Hari esperó en la antecámara del Consejo Alto. Veía el gran cuenco a través de paredes transparentes de un solo lado.
Los delegados parloteaban angustiadamente. Era obvio que esos hombres y mujeres con atuendo formal estaban preocupados. Pero ellos establecían el destino de billones de vidas, estrellas y brazos en espiral.
Incluso Trantor era desconcertante por su mero tamaño. Claro que Trantor reflejaba toda la Galaxia en sus facciones y grupos étnicos. Tanto el Imperio como ese planeta presentaban conexiones intrincadas, meras coincidencias, yuxtaposiciones aleatorias, dependencias delicadas. Ambos superaban el horizonte de complejidad de cualquier persona u ordenador.
La gente, al afrontar una complejidad desconcertante, llegaba a un nivel de saturación. Dominaba las conexiones fáciles, usaba enlaces locales y reglas prácticas, pero al fin se topaba con una inexpugnable muralla de complejidad. Allí se detenía y regresaba a modalidades típicas de los pans. Chismorreaba, consultaba y al final apostaba.
El Consejo Alto estaba en plena actividad. Un nuevo atractor en el caos podía conducirlos hacia una nueva órbita. Era el momento de mostrar ese camino. Así se lo decía su intuición, agudizada en Panucopia.
Y después de eso, se dijo, regresaría al problema de modelar el Imperio…
—Espero que sepas lo que estás haciendo —dijo Cleon, entrando. Su capa ceremonial lo envolvía en escarlata y su sombrero emplumado era una fuente turquesa. Hari contuvo una risotada. Nunca se acostumbraría a ese atavío formal.
—Me alegra que al menos pueda presentarme en mi indumentaria de académico, Alteza.
—Y puedes considerarte afortunado. ¿Nervioso?
Hari se sorprendió al descubrir que no sentía tensión, sobre todo considerando que en su aparición anterior por poco lo habían asesinado.
—No, Alteza.
—Siempre contemplo una obra de arte grandiosa y tranquilizadora antes de una representación como esta. —Cleon agitó la mano y una pared de la antecámara se llenó de luz.
Presentaba un tema clásico de la escuela trantoriana, Fruta devorada, de la secuencia de Betti Uktonia. Primero mostraba un tomate devorado por gusanos, luego mantis religiosas alimentándose de los gusanos y al fin tarántulas y ranas masticando las mantis. Un trabajo posterior de Uktonia, Consumo de niños, comenzaba con ratas dando a luz. Luego los bebés eran devorados por diversos depredadores, algunos bastante grandes.
Hari conocía la teoría. Todo eso surgía de la convicción trantoriana de que los ámbitos agrestes eran desagradables, violentos e insensatos. La auténtica humanidad y el orden sólo prevalecían en las ciudades. La mayoría de los sectores tenían dietas fuertes en forraje natural disfrazado. Ahora la rebelión de los tiktoks creaba dificultades aun en eso.
—Hemos tenido que recurrir casi totalmente a comidas sintéticas —dijo Cleon, distraído—. Ahora Trantor es alimentado por veinte agromundos, un improvisado cabo de salvación que utiliza hipernaves. ¡Imagínate! Claro que el palacio no está afectado.
—Algunos sectores se mueren de hambre —dijo Hari. Quería hablarle a Cleon acerca de las muchas hebras entrelazadas, pero llegó la escolta imperial.
Rostros, ruido, luces, el vasto cuenco curvo…
Hari escuchó las resonantes formalidades mientras apreciaba la solemnidad del lugar: paredes llenas de tablillas históricas, con muchos milenios de antigüedad, impregnadas de tradición y majestad.
Luego se encontró de pie y hablando, sin el recuerdo de haber caminado hasta el podio. La fuerza de esas miradas lo bañó. Parte de él reconocía una profunda sensación pan: la emoción de recibir atención. Y era emocionante. Los políticos eran adictos a esa emoción por naturaleza. Pero no Hari Seldon, por suerte. Inhaló profundamente y comenzó.
—Deseo hablar de una espina que nos hace sangrar: la representación. Este cuerpo propicia sectores menos populosos. Análogamente, el Consejo de la Espiral propicia mundos menos populosos. Así los dahlitas, tanto aquí como en sus zonas galácticas, están descontentos. Pero todos debemos unirnos para afrontar la creciente crisis: Sark, los tiktoks, los disturbios.
»¿Qué podemos hacer? Todos los sistemas de representación son tendenciosos. Presento al Consejo un teorema formal, que he demostrado, y que prueba este hecho. Recomiendo que lo haga verificar por matemáticos.
Sonrió secamente, mirando a su público.
—No conviene creer en la palabra de un político, ni siquiera aunque sepa un poco de matemática. —Las risas lo tranquilizaron—. Todo sistema de votación tiene consecuencias indeseables y defectos. La pregunta no es si debemos ser democráticos, sino cómo. Un enfoque abierto y experimental es totalmente coherente con un firme compromiso con la democracia.
—¡Los dahlitas no son democráticos! —gritó alguien. Murmullos de aceptación.
—¡Lo son! —replicó Hari—. Pero debemos llevarlos a nuestro redil escuchando sus quejas.
Ovaciones, abucheos. Era el momento, juzgó, para un pasaje reflexivo.
—Desde luego, los que se benefician con cierto método se arropan en el manto de la Democracia, escrito con mayúscula.
Previsiblemente, se oyeron quejas en una facción de la nobleza.
—¡También nuestros oponentes! La historia nos enseña que esos mantos vienen en muchos colores, y todos tenemos retazos.
Hari hizo una pausa para dejar que la onda recorriera la muchedumbre.
—Tenemos muchas minorías, muchas de ellas desperdigadas en sectores grandes y pequeños. Y en toda la espiral galáctica, zonas de diversa influencia. Dichos grupos nunca están bien representados en nuestra política si elegimos los representantes estrictamente por voto mayoritario en cada sector o zona.
—¡Deberíamos contentarnos con lo que tenemos! —exclamó un miembro eminente.
—Con todo respeto, disiento. Debemos cambiar. La historia lo exige.
Gritos, aplausos. Hora de seguir.
—Por tanto, propongo un nuevo método. Si un sector tiene, por ejemplo, seis escaños en disputa, no dividamos el sector en seis distritos. En cambio, demos seis votos a cada votante, que podrá distribuir esos votos entre varios candidatos, o bien darlos todos a uno solo. De este modo, una minoría cohesiva puede obtener un representante si vota en conjunto.
Un curioso silencio. Hari dio peso a sus últimas palabras. Aquí era importante la sincronización; Daneel había sido claro, aunque Hari todavía ignoraba qué sucedería.
—Este método no hace referencia a las tendencias étnicas o de otro tipo. Los grupos sólo pueden obtener ventaja si están unidos de veras. Sus seguidores deben votar así en la intimidad del comicio. Ningún demagogo puede controlarlos. Si se me nombra primer ministro, impondré esta medida en toda la Gran Espiral.
Dicho en el momento oportuno. Dejó el podio acompañado por un aplauso repentino y atronador.
Hari siempre había creído lo que decía su madre: «Si un hombre posee auténtica grandeza, no la revela en una hora deslumbrante sino en el libro contable de su trabajo cotidiano.» Se lo decía habitualmente cuando Hari abandonaba sus tareas cotidianas para enfrascarse en un libro de matemáticas.
Ahora veía lo contrario: la grandeza impuesta desde fuera.
En las suntuosas salas de recepción fue llevado de un grupo a otro de delegados, cada cual con una pregunta. Todos daban por sentado que él deliberaría con ellos buscando votos. Hizo todo lo contrario. Hablaba de los tiktoks, de Sark. Y esperaba.
Cleon había partido, como lo exigía la costumbre. Las facciones se reunieron ávidamente alrededor de Hari.
—¿Qué política habrá para Sark?
—Cuarentena.
—¡Pero allí ahora reina el caos!
—Las llamas deben consumirse.
—Eso es despiadado. Usted tiene el pesimismo de suponer…
—Señor, «pesimismo» es un término inventado por los optimistas para describir a los realistas.
—Usted elude nuestro deber imperial, dejando que los disturbios…
—Yo acabo de venir de Sark. ¿Usted también?
Con esas réplicas evitó el engorroso asunto de solicitar votos. Seguía buscando a Lamurk, por cierto. Aun así, el Consejo Alto parecía simpatizar más con su desapasionada propuesta para los dahlitas que con las diatribas de Lamurk.
Y su dureza frente a Sark provocaba respeto. Esto sorprendió a algunos, que lo habían tomado por un académico blando. Pero su voz trasuntaba auténtica emoción cuando hablaba de Sark. Hari odiaba el desorden, y sabía lo que Sark significaría para la Galaxia.
Desde luego, no era tan ingenuo como para creer que un nuevo sistema de representación podía alterar el destino del Imperio. Pero podía alterar el destino de Hari. Había asumido, pese a todas las pruebas en contrario, que el trabajo duro y las pautas exigentes valían para todos los adultos, que la vida era dura e implacable, que el error y la vergüenza eran irreparables. La política imperial parecía constituir un ejemplo de lo opuesto, pero en medio de esa algarabía Hari empezaba a…
Un mensajero imperial le anunció que Lamurk deseaba hablar con él.
—¿Dónde? —susurró Hari.
—Fuera del palacio.
—De acuerdo.
Exactamente lo que Daneel había predicho. Ni siquiera Lamurk intentaría un nuevo atentado dentro del palacio, después de la última vez.