Mientras la noche caía bajo los domos y la luz externa se desvanecía en las ventanas de su oficina, Chen se sentó en su silla favorita y pidió el servicio de noticias de la Biblioteca Imperial, la mejor y más exhaustiva de la galaxia. Palabras e imágenes lo rodearon, todas relacionadas con el desastre de Sarossa y la pérdida del Lanza de Gloria. No había rastros de la nave, y era improbable que los hubiera; los mejores expertos suponían que una discontinuidad la había engullido en su salto final, un riesgo asociado con las explosiones de supernova pero rara vez visto, por la simple razón de que las supernovas eran raras en las escalas temporales humanas. En toda la galaxia había menos de una o dos por año, con frecuencia en regiones deshabitadas.
Los periódicos populares ya reclamaban al emperador (respetuosamente, por cierto) y al consejero Sinter (con más agresividad) que volvieran a pensar en la transferencia de naves de rescate. Chen sonrió agriamente; que Sinter masticara ese bocado.
Desde luego, si no recibía noticias de Mors Planch tendría que reemplazar a Lodovik, y pronto; tenía cuatro candidatos, ninguno de ellos tan apto como Lodovik, pero todos dignos de servir en la Comisión de Seguridad Pública. Escogería uno como su asistente, y pondría a los otros tres en programas de aprendizaje, declarando que la Comisión nunca más se dejaría sorprender sin reemplazos inmediatos ante la pérdida de personal importante.
Había tres comisionados que estaban en deuda con Chen por ciertos favores selectos y privados, y Chen podía usar esto como pretexto para poner gente leal en sus oficinas.
Apagó el servicio de noticias y se puso de pie, alisándose la túnica. Salió al balcón para disfrutar del poniente. Claro que desde allí no se veía el sol, pero Chen había ordenado la reparación regular de las pantallas del domo del Sector Imperial, y allí los ponientes eran tan fiables como lo habían sido en todo Trantor en su juventud. Observó esa interpretación sumamente artística con cierta satisfacción, luego guardó esas máscaras de placer y pensó en el futuro.
Chen rara vez dormía más de una hora por día, habitualmente al mediodía, lo cual le dejaba toda la noche para realizar investigaciones y efectuar preparativos para el trabajo de la mañana siguiente. Durante su hora de reposo, habitualmente soñaba treinta minutos. Esa tarde había soñado con su infancia, por primera vez en años. En su experiencia, los sueños rara vez reflejaban los asuntos cotidianos, pero podían indicar problemas y flaquezas personales. Chen sentía gran respeto por esos procesos mentales que estaban bajo la percepción consciente. Sabía que allí realizaba gran parte de su trabajo más importante.
Se imaginaba como el capitán de su propia nave estelar, con excelentes tripulantes que representaban procesos mentales subconscientes. Era su tarea mantenerlos alerta y activos, y por esa razón Chen realizaba ejercicios mentales especiales al menos veinte minutos por día.
Tenía una máquina para ese propósito, diseñada especialmente por el más grande psicólogo de Trantor, quizá de la galaxia. El psicólogo había desaparecido cinco años atrás, después de un escándalo cortesano orquestado por Farad Sinter.
Tantos nudos y conexiones.
Chen encaraba a sus enemigos como colegas íntimos, y a veces sentía una suerte de afectuosa piedad por ellos, cuando caían uno por uno, presa de sus limitaciones y cegueras. O, en el caso de Sinter, de su agresiva locura e idiotez.