—Mis agentes, mis hermanos, todos muertos —dijo el consternado Daneel.
El abatido robot estaba en la oficina de Hari. Dors lo consolaba.
Hari se frotó los ojos, recobrándose de su inmersión digital. Las cosas andaban demasiado deprisa.
—¡Tiktoks! Ellos atacaron a mis… —Daneel no pudo continuar.
—¿Dónde? —preguntó Dors.
—En todo Trantor. Sólo hemos sobrevivido tú y yo, y algunas decenas más… —Daneel sepultó la cara entre las manos.
Dors hizo una mueca.
—Esto debe de relacionarse con la muerte de Lamurk.
—Indirectamente, sí.
Ambos robots miraron a Hari. Él se apoyó lánguidamente en el escritorio. Los estudió un largo instante.
—Formaba parte de un trato más amplio.
—¿Cuál? —preguntó Dors.
—Finalizar la revuelta tiktok. Mis cálculos mostraban que se habría difundido rápidamente por el Imperio. Con resultados fatales.
—¿Un canje? —Daneel apretó los labios.
Hari parpadeó, luchando contra el peso de la culpa.
—Uno que yo no controlaba del todo.
—Me usaste para eso, ¿verdad? —dijo Dors con sequedad—. Yo manipulaba los datos que envió Daneel, la posición de los aliados de Lamurk…
—Y yo se los reenvié a los tiktoks, sí —dijo Hari—. No es un truco técnico difícil, si tienes la ayuda del espacio reticular.
Daneel entornó los ojos ante esa referencia.
Luego se distendió.
—Conque los tiktoks mataron a la gente de Lamurk. Tú sabías que yo no consentiría semejante matanza, ni siquiera para ayudarte.
Hari asintió.
—Entiendo las restricciones bajo las cuales actúas. La Ley Cero es muy exigente y mi destino de primer ministro no justificaría semejante violación de la Primera Ley.
Daneel lo miró glacialmente.
—Así que sorteaste el obstáculo. Nos usaste a mí y a mis robots como… localizadores.
—Exacto. Los tiktoks seguían de cerca a tus robots. Son criaturas bastante obtusas, carentes de sutileza. Pero no trabajan bajo la Primera Ley. Una vez que supieron dónde atacar, sólo era preciso darles la señal para el cuándo.
—La señal… cuando iniciaste tu discurso —dijo Dors—. Los aliados de Lamurk estarían sentados ante sus pantallas, mirando. Fáciles de localizar y distraídos por tu discurso.
—Exacto —suspiró Hari.
—Esto no es típico de ti, Hari —dijo Dors.
—Pues ya era hora de actuar de otro modo —replicó Hari—. Trataron de matarme una y otra vez. Con el tiempo lo habrían logrado, aunque yo nunca llegara a primer ministro.
—Nunca habría sospechado que siguieras motivos tan… fríos —dijo Dors con vaga comprensión.
Hari la miró sombríamente.
—Yo tampoco. El motivo que me decidió fue que pude ver el futuro, mi futuro, con toda claridad.
El rostro de Daneel era un remolino de emociones, algo que Hari nunca había presenciado.
—Pero mis hermanos… ¿por qué ellos? No puedo entender. ¿Por qué murieron ellos?
—Mi canje —dijo Hari, con un nudo en la garganta—. Y acaban de traicionarme.
—¿No sabías que morirían los robots?
Hari sacudió la cabeza.
—No. Aunque debí preverlo. Era obvio. —Se golpeó la cabeza—. Una vez que los tiktoks terminaran con mi trabajo, podían realizar el trabajo de los memes.
—¿Memes? —preguntó Daneel.
—¿Un canje… a cambio de qué? —preguntó Dors.
—Para finalizar la revuelta tiktok. —Hari miró a Dors, eludiendo los ojos de Daneel—. Mis cálculos mostraban que se habría difundido rápidamente por todo el Imperio.
Daneel se puso de pie.
—Comprendo tu derecho a tomar decisiones humanas acerca de vidas humanas. Nosotros los robots ignoramos cómo podéis pensar de esta manera, pero a fin de cuentas no estamos construidos para ello. Aun así, Hari, hiciste un trato con fuerzas que no comprendes.
—No preví su siguiente maniobra. —Hari se sentía abatido, pero en cierto modo notó que Daneel ya comprendía quiénes eran los memes.
Dors no lo comprendía.
—¿La maniobra de quién? —preguntó.
—Los antiguos —dijo Hari. Describió, en frases entrecortadas, sus recientes exploraciones del Retículo. Las mentes laberínticas que residían en esos espacios digitales, frías y analíticas en su venganza.
—¿Nosotros los robots las dejamos allí? —jadeó Daneel—. Yo creía…
—Os eludieron en las primeras etapas de nuestra expansión por la Galaxia. O eso dicen. —Hari desvió los ojos, mientras Dors lo miraba en pasmado silencio.
—¿Dónde estaban? —preguntó Daneel.
—Las enormes estructuras del Centro Galáctico… ¿las has visto?
—¿Conque allí se ocultaban esas presencias electromagnéticas?
—Por un tiempo. Llegaron a Trantor hace mucho, cuando el Retículo adquirió el tamaño suficiente para albergarlas. Viven en los recovecos de nuestras redes digitales. Al crecer el Retículo, también crecen ellas. Ahora tienen fuerzas suficientes para atacar. Podrían haber esperado más tiempo, mejorado… excepto que dos simulacros que me encontré las provocaron.
—Los simulacros sarkianos —murmuró Daneel—. Juana y Voltaire.
—¿Los conoces? —preguntó Hari.
—Yo traté de amortiguar su impacto. Las tendencias sarkianas son malas para el Imperio. Contraté a ese sujeto, Nim, pero resultó ser inepto.
Hari sonrió lánguidamente.
—Su corazón no estaba en ello. Le gustaban esos simulacros.
—Debí haberlo sabido —dijo Daneel.
—Tienes cierta capacidad para percibir nuestros estados mentales, ¿verdad? —preguntó Hari.
—Es limitada. Es más fácil percibir los patrones si el sujeto ha tenido cierta enfermedad infantil, y Nim carecía de eso. Aun así, sé que los humanos gustan de ver a su especie representada en otros medios.
«¿Tales como los robots? —pensó Hari—. ¿Entonces por qué hemos tenido un tabú contra ellos desde la antigüedad?» Dors los miraba, notando que ambos se tanteaban en un territorio turbio.
—Las mentes meméticas bloquearon a Marq cuando buscó los simulacros en el Retículo —dijo Hari—. Pero se las apañó bastante bien cuando necesité ayuda para entrar en interfaz con el Retículo. Lo indultaré cuando esto haya terminado.
—Esos simulacros y su especie aún son peligrosos, Hari —dijo Daneel—. Te suplico…
—No te preocupes. Lo sé. Me encargaré de ellos. Ahora me preocupan más las mentes meméticas.
—¿Y esas mentes nos odian a todos? —preguntó Dors, tratando de comprender esas ideas.
—¿Los humanos? Sí, pero no tanto como a los de tu especie, amor mío.
—¿Nosotros? —ella parpadeó.
—Los robots las dañaron hace tiempo.
—Sí —afirmó Daneel—. Para proteger a la humanidad.
—Y esas antiguas inteligencias odian a tu especie por vuestra brutalidad. Cuando las flotas de robots exploradores terminaron con ellas, encontramos una Galaxia apta para explotarla sin tropiezos. —Hari encendió su holo—. He aquí una imagen que traje de las mentes meméticas.
Una estría amarilla barría una planicie oscura. Vientos ásperos la impulsaban mientras consumía herbazales exuberantes con llamas voraces. Plomizas volutas de humo se elevaban desde la flamígera línea de ataque.
—Un incendio en la llanura —dijo Hari—. Así es como los robots exploradores de hace veinte mil años encararon esas antiguas mentes.
—¿Incinerar la Galaxia? —exclamó Dors.
—Volviéndola segura para los preciosos humanos —dijo Hari.
—Por eso ansían venganza —dijo Daneel—. ¿Pero por qué ahora?
—Al fin pueden hacerlo, y al fin detectaron a los robots, distinguiéndolos de los tiktoks.
—¿Cómo? —preguntó Daneel.
—Cuando encontraron los simulacros que yo había revivido. Llegando a mí a partir de ellos, descubrieron a Dors. Luego a ti.
—¿Tan lejos pueden llegar? —preguntó Dors.
—La información digital de las cámaras de vigilancia, los detectores, los microdispositivos… pueden pescar en ese mar.
—Tú los ayudaste —dijo Daneel.
—Por el bien del Imperio, hice un trato con ellos.
—Primero mataron a la gente de Lamurk, luego a mis robots —dijo Daneel—. Asignando una docena de tiktoks a cada uno, dominaron a nuestra especie.
—¿A todos? —jadeó Dors.
—Un tercio de los nuestros escapó. —Daneel sonrió con desgana—. Nosotros somos mucho más capaces que esos autómatas.
Hari asintió con tristeza.
—Eso no estaba en el trato. Me usaron.
—Creo que todos somos usados. —Daneel miró a Hari con amargura—. De diversas maneras.
—Tuve que hacerlo, amigo Daneel.
Dors miró a Hari de hito en hito.
—Ya no te reconozco.
—A veces ser humano es más difícil de lo que parece —murmuró Hari.
—¡Alienígenas exterminando a mi especie! —exclamó Dors.
—Tenía que encontrar una solución…
—Los robots, sobre todo los humaniformes. Son sirvientes.
—Amor mío, tú eres más humana que nadie que yo haya conocido.
—Pero… ¡asesinato!
—De todos modos habría habido asesinatos. Era imposible detener a los antiguos memes. —Hari suspiró, comprendiendo cuan lejos había llegado. Eso era el poder, elevarse por encima de todo y ver el mundo como un gran estadio donde los enfrentamientos eran incesantes. Se había vuelto parte de eso y sabía que nunca podría volver a ser el sencillo matemático de antes.
—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Dors—. Pudiste habernos avisado, nosotros podíamos…
—Ellos ya os conocían. Si yo los hubiera demorado, os habrían pillado a vosotros dos y habrían ido a la caza de los demás.
—¿Y nosotros? —preguntó Daneel.
—Os salvé a vosotros dos. Parte del trato.
—Gracias… —dijo Daneel.
Hari miró a su viejo amigo con ojos turbios.
—Tú sobrellevas demasiado peso.
Daneel asintió.
—Acaté el imperativo y te obedecí.
Hari asintió.
—Lamurk. Yo estaba allí. Tus insectos lo frieron.
—O eso pareció.
—¿Qué?
Daneel apretó un botón de la muñeca y giró hacia la puerta de la oficina.
A través de ella, tras detenerse en la pantalla de seguridad, pasó un hombre de aspecto común en un mono pardo de obrero.
—Nuestro señor Lamurk —dijo Daneel.
—Este no es… —Entonces Hari vio las sutiles semejanzas. Nariz más pequeña, mejillas más rellenas, cabello más ralo y castaño, orejas echadas hacia atrás—. Pero yo lo vi morir.
—En efecto. El voltaje que recibió lo detuvo por un tiempo, y si mis guardias ocultos no hubieran iniciado el tratamiento adecuado en el momento, habría seguido muerto.
—¿Pudiste recobrarlo después de eso?
—Es un arte antiguo.
—¿Cuánto tiempo puede un humano permanecer muerto…?
—Una hora, a bajas temperaturas. Pero tuvimos que hacerlo en menos tiempo —explicó Daneel sin jactancia.
—Honrando la Primera Ley —dijo Hari.
—Con ciertos matices. Lamurk no ha sufrido daños duraderos. Ahora consagrará su talento a objetivos mejores.
—¿Por qué? —Hari notó que Lamurk no había dicho nada. El hombre miraba atentamente a Daneel, no a Hari.
—Tengo ciertos poderes sobre la mente humana. Un antiguo robot llamado Giskard me dio una influencia limitada sobre las complejidades neurales del córtex cerebral humano. He alterado las motivaciones de Lamurk y podado algunos recuerdos.
—¿Cuánto? —preguntó Dors con suspicacia. Para ella, comprendió Hari, Lamurk era un enemigo hasta que se demostrara lo contrario.
Daneel agitó una mano.
—Habla.
—Comprendo que he errado —dijo Lamurk con voz seca y sincera, sin su chispa habitual—. Me disculpo, sobre todo ante usted, Hari. No recuerdo mis agravios, pero los lamento. Me comportaré mejor a partir de ahora.
—¿No extraña sus recuerdos? —preguntó Dors.
—No son valiosos —dijo razonablemente Lamurk—. Una sucesión de atrocidades mezquinas y ambiciones insaciables, por lo que recuerdo. Sangre y furia. No son grandes momentos que desee conservar. Ahora seré mejor persona.
Hari sintió admiración y temor.
—Si puedes hacer esto, Daneel, ¿para qué te molestas en discutir conmigo? Sólo cambia mi parecer.
—No me atrevería. Tú eres distinto de los demás.
—¿Por la psicohistoria? ¿Es todo lo que te retiene?
—En parte. Pero además no tuviste fiebre cerebral cuando eras pequeño, lo cual hace inútiles mis facultades. Por ejemplo, no pude descubrir tu complot y usar a los tiktoks contra la facción de Lamurk, cuando nos reunimos en ese sitio abierto, para solicitar la ayuda de mis robots.
—Entiendo. —Para Hari era alarmante comprobar que sus maquinaciones habían estado tan cerca del fracaso. Sólo le había faltado una enfermedad infantil.
—Ansio iniciar mis tareas futuras —dijo Lamurk—. Una nueva vida.
—¿Qué tareas? —preguntó Dors.
—Iré a la zona de Benin, como gerente regional. Una responsabilidad con muchos retos interesantes.
—Muy bien —dijo aprobatoriamente Daneel.
Hari sintió escalofríos al oír ese diálogo. Esto era poder, en efecto, manipulado por un maestro milenario.
—Tu Ley Cero en acción…
—Es esencial para la psicohistoria —dijo Daneel.
Hari frunció el ceño.
—¿Cómo?
—La Ley Cero es un corolario de la Primera Ley. ¿Cómo es posible resguardar a un ser humano de todo daño salvo asegurando que la sociedad humana en general esté protegida y siga funcionando?
—Y sólo con una buena teoría del futuro puedes ver lo que es necesario —dijo Hari.
—Exacto. Desde tiempos de Giskard, los robots hemos trabajado en esa teoría, obteniendo sólo un modelo primitivo. Tú y tu teoría, pues, sois esenciales. Aun así, yo sabía que rozaba el límite de la Primera Ley cuando seguí tus órdenes, usando mis robots para seguir a la gente de Lamurk.
—¿Intuiste que algo estaba mal?
—La hiperresistencia en las sendas positrónicas se manifiesta como una perturbación general. Tuve los síntomas. Debo haber intuido que mis robots serían usados indirectamente para matar humanos. El antiguo Giskard tuvo dificultades similares con el límite entre la Primera Ley y la Ley Cero.
La boca de Dors tembló con emoción apenas reprimida.
—Los demás dependemos de tu juicio para manejar la tensión entre estas dos leyes fundamentales. Yo no podría soportar lo que tú has soportado.
Hari añadió, tratando de consolarlo:
—No tenías opción, Daneel. Yo te arrinconé.
Daneel miró a Dors, permitiendo que las emociones conflictivas se reflejaran en su rostro, una sinfonía de dolor.
—La Ley Cero… he convivido con ella tanto tiempo, tantos milenios, y sin embargo…
—Existe una clara contradicción —murmuró Hari, sabiendo que pisaba un terreno muy delicado—. La clase de choque conceptual que una mente humana a veces puede manejar.
—Pero nosotros no —susurró Dors—, salvo con grave peligro para nuestra estabilidad.
Daneel agachó la cabeza.
—Cuando impartí las órdenes, sentí un ácido dolor en la mente, una marea quemante que apenas logré contener.
Hari apenas pudo articular las siguientes palabras:
—Viejo amigo, no tenías opción. En tantos siglos de labor por la causa humana, sin duda se habrán presentado otras contradicciones.
Daneel asintió.
—Muchas. Y en cada ocasión me siento al borde de un abismo.
—No puedes sucumbir —dijo Dors—. Eres el más grande de nosotros. Todavía se exigirá más de ti.
Daneel los miró a ambos como buscando absolución. Una taciturna esperanza afloró en su rostro.
—Supongo…
Hari añadió su asentimiento con un nudo en la garganta.
—Desde luego. Todo está perdido sin ti. Debes resistir.
Daneel miró en lontananza.
—Mi trabajo no está concluido —susurró—, así que no puedo desactivarme. Supongo que esto es parecido a ser auténticamente humano… estar desgarrado entre dos polos. Aún puedo mirar hacia delante. Llegará un momento en que mi trabajo estará terminado. En que pueda estar libre de estas tensiones contradictorias. En que pueda afrontar el vacío… y será bueno.
El fervoroso discurso del robot emocionó a Hari. Durante largo rato los tres permanecieron sentados en silencio, mientras Lamurk los miraba de pie.
Luego, sin otra palabra, cada cual siguió su camino.