Hari se reclinó ante su escritorio. Primer ministro, pero según sus condiciones.
Todo había salido bien. Aún trabajaba allí, lejos de las intrigas palaciegas. Con tiempo de sobra para hacer matemáticas.
Desde luego, hablaría con mucha gente por 3D y holo. Voltaire podía encargarse de esas molestias. Voltaire o Juana podían disfrazarse de Hari en las conferencias y reuniones necesarias para un primer ministro. Digitalmente podían adoptar su forma sin dificultad.
Juana disfrutaba de las ceremonias virtuales, sobre todo si lograba mencionar lo sagrado. A Voltaire le complacía imitar a un antiguo que aparentemente había conocido, un tal Maquiavelo. «Tu Imperio —había dicho— es una precaria vastedad llena de infinitos matices y autoengaños que se multiplican. Necesita cuidado.»
Entretanto, podían explorar los ámbitos digitales, laberintos vastos y vibrantes. Como había dicho Voltaire, podrían dedicarse a «transferencias varias e hilarantes retozos».
Yugo entró estallando de energía.
—El Consejo Alto acaba de aprobar tus propuestas de votación, Hari. Ahora todos los dahlitas de la Galaxia están de nuestro lado.
Hari sonrió.
—Ordena a Voltaire que hable por 3D, con mi apariencia.
—Correcto, modesto y confiado, eso funcionará.
—Me recuerda la vieja broma de la prostituta. Lo normal cuesta el precio normal, pero la sinceridad se paga aparte.
Yugo rio forzadamente.
—Eh, esa mujer está aquí —anunció.
Hari se había olvidado por completo de la potentada académica, la única amenaza que no había neutralizado. Ella sabía lo de Dors, lo de los robots…
Sin darle tiempo para pensar, entró en la oficina.
—Me alegra que pudiera recibirme, primer ministro.
—Ojalá yo pudiera decir lo mismo.
—¿Y su encantadora esposa? ¿Está por aquí?
—Dudo que ella desee verla.
La potentada académica extendió sus ondeantes faldas y se sentó sin ser invitada.
—No habrá tomado en serio esa pequeña broma mía.
—Mi sentido del humor no incluye el chantaje.
Expresión de asombro, tono de leve ofensa.
—Sólo trataba de obtener ciertas ventajas en su gobierno.
—Seguro. —Los modales imperiales eran tales que Hari ni mencionó la posible partipación de la potentada en la conspiración de Vaddo en Panucopia.
—Estaba segura de que usted obtendría el ministerio. Tal vez mi pequeña ocurrencia haya sido de mal gusto.
—Pésimo.
—Es usted un hombre de pocas palabras… admirable. Mis aliados quedaron impresionados con su manejo directo de la crisis de los tiktoks, la muerte de los lamurkianos.
Conque eso era. Había demostrado que no era un académico impráctico.
—¿Directo? ¿No sería mejor despiadado?
—Oh, no pensamos así, en absoluto. Usted tiene razón al permitir que «se consuman las llamas» de Sark, como lo ha expresado con tanta elocuencia. Aunque los Grises quieren intervenir para vendar las heridas. Muy sabio, pero no despiadado.
—¿Aunque Sark quizá nunca se recobre? —Estas eran las preguntas que él se había hecho en muchas noches de insomnio. Moría gente para que el Imperio pudiera vivir un poco más.
Ella desechó la frase con un gesto.
—Como le decía, quería una relación especial con el primer ministro que nuestra clase ha tenido durante mucho tiempo…
Como muchos que Hari conocía ahora, la potentada usaba el lenguaje para ocultar el pensamiento, no para revelarlo. Sabía que tendría que soportar algo de eso. Ella siguió perorando y él pensó en cómo manipular un término engorroso en las ecuaciones. Ya dominaba el arte de mover los ojos y los labios, con un murmullo ocasional para aparentar atención. Era lo mismo que hacía su programa de filtro facial, y él podía hacerlo sin pensar en la hipocresía de la mujer que tenía delante.
Ahora la comprendía, en cierto modo. Para ella el poder estaba al margen de los valores. Hari había aprendido a pensar así, incluso a actuar así. Pero no podía permitir que eso afectara su verdadero yo, la vida personal que protegería implacablemente.
Al fin se desembarazó de ella con un suspiro de alivio. Tal vez fuera bueno que lo considerasen despiadado. Ese sujeto, Marq, por ejemplo: podía encontrarlo y hacerlo ejecutar, por jugar para ambos bandos en la cuestión de Artificios Asociados.
¿Pero para qué? La misericordia era más eficiente. Hari envió una nota a Seguridad, ordenando que Marq fuera encajado en un lugar productivo donde no pudiera ejercer su talento para la traición. Que un subalterno dedujera dónde y cómo.
Había descuidado su tarea y le quedaba un asunto pendiente antes de escapar. Ni siquiera en Streeling podía eludir todos los deberes imperiales.
Entró una delegación de Grises. Presentaron respetuosamente sus argumentos acerca de los exámenes destinados a escoger candidatos para puestos imperiales. Las puntuaciones declinaban desde hacía varios siglos, pero algunos argumentaban que eso se debía a la ampliación de la lista de candidatos. No mencionaban que el Consejo Alto había ampliado la lista porque menos personas aspiraban a puestos imperiales.
Otros alegaban que los exámenes eran tendenciosos. Los nativos de planetas grandes decían que la mayor gravedad los volvía más lentos. Los nativos de planetas pequeños esgrimían el argumento inverso, con diagramas y referencias.
Además, cientos de grupos étnicos y religiosos se habían fusionado en un Frente de Acción que denunciaba los exámenes por tendenciosos. Hari no podía detectar ninguna conspiración en las preguntas de los exámenes. ¿Cómo era posible discriminar al mismo tiempo contra cientos o miles de ramas étnicas?
—Me parece una tarea titánica —aventuró—, discriminar contra tantas facciones.
Una mujer Gris, apuesta y enérgica, explicó con vehemencia que el prejuicio era a favor de cierta norma imperial, un conjunto común de vocabularios, supuestos y propósitos de clase. Todos conspiraban para «excluir a los demás».
Como compensación, el Frente de Acción quería instalar el conjunto habitual de preferencias, con leves matices para cada grupo étnico, destinados a compensar su rendimiento inferior en los exámenes.
Eso era habitual y Hari lo desechó sin tener que pensar mucho en ello, mientras reflexionaba sobre las ecuaciones psicohistóricas. Luego una nueva propuesta le llamó la atención.
Para desechar la «errónea percepción» de que las puntuaciones resultaban deterioradas por la creciente participación de algunos mundos étnicos, el Frente de Acción solicitaba la modificación de las pautas. Fijar la puntuación media en 1.000, aunque en realidad había descendido a 873 en los dos últimos siglos.
—Esto permitirá la comparación de candidatos entre un año y otro, sin tener que buscar el promedio de cada año —señaló esa corpulenta mujer.
—¿Esto dará una distribución simétrica? —preguntó Hari distraídamente.
—Sí, e impedirá la envidiosa comparación de un año con otro.
—¿Esa modificación de la media no perderá poder discriminatorio en el extremo superior de la distribución? —Hari entornó los ojos.
—Es lamentable, pero sí.
—Es una idea maravillosa —dijo Hari.
Ella pareció sorprendida.
—Bien, eso pensamos.
—Podemos hacer lo mismo con los promedios del holobalón.
—¿Qué? No…
—Fijar la estadística para que el jugador promedio llegue a 500, en vez de los actuales 446, tan difíciles de recordar.
—Pero no creo que un principio de justicia social…
—Y las puntuaciones de inteligencia. También hay que modificarlas, por lo que veo. ¿Convenido?
—Bien, no estoy segura, primer ministro. Nosotros sólo nos proponíamos…
—No, no, es una gran idea. Quiero un análisis exhaustivo de todos los planes que se puedan modificar. Hay que pensar en grande.
—No estamos preparados…
—Pues prepárense. Quiero un informe. Y no un informe pequeño, sino un informe gordo y completo. Dos mil páginas, por lo menos.
—Eso llevaría…
—No reparen en gastos. Ni en el tiempo. Esto es demasiado importante para limitarlo a los exámenes imperiales. Quiero ese informe.
—Llevaría años, décadas…
—Entonces no hay tiempo que perder.
La delegación del Frente de Acción se marchó confundida. Hari esperaba que preparasen un informe voluminoso, así no sería primer ministro cuando lo entregaran.
Mantener el Imperio suponía, entre otras cosas, usar la inercia imperial contra sí misma. Algunos aspectos de esa tarea podían ser muy divertidos.
Se comunicó con Voltaire antes de salir de la oficina.
—He aquí tu lista de imitaciones.
—Debo decir que tengo problemas para manipular todas las facciones —dijo Voltaire. Se presentó como un galán con elegante terciopelo—. Pero la oportunidad de salir, de ser una presencia… es como actuar. Y como es sabido, siempre me gustó el escenario.
Hari no lo sabía, pero dijo:
—Eso es la democracia… farándula con dagas. Un gobierno mestizo. Aunque sea un enorme atractor estable en el paisaje de aptitud.
—Los pensadores racionales deploran los excesos de la democracia. Ofende al individuo y eleva a la turba. —Voltaire hizo un gesto reprobatorio—. La muerte de Sócrates fue su mejor fruto.
—Me temo que no llego tan lejos —dijo Hari, despidiéndose—. Disfruta del trabajo.