15

Hari miraba a solas el holo de un furibundo y antiguo incendio en la pradera.

En su lugar ahora se erguía el Imperio. Sabía que amaba el Imperio por motivos que no podía definir. Ni siquiera lo disuadía la sombría revelación de que los robots habían sembrado muerte y destrucción entre los restos de antiguas mentes digitales. Esperaba no conocer nunca los detalles de ese viejo crimen.

Para preservar su cordura, por primera vez en su vida se negaba a saber.

El Imperio era aún más maravilloso de lo que él había sospechado. Y más inquietante.

¿Quién podía aceptar que la humanidad no controlaba su propio futuro, que la historia era el resultado de fuerzas que obraban más allá del horizonte de los meros mortales? El Imperio había resistido por su metanaturaleza, no por los actos valientes de los individuos, ni siquiera de los mundos.

Muchos hablarían a favor de la autodeterminación humana. Sus argumentaciones no eran erróneas ni incoherentes, sólo improcedentes. Eran persuasivas, pues todos querían creer que eran amos de su destino. La lógica no tenía nada que ver con ello.

Incluso los emperadores no eran nada, sólo desperdicios esparcidos por vientos invisibles.

Como para refutarlo, la imagen de Cleon se plasmó abruptamente en el holo.

—¡Hari! ¿Dónde has estado?

—Trabajando.

—En tus ecuaciones, espero… porque vas a necesitarlas.

—¿Por qué, Alteza?

—El Consejo Alto acaba de reunirse en sesión especial. Estuve presente, pues se necesitaba un toque de gracia y solemnidad después de la trágica pérdida de Lamurk y sus allegados. Exhorté a la rápida elección de un primer ministro. —Un guiño—. Por la estabilidad, ¿entiendes?

—Oh, no —graznó Hari.

—Oh, sí… primer ministro.

—¿Pero no hubo…? ¿Nadie sospechó…?

—¿De ti? ¿Un inofensivo académico provocando atentados en varios lugares de Trantor? ¿Usando tiktoks?

—Bien, sabéis que la gente habla…

Cleon lo miró taimadamente.

—Vamos, Hari. ¿Cómo lo hiciste?

—Tengo a una pandilla de robots renegados entre mis aliados.

Cleon soltó una estentórea carcajada.

—No conocía tu sentido del humor. Muy bien, comprendo. Nadie te obligará a revelar tus fuentes.

Hari se había jurado a sí mismo que nunca le mentiría al emperador. No ser creído no formaba parte del convenio.

—Os aseguro, Alteza…

—Claro que haces bien en bromear. No soy ingenuo.

—Y yo miento pésimamente, Alteza. —Lo cual era cierto, además de ser el mejor modo de cerrar el asunto.

—Quiero que vengas a la recepción formal del Consejo Alto. Ahora que eres primer ministro, habrá ciertos asuntos sociales. Pero antes de eso, quiero que pienses en la situación de Sark y…

—Puedo asesoraros ahora.

Cleon sonrió.

—¿Ah sí?

—Hay amortiguadores históricos, Alteza, que estabilizan el Imperio. El Nuevo Renacimiento representa la manifestación de una faceta y de un defecto fundamental de la humanidad. Deberá ser suprimido.

—¿Estás seguro?

—Si no hacemos nada… —Hari recordó las soluciones que acababa de probar en el paisaje de aptitud. Si el Nuevo Renacimiento continuaba, el Imperio se disolvería en estados caóticos al cabo de pocas décadas—. Eso podría destruir a la humanidad misma.

Cleon hizo una mueca.

—¿De veras? ¿Cuáles son mis otras opciones?

—Sofocar esas erupciones. Los sarkianos son brillantes, sí, pero no pueden encontrar una opinión común para su pueblo. Constituyen un ejemplo de lo que denomino la peste del solipsismo, una creencia excesiva en el yo. Es contagiosa.

—El coste humano…

—Salvad a los sobrevivientes. Enviad naves imperiales de asistencia por los agujeros de gusano… alimentos, asesores, psiquistas, si de algo sirven. Pero solamente una vez que las llamas se hayan consumido.

—Entiendo. —Cleon lo miró cautamente, desviando un poco los ojos—. Eres un hombre duro, Hari.

—Cuando se trata de preservar el orden y el Imperio… sí, Alteza.

Cleon pasó a hablar de asuntos menores, como eludiendo un tema tan brutal. Hari se alegró de que no le hiciera más preguntas.

Las predicciones de largo alcance mostraban tendencias nefastas. Los clásicos amortiguadores de las redes del Imperio, con su capacidad de autoaprendizaje, también estaban fallando. El Nuevo Renacimiento era sólo el ejemplo más flagrante.

Dondequiera que miraba, con sus sentidos corporales conectados al espectro enedimensional, se elevaba el hedor de un caos inminente. El Imperio se estaba disolviendo de maneras que no se podían describir con modalidades humanas. Era un sistema demasiado vasto para abarcarlo con una sola mente.

Al cabo de décadas el Imperio comenzaría a fragmentarse. La fuerza militar servía de poco a largo plazo cuando fallaban los amortiguadores tradicionales. El centro no se sostendría.

Quizás Hari pudiera postergar un poco ese colapso, nada más. Pronto los viejos atractores arrastrarían zonas enteras. Feudalismo básico, beatería religiosa, femiprimitivismo…

Sus conclusiones eran preliminares, y esperaba que nuevos datos le demostraran que estaba equivocado. Pero lo dudaba.

La fiebre sólo se agotaría después de treinta mil años de sufrimiento. Surgiría un atractor nuevo y fuerte.

¿Una mutación aleatoria del imperialismo benigno? No lo sabía.

Con más trabajo podría entender mejor todo esto. Explorar el fundamento…

Fundamento, pensó. Fundación. Allí había una idea interesante. Pero Cleon seguía hablando y lo distraía. La idea se disipó.

—Haremos grandes cosas juntos, Hari. ¿Qué piensas de…?

Al servicio de Cleon, nunca podría avanzar en su trabajo.

Tratar con Lamurk había sido desagradable, pero relativamente fácil en comparación con esta trampa del poder. ¿Cómo podría liberarse?