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—Tu solicitud de verme es un poco extraña —dijo el emperador—, teniendo en cuenta que la Comisión de Linge Chen te juzgará por traición el mes entrante. —Klayus movió la cabeza de un lado al otro y enarcó las cejas—. ¿No crees que es inapropiado que yo acepte esta reunión?

—Totalmente —respondió Hari, las manos entrelazadas y la cabeza gacha—. Demuestra tu independencia, alteza.

—Sí, bien… soy mucho más independiente de lo que todos creen. En verdad, la Comisión me resulta conveniente, porque se encarga de tediosas tareas de gestión que no me interesan. Linge Chen tiene la perspicacia de dejarme manejar mis propios asuntos y proyectos sin intromisiones. ¿Por qué debería interesarme en ti? Aparte de tu prominencia académica.

—Creí que te interesaría el futuro, alteza.

Klayus resopló.

—Ah sí, tu eterna promesa.

Hari siguió al emperador por una cámara circular central de doce metros de diámetro y treinta metros de altura. Todos los sistemas estelares habitados de la galaxia rotaban en la cúpula, parpadeando en orden de colonización, decenas de millones. Hari miró arriba y entornó los ojos, apreciando la magnitud de la expansión de la humanidad. Klayus ignoró la imagen. Sus labios fruncidos y sus ojos vacíos turbaban a Hari.

Klayus abrió la enorme puerta de su sala de entretenimientos. La puerta —parecida a la entrada de una bóveda— se deslizó en silencio sobre enormes goznes, e insectos verdes y dorados se arrastraron por el dintel. Hari dio por sentado que eran proyecciones, pero no le habría sorprendido descubrir que eran reales.

—No tengo mucho interés en tu futuro, Cuervo —se mofó el emperador—. Logro mantenerme informado. No detendré el juicio, y no desmentiré a Chen en esto.

—Me refiero a tu propio futuro inmediato, sire —dijo Hari. Espero que el mensaje de Daneel no haya sido sólo un sueño, una fantasía. En tal caso, esto podría ser fatal.

El emperador giró, sonriendo ante esa frase dramática.

—Consta oficialmente que has dicho que el Imperio está condenado. Eso ya me suena a traición. En esto, Chen y yo estamos de acuerdo.

—Digo que Trantor estará en ruinas dentro de quinientos años, pero nunca he predicho tu futuro, sire.

La sala de entretenimientos estaba llena de enormes esculturas de gigantescos carnívoros salvajes de toda la galaxia, en posición de ataque. Hari las miró con poca apreciación del arte. El arte nunca le había interesado mucho, y menos las formas más populares, excepto cuando podía abstraer tendencias que eran indicios de la salud social.

—Me hice leer la palma —dijo Klayus, aún sonriendo— por varias bellas mujeres. Todas la encontraron sumamente atractiva, y me aseguraron que mi futuro era brillante. Ningún atentado, Cuervo.

—No sufrirás un atentado, sire.

—¿Depuesto? ¿Exiliado a Smyrmo? Allá enviaron a mi heroico quíntuple bisabuelo. Smyrmo, seco y caliente, donde no puedes salir sin ropa protectora, donde las habitaciones huelen a azufre y donde sólo hay túneles estrechos en las rocas, aptos para gusanos. Sus memorias son muy amenas, Cuervo.

—No, sire. Serás ridiculizado hasta perder todo ascendiente, luego serás ignorado, y Linge Chen ni siquiera tendrá que acatar tus órdenes. Pronto declarará una democracia popular y te dejará como figura simbólica, con ingresos menguantes, hasta que ya no puedas siquiera guardar las apariencias.

El emperador se detuvo entre dos leones de Gareth, los mayores carnívoros de cualquier mundo de gravedad mediana, en tamaño natural, veinte metros desde las zarpas hasta los hocicos prensiles y filosos. Se apoyó en el talón inclinado de uno.

—¿La psicohistoria te dice esto?

—No, sire. La experiencia y la deducción lógica, sin beneficio de la psicohistoria. ¿Alguna vez oíste hablar de Joranum?

El emperador se encogió de hombros.

—No creo. ¿Persona o lugar? ¿Bestia, quizá?

—Un hombre que deseaba ser emperador y reveló su desconocido origen al suscribir a un antiguo mito… acerca de los robots.

—¡Robots! Sí, creo en ellos.

Hari se sorprendió.

—No tiktoks, sire, sino máquinas inteligentes con forma humana.

—Desde luego. Creo que existieron alguna vez, y que superamos esa etapa. Los desechamos como juguetes. El experimento de los tiktoks fue un mero anacronismo. No necesitamos operarios mecánicos, y mucho menos inteligencias mecánicas.

Hari parpadeó, y se preguntó si había subestimado a ese joven.

—Joranum creía —Raych le había hecho creer, se recordó a sí mismo— que un robot se había infiltrado en el palacio. Sostenía que el primer ministro Demerzel era un robot.

—Ah, sí. Creo recordar algo de eso. No fue hace tanto tiempo, ¿verdad? Aunque fue antes que yo naciera.

—Demerzel se rio de él, sire, y el movimiento político de Joranum se desmoronó bajo el peso del ridículo.

—Sí, sí. Ahora recuerdo. Demerzel renunció y Cleon I lo reemplazó por otro. Por ti. ¿Correcto, Cuervo?

—Sí, sire.

—Fue entonces cuando adquiriste la sagacidad política que ejerces con tanta habilidad, ¿verdad?

—Mi sagacidad política es mínima, alteza.

—No lo creo, Cuervo. Tú estás vivo, y Cleon I fue asesinado por un… jardinero… que tenía grandes contactos contigo, ¿verdad?

—En cierto modo, sire.

—Todavía vives, Cuervo. Muy astuto, en verdad. Y quizá tengas embarazosos archivos secretos para revelar en determinado momento a determinados personajes. ¿Tienes un archivo secreto sobre Linge Chen, Cuervo?

Hari no pudo contener una risita. Klayus, en vez de ofenderse, pareció divertirse con esta reacción.

—No, alteza. Chen está muy bien protegido políticamente. Su conducta personal es irreprochable.

—¿De veras? ¿Quién entonces? ¿Quién me humillará y me derrocará?

—Tienes un asistente, un miembro de tu consejo privado, que cree en los robots.

Esto es lo que Daneel quería que yo supiera. Hari sintió in escalofrío. ¿Y si Daneel ya no existía, o se había ido de Trantor, y él se imaginaba todo esto? La tensión de los últimos meses, la pesadumbre constante que lo carcomía…

—¿Entonces?

—Cree que existen robots en Trantor. Los está persiguiendo y liquidando. Con armas cinéticas.

La información de Wanda concordaba muy bien con la de Daneel: el vínculo y la sospecha se habían unido. Pero Hari quería y necesitaba reflexionar sobre sus entrevistas con los tiranos. ¡Aún faltaba algo!

—¿De veras? —Los ojos del emperador chispearon— ¿ha encontrado auténticos robots?

—No, sire. Humanos. Tus súbditos. Ciudadanos de Trantor, e incluso un extranjero de Helicon. Curiosamente, mi mundo natal.

—¡Qué interesante! No sabía que estaba buscando robots. ¿Quieres que lo traiga para interrogarlo frente a ti, Cuervo?

—Eso no me concierne, alteza.

—Supongo que te refieres a Farad Sinter.

—Sí, sire.

—¡Matando súbditos! No sabía eso. Bien, lo dudo, Cuervo, pero si es cierto, detendré esa parte… En cuanto a perseguir robots, sin duda eso le da una ocupación inofensiva.

—Linge Chen soltará suficiente cable para que Sinter se enrede, luego encenderá el motor… Y habrá muchas chispas, mi emperador, mientras Sinter se fríe. Podrías quemarte.

—Ah, ya entiendo. Chen les hablará a todos del olvidado Joranum, y de la vergüenza de que yo permita que semejante persona ande matando ciudadanos. —Klayus se apoyó la barbilla en una mano y frunció el ceño—. Un emperador matando ciudadanos… o ignorando sus injustas muertes. Muy volátil. Muy inflamable. Lo veo con claridad, y no es un desenlace improbable. Sí. —El emperador entornó los ojos con expresión taciturna.— Tenía planes para esta noche, Cuervo. Me temo que los has arruinado. Dudo que pueda decidir esto en una reunión de escasos minutos.

—No, alteza.

—Y hoy Sinter está en Mycogen, y no regresará hasta después de la cena. Así que te quedarás conmigo, y tal vez me des algún consejo. Luego, Hari… ¿puedo llamarte Hari?

—Sería un honor, alteza.

—Luego lo celebraremos, y te recompensaré por tus servicios.

Hari no hizo ningún gesto, pero esto no le agradaba. Pocos conocían las diversiones del emperador, y Linge Chen se cercioraba de que siguieran siendo pocos, mediante cuidadosos sobornos y presiones no tan sutiles. Hari no quería pertenecer al grupo que Chen debía presionar, y menos ahora…

Tenía que sobrevivir el tiempo suficiente para el juicio, y después, para ver el establecimiento de las Fundaciones. Una por edicto, la otra en secreto.

Pero no podía permitir que la rara locura de Sinter pusiera en peligro el futuro de Wanda y Stettin, y el futuro de todos aquellos que pudieran viajar a Star’s End. ¡Tenían que viajar! ¡Las ecuaciones lo exigían!