16

Las dos antiguas figuras de un pasado más antiguo que la antigüedad volaban en sus fríos espacios digitales, esperando el regreso del hombre.

—Tengo fe en que volverá —dijo Juana.

—Yo me baso más en cálculos —repuso Voltaire, acomodándose la vestimenta. Suavizó el tirón de la seda en sus pantalones ceñidos y formales. Era un mero ajuste del coeficiente de fricción. Toscos algoritmos reducían leyes intrincadas a una aritmética trivial. Incluso el roce de la vida era apenas otro parámetro.

—Todavía me molestan estos temporales.

Aullaban vendavales sobre aguas turbulentas, flotando sobre corrientes térmicas.

—Fue tu idea, la de ser aves por un tiempo. —Voltaire era un águila plateada.

—Siempre las envidié. Tan leves, alegres, unidas al aire mismo.

Él modificó sus alas hasta los hombros, ajustándose mejor la casaca. Aun allí, la vida consistía principalmente en detalles.

—¿Por qué debe esta extrañeza manifestarse como tiempo meteorológico? —preguntó Juana.

—Los hombres discuten, la naturaleza actúa.

—¡Pero no son naturales! Son mentes extrañas…

—Tan extrañas que bien podríamos considerarlas fenómenos naturales.

—Me resulta difícil creer que nuestro Señor creara estas cosas.

—He sentido lo mismo por muchos parisinos.

—Se nos aparecen como tormentas, montañas, océanos. Si se explicaran…

—El secreto de ser aburrido es contarlo todo.

—¡Atención! Ahí viene.

Juana desarrolló una armadura pero conservó sus enormes alas. El efecto era sorprendente, un gigantesco halcón cromado.

—Amor —dijo Voltaire—, nunca dejas de sorprenderme. Creo que contigo ni siquiera la eternidad será tediosa.

Hari Seldon colgaba en el aire. Obviamente aún no estaba habituado a simulaciones aventureras, pues trataba de apoyar los pies en alguna parte. Al fin desistió y los miró mientras revoloteaban.

—Vine en cuanto pude.

—Supongo que ahora eres vizconde, duque o algo similar —dijo Juana.

—Algo similar —dijo Hari—. He dispuesto que este espacio donde os encontráis sea una… eh…

—¿Reserva? —preguntó Voltaire, batiendo las alas. Una nube se acercó como para escuchar.

—La llamamos un «perímetro dedicado» en el espacio informático.

—Cuánta poesía —dijo Voltaire socarronamente.

—Suena a zoológico —dijo Juana.

—El trato es que vosotros y las mentes alienígenas podéis permanecer aquí, funcionando sin interferencias.

—¡No me gusta el encierro! —exclamó Juana.

Hari sacudió la cabeza.

—Podrás obtener información de cualquier parte. Pero no habrá más interferencia con los tiktoks, ¿de acuerdo?

—Consulta con las nubes —dijo Juana.

Una cascada de relámpagos anaranjados barrió el cielo.

—Me alegra que las mentes meméticas no exterminaran a todos los robots —dijo Hari.

—Tal vez este lugar sea como Inglaterra, donde en ocasiones matan un almirante para alentar a los demás —dijo Voltaire.

—Tuve que hacerlo —dijo Hari.

Juana frenó su vuelo y se le acercó.

—Estás angustiado.

—¿Sabías que las mentes meméticas usarían a los tiktoks para matar robots?

—En absoluto —dijo Juana.

—Aunque la economía del asunto suscita cierta admiración —añadió Voltaire—. Son mentes sutiles.

—Traicioneras —dijo Hari—. Me pregunto qué otras cosas pueden hacer.

—Creo que están satisfechas —dijo Juana—. Presiento un tiempo más tranquilo.

—Quiero hablar con ellas —gritó Hari.

—Como los reyes, prefieren hacerse esperar —dijo Voltaire.

—Intuyo que se están reuniendo —añadió Juana—. Ayudemos a nuestro amigo con su problema.

—¿A mí? —dijo Hari—. No me gusta matar gente, si a eso te refieres.

—En tiempos así, no hay caminos buenos —dijo Juana—. Yo también tuve que matar por la justicia.

—Lamurk era un funcionario valioso…

—Pamplinas —dijo Voltaire—. Vivió como murió, por la daga, demasiado escurridizo para mostrar la espada. Contigo en el poder, nunca descansaría. Y aunque tú te hubieras apartado… Bien, matemático, recuerda que es peligroso estar en lo cierto cuando el gobierno está equivocado.

—Todavía siento el conflicto.

—Es natural, pues eres un hombre justo —dijo Juana—. Reza y busca la absolución.

—Mejor aún, mira en tu interior —dijo altivamente Voltaire—. Tus conflictos reflejan submentes en disputa. Tal es la condición humana.

Juana agitó sus alas ante Voltaire, que se alejó un poco.

Hari frunció el ceño.

—Hablas como si fuéramos máquinas.

Voltaire rio.

—Tú eres un entusiasta del orden, ¿verdad? Pues si el orden significa posibilidad de predicción, y la posibilidad de predicción significa predeterminación, y eso significa compulsión, y compulsión significa falta de libertad… el único modo en que podemos ser libres es el desorden.

Hari lo miró con el ceño fruncido. Voltaire comprendió: para él las ideas eran juguetes, y el conflicto de agudezas le hacía cantar la sangre, pero para ese hombre lo abstracto tenía peso.

—Supongo que tienes razón —dijo Hari—. La gente siente incomodidad ante un orden rígido. Y con las jerarquías, las normas, los fundamentos… —Parpadeó—. Fundamento, fundación. Allí hay una idea, pero no llego a verla.

—Ni siquiera tú deseas ser una herramienta de tus genes, de tu física, de tu economía —sugirió amablemente Voltaire.

—¿Cómo podemos ser libres si somos máquinas? —preguntó Hari, como hablando consigo mismo.

—Nadie quiere un universo aleatorio ni un universo determinista —dijo Voltaire.

—Pero hay leyes deterministas…

—Y leyes aleatorias.

—Nuestro Señor nos dio juicio para escoger —intervino Juana.

—La libertad de escoger lo contrario de lo que nos place… ¡qué sórdido obsequio! —dijo Voltaire.

—Ambos giráis en torno de lo divino sin saberlo —dijo Juana—. Todo aquello que tiene valor para la gente, la libertad, el sentido, el valor… todo eso desaparece en cualquiera de ambas opciones.

—Amor mío, recuerda que Hari es un matemático. —Voltaire se elevó con las alas extendidas, disfrutando de la caricia de la turbulencia—. El orden y el desorden están implícitos en otros dualismos: naturaleza y humano, natural y artificial, animales en la naturaleza y humanos fuera de la naturaleza. Son naturales para nosotros.

—¿Cómo es posible? —preguntó Hari, intrigado.

—¿Qué decimos cuando sacamos el máximo provecho de una situación? ¿Hacer a dos manos, verdad?

Hari asintió.

—Creemos que nuestras dos manos son reflejo del universo.

—Muy bien. —El águila Voltaire voló en torno del halcón Juana.

—El Creador también tiene dos manos —insistió Juana—. Él se sienta a la diestra del Padre Todopoderoso…

Voltaire graznó como un cuervo.

—Pero ambos olvidáis vuestro propio yo, el cual podéis inspeccionar en esta bóveda digital. Mirad profundamente y veréis detalles sin fin. Se ramifica en un yo que no se puede descomponer en la mera operación de pulcras leyes. El tú surge como una interacción profunda entre muchos yoes.

En el espacio mental compartido por los tres, Voltaire declaró:

Los sistemas de realimentación complejos y no lineales son impredecibles, aunque sean deterministas. La capacidad de proceso de información necesaria para predecir una sola mente es mayor que la complejidad de todo el universo. Computar el próximo acontecimiento lleva más tiempo que el acontecimiento mismo. Precisamente este rasgo, inscrito en la textura del universo, lo hace libre, y también a nosotros.

Hari respondió:

Paradoja: ¿Cómo sabe el acontecimiento mismo cómo acontecer? Sólo un ordenador gigantesco podría describir el próximo remolino de un arroyo. ¿Qué hace que los sistemas reales sean siquiera capaces de cambiar?

Voltaire se encogió de hombros, un gesto difícil para un ave.

—Al menos has encontrado un agente que no puedes desechar —dijo Juana con orgullo.

Voltaire movió la cabeza, sorprendido.

—¿Tu… Creador?

—Tus ecuaciones ofrecen una buena descripción. ¿Pero qué infunde… —titubeó ante esta palabra— fuego a esas ecuaciones?

—¿Tú sugieres que una Mente realiza los cómputos universales?

—No, tú lo sugieres.

—No está mal, como hipótesis —dijo Hari—. ¿Pero por qué semejante Mente se interesaría en motas de polvo como nosotros?

—Se interesó lo suficiente como para hacerte surgir de la matriz de materia, ¿verdad?

—Ah, orígenes —dijo Voltaire, cogiendo una corriente ascendente. Parecía aliviado de estar en un terreno intelectual más firme. Obviamente el argumento de Juana lo había conmocionado—. Insoluble, por cierto. Prefiero especular sobre nuestra moralidad.

—La moralidad no depende de nosotros —arguyó Juana.

—Pamplinas —replicó Voltaire—. Evolucionamos con una moral modelada por el universo… por un Creador, si lo prefieres.

—¿Por la evolución, dices? Los pans… —intervino Hari.

—Por favor —exclamó Juana—. Lo sagrado modela el mundo, el mundo nos modela a nosotros.

Hari parecía dubitativo, Juana, complacida.

—Matemático —dijo muy socarronamente Voltaire—, ¿preferirías creer que las restricciones morales surgen como «un orden espontáneo a partir de una conducta racional que maximiza la utilidad»? ¿De veras?

Hari parpadeó.

—Bien, no…

—He citado uno de tus trabajos. Has olvidado, amigo, que nuestros incesantes modelos del mundo modifican nuestro modo de encarar la experiencia humana.

—Desde luego, pero…

—Y los modelos son lo único que conocemos.

Hari sonrió.

—Me gusta eso. No casarse con un modelo. —Se permitió una leve transformación, volviéndose más alto y musculoso—. No sé por qué, pero me siento mejor.

—Tu alma se ha conciliado con tus actos —dijo Juana.

—Por mi parte, preferiría «yo» en vez de «alma», pero no discutamos por detalles —dijo Voltaire.

Hari sintió un cambio de categorías en su mente. Él había dispuesto la resurrección de estos simulacros, guiado por la pura intuición. Ahora recibía la recompensa: inadvertidamente habían descubierto el paso que él buscaba.

—La mente es una estructura autoorganizativa, igual que el Imperio. Puedo trabajar con estos modelos. Importar vuestro conocimiento acerca de los subyoes, usarlo para analizar el modo en que el Imperio aprende.

Voltaire pestañeó.

—Qué idea maravillosa.

—Esperad, os lo mostraré —dijo Hari—. El Imperio posee autoaprendizaje, con subunidades…

—Me pregunto si la niebla alienígena sabe esto —preguntó Juana.

Hari frunció el ceño.

—No quiero que ellos intervengan. Mis ecuaciones no pueden tratar elementos desconocidos…

—Ya están implícitos —dijo Juana—. Están aquí, alrededor de nosotros.

Hari suspiró.

—Espero poder mantenerlos aquí, en el…

—Zoológico —dijo secamente Juana.

Rodaron nubarrones sobre los horizontes, aproximándose deprisa.

—¡Matasteis robots! —le gritó Hari a la tormenta—. No estaba incluido en nuestro trato.

[NO DIJIMOS QUE NOS ABSTENDRÍAMOS]

—Tomasteis más de lo convenido. La vida de…

[NO SE PUEDEN HACER PRESUNCIONES SOBRE TÉRMINOS OMITIDOS]

—Los robots constituyen una especie aparte, y de gran inteligencia…

[NO OBSTANTE, MEROS TIKTOKS PUDIERON MATARLOS]

[TÚ, SELDON, NO POSEÍAS ESTAS MÁQUINAS]

[ASÍ QUE NO TIENES PLEITO CON NOSOTROS]

Hari apretó los dientes, exasperado.

[AGUARDAN ASUNTOS MÁS IMPORTANTES]

—¿Vuestra recompensa? —preguntó Hari con amargura—. ¿Habéis venido por ella?

[NO PERMANECEREMOS AQUÍ]

[PUES ESTE LUGAR ESTÁ CONDENADO]

Hari trastabilló bajo una fría granizada.

—¿Trantor?

[Y MUCHO MÁS]

—¿Qué queréis?

[NUESTRO ANHELO ES FLOTAR ENTRE LOS BRAZOS EN ESPIRAL]

[Y MORAR ENTRE LOS PENACHOS DEL CENTRO GALÁCTICO]

Hari recordó las estructuras que había allí, la compleja trama de luces.

—¿Podéis hacer eso?

[TENEMOS UN ESTADO DE ESPORA]

[ALGUNOS DE NOSOTROS HAN VIVIDO ANTES ASÍ]

[DESEAMOS REGRESAR A DICHO ESTADO]

[DE LO CONTRARIO ANIQUILAREMOS A TODOS TUS «ROBOTS»]

—Eso no era parte del trato —gritó Hari. Un chubasco helado lo bañó, pero aun así enfrentó las altas y furibundas nubes y sus rayos iracundos.

[¿CÓMO PUEDES DETENERNOS?]

[AUNQUE AGOTARA NUESTRA CAPACIDAD]

[PODRÍAMOS MATAR A TRANTOR DE HAMBRE]

Hari frunció los labios. Estaba aprendiendo mucho sobre el poder, y muy rápidamente.

—De acuerdo. Pediré una investigación para transferiros a una forma física. Conozco a quienes pueden hacerlo. Marq y Sybyl también saben callarse.

—¿Por qué deseáis abandonar la escena con prisa tan indecorosa? —preguntó Voltaire.

[NUEVOS INCENDIOS SE APROXIMAN]

[PARA LOS HUMANOS DE LA ESPIRAL]

[OBSERVAREMOS ESTA CAÍDA]

[COMO ESPORAS DESDE EL CENTRO GALÁCTICO]

[ALLÍ NADIE PUEDE LASTIMARNOS, A NADIE PODEMOS LASTIMAR]

Un reluciente cristal con púas se materializó bajo el cielo purpúreo. En un paquete de datos, Hari conoció la tecnología alienígena que una vez había convertido esos cristales en compartimientos estables para inteligencias digitales.

[OTRORA TRANTOR FUE EL LUGAR IDEAL PARA NOSOTROS]

[RICO EN RECURSOS]

[YA NO ES ASÍ]

[EL PELIGRO ACECHA EN LA INESTABILIDAD VENIDERA]

—Vaya —dijo Voltaire—. Juana y yo también podríamos desear esa salida.

—Un momento, vosotros dos —intervino Hari—. Si queréis ir con estas cosas para vivir en una semilla entre las estrellas, tendréis que ganarlo.

Juana frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Por ahora, puedo lograr que sea seguro para vosotros vivir en el Retículo. A cambio… —miró con angustia al águila Voltaire, que aleteaba en broncíneo esplendor—, quiero que me ayudéis.

—Si es una causa santa, sin duda —respondió Juana.

—Lo es. Ayudadme a gobernar. Siempre he pensado que existe el bien en todos. La tarea de un dirigente es hacerlo surgir.

—Si crees que existe el bien en todos —dijo Voltaire—, no has conocido a todos.

—No soy hombre de mundo. Por eso os necesito.

—¿Para gobernar? —preguntó Juana.

—Exacto. No soy apropiado para ello.

Voltaire se detuvo en el aire, las alas quietas.

—¡Las posibilidades! Con suficiente espacio y velocidad de cómputo, podemos brindar tiempo creativo a un proto-Miguel Ángel.

—Necesito resolver muchos problemas de poder. Podéis partir con las esporas cuando yo haya terminado con la política.

Voltaire adoptó la forma humana, aunque todavía arropado en un azul eléctrico.

—Mmm. La política siempre me pareció atractiva. Un juego de ideas elegantes, jugado por matones.

—Ya tengo bastante oposición —dijo Hari con toda seriedad.

—Los amigos van y vienen, pero los enemigos se acumulan —dijo Voltaire—. Eso me gustaría.

Juana revolvió los ojos.

—Que los santos nos guarden.

—Precisamente, querida mía.