre los humanos sino sobre las máquinas, o sobre máquinas que parecen humanas… del pasado y del futuro.
Hari había escuchado, tratando de mantener un rostro impasible.
—No sé si lograré que Cleon…
—Entonces no aprenderás nada, Hari Seldon. Y por la expresión de tus ojos veo que he tocado algo que te provoca una profunda curiosidad, ¿verdad?
Hari se movió en el diván y la masajista que le sobaba el cuello le ordenó suavemente que se quedara quieto. ¿Por qué no he recordado antes esta conversación?, se preguntó Hari. ¿Qué más he reprimido? ¿Y por qué?
Luego, mientras la tensión arruinaba el trabajo de la masajista, otra pregunta: Daneel, ¿qué me has hecho?