Hari Seldon estaba solo en el ascensor, pensando.
La puerta se abrió. Una mujer preguntó si el ascensor subía o bajaba. Ensimismado, él respondió que sí. La mujer lo miró desconcertada. Al cerrarse la puerta, Hari comprendió que ella no le había preguntado si el ascensor podía subir o bajar, sino que deseaba saber la dirección.
Tenía la costumbre de hacer distinciones precisas, a diferencia de los demás.
Entró distraídamente en su oficina, y el 3D de Cleon floreció en el aire antes de que él pudiera sentarse. El emperador no esperaba.
—Me alegró enterarme de que habías regresado de tus vacaciones —dijo Cleon.
—Un placer, Alteza. —¿Qué quería el emperador?
Hari decidió no contarle todo lo que había sucedido. Daneel había enfatizado la discreción. Sólo esa mañana, después de bajar desde la boca de gusano por caminos tortuosos, Hari había permitido que los Especiales imperiales conocieran su presencia.
—Me temo que llegas en tiempos difíciles. —Cleon frunció el ceño—. Lamurk está maniobrando para favorecer su candidatura a primer ministro en el Consejo Alto.
—¿Cuántos votos puede obtener?
—Tantos como para que yo no pueda ignorar al Consejo. Me veré obligado a designarlo aunque me disguste.
—Lo lamento, Alteza. —En realidad se alegraba.
—He procurado impedirlo, pero… —Un largo suspiro. Cleon se mordió el grueso labio inferior. ¿Había engordado de nuevo? ¿O la magra dieta de Panucopia había modificado las percepciones de Hari? Ahora la mayoría de los trantorianos le parecían mofletudos—. Además está ese irritante asunto de Sark y su condenado Nuevo Renacimiento. La confusión crece. ¿Podría esto propagarse a otros mundos de su zona? ¿Estos se les unirían? ¿Has estudiado este asunto?
—En detalle.
—¿Usando psicohistoria?
Hari decidió actuar por instinto.
—Los disturbios crecerán.
—¿Estás seguro?
No lo estaba, pero…
—Sugiero que actuéis contra eso.
—Lamurk está a favor de Sark. Dice que traerá una nueva prosperidad.
—Él quiere aprovechar la discordia para ascender.
—Una oposición abierta de mi parte en esta época delicada no sería… política.
—¿Aunque él fuera culpable de los atentados contra mi vida?
—No hay pruebas de eso. Como siempre, varias facciones se beneficiarían si tú… —Cleon tosió incómodamente.
—¿Si yo me retirase involuntariamente?
Cleon hizo una mueca.
—Un emperador es padre de una familia levantisca.
Si hasta el emperador era prudente frente a Lamurk, la situación era realmente grave.
—¿No podríais apostar escuadrones preparados para actuar si fuera necesario?
Cleon asintió.
—Lo haré. Pero si el Consejo Alto vota por Lamurk, no podré actuar contra un mundo tan destacado y… bien… estimulante como Sark.
—Creo que los conflictos se difundirán por toda la zona de Sark.
—¿De veras? ¿Qué me aconsejarías que hiciera contra Lamurk?
—No tengo habilidad política, Alteza. Vos lo sabéis.
—Pamplinas. Tienes la psicohistoria.
Hari aún se sentía incómodo hablando de su teoría, incluso con Cleon. Para que resultara útil, su existencia no debía conocerse, pues de lo contrario todos la utilizarían o intentarían utilizarla.
—Y tu solución al problema de los terroristas —continuó Cleon— está funcionando bien. Acabamos de ejecutar al Mequetrefe Número Cien.
Hari tiritó, pensando en las vidas truncadas por una idea pasajera que se le había ocurrido.
—Sin duda, un problema menor, Alteza.
—Pues concentra tus cálculos en el asunto del sector Dahlita, Hari. Están inquietos. Todos lo están últimamente.
—¿Y las zonas dahlitas de la galaxia?
—Respaldan a los dahlitas locales en los consejos. Es por ese asunto de la representación. El plan que sigamos en Trantor será imitado en toda la galaxia. Más aún, en las votaciones de zonas enteras.
—Bien, si la mayoría de la gente piensa…
—Ah, querido Hari. Todavía tienes esa miopía de matemático. La historia no es determinada por aquello que la gente piensa, sino por lo que siente.
Hari se sorprendió, pues esta observación le pareció atinada.
—Entiendo, Alteza —fue lo único que pudo responder.
—Nosotros, tú y yo, debemos decidir este problema.
—Trabajaré en la decisión, Alteza.
¡Cómo había llegado a odiar esa palabra! Decisión tenía la misma raíz que suicidio y homicidio. Las decisiones pesaban como pequeñas muertes. Alguien perdía siempre.
Ahora Hari sabía por qué no servía para esos asuntos. Si tenía la piel demasiado blanda, simpatizaría excesivamente con los demás, con sus argumentaciones y sentimientos. Entonces no tomaría decisiones que, como bien sabía, sólo podían ser aproximadamente correctas y causarían cierto dolor.
Por otra parte, tenía que precaverse contra la necesidad personal de agradar a los demás. En un político nato, eso llevaba a expresar interés en los otros cuando en realidad sólo le interesaba lo que pensaban de él, porque en el fondo de la psique lo importante era caer bien. Por cierto, también era conveniente para conservar el puesto.
Cleon planteó otros problemas. Hari esquivó y demoró todo lo posible. Cuando Cleon cerró abruptamente la comunicación, Hari supo que no había salido muy bien librado. No tuvo tiempo para pensar demasiado en ello, pues entró Yugo.
—Me alegra que hayas regresado. —Yugo sonrió—. El asunto dahlita realmente necesita tu atención…
—¡Suficiente! —Hari no podía desquitar su ira con el emperador, pero Yugo sería un blanco adecuado—. Basta de charla política. Muéstrame los progresos de tu investigación.
—Bien, de acuerdo.
Yugo bajó la cabeza y Hari se arrepintió de haber sido tan brusco. Yugo se apresuró a presentar sus últimos datos. Hari parpadeó; por un instante, había visto en la prisa de Yugo una extraña similitud con las posturas de los pans.
Hari escuchó, pensando en dos cosas al mismo tiempo. Eso también le resultaba más fácil desde Panucopia.
Se propagaban pestes por todo el Imperio. ¿Por qué?
Con el transporte rápido entre los mundos, las enfermedades prosperaban. Los humanos eran el principal caldo de cultivo. Antiguos males y plagas nuevas y devastadoras aparecían en torno de astros distantes. Eso inhibía la integración zonal, otro factor oculto.
Las enfermedades llenaban un nicho ecológico, y para algunas la humanidad era un reducto cómodo. Los antibióticos erradicaban infecciones que luego mutaban y regresaban con mayor virulencia. La humanidad y los microbios constituían un sistema llamativo, pues ambos bandos devolvían el golpe rápidamente.
Las curas se difundían deprisa por el sistema de agujeros de gusano, pero también los portadores de enfermedades. Yugo había descubierto que el problema podía describirse mediante un método conocido como «estabilidad marginal», donde la enfermedad y la gente alcanzaban un equilibrio fluctuante. Las pestes mayores eran raras, pero las menores se volvían comunes. Las enfermedades crecían y la inventiva científica las dominaba al cabo de una generación. Esta oscilación provocaba nuevas ondas entre otras instituciones humanas, con consecuencias para el comercio y la cultura. Con intrincados términos de acoplamiento en las ecuaciones, vio el surgimiento de patrones, con una triste consecuencia.
En el estado humano civilizado y «natural» —la vida urbana— la longevidad tenía un límite igualmente «natural». Aunque algunos llegaban a los ciento cincuenta años, la mayoría moría mucho antes de los cien. La continua granizada de nuevas enfermedades se encargaba de ello. Al final, no había un refugio duradero frente a la tormenta de la biología. Los humanos vivían en inquieto equilibrio con los microbios, una lucha incesante sin victorias definitivas.
—Como esta revuelta tiktok —concluyó Yugo.
Hari prestó atención.
—¿Qué?
—Es como un virus. Pero no sé cómo se propaga.
—¿En todo Trantor?
—Ahí está el foco, al parecer. Otras zonas también están sufriendo problemas con los tiktoks.
—¿Se niegan a cosechar alimentos?
—Así es. Algunos tiktoks, sobre todo los modelos más recientes, como el 590 y superiores, dicen que es inmoral comer otras cosas vivientes.
—Santo cielo.
Hari recordó el desayuno. Aun después de los alimentos exóticos de Panucopia, los magros ofrecimientos de la autococina lo habían frustrado. La comida trantoriana siempre era cocida o molida, compleja o compuesta. La fruta se presentaba como salsa o como conserva. Para su sorpresa, el desayuno parecía directamente salido de la tierra, como si ni siquiera lo hubieran lavado. Los trantorianos odiaban que sus comidas les evocaran el mundo natural.
—Incluso se niegan a trabajar en las Cavernas.
—¡Pero eso es esencial!
—Nadie puede repararlos. Un meme tiktok los está invadiendo.
—Como estas pestes que estás analizando.
Hari se había asombrado de la erosión que Trantor había sufrido en pocos meses. Él y Dors habían regresado a Streeling con la ayuda de Daneel, en medio de corredores sucios y llenos de basura donde las luces funcionaban mal y los ascensores no andaban. Ahora esto.
El estómago de Yugo gruñó.
—Lo lamento. La gente tiene que trabajar en las Cavernas por primera vez en siglos. No tiene experiencia directa. Todos sobreviven con raciones mínimas, salvo la nobleza.
Años atrás Hari había ayudado a Yugo a escapar de ese mundo agobiante. En vastas bóvedas, la madera y la celulosa en bruto pasaban automáticamente de las cavernas solares a las bateas de ácido. Profundos ríos de ácido la convertían en glucosa por medio de la hidrólisis. Ahora la gente, no los resistentes tiktoks, tenía que combinar las soluciones de nitro con roca de fosfato molida en una mezcla cuidadosamente calculada. Añadiendo materia orgánica preparada, surgía una vasta gama de levaduras y derivados.
—El emperador tiene que hacer algo —dijo Yugo.
—O yo —dijo Hari. «¿Pero qué?»
—La gente dice que tenemos que eliminar a todos los tiktoks, no sólo la serie 500, y hacer todo nosotros mismos.
—Sin ellos, tendríamos que transportar alimentos a granel por la galaxia, en hipernaves y gusanos… un absurdo. Trantor caerá.
—Podemos hacer las cosas mejor que los tiktoks.
—Mi querido Yugo, eso es lo que yo llamo economía del eco. Estás repitiendo opiniones convencionales. Debes tener en cuenta el contexto general. Los trantorianos no son las mismas personas que construyeron este mundo. Son más blandos.
—¡Somos tan recios y listos como los hombres y mujeres que construyeron el Imperio!
—Ellos no se quedaban dentro.
—Un viejo refrán dahlita. —Yugo sonrió—. Si no te gusta el contexto general, aplica la lógica canina a la vida. Hazte acariciar, come con frecuencia, sé adorable y déjate adorar, duerme mucho, sueña con un mundo sin correas.
Hari rio a su pesar. Pero sabía que tenía que actuar, y pronto.