—Puaj. —Marq curvó los labios. Hari sonrió.
—Cuando los alimentos escasean, los modales de los comensales cambian.
—Pero esto…
—Oye, pagamos nosotros —ironizó Yugo.
El menú consistía exclusivamente en seudovísceras, último remedio para la crisis alimentaria de Trantor. El plato contenía hígado, riñón y tripa preparados en bateas prístinas. No había el menor rastro de tejido animal, pero el menú parlante les aseguró con cálido tono femenino que cada artículo tenía su aroma auténtico.
—¿No podemos conseguir un plato de carne decente? —preguntó Marq con irritación.
—Esto tiene mayor valor alimenticio —dijo Yugo—. Y nadie nos buscará aquí. —Hari miró en torno. Estaban detrás de un escudo sonoro, pero aun así la seguridad era esencial. La mayoría de las mesas del restaurante estaban tomadas por los Especiales, el resto por nobles bien vestidos.
—Además está de moda —dijo afablemente—. Puedes jactarte de haber venido aquí.
—¿Jactarme de esta pestilencia? —Marq arrugó la nariz.
—Todos los inconformistas lo están haciendo —dijo Hari, pero nadie entendió la broma.
—Soy un fugitivo —susurró Marq—. La gente trata de atribuirme esos disturbios de Junin. Corro un gran riesgo al venir aquí.
—Haremos que valga la pena —dijo Hari—. Necesito que alguien que esté fuera de la ley me haga un trabajo.
—Estoy fuera de la ley, sin duda. También estoy hambriento.
El menú parlante anunció que también había comidas completas con ingredientes seudoanimales, vegetales o transminerales, hervidas por dentro. «La última moda en alimentos —aclaró—. Uno muerde una cascara firme y luego se aventura hacia un blando y cocido interior de voluptuosas implicaciones.»
Algunos platos no sólo ofrecían sabor, aroma y textura, sino lo que el menú describía discretamente como «movilidad». El manjar presentado consistía en mechones rojos que no sólo permanecían en la boca, sino que se retorcían «ávidamente», expresando su ansia de ser comidos.
—No es preciso que me torturéis para que colabore —dijo Marq, irguiendo la barbilla. Hari recordó un gesto pan usado por Grandote.
Hari rio entre dientes y ordenó una «muestra de vísceras». Era asombroso que pudiera aceptar algo que semanas atrás le habría repugnado. Una vez pedida la comida, Hari presentó su propuesta sin rodeos.
Marq frunció el ceño.
—¿Enlace directo? ¿Con todo el sistema?
—Queremos un interpuente con nuestro sistema de ecuaciones psicohistóricas —dijo Yugo.
Marq parpadeó.
—¿Enlace completo? Eso requiere muchísima capacidad.
—Sabemos que puede hacerse —insistió Yugo—. Sólo se requiere la tecnología… y tú la tienes.
—¿Quién lo dice? —Marq entornó los ojos.
Hari se inclinó hacia delante.
—Yugo entró en tus sistemas.
—¿Cómo?
—Tengo la ayuda de algunos amigos —dijo Yugo evasivamente.
—Dahlitas, querrás decir —rezongó Marq—. Tu gente…
—Basta —interrumpió Hari—. No hace falta hablar de eso. Esta es una propuesta de negocios.
Marq miró a Hari.
—¿Será usted primer ministro?
—Quizá.
—Quiero un indulto como parte del trato. Y también uno para Sybyl.
Hari detestaba hacer promesas inciertas, pero…
—Hecho.
Marq tensó la boca pero asintió.
—Y además costará mucho. ¿Tienen el dinero?
—¿El emperador es gordo? —dijo Yugo.
En principio el proceso era simple.
Ciclos de inducción magnética, diminutos y superconductores, podían rastrear las neuronas del cerebro. Los programas interactivos desnudaban los laberintos del córtex visual. Las sondas neuronales acoplaban el sistema nervioso del sujeto con una constelación paralela de acontecimientos puramente digitales. En lo más profundo, se formaban lazos con la aparatosa maraña de la evolución en el interior del sistema límbico.
Esta tecnología podía desencandenar nuevas definiciones del Genus Homo. Pero los antiguos tabúes contra la inteligencia artificial de orden elevado habían impedido desarrollar estos procesos. Además, nadie consideraba que el Homo Digitalis estuviera en pie de igualdad con el Hombre Natural.
Hari sabía todo esto, pero su inmersión en Panucopia —una tecnología emparentada— le había enseñado muchas cosas.
Dos días después de la reunión con Marq en el restaurante —que era bastante bueno, y en medio de la crisis alimentaria le había costado el sueldo de un mes— Hari estaba tendido en un receptáculo tubular, sumergido en la psicohistoria.
Al principio notó que el pie derecho le hormigueaba desde la punta hasta el talón. Ciertos saltos le indicaron inestabilidad en los términos de impulso de población. «Debo corregirlo.»
Siguió cayendo en un cosmos abismal.
Era el espacio de sistema, una bóveda infinita definida por los parámetros de la psicohistoria. Ese paraje tenía veintiocho dimensiones. Su sistema nervioso sólo podía verlo en tajadas. Con un cambio conceptual, Hari podía escudriñar varios ejes paramétricos y ver los acontecimientos como formas geométricas.
Abajo, abajo, cayendo en la historia del Imperio.
Formas sociales se elevaban como picos. Esas montañas estables se habían elevado a medida que crecía el Imperio. Entre las cordilleras feudales hervían valles, las cuencas del caos.
A orillas de los hirvientes lagos de caos se extendía la topozona de crisis. Era una tierra de nadie, a medio camino entre paisajes rígidos y regulares y el marasmo estocástico.
La historia imperial se desplegaba mientras él sobrevolaba los intensos paisajes. Vista de ese modo, abundaban los errores a principios del Imperio.
Los filósofos habían dicho a los humanos que eran animales de toda clase: animales políticos, animales emocionales, animales sociales, animales polarizados hacia el poder, animales enfermos, animales maquinales, incluso animales racionales. Una y otra vez, las teorías erróneas acerca de la naturaleza humana generaban sistemas políticos fallidos. Muchos generalizaban a partir de la familia humana básica y veían el Estado como figura materna o paterna.
Los estados maternales enfatizaban el respaldo y el consuelo, a menudo brindando seguridad desde la cuna hasta la tumba, aunque sólo por un par de generaciones, cuando los gastos causaban el colapso de la economía.
Los estados paternales presentaban una economía rigurosa y competitiva, con controles severos sobre la conducta y la vida privada. Típicamente, los estados paternos caían ante periódicos movimientos de liberación personal y exigencias asistenciales propias del estado maternal.
Lentamente emergía el orden, la estabilidad. Decenas de millones de planetas, débilmente enlazados por agujeros de gusano e hipernaves, plasmaban sus variadas costumbres. Algunos caían en pantanos feudales o machistas. Habitualmente la tecnología terminaba por librarlos del atasco.
Las sociedades planetarias diferían en sus topologías. Los personajes laboriosos y conservadores moraban en el lado estable. Los personajes más creativos se aventuraban rápidamente en la topozona, se internaban en el auténtico caos, recogían lo que necesitaban, aunque «sabían» que eso no estaba claro.
Al transcurrir los siglos, una sociedad podía descender por las erráticas cuestas del cambiante paisaje y retroceder en la topozona. Tal vez perdiera velocidad y trajinara por las estables y lisas praderas de los estados rutinarios, por un tiempo.
Hoy muchos creían que en sus principios el Imperio era mucho mejor, majestuoso y encantador, con pocos conflictos y mejores gentes. «Buenos sentimientos y mala historia», le había dicho Dors, desechando esos comentarios.
Hari veía y sentía eso mientras recorría las primeras épocas. Ideas brillantes construían colinas de innovación, y luego eran barridas por la lava de un volcán vecino. Riscos aparentemente macizos se desmoronaban en aludes.
Ahora Hari lo comprendía.
Cuando el Imperio era joven, la gente veía la galaxia como infinita en su generosidad. Los brazos en espiral albergaban miles de planetas apenas visitados, el Centro Galáctico estaba poco explorado a causa de su intensa radiación, y vastas nubes oscuras encerraban promesas de riqueza.
Lentamente se exploró todo el disco, y sus recursos se redujeron.
La blandura se instaló en el paisaje. El Imperio dejó de ser un conquistador jactancioso para convertirse en un administrador prudente. Eso provocaba un cambio psicológico, una restricción de la determinación humana. ¿Por qué?
Presenció nubes que se formaban aun sobre los picos sociales más altos, reduciendo los horizontes. Aparecía una turbia complacencia.
Hari tuvo en cuenta que toda ciencia era metáfora, por atractivas que fueran esas imágenes. En definitiva, eran como las imágenes de los pans. Los circuitos eléctricos eran como los flujos de agua, las moléculas de gas se comportaban como diminutas esferas elásticas que se desplazaban al azar. No realmente, sino como descripciones admisibles de un mundo de desconcertante complejidad. Y otra regla: «es» no implica «debe ser».
La psicohistoria no predecía lo que debía suceder, sino lo que sucedería, por trágico que fuera.
Y las ecuaciones presentaban el cómo pero no el por qué.
¿Había algún agente más profundo en funcionamiento?
Tal vez, pensó Hari, ese estupor fuera como la sensación que los humanos habían tenido cuando vivían en un solo planeta y miraban con añoranza el inalcanzable cielo nocturno. Una agobiante claustrofobia.
Avanzó en el tiempo. Corrieron los años. El movimiento borroneó el paisaje, pero ciertos picos sociales permanecían. Estabilidad.
El tiempo se aceleró hacia el presente. El Imperio avanzado surgió como un panorama hirviente. Hari atravesó trece perspectivas dimensionales y por doquier sintió los mares del cambio batiendo contra las murallas de las formas sociales tradicionales, duras como el granito.
¿Sark? Atravesó los enjambres galácticos y lo encontró, a doce mil años luz del Centro Verdadero. Su matriz social se aceleraba.
Chispas efervescentes atravesaban los sociopaisajes sarkianos. Una mezcla singular, otrora un fermento impulsado por monopolios, que se derrumbaba y surgía renovado.
La floración del Nuevo Renacimiento… Sí, ahí estaba, una fuente de vectores explosivos. ¿Qué seguía a continuación?
Adelante, en el futuro próximo. Obtuvo una vista cercana de las dimensiones.
El nuevo Renacimiento estallaba en toda la zona de Sark. El peor caso hasta el momento, sin amortiguación.
En todo caso su análisis anterior, la base de su predicción, había pecado de optimista. Se aproximaba un negro caos.
Se elevó sobre los frenéticos paisajes. Tenía que hacer algo. Ya.
Quedaba muy poco margen. Sark no esperaría. El Imperio mismo se aproximaba al colapso. El desorden rondaba el paisaje de la psicohistoria.
Pero Lamurk llevaba las de ganar en Trantor, y frenaba al mismísimo emperador.
Hari necesitaba un aliado. Alguien ajeno a las rígidas matrices del orden imperial. Ya.
¿Quién? ¿Dónde?