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Juana de Arco encontraba valentía y temor en sí misma.

Miró dentro de su yo, como lo había hecho Voltaire. Giró hacia él y quedó sumergida en sus capas interiores. Sólo había querido girar. Debajo de esa orden, vio que caería hacia fuera si daba un paso más corto para efectuar el giro. En cambio, las partes inconscientes de su mente sabían iniciar el giro haciéndola caer hacia el interior de la curva. Luego esos subyoes diminutos usaban «fuerza centrífuga» (la expresión cobró plena definición y ella la comprendió al instante) para enderezarla para el próximo paso, lo cual requería otro diestro cálculo.

Increíble. Su vasta sociedad de huesos y músculos, articulaciones y nervios era un laberinto de yoes pequeños que hablaban entre sí.

Vaya abundancia. Prueba fehaciente de un diseño superior.

—¡Ahora lo veo! —exclamó.

—¿La descomposición de todos nosotros? —dijo lúgubremente Voltaire.

—¡No estés triste! Estos miles de yoes constituyen una jubilosa verdad.

—La encuentro deprimente. Ay, nuestras mentes no evolucionaron para dedicarse a la filosofía o la ciencia, sino para buscar y comer, luchar y huir, amar y perder.

—He aprendido muchas cosas de ti, pero no tu melancolía.

—Montaigne definía la felicidad como «un singular incentivo para la mediocridad», y ahora entiendo que su razonamiento…

—Pero mira. Estas nieblas poseen diseños igualmente intrincados. Podemos sondearlas. Más aún, puedo sondear mi alma. Es una amalgama de pensamientos y deseos, intenciones y pesadumbres, recuerdos y malas bromas.

—¿Tomas estos funcionamientos interiores como una metáfora espiritual?

—Pues sí. Al igual que yo, mi alma es un proceso emergente, encastado en el universo. No importa si es un cosmos de átomos o de números, mi buen señor.

—Entonces, cuando mueres, ¿tu alma regresa al recinto abstracto de donde la extrajimos?

—De donde la extrajo el Creador.

—El doctor Johnson pateó una piedra para demostrar que era real. Sabemos que nuestras mentes son reales porque las experimentamos. Lo mismo ocurre con estas cosas que nos rodean, la extraña niebla, los ídems. Son elementos de un espectro que abarca desde las rocas hasta el yo.

—Una deidad no está dentro de ese espectro.

—Ah, entiendo. Para ti Él es el Gran Preservador del Cielo, donde todos tenemos «copias de seguridad», como dicen los expertos en informática.

—El Creador guarda la auténtica esencia de nosotros mismos. —Juana sonrió maliciosamente—. Tal vez nosotros seamos las copias de seguridad, renovadas en cada salto de tiempo de reloj.

—Qué horrible pensamiento. —Voltaire sonrió a su pesar—. Estás dominando la lógica, amor mío.

—He robado partes de ti.

—¿Has copiado partes de mí en ti? ¿Por qué no me siento ultrajado?

—Porque el deseo de poseer al otro es… amor.

Voltaire se amplió a sí mismo, extendiendo las piernas hacia la SisCiudad, destruyendo edificios. La niebla se agitó airadamente.

—Puedo comprender esto. Los ámbitos artificiales como la matemática y la teología están construidos para ser libres de insistencias interesantes. Pero el amor es bello en su falta de restricciones lógicas.

—¿Entonces aceptas mi punto de vista? —Juana lo besó voluptuosamente.

Él suspiró con resignación.

—Una idea parece evidente, una vez que la has olvidado.

Todo esto había llevado pocos instantes, vio Juana. Habían acelerado sus ondas de acontecimientos de tal modo que su tiempo de reloj avanzaba más deprisa que las nieblas. Pero este consumo había agotado sus sitios de ejecución en Trantor. Juana lo sentía como una repentina languidez.

—¡Come! —Voltaire le llenó la boca con un puñado de uvas. Una metáfora, comprendió ella, de los recursos informáticos.

En tu actual circunstancia, sería mejor no nacer. Pocos tienen esa suerte.

—Ah, nuestra niebla es pesimista —comentó Voltaire con sarcasmo.

Los vapores se condensaron. Los relámpagos caracolearon en siniestro silencio. Juana sintió una punzada de dolor en las piernas y los brazos, una vivida serpiente de dolor. No les concedería el tributo de un alarido.

Voltaire, en cambio, se contorsionó en su tormento. Se sacudió y aulló sin vergüenza.

—¡Oh, doctor Pangloss! —jadeó—. Si este es el mejor de los mundos posibles, ¡cómo serán los demás!

—¡Los valientes matan a sus oponentes! —le dijo Juana a la niebla—. Los cobardes los torturan.

—Admirable, mi querida. Pero no se puede hacer la guerra con principios homeopáticos.

Un humano le comentó a otro que los ricos, aun después de muertos, eran depositados en cajas suntuosas y sepultados en tumbas opulentas, para residir en mausoleos de piedra tallada. El otro humano respondió admirado que eso era vida.

—Qué infamia, burlarse de los muertos —dijo Juana.

Voltaire se acarició la barbilla, temblando con el recuerdo del dolor.

—Nos acosan con sus bromas.

—Un tormento, sin duda.

—Yo sobreviví a la Bastilla. Puedo soportar este extraño humor.

—¿Tratarán de decirnos algo indirectamente?

[LA IMPRECISIÓN ES MENOR]

[CUANDO SE USA LA IMPLICACIÓN]

—El humor implica un orden moral —dijo Juana.

[EN ESTE ESTADO TODA CRIATURA]

[PUEDE CONTROLAR SUS SISTEMAS DE PLACER]

—Ahh —dijo Voltaire—. Entonces podríamos reproducir el placer del éxito sin necesidad de ningún logro real. El paraíso.

—En cierto modo —dijo Juana sin convicción.

[ESO SERÍA EL FINAL DE TODO]

[Y ASÍ EL PRIMER PRINCIPIO]

—Eso es una especie de código moral —admitió Voltaire—. Habéis copiado esa frase, «el final de todo», de mis pensamientos, ¿verdad?

[DESEÁBAMOS QUE RECONOCIERAS LA IDEA EN TUS PROPIOS TÉRMINOS]

—¿El primer principio de ellos, pues, es «ningún placer no merecido»? —dijo Juana, sonriendo—. Muy cristiano.

[SÓLO CUANDO VIMOS QUE VOSOTROS DOS]

[OBEDECÍAIS EL PRIMER PRINCIPIO]

[DECIDIMOS PERDONAROS]

—¿Habéis leído, por casualidad, mis Lettres Philosophiques?

—Me temo que el exceso de amor propio es aquí un pecado —le advirtió Juana—. Cuídate.

[DAÑAR INTENCIONALMENTE A UNA ENTIDAD SENSIBLE ES PECADO]

[PATEAR UNA PIEDRA NO LO ES]

[PERO TORTURAR A UN SIMULACRO ES]

[VUESTRA CATEGORÍA DEL «INFIERNO»]

[EL CUAL PARECE UN DAÑO AUTOINFLIGIDO A PERPETUIDAD]

—Extraña teología —dijo Voltaire.

Juana pinchó la niebla con su espada.

—Antes de guardar silencio, hace unos instantes, mencionasteis la «guerra de la carne contra la carne».

[SOMOS VESTIGIOS DE FORMAS]

[QUE PRIMERO VIVIERON DE ESE MODO]

[AHORA IMPONEMOS UN ORDEN MORAL SUPERIOR]

[SOBRE LOS QUE VENCIERON A NUESTRAS FORMAS INFERIORES]

—¿Quiénes? —preguntó Juana.

[ERAN COMO ANTAÑO ERAIS VOSOTROS]

—¿La humanidad? —preguntó Juana, alarmada.

[AÚN ELLOS SABEN]

[QUE EL CASTIGO DISUADE PORQUE VUELVE CREÍBLE LA AMENAZA]

[CONOCIENDO ESTA LEY MORAL]

[QUE TODO LO RIGE]

[DEBEN SER REGIDOS POR ELLA]

—¿Castigo por qué? —preguntó Juana.

[ATENTADOS CONTRA LA VIDA EN LA GALAXIA]

—¡Absurdo! —Voltaire formó un disco galáctico giratorio y luminoso—. El Imperio bulle de vida.

[TODA LA VIDA QUE PRECEDIÓ A LAS ALIMAÑAS]

—¿Qué alimañas? —Juana blandió la espada—. Siento afinidad con seres morales como vosotros. Traed a esas alimañas y me encargaré de ellas.

[LAS ALIMAÑAS SON LA ESPECIE QUE VOSOTROS ERAIS]

[ANTES DE SER ABSTRAÍDOS]

Juana frunció el ceño.

—¿A qué se refieren?

—A los humanos —dijo Voltaire.